GÉNERO Y ECOTURISMO: PERSPECTIVAS DE EMPODERAMIENTO DE LAS MUJERES EN LA RESERVA DE LA BIOSFERA DE LOS TUXTLAS

GÉNERO Y ECOTURISMO: PERSPECTIVAS DE EMPODERAMIENTO DE LAS MUJERES EN LA RESERVA DE LA BIOSFERA DE LOS TUXTLAS

Isis Arlene Díaz Carrión (CV)
Universidad Autónoma de Baja California

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 LOS RETOS DEL EMPODERAMIENTO.

El terreno sobre el que se mueve el empoderamiento se caracteriza por una inestabilidad que va más allá de las dificultades metodológicas, toda vez que por una parte la dinámica de las relaciones de género ha demostrado ser cambiante e incluso contradictoria; mientras que por otro lado los impactos de los cambios socioculturales tampoco influyen directa o idénticamente en ellas, ya que dichos cambios son mediados por las organizaciones sociales y es a través de éstas que los efectos se pueden atrasar o acelerar (Ariza y Oliveira, Op. cit:206).  A continuación se exponen algunas de estas características contradictorias aún pendientes de revisar; no se pretende con esta exposición el encontrar la solución universal, pero sí reflexionar sobre estos temas en el marco de las condiciones y posiciones de las mujeres.1

Características del Proceso.

Lento, no lineal, variable, personal o multidimensional (Moser, Op. cit.; Rowlands, Op. cit. y Kabeer, 2000) son algunas de las palabras que han sido usadas para definir el proceso que lleva de la inequidad a la equidad de género (Malhotra, 2003).  Kabeer (Ídem:80) señala que incluso en un mismo contexto el empoderamiento no puede ser calificado como un fenómeno simple, pues ofrece diversas dimensiones y caminos a las mujeres que buscan expandir sus alternativas.  El proceso de empoderamiento además dependerá también del ciclo de vida de la mujer; esto es porque en algunas sociedades cuando las mujeres son solteras y han alcanzado un nivel de independencia económica un cambio en su vida –p.ej. el matrimonio, la maternidad o incluso la pérdida del empleo- podrá poner en riesgo esa situación empoderadora previa.  El empoderamiento es además una inversión a largo plazo cuyo desarrollo puede resultar exasperante, pues aun cuando quienes lo experimentan somos las mujeres se requiere que el comportamiento de los hombres también cambie (Rowlands, Op. cit.) por eso hasta el momento en el empoderamiento se han dado pequeños logros y a veces ni eso.  El empoderamiento también debe de contemplar la actuación a nivel colectivo; si el empoderamiento no se vincula con el contexto a través de acciones colectivas éste puede quedarse simplemente en una ilusión (León, 1997:44), la actuación colectiva es así definida como una meta necesaria del empoderamiento para perseguir intereses prácticos y estratégicos de las mujeres (Kabeer, 1998:265).  Quien también comparte esta postura es Lozano (2004:52-53) quien destaca en su campaña de ciudadanía en la Guatemala rural la importancia de la igualdad productiva como medio para asegurarse la igualdad social forjada a través de alianzas y acciones de participación ciudadana. 

          Algunos programas se han caracterizado por trabajar únicamente en el empoderamiento  de las mujeres a nivel individual y/o de las relaciones cercanas, lo que si bien podría despertar el cuestionamiento de las desigualdades de género y quizá la acción, no asegura que ese cuestionamiento se cristalice en avances para el resto de las mujeres; este enfoque individualista –muy propio de los modelos neoliberales- flaco favor hace a las mujeres que no cuentan con redes sociales, económicas y políticas capaces de hacer aparecer en la agenda sus intereses y problemática, siendo esto un paso básico para alterar la estructura social que genera y mantiene las desigualdades entre mujeres y hombres (Kabeer, 2001).  Batliwala (Op. cit:201-203)  comparte la postura de trabajar en el empoderamiento a nivel comunitario pues considera que la movilización y presión de grupos significativos de mujeres es la principal herramienta para el cambio social; las acciones aisladas, señala esta autora, pueden ser fácilmente saboteadas; lo mismo puede suceder con esfuerzos de pequeños colectivos, que sin peso político o socioeconómico pueden resultar eliminados de la agenda por otros grupos más poderosos.  La suma de las partes, es a lo que apela el empoderamiento en esta esfera; las mujeres aisladas (física y emocionalmente) debemos trabajar juntas, aprender a resolver problemas, y muy importante, identificar alianzas y forjarlas cuando sea necesario (Young, Op. cit.).

Otra característica del empoderamiento es su carácter único y diferente; cada mujer lo experimentará de diversa forma, pues el interpretarlo dependerá de las condiciones sociales, culturales, económicas y políticas de cada persona.  En esa vivencia personal radica también parte de la dificultad en capturar el empoderamiento, pues mientras existen mujeres con un nivel de empoderamiento alto hay otras que han internalizado una situación de infravaloración.  En su investigación sobre la evaluación del empoderamiento, Kabeer (Op.cit) identifica la presencia de mujeres que ya tenían una participación activa incluso antes de participar en un programa crediticio, viéndose expandida su esfera de actuación al acceder al crédito: The money from our business stays with me. When my husband needs it, he asks for it […] I take the business decisions (Kabeer, 2001:74). 

Pero así como existen mujeres poderosas, hay otras que se han ubicado en una posición de subordinación y a través de su participación en programas para mejorar sus ingresos han vivido experiencias que les han fortalecido: Y a partir de esas salidas con el grupo […] fui aprendiendo a sentirme independiente de él [esposo], y a parte también de mi mismo hogar, porque ya no quise tener obligación […] porque empecé a ganar dinero y a pagar quien me las cuidara [a sus hijas] y al esposo, quien le planchara, quien le hiciera la comida. Me fui desafanando de todo eso, me fui sintiendo independiente (Hidalgo, 2002:172); es el anterior un proceso de avance para mejorar la situación económica de la mujer, haciéndola sentirse valorada; pero es también un proceso que no cuestiona la tradicional responsabilidad del trabajo doméstico como una tarea exclusiva de las mujeres.  El empoderamiento no solamente se muestra escurridizo (Afshar, Op. cit:23) en la teoría, también muestra esa característica en la práctica.

Las Necesidades Básicas y (los intereses) Estratégicas.

Antes que Molyneux (Momsen, 1991; Young, 1997 y Rowlands, 1997) diferenciara entre las necesidades básicas y las de corte estratégico, Maslow (1975) había pensado en algo parecido al diseñar su pirámide de las necesidades, donde ubicó a las necesidades fisiológicas como la base de una serie de jerarquías -eso sí muy de estructura patriarcal- que han sido útiles al momento de explicar los procesos de motivación de los individuos. Sin cuestionar los aportes de la Teoría Jerárquica de las Necesidades, cabe señalar que diversas anotaciones se han hecho sobre la propuesta de Maslow; una de éstas es el distinto significado que una misma necesidad puede tener para diferentes personas, por ejemplo: de acuerdo con Puigdomènech (2008) una necesidad básica como lo es la comida puede recibir un valor más que el meramente alimenticio para las personas opulentas; pudiendo representar para éstas un arte, el estilo de vida, una forma de comunicarse o incluso un medio de expresar las convicciones.  El ejemplo anterior de la capacidad de transformar una necesidad fisiológica –de orden básico, según Maslow- en otra de tipo estratégico es propuesto por Young (Op. cit:107-109) como estrategia para hacer que los cambios logrados en pos del empoderamiento de las mujeres se concreten efectivamente en avances sostenibles; Young denomina a esta capacidad con el término de pensamiento transformador; pero antes de continuar con este tema hay que hablar un poco sobre el papel de las necesidades prácticas y estratégicas de las mujeres en el proceso de empoderamiento.

Batliwala y Young hacen referencia a la distinción de intereses realizada por Molyneux destacando que para las mujeres las necesidades prácticas nos vienen dadas como consecuencia de la división sexual del trabajo y no pueden constituirse en un fin en sí mismas (ejemplos de esta categoría son: la adecuada alimentación, la salud, el acceso al agua de calidad, a una educación, a una tecnología mejorada, etc.); por otro lado, los intereses estratégicos (término que prefiere usar Young para diferenciar entre la limitación y el cambio) nacen porque las mujeres no accedemos en igualdad de condiciones ni a los recursos, ni al poder.  Momsen (1991:102) señala que las necesidades prácticas están referidas a carencias que se reflejan en condiciones de vida poco satisfactorias; no es de sorprender que su satisfacción sea una prioridad para las instrumentalistas, pero tampoco es de extrañar que al buscar cubrir estas necesidades se preserve o fortalezca la división sexual del trabajo.

Apelando a la clasificación de Young, brevemente abordada con anterioridad, que distingue entre condición y posición, se tendría que las necesidades prácticas son usadas para determinar la condición de las mujeres, mientras que los intereses estratégicos definen la posición de éstas; y como bien señala Rowlands (Op.cit:214) no es posible dar respuesta a los intereses estratégicos de las mujeres sin afrontar las dinámicas de poder que presentan las relaciones de género.  Pero el reflexionar sobre estos intereses es una acción en ocasiones poco ejercitada por las mujeres al ocupar parte considerable de su tiempo y energía en la satisfacción de las necesidades prácticas (Momsen, Op. cit.). En su empeño por mostrar resultados, algunos proyectos más que cambiar la posición de las mujeres buscan atender las necesidades prácticas de éstas (Townsend, 1997), pues como lo señala Kabeer (2001:40) una mejora en las condiciones de vida de las mujeres previsiblemente traerá como consecuencia también una mejora en el resto de su grupo doméstico, mientras que una mejora en algún integrante de éste no necesariamente se verá reflejada en mejores condiciones para la mujer. Si bien a nadie le viene mal que sus necesidades más apremiantes le sean satisfechas, en algunos casos las propias mujeres deseamos dejar de ser consideradas como madres o esposas y ver por otros objetivos que apunten más hacia relaciones de género mas equitativas, a través de las cuales se puedan crear nuevos espacios, nuevos y más variados roles, o también por qué no, valorar otros que ahora carecen de reconocimiento simplemente por ser trabajo de mujeres

Otro de los errores que se presentan al momento de abordar las necesidades básicas y los intereses estratégicos reside en la generalización; si bien para fines prácticos es sumamente útil no hay que pasar por alto que: they [women] are a crosscutting category of individuals that overlaps with other groups [in society] (Malhotra, 2003). Y que esas diferencias –que pueden ser por resultado por la edad, el status, la religión, entre otras- influirán en la definición de las oportunidades, teniendo así que no todas las mujeres concederemos la misma importancia a las necesidades básicas, ni hablar ya de los intereses estratégicos.  Pero independientemente de las diferencias como grupo social, la teoría feminista sostiene que la subordinación de género nos unifica en tres aspectos: 1] Control masculino del trabajo de las mujeres;    2] Acceso restringido de las mujeres a los recursos económicos y sociales valiosos y al poder político; […] 3] Violencia masculina y el control de la sexualidad  (Young, Op.cit:103).  Así que diferentes pero unidas en algo.

          Atendiendo los aspectos que pueden servir como base para desarrollar intereses estratégicos se puede buscar también la satisfacción de algunas necesidades básicas, pero abordadas de una forma que no perpetúen los roles tradicionales de las mujeres; por ejemplo, algunos de los casos analizados por Zapata et al -sobre los cambios registrados como consecuencia de la participación de mujeres mexicanas en cajas de ahorro y crédito- ilustraban como estas asociaciones de mujeres, que cubrían una necesidad básica como lo es la búsqueda de mejores condiciones de vida a través del ahorro y crédito, también habían generado resultados en otros ámbitos estratégicos como lo eran: el tejer redes de relaciones y apoyo, “salir de casa”, “perder el miedo”, “tener voz y presencia pública”, construirse y reconstruirse en su cotidianidad y aprender a enfrentar retos (2003:251).2   Una situación similar puede encontrarse en la investigación de Tall (2001: 101-123) donde la participación de las mujeres para lograr una mejora del medioambiente en su barrio –una necesidad básica- les trajo una valoración pública por parte del vecindario y a nivel municipal.  Sin embargo, tanto Zapata et al como Tall hacen hincapié en señalar que queda mucho trabajo pendiente de realizar ya que en ninguno de los casos se puede hablar de un empoderamiento de las mujeres, sino de avances en algunas de las esferas clave para lograrlo a la vez que se mantiene la división sexual del trabajo –y sus consecuencias- al interior del grupo doméstico.

El empleo y la solidez Económica.

Alberti (2003:376) sostiene que el dinero da poder -de tipo económico y social- y prestigio; pocas personas estarían dispuestas a rebatir dicha aseveración; ya que independientemente el nivel de materialismo que cada individuo haya apropiado a su filosofía personal, el dinero se ha convertido en uno de los recursos principales para las economías capitalistas y no tan capitalistas.  Si el dinero da poder y prestigio, luego entonces las mujeres con dinero lograrían por lo menos una situación empoderadora: una mujer debe tener libertad económica suficiente para irse a vivir por su cuenta y riesgo, incluso si nunca lo necesita o desea, y la certeza de que llegará a una edad avanzada y tendrá recursos para no depender de nadie.

Ya en páginas anteriores se hizo mención sobre las principales líneas de acción que han encauzado los esfuerzos de empoderamiento de las mujeres, una de estas líneas plantea precisamente intervenciones económicas desde donde se considera que la carencia de poder tiene como única razón de ser la débil posición económica de las mujeres; diferentes esfuerzos se han realizado para fortalecer esa posición económica, pero dichas acciones han traído como consecuencia el incremento de la carga laboral de las mujeres (Batliwala, 1993 en Rowlands [1997]).  Ese exceso de trabajo que ha alargado la jornada laboral considerablemente  será analizado en un posterior apartado; y aquí se ahondará más sobre el empleo y los recursos.

Goetz y Sen-Gupta, Hashemi et al y Kabeer han analizado los efectos en el empoderamiento de mujeres a través de los microcréditos en Bangladesh; mientras que Zapata et al e Hidalgo han hecho lo propio en México, estudiando las cajas de ahorro y préstamo.   Y la pregunta sigue en el aire ¿Se empoderan las mujeres? Pues hay avances, pero esos avances ¿Pueden calificarse como empoderamiento?, ¿Son avances sostenibles?, ¿Atacan los intereses estratégicos?  El que una mujer acceda a un empleo –como asalariada o empresaria- es condición sine qua non en un avance hacia el empoderamiento; no obstante, su efecto es parcial (Benería y Roldán, 1987; en Oliveira y Ariza [1999]);  la situación empoderadora dependerá de las características del empleo, así como el propio valor que le otorgue la mujer (Oliveira y Ariza, 1999:114-115). Cuando el empleo conseguido se caracteriza por ser de poco status y aportar un salario bajo el resultado puede ser de daño hacia la posición de la mujer en la familia;  puesto que la poca capacidad de negociación de ésta con su empleador puede ser entendida como una pérdida de status al interior del hogar, afectando su status y los beneficios a negociar (Sen, Op. cit:144); algo similar encontró Gillespie (1971, en Osborne [2005]), quien concluyó que para que las mujeres pudiéramos obtener un poder equiparable al de los hombres en nuestros grupos domésticos era necesario que realizáramos una actividad remunerada de mayor rango  que la realizada por la contraparte.  

Pero el empleo ha sido considerado por las mujeres como un medio para defenderse de los abusos y vejaciones que resultan de depender económicamente de un hombre (Chant, 1997; Ariza, 1997, en Oliveira y Ariza [1999]), así como para fortalecer el poder de tomar decisiones significativas hacia el interior del grupo doméstico (Blumemberg, 1991; en Oliveira y Ariza [Ídem]) y elevar la autoestima femenina, detonando otros cambios (Benería y Roldán, 1987, en Oliveira y Ariza [Ídem]; Dreeze y Sen, 1995; en Kabeer [2001]). En el capítulo anterior se expuso la situación que caracteriza en la mayoría de los casos al empleo femenino, su segregación ocupacional y su baja calidad; el empleo femenino en el turismo tampoco da señales diferentes; mientras que el empleo en el turismo rural o alternativo si bien ofrece una oportunidad para acceder a una remuneración también corre el peligro de ser devaluado cuando éste se caracterice por aglutinar a más mujeres que a hombres;  a través de los anteriores ejemplos es también posible identificar que el papel del empleo, y lo que éste pueda significar en términos de poder y status, debe de ir aparejado de condiciones laborales que permitan que las mujeres se valgan de éste para avanzar en el empoderamiento y así acceder a posiciones estratégicas para procurar condiciones económicas, sociales y políticas a partir de las cuales cada una  –de acuerdo con sus intereses- sea capaz de aprovechar las oportunidades.

En el mundo rural es elevada la posibilidad de obtener ingresos a través de diversas fuentes y no concentrarse exclusivamente en la realización de un solo trabajo remunerado (Suárez, s/f; Gómez y Rodríguez, s/f).  Por su marcada estacionalidad, el turismo alternativo es con mucho una actividad que presumiblemente resulte complementaria a otros ingresos de los grupos domésticos,3 esta pluriactividad resultará en ingresos de diversa cuantía y es probable que el que resulte de pertenecer a la iniciativa turística -si es considerado de manera aislada- no le permita a las mujeres alcanzar la independencia económica.  En este caso, el empoderamiento no vendría dado directamente por ser capaz de ganarse la vida como consecuencia de ser empresaria turística; no obstante, esto no implica que a través de dicho emprendimiento la socia no haya sido capaz de detonar otros factores clave -de tipo puntual- en el proceso de empoderamiento que le lleven a desarrollar una actitud crítica sobre sus relaciones cercanas y su participación en la vida pública.

No siempre se obtiene poder como resultado de una solidez económica, ésta puede ampliar la gama de opciones, pero no ser suficiente para que la mujer genere sus propias opciones (Rowlands, 1995). La anterior postura es reforzada por Kabeer (Op.cit:51-52) quien señala que en algunos contextos sociales, especialmente en aquellos donde la autonomía con respecto a la familia es considerada como algo positivo, las mujeres podrán considerar como un objetivo deseable una mayor autonomía; pero que existirán otros en los que existirá una idea más gregaria, en los que incluso si las mujeres acceden a empleos mejor remunerados no buscarán activamente su independencia económica porque ésta no es socialmente aceptable o porque ellas no los desean realmente; razones como la anterior parecen encontrar cabida a las estrategias de supervivencia registradas por algunas mujeres quienes usaban su ingreso o crédito en asegurar el matrimonio pagando las deudas del marido (Goetz y Sen-Gupta, Op. cit.).   Otras, por el contrario, han encontrado en el empleo las condiciones materiales y emocionales suficientes para rehacer su identidad: If I had not gone to that SEDP meeting, had not taken a loan, had not learn to work, I would not get the value I have, I would have to continue to ask my husband for every taka I needed. Once I had a headache, I wanted one taka for a bandage to tie around my head, I wept for eight days, he still would not give me the money. Just one taka (Kabeer, 2001:71).

Alargamiento de la Jornada Laboral.

Una consecuencia de acceder a un empleo remunerado sin que se redistribuyan las tareas domésticas es el alargamiento de la jornada laboral de las mujeres, lo que contribuye a mantener la idea de que el tiempo de las mujeres es infinito mientras que el de los hombres continúa siendo delimitado y siempre pagado (Shinha, 1997).  Algunos de los beneficios que han obtenido las mujeres al involucrarse como empresarias en programas productivos auspiciados por gobiernos, instituciones u ONG´s han sido: capacitación, emprendimiento de un negocio personal o colectivo, aumento de la movilidad, disminución de los niveles de violencia doméstica, y obtención de beneficios para las comunidades y las familias (Zapata et al, Hashemi et al, Goetz y Sen-Gupta, Kabeer, entre otras). 

Todos los anteriores beneficios a cambio de incrementar sus horas de trabajo restando al descanso y al tiempo libre; pero mientras la sobrecarga laboral es considerado como un impacto negativo desde la teoría, la mayor parte de las mujeres que se han involucrado en los proyectos no lo ven así pues no consideran la carga extra como algo negativo, tampoco el realizar trabajo productivo en casa o liberar a los hombres de relaciones opresivas de trabajo a través del suyo.  Esto a pesar de que los resultados que consiguen esos proyectos suelen caracterizarse por ser pequeños, destinados al consumo del grupo familiar, limitados al ámbito del hogar en ocupaciones tradicionalmente femeninas, con un potencial de crecimiento limitado y donde suele ausentarse la capacitación para efectivamente ejercer como empresarias, y sin sinfín de etcéteras. 

Tabla 2.6. Beneficios y costos para las mujeres al acceder a micro créditos en Bangladesh.


BENEFICIOS

COSTOS

Incremento de la movilidad

Limitación de la movilidad

Incremento de autoestima y confianza de la mujer

Énfasis en individualismo

Aumento en la valoración por parte de la familia

Creación de tensiones en el hogar

Mayor inclusión social y status

Proyecto que alivia la pobreza sin estrategia a largo plazo

Acceso a redes de apoyo

Baja/nula promoción de capacidades empresariales

Construcción de identidad fuera de la familia

Proyectos en ocupaciones feminizadas

Disminución de la vulnerabilidad de la mujer

Ausencia de control del proyecto

Acceso a capacitación

Naturaleza de los emprendimientos poco favorable (tamaño, rentabilidad, uso de tecnología)

Mejorar calidad de vida

 

Incremento en posibilidad de adquirir activos propios

 

Disminución en conflictos y tensiones en la familia

 

Posibilidad de enviar hijas e hijos a la escuela

 

Incremento del empleo en pequeños negocios

 

Fuente: Hashemi et al (1996), Kabeer (2001) y Goetz y Sen-Gupta (1996)

Las mujeres aceptan que el exceso de trabajo vale la pena, pues antes de involucrarse en dichos proyectos ya laboraban jornadas largas; ahora la jornada de trabajo sigue siendo larga, pero a cambio reciben un dinero, un reconocimiento y una inclusión social que su, también ardua, jornada laboral de antes no les generaba: Before the loans, women used to work on other people’s fields, cutting lentils, rice, wheat […] That is happening less now […] what should they work for someone else […] Before women used to clear the irri blocks, they would stand in the water and get leeches. Now they don’t. Now with the loans they have some peace (Kabeer, 2001:70).

          El alargamiento de la jornada laboral es una de las críticas más fuertes que se hace sobre algunos proyectos productivos, máxime cuando el empoderamiento ni siquiera es considerado dentro de la ecuación.  El costo a pagar por un poco de dinero pierde importancia cuando se resuelven necesidades básicas, en algunos casos cuando se incluye capacitación de género las mujeres pueden reflexionar sobre las situaciones inequitativas en las que se pueden encontrar inmersas; otros cuestionamientos sobre la naturaleza de estas iniciativas productivas apuntan también a una mayor valorización del dinero predominando el interés inmediato sobre el de largo plazo: The group of urban poor women that we are working with did not want to acquire new skills.  They wanted money to continue to expand whatever economic activity they were engaged in […] They would get into a problematic situation marketing unfamiliar products. They said that even though they were getting lower incomes from doing job-work, they did not have the problem of unsold stock on hand (Alikhan, 1997; en Chandralekha [1997]).

          Las investigaciones anteriores no han sido las únicas en las que las mujeres participantes en los proyectos productivos valoraban positivamente el trabajar más horas; esta situación también fue encontrada entre las investigaciones de turismo rural en España, Grecia e Irlanda; está también presente en las investigaciones de proyectos crediticios y otros de corte institucional en México, y es probable que sea compartida por muchas más iniciativas. Deja una sensación de desánimo por constatar como las necesidades básicas sirven en ocasiones de lastre; pero abre también la puerta para realizar acciones que atiendan esas necesidades básicas sin perder de vista los intereses estratégicos.

El conflicto de tomar decisiones.

La toma de decisiones puede ser un proceso enriquecedor, tormentoso, ambiguo y difícil; pues en ocasiones hacerse cargo de los resultados de nuestras propias decisiones, enfrentar el riesgo y generar alternativas, puede resultar amenazante.  El proceso de toma de decisiones con impactos importantes sobre las vidas de las mujeres es una de las habilidades que se busca controlar a través del proceso de empoderamiento; estas decisiones son, por consecuencia, tomadas en lo referente a nuestra persona, nuestras relaciones cercanas y nuestra comunidad.

En algunos casos se ha llamado la atención sobre diferencia entre presencia femenina y participación en los procesos (e incluso sobre participación activa y pasiva); Jain (1997 en Afshar y Alikhan [1997]) nos recuerda que la presencia de las mujeres no debe ser entendida como sinónimo de participación en la toma de decisiones y tampoco como involucramiento; por su parte Hernández et al también señalaron esa situación cuando hicieron notar como las parejas de las mujeres que habían iniciado un servicio de restaurante para los visitantes a la comunidad lacandona de Chiapas (México) se inmiscuían en la gestión de dicha iniciativa.  De igual forma algunas de las investigaciones a las cuales se ha hecho referencia a lo largo del presente capítulo así lo han registrado (Rowlands, Hidalgo, Kabeer, Goetz y Sen-Gupta, Zapata et al, así comoMendoza, de); el que las parejas de las mujeres se entrometan en los negocios de éstas es en algunas ocasiones una causa importante de conflicto y, en extremo, de violencia hacia éstas.

Si bien se reconoce una coherencia y dignidad en la idea de que el cariño que desarrollamos por nuestros afectos debería darse sólo en condiciones de igualdad y respeto; también debe aceptarse que en el campo de los afectos hay más cosas de las que se puede aspirar a explicar. Y precisamente por lo anterior parece importante considerar la reflexión de Kabeer (2000:80) acerca de los lazos de lealtad y afecto que se desarrollan entre quienes comparten adversidad y enfrentan situaciones humillantes como resultado de su pobreza.  Rowlands  explica la dificultad de generar cambios empoderadores en las relaciones cercanas precisamente como consecuencia de ese afecto y lealtad; pues esta investigadora señala el aislamiento que puede enfrentar una mujer al perseguir relaciones más equitativas con su pareja y la ambigüedad en dicho afecto: Estas relaciones pueden ser un lugar de apoyo y cuidado, así como de pugna y de desempoderamiento. Al asumir riesgos para desafiar las pugnas y el desempoderamiento, se pone en peligro también el apoyo y el cuidado (Rowlands, 1997:229-230).  Kabeer (Ibidem), por su parte, también registra que en algunas ocasiones el tomar decisiones definidas como masculinas -es decir, que antes eran decididas exclusivamente por la pareja- más que un avance en su empoderamiento es considerado por las mujeres como un conflicto; una situación de riesgo a la que no desean enfrentarse, por lo que buscarán más la cooperación para minimizar el conflicto en el hogar, ya que se perciben en desventaja como resultado de las asimetrías de género

          El conflicto resultado como una mayor participación en la toma de decisiones de las mujeres no es la única vertiente en este apartado.  Al involucrarse en la toma de decisiones en sus proyectos productivos puede darse el caso de que las mujeres tomen decisiones que no resulten estar a la altura de las expectativas de quienes actúan como agentes externos.  El dejar el proyecto de desarrollo en manos de las mujeres a las que va dirigido puede generar cierto grado de desconfianza en la parte instrumentalista.  En teoría, el empoderamiento trata de generar capacidades en las mujeres para que seamos capaces de analizar, evaluar, tomar decisiones que transformen nuestras relaciones de género; Rowlands (Op.cit:233-234) así parece entenderlo también, pues hace hincapié en señalar que las mujeres que participan en proyectos de desarrollo deben ser y sentirse dueñas del programa y manejarlo sin el apoyo de agentes externos, que están para facilitar los procesos de empoderamiento; pero también reconoce que existe cierta renuencia a confiar que las mujeres involucradas en los proyectos efectivamente se convertirán en personas con una capacidad para determinar sus propias prioridades. 

Algunas de las razones para la existencia de dicha renuencia aparecen en los apartados anteriores –p.ej. primacía de objetivos a corto plazo sobre los de largo plazo, satisfacción de necesidades básicas sobre intereses estratégicos, falta de habilidades de las mujeres, ideas de infravaloración, por citar algunas nada más- y enfrentan una vez más a la teoría, a la práctica y el devenir de la realidad.  Kabeer (2001:50-51) apunta que en ocasiones las mujeres optan por mantener unas apariencias de control masculino de las decisiones económicas más significativas,4 que mantienen la apariencia tradicional y preservan el orgullo masculino ante la opinión pública a la vez que mejoran la posición de partida de las mujeres para negociar al interior del grupo doméstico.  Es ésta una estrategia desarrollada por las mujeres cuando consideran que pueden perder y ganar lo mismo si se llega a romper la relación; un ejemplo de decisión que probablemente no resulta aprobada por la teoría, o incluso por la parte instrumentalista.  Que las mujeres tengamos más alternativas no se traduce necesariamente en elegir terminar con relaciones de pareja inequitativas; no todas las mujeres elegirán lo que Kabeer denomina the ´exit´ option; pero por otra parte en esa generación de alternativas habrá otras que podrán encontrarse en situación de terminar con relaciones no satisfactorias.

1 Los términos se toman de Young (en Young [Op.cit]) quien define la condición como el estado material que caracteriza la situación de las mujeres (bajos salarios, malnutrición, acceso a servicios precarios en salud, educación y capacitación); la posición es vista como la diferencia de status económico y social de las mujeres al compararles con los hombres.  La investigadora resalta que entre los ámbitos instrumentalistas lo que más preocupa es identificar los elementos clave para mejorarla, cuando se debería poner más atención a cambiar las estructuras que propician dichas inequidades.

2 Entrecomillado en el original.

3 Como referencia anecdótica en visitas anteriores a la comunidad de Sontecomapan, México; pude constatar como una de las socias de la cooperativa ecoturística obtenía ingresos propios como resultado de por lo menos cinco actividades: venta ambulante de comida, venta de ropa, propietaria de una pequeña tienda de abarrotes, apoyo gubernamental y participación en la cooperativa.  A través de una entrevista personal (Sedas, 2008) pude conocer que esta pluriactividad está también presente entre las mujeres que conforman la iniciativa turística en la comunidad de Ruiz Cortines, México; al dedicarse además de atender visitantes al cultivo de alcatraces y plantas nativas, también aquí se obtienen apoyos gubernamentales; en ambos casos sólo se reportan los ingresos obtenidos por actividades realizadas por las mujeres, sin considerar las que pudieran aportar otros integrantes de la familia.

4 La autora hace mención a una investigación  de Silberschmidt (1992) entre las mujeres de la etnia Kissi (Kenia) que registraba como las mujeres admitían que consultaban a los hombres todo tipo de decisiones sobre la tierra en cultivo; sin embargo, la mayoría de las decisiones podían efectivamente haber pasado a consulta del hombre, pero quien decidía al final era la mujer.  En este caso se desarrollaba una actitud de evitar la confrontación directa.