LA EDUCACIÓN AMBIENTAL DESDE LA PERSPECTIVA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE NAYARIT

LA EDUCACIÓN AMBIENTAL DESDE LA PERSPECTIVA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE NAYARIT

Hermilio Hernández Ayón (CV)

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1.2. Cultura y educación ambiental.

Defender, conservar y mejorar el medio ambiente para las generaciones presentes y futuras, se ha convertido en objetivo prioritario de toda la humanidad, lo cual exige de nuevas estrategias, medios, recursos, aportes científicos y tecnológicos disponibles. No obstante, sin duda lo más significativo, es el hecho de fortalecer la formación y desarrollo de la conciencia ciudadana para interpretar, comprender y actuar en concordancia con la magnitud de los problemas, es decir, se trata de fomentar una nueva formación cultural que permita retomar la senda de respeto de todo lo que tenga vida, no solo la humana. Esta nueva tarea por la cultura, reclama la participación crítica y activa de individuos y grupos en torno a una visión convergente por y con la naturaleza (Hall, 1987).

En este sentido, la cultura, como forma de vida y convivencia social de todos los pueblos, es incluyente de todas las disciplinas y, particularmente, de la educación. A diferentes culturas corresponden diferentes creencias, hábitos, usos, costumbres y tradiciones. Nuestros ancestros eran más consientes y cuidadosos del medio ambiente, sin embargo, el consumismo y la política del menor esfuerzo fomentado por el actual modelo de desarrollo económico, rebasó la capacidad de convivencia armónica con la naturaleza.

En su forma más básica, la cultura se define, particularmente, como la forma de ser y de hacer las cosas, a partir de un conjunto de valores, creencias, ritos y procederes que configuran el modo de vida de las personas, es decir, la cultura permea todo nuestro quehacer y cosmovisión de lo que somos y queremos ser, mientras que el lenguaje, como elemento básico de la educación y la cultura, configura las relaciones sociales de convivencia humana. Una cultura surge cuando en una comunidad humana conserva, de manera inter generacional, una red particular de conversaciones como modo de vida. Para cambiarla, se requiere comenzar con las nuevas generaciones. El cambio inicia con el reconocimiento de quiénes somos y de la concepción qué queremos como individuos, como comunidad y como especie (Quiroga, 2003). La transformación se da gradualmente a través de la convivencia reflexiva, responsable y ética de quien promueve el cambio y quien lo acepta, es decir, no se impone, sino que se adquiere conscientemente como un interés genuino y comunitario a partir del ser, del conocer y del hacer. Al analizar las características de los diferentes modos de producción, Marx (citado por Durán, 2008), señalaba que la diferencia entre una sociedad y otra no es lo que produce, sino como se produce, es decir, las relaciones sociales de producción. Mientras tanto, Mayr (2002) señala que de nada sirven los acuerdos económicos, comerciales, tecnológicos y políticos como solución a los grandes retos actuales y futuros, si estos no cuentan con fundamentos éticos que orienten el nuevo paradigma del desarrollo sustentable. En tanto, frente al desconcierto del actual modelo económico impuesto por los países desarrollados, donde se percibe la intención de que la mayoría de la población permanezca como consumidores asiduos y funcionales del sistema neoliberal, se requiere entonces -como respuesta automática- de un cambio cultural en tanto civilizatorio y ambiental con acciones de colaboración, respeto y equidad.

Si la cultura refiere o refleja las formas de vida de una comunidad, además de ser una reproducción generacional de hábitos, costumbres, tradiciones, normas y valores, entonces la educación, como parte inherente de la cultura, resultaría el mejor medio formativo para adecuar esa cultura. Por un lado, se tiene la educación informal en familia, que es el lugar donde se preservan los valores, conductas y hábitos más tradicionales. Este es un primer eje de intervención hacia la problemática ambiental, ya que es posible inculcar valores ambientales y éticos hacia las nuevas generaciones, a partir de acciones reforzadoras que divulgan ciertos medios de comunicación preocupados por el ambiente, y también involucrándose en actividades y campañas de mejora local por tener ambientes más sanos. Por otra parte, la educación instruccional formal que se recibe en las escuelas, es buen componente para reforzar el “ser”, el “conocer” y el “hacer” respecto a los problemas ambientales en todos los niveles. Esto requiere de la pedagogía crítica como modelo didáctico y de un programa curricular transversal, donde todas las disciplinas aborden temáticas ambientales, pero que además el ambiente -como temática en particular- se trate disciplinariamente. La transversalidad ambiental operada desde la pedagogía crítica permitiría identificar, interactuar e intervenir en problemáticas ambientales multidisciplinarias. Mientras tanto, el programa disciplinar, permitiría abordar la problemática ambiental como objeto de estudio. Simultáneamente a lo anterior, se requiere que los docentes utilicen reforzadores naturales que ofrece la ética, la psicología y la sociología, entre otras, sobre todo orientados hacia el aspecto actitudinal, la redefinición de valores y normas de conducta, al sano uso de hábitos de consumo y de bienestar social (Tréllez, 2006).

En este sentido, la educación como componente básico cultural, resulta ser el medio idóneo para lograr abatir diferencias raciales, sociales, económicas, políticas y culturales, es decir, los componentes del proceso formativo intentan como utopía el perfeccionamiento humano, y en tanto, una nueva relación de armonía con la naturaleza.

La cultura que se percibe desde esta perspectiva, es aquella capaz de interrumpir la inercia del consumismo, sobre todo en metrópolis, y regresar a los hábitos de consumo sanos heredados de nuestros antepasados. Hoy, la mayoría de la población es incapaz de reconocer lo bueno y lo malo de los recursos silvestres, es decir, aquel conocimiento trasladado de generación en generación y por desgracia no escrito, está a punto de ser olvidado y pasar a ser solo una epopeya histórica. La herbolaria y la medicina natural está en la mente privilegiada de algunas personas, pero está por perderse si no se recupera. ¿Pero cómo debe forjarse esta nueva cultura ambiental desde la educación?

En España, durante la época de los noventas, se recopiló información ambiental y se editó el denominado libro blanco de la educación ambiental, en el que se advierten algunos aspectos importantes al respecto. El documento señala que la educación ambiental es una corriente de pensamiento y de acción internacional que adquirió gran relevancia a partir de los años setentas, cuando la destrucción de hábitats y la degradación de la calidad de vida empezaron a ser considerados como problemas sociales, pero también afirma que la educación no puede ser la única vía capaz de resolver los problemas ambientales, sino también se deben implementar otras medidas alternas que permitan sumarse a los fines para mejorar la relación y convivencia con la naturaleza. Esta consideración sustentó la aplicación de cuatro instrumentos para aumentar la cultura y educación ambiental entre la población en general:

  • Información y comunicación
  • Formación y capacitación
  • Participación
  • Investigación y evaluación

En el mismo sentido, la Agencia de Protección al Ambiente (EPA) de EU, ha mantenido vigentes cinco líneas de acción para el mismo propósito:

  • Conciencia y sensibilidad
  • Conocimiento y entendimiento
  • Actitudes
  • Habilidades
  • Participación
Diferentes concepciones dirigidas a públicos igualmente diferentes buscando los mismos propósitos, lo cual deja en claro que para abordar e intervenir en el problema ambiental, se requiere tomar en cuenta la multiculturalidad que cada país resguarda como tesoro patrimonial que lo identifica. En palabras de Durand (2008), la percepción de las personas sobre el medio ambiente genera conocimiento y experiencia para el manejo, mientras que la cultura impone sentido a un mundo que, en principio, pareciera que carece de él.