GÉNERO Y ECOTURISMO: PERSPECTIVAS DE EMPODERAMIENTO DE LAS MUJERES EN LA RESERVA DE LA BIOSFERA DE LOS TUXTLAS

GÉNERO Y ECOTURISMO: PERSPECTIVAS DE EMPODERAMIENTO DE LAS MUJERES EN LA RESERVA DE LA BIOSFERA DE LOS TUXTLAS

Isis Arlene Díaz Carrión (CV)
Universidad Autónoma de Baja California

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GÉNERO.

Hoy en día decir que el género de las personas está determinado exclusivamente por el aspecto biológico de las mismas y que el género, en cambio, resulta una construcción cultural es ampliamente aceptable; pero no fue hasta la década de los 1970´s y 1980´s que ha sido posible esta diferenciación de gran importancia para apelar al cambio de actitudes y conductas pretendidamente legitimadas por naturaleza que afectaban –y aún afectan- a las mujeres (Castaño, 1999:23-24).  Para McDowell (2000:29-31) fue Simone de Beauvoir quien planteó a finales de la década de los 1940´s del siglo pasado las bases para echar tierra a la idea de una sociedad construida a partir del determinismo biológico, el reconocimiento de la diferencia conceptual entre sexo y género necesitó un par de décadas más para que de la mano del feminismo académico anglosajón fuera aceptada la diferencia en ambos conceptos al interior de las sociedades. 

Comenzó así la tarea de explicar –y más peliagudo aún, hacer entender y aceptar- que mientras el sexo es algo biológico, el género es algo cultural;  el objetivo que se perseguía no era solamente entender desde el punto de vista científico las realidades sociales; existía también un fuerte interés político para que el reconocimiento de las diferencias entre dichos aspectos –biológico y social- sentara el punto de partida para terminar con las inequidades sobre las mujeres a favor de los hombres (Batthyány:2004). Fue el anterior un movimiento que asaltó a una serie de prejuicios que equiparaban a las mujeres como el sexo débil –incapaz de decidir, dependiente y pasivo- mientras que los hombres eran considerados como individuos que habían nacido con todas las aptitudes y habilidades básicas para triunfar en el mundo. Entre las explicaciones que permitieron ejemplificar la diferencia entre nacer mujer y ser mujer, resulta significativa la de Nicholson (cita de McDowell [2000]) quien define al sexo como un perchero sobre el que se han ido colocando los mecanismos que las sociedades han diseñado para uno u otro género.  

A través de la anterior analogía es sencillo entender que las características aplicables a mujeres y hombres no son inmutables; y al variar a través del tiempo y del espacio nos permiten no sólo explicar por qué en México las camaristas son mujeres, mientras que en algunos países asiáticos son hombres; la idea de piezas intercambiables no nada más resulta útil con visos a identificar variaciones de lo que resulta socialmente aceptable en diferentes culturas, es sobre todo  esperanzador el pensar en eliminar estereotipos de género y así abrir más espacios hacia las mujeres en actividades como las de guías de turistas, empresarias, transportistas y otras que de momento registran una baja presencia femenina. 1

La División del Trabajo según género.

La división del trabajo por género se fundamenta en las percepciones sociales aplicables a la decisión de quién hace qué tipo de trabajo, y es a través de ésta que se moldean las actividades y ocupaciones que desde la perspectiva de la sociedad resultan apropiadas para uno u otro género;  así es como a los hombres se les asigna el trabajo de proveedor del hogar (denominado como trabajo productivo que se desarrolla en la esfera pública), mientras que a las mujeres se les asigna el cuidado del hogar y la familiar (un trabajo reproductivo y doméstico que tiene lugar en la esfera privada).  La diferencia en sí misma no ocasiona desigualdad; sin embargo, en el momento en que el grupo social le asigna un valor a cada uno, la situación cambia y se producen desigualdades que impactan en el desarrollo y bienestar de las mujeres y los hombres (UICN, 1999:9). 

Algunos estudios desde la antropología registran modelos de género y diferencia de roles entre hombres y mujeres que varían al modelo patriarcal aplicado por occidente, a la vez que nos recuerdan que este modelo es una más dentro de las diferentes posibilidades sociales e históricas que se utilizan para repartir el trabajo (Harris, 2006 y Dei, 2001). Si bien la existencia de una división sexual del trabajo es algo universal, los modelos de género y roles pueden variar; no obstante esas diversas posibilidades todos coinciden en un punto: la generación de relaciones asimétricas entre mujeres y hombres; donde los hombres son quienes resultan favorecidos en los aspectos de poder, prestigio y status mientras que las mujeres son confinadas al espacio privado/doméstico como consecuencia de su capacidad biológica de reproducir la vida humana (Dei, Ídem.:226 y  Momsen, 1991:4). 2

Las actividades que componen los diferentes tipos de trabajo no son inmunes al paso del tiempo, y el concepto de trabajo doméstico –y por ende, el productivo- en el mundo occidental ha evolucionado considerablemente desde la revolución industrial como consecuencia de los cambios económicos y necesidades sociales (Brown y Peerce en Castaño [1999]); con la industrialización algunos procesos de producción doméstica comienzan a ser realizados por el mercado, si bien es cierto que con esta transferencia no se acaba la producción doméstica hay que resaltar una producción que resulta más eficiente en el mercado.  Sin embargo, en el siglo XX el mercado comienza a producir bienes y servicios que el ámbito doméstico nunca había producido, la adquisición de esos bienes y servicios podía hacerse por dos vías: la primera era recibir los productos a través del Estado (Castaño, Op. cit:25-29), y la segunda era acudir al mercado mismo y ofertar mano de obra a cambio de un salario en metálico; para Carrasco (1996:24) es precisamente esta segunda alternativa  lo que no solamente ha desvirtuado la noción de trabajo, sino que también ha desvalorizado las actividades que no generan valor de cambio. La transferencia de la producción de bienes hacia el mercado impacta principalmente en las clases sociales más bajas, donde las mujeres salen a trabajar por necesidad más que por reivindicación de sus derechos; con el paso de las décadas el derecho al trabajo productivo se reconoce también para las mujeres, pero deja aún sobre la mesa la asignación compartida del trabajo doméstico.

Como ya se mencionó anteriormente, a lo largo del tiempo la división del trabajo ha ido presentando cambios: nuevas tareas aparecen, otras sufren modificaciones -se facilitan o se especializan-, y hay algunas que incluso desaparecen; como consecuencia de esos cambios las tareas viven en una especie de cotización bursátil donde, si bien no día a día,  salen a cotización en el mercado del reconocimiento social.  En esa suerte de cotización está en juego su status y un cambio en la asignación de quién realizará la tarea, o incluso si procede su adquisición en el mercado. Un ejemplo de lo anterior aplicable al trabajo doméstico es la preparación de comida, esta actividad nos puede servir como un ejemplo para identificar diferentes asignaciones de las tareas a partir del tiempo y espacio; tenemos así que no implica el mismo esfuerzo el preparar una comida actualmente que el que implicaba hace dos siglos,  como tampoco es el mismo esfuerzo el que realiza en preparar la comida alguien que vive en la ciudad que alguien que vive en el campo, apelando a la funcionalidad –o necesidad- podemos adquirir comida ya preparada, y muy probablemente si pertenecemos a la clase social alta tengamos a alguien más que nos prepara la comida; eso sin considerar que dependiendo del ciclo de vida que tengamos la preparación de la comida puede ser responsabilidad de uno u otro género  y no necesariamente responsabilidad de una mujer. 

En la esfera del trabajo productivo un par de ejemplos serán útiles para denotar el cambio en la asignación de ocupaciones entre diversas sociedades y en lapsos también distintos; tratándose de la realización de servicios administrativos Boserup (1993:156-161)  nos permite ver como en las antiguas colonias francesas del norte de África, éste era un trabajo cubierto por mujeres francesas que pasa a manos de los hombres africanos  una vez lograda la independencia; una situación diferente sucede con los trabajos administrativos realizados por mujeres norteamericanas en Japón (al término de la Segunda Guerra Mundial) que fueron ocupados eventualmente por mujeres japonesas. Sobre la misma línea de trabajo productivo Glenn (1992:9-11), nos introduce a la historia del empleo doméstico  en los EEUU durante el período previo a la Segunda Guerra Mundial; entre los estadounidenses de raza blanca de la costa suroeste y Hawai la realización de las labores domésticas había pasado de ser realizado por mujeres blancas a inmigrantes japoneses, y de éstos a sus mujeres japonesas; en el sur del país, el trabajo doméstico a principios del siglo XX también era cubierto por el mercado, siendo esta ocupación predominantemente asumida en el sur de los EEUU por mujeres de raza negra y en el suroeste por mujeres Chicanas; en el caso de las mujeres blancas que realizaban servicio doméstico para otras mujeres blancas su empleo era definido como el de una ama de llaves, dotándosele de un status que no compartía el trabajo de mujeres de otras razas a las que se definía simplemente como cocineras, sirvientas o lavanderas.

A través de la división sexual del trabajo se atienden todas las actividades que cubren las diferentes necesidades de una persona, desde su gestación y hasta su muerte;  a lo largo de nuestras vidas realizamos tareas y recibimos los beneficios de tareas que otros realizan, quién realiza qué se convierte así en una negociación al interior del grupo doméstico, donde el sistema patriarcal permite acaparar las actividades más beneficiosas (en términos de status, reconocimiento social u otros beneficios) a quien tiene la sartén por el mango; debido a que las actividades no son iguales pues ni generan el mismo valor social, económico o cultural; ni se realizan en el mismo espacio; ni tienen una duración igual; algunas son monótonas; ni resultan inmutables -cambiarán a lo largo de nuestro ciclo de vida-; también existen actividades que se podrán aplazar, mientras que otras resultarán inaplazables; el progreso tecnológico también dejará sentir su efecto en las actividades que se tengan que realizar; y dependiendo también de nuestro nivel económico, podremos pagar a alguien más para que realice la actividad por nosotros.  Se ha mencionado que la realización y asignación de trabajo –a partir de atribuciones a las capacidades y destrezas de las personas- no es permanente y en ese proceso de valorización/desvalorización de las tareas, los miembros de las familias y sociedad desarrollarán diferentes estrategias de subsistencia (Carrasco, Op. cit:25); es así como hacia al interior de las familias la asignación de trabajo resulta adaptable en respuesta a condiciones cambiantes internas (p. ej. muerte de un adulto, divorcio, enfermedad, entre otras) o externas (p. ej. efectos en la educación, desempleo, migración, cambios tecnológicos, conflictos armados, por citar algunas).

La Tipología del Trabajo.

Diversas investigaciones han estudiado la clasificación de la división l del trabajo por género, y dependiendo de la fuente a la que se acuda se tendrán dos, o tres categorías a partir del espacio donde dicha actividad se realiza o a las características propias de las actividades. La clasificación más generalizada comprende dos tipos de trabajo: uno reproductivo y otro productivo; otras autoras hacen hincapié en diferenciar el trabajo reproductivo biológico al del trabajo reproductivo social (Momsen, 1991); y dependiendo de la disciplina que le estudie se podrá tener una clasificación a partir del pago, quedando ésta en: trabajo remunerado (o asalariado) y trabajo no remunerado (Benería, 2005; Carrasco, Op. cit; Rodríguez, 1996).  Otra clasificación se da al momento de identificar el espacio de realización del trabajo, identificando un espacio/ámbito privado y otro espacio/ámbito público (McDowell, Op. cit; INMUJERES, 2004; Ascanio; 2004); y desde las economías más débiles llegan propuestas de dotar de una clasificación propia al trabajo comunitario o social (Aguilar et al en UICN [1999]).  En la praxis, la clasificación de las actividades en uno u otro trabajo puede presentarse confusa en algunos casos; esto debido a que a lo largo de la realización de la actividad puede recurrirse a una transversalidad o traslape de las dos –o tres- esferas,  además de que en economías poco capitalistas la frontera entre el empleo remunerado y el no remunerado puede ser una línea complicada de trazar; otra razón que contribuye a conflictos conceptuales puede deberse a la poca valoración de las ocupaciones, principalmente las domésticas, utilizadas para la realización de un trabajo productivo: Pues ahí mis hijos me daban dinero para ir sobreviviendo, pues yo no trabajo…yo me iba a lavar, a planchar, así ganaba yo dinero (en Zapata y López, s/f:124). 

Este traslape de actividades es abordado por Ascanio (Op. cit:200-204) al establecer una clasificación combinada entre el espacio geográfico donde se desarrolla la actividad y la capacidad de generar valor; de tal forma que se presenta una clasificación que considera: 1] un trabajo realizado en el espacio doméstico para la subsistencia de la familia y que en algunos casos puede generar valor de cambio –trabajo complementario- y, 2] un trabajo fuera del entorno doméstico.  Esta clasificación también es útil para identificar el servicio doméstico cuando es puesto a la venta en el mercado y otros trabajos remunerados.  La principal crítica a esta clasificación es el alcance del modelo,  debido a que su aplicación se circunscribe al ámbito rural de la isla de Gran Canaria (España); no obstante marca pautas de utilidad al momento de identificar esas actividades duales que suelen pasar desapercibidas.

Si bien siempre han existido excepciones a partir de raza, clase y grupo social; el grueso de las mujeres ha desempeñado la mayoría de las actividades domésticas que se circunscriben al ámbito privado, son poco valoradas, no son remuneradas y generan una baja cuota de poder al interior del hogar. 3    Esta asignación de trabajo doméstico le ha sido otorgada como consecuencia de su capacidad de procreación; y es en este aspecto donde la clasificación de Momsen (1991:28) nos recuerda que si bien biológicamente la mujer corre con el trabajo reproductivo -embarazo y lactancia-; el trabajo doméstico, es decir las actividades de cuidado y mantenimiento del hogar y sus miembros, pueden ser repartidas entre todos los integrantes de la familia independientemente del género al que pertenezcan.

La contraparte del trabajo doméstico es el trabajo productivo al que también se le denomina empleo porque se encuentra reglamentado y tiene reconocimiento jurídico  (Instituto de la Mujer, 2007:61-62) una limitante en la anterior definición es dejar fuera de consideración a la creciente economía sumergida o informal; pero independientemente del aspecto jurídico del trabajo productivo, es generalmente aceptado –sobre todo para fines prácticos- caracterizar a éste englobando las actividades encaminadas a la generación de productos y servicios para el mercado y la subsistencia, y en la mayoría de los casos este trabajo es pagado (INEGI, 2007:305). El trabajo productivo usualmente se lleva a cabo en el espacio público, aunque en algunos casos puede realizarse desde el ámbito privado, como en el caso de las costureras de maquila y de las prestadoras de servicios de hospedaje y alimentación de pequeña envergadura, y en su realización va aparejada de un reconocimiento social. El nivel de reconocimiento social y su remuneración variará considerablemente, en algunos casos esa diferencia de valoración es resultado de una segregación ocupacional, el aspecto de la feminización y masculinización de ocupaciones se desarrollará en el siguiente punto del capítulo, pero es necesario  una puntualización al respecto;  cuando se iniciaron los movimientos feministas en la segunda mitad del siglo pasado, se consideraba que la liberación de las mujeres vendría dada a partir de la oportunidad de salir de su casa y trabajar en el ámbito público; el paso de los años ha demostrado que el acceso a un empleo –como el acceso a la educación- es un nivel más en el camino hacia mejores oportunidades de vida, pero no es el objetivo final.

En medio de ambos trabajos, se sitúa el trabajo comunitario –también denominado como social o voluntario-. Abro aquí un paréntesis para puntualizar que algunas fuentes (p.ej. Torns,1995; Carrasco, 1996 ó INEGI, 2007) contemplan este trabajo dentro de lo que generalmente se denomina como trabajo doméstico, concretamente considerado en la componente de reproducción social; sin embargo, y persiguiendo el objetivo de visualización considero pertinente el abrir una clasificación propia como consecuencia del valor del trabajo comunitario al momento de obtener reconocimiento social, y también su valía para la subsistencia en tiempos de crisis económicas, tan propias en Latinoamericana.  Teóricamente el trabajo comunitario comprende aquellas actividades voluntarias que no son remuneradas pero que constituyen una base para el desarrollo cultural y espiritual de los miembros de una comunidad (Gómez, 2005:9); son actividades que no se realizan para beneficio de la familia inmediata (Benería, Op. cit:152) pero que al revestir reconocimiento social sí influyen en el status de ésta. 

Para algunas culturas el trabajo comunitario es fuente de reconocimiento familiar, tal es el caso del faaSamoa  donde las ceremonias y la hospitalidad son un medio para demostrar la prosperidad, la dignidad y el honor de las familias (Fairbairn-Dunlop, 1994:126); de igual forma en el México rural aún persiste la realización de fiestas religiosas a través de las mayordomías, una organización de origen prehispánico donde la familia del mayordomo se convierte en intermediaria en la relación entre el santo y la comunidad (Arrieta, 2004:88).  El tequio es otra variedad de trabajo comunitario no remunerado –si bien en este caso es obligatorio- presente en las comunidades indígenas de Oaxaca (México) a través del cual toda la comunidad participa en obras que le traen beneficio a la misma (Hauffen, 2005); el gozona, definido como un trabajo voluntario no remunerado para la realización de actividades agrícolas  (Cortés y Uribe, 1995); y la guelaguetza, vista como un acto de solidaridad social a partir de socorros mutuos (Ortiz, 2000),  son piezas claves para ayuda y colaboración en la vida diaria de  los integrantes de las comunidades  rurales.   Al igual que el trabajo doméstico y el reproductivo, el trabajo comunitario no está contabilizado y suele consumir tiempo y otros recursos de manera considerable; es posible identificar que los hombre principalmente suelen desempeñar aquellas actividades comunitarias que generan un mayor status; mientras que el trabajo comunitario de las mujeres –siendo ellas  más proclives que los hombres a participar en la realización de trabajo comunitario-, guarda una relación estrecha con las actividades poco reconocidas y que persiguen más un beneficio familiar que personal (Benería, Op. cit:152-154).

Efectos de la División del Trabajo según género.

Una vez que se han establecido los tipos de trabajo que es necesario realizar, se procederá a la asignación de actividades entre los miembros que componen la familia; es en esta asignación de actividades donde se presenta la desigualdad de género, debido a la asignación del papel de proveedor  para los hombres (haciendo uso de su capacidad para participar en la vida pública) y el de cuidadora para la mujer (haciendo uso de su habilidad para procrear); una asignación que reviste ánimos egoístas y poco participativos, y como resultado de lo anterior a las mujeres les corresponde tradicionalmente una mayor carga de trabajo; a éstas les corresponden con mayor frecuencia la realización de actividades que no generan valor de cambio, limitan su movilidad, generan poco reconocimiento y a cambio consumen elevadas cantidades de tiempo. 

          Si la eficiencia es la relación entre los resultados obtenidos y los recursos empleados,  fríamente se podría concluir que el trabajo de la mujer no es eficiente: trabaja un número de horas mayor al que trabajan los hombres y recibe menos dinero/status por su trabajo realizado.  La anterior es una de las externalidades negativas que causa la división sexual del trabajo en las mujeres y que les aleja del acceso a los recursos, los  medios de producción, las propiedades, los servicios, la educación, los ingresos y el poder (Sabaté, Op. cit:82).  Como puede verse se trata de factores que se interrelacionan afectando directamente la situación de las mujeres en los ámbitos personales, familiares y sociales; los efectos de las anteriores externalidades negativas es objeto de identificación a lo largo de las cinco siguientes características del trabajo femenino.

  1. Falta de Reconocimiento de su Trabajo.

A pesar de los cambios que el trabajo ha vivido desde la industrialización,  no se ha modificado en esencia la enorme importancia que los trabajos doméstico, reproductivo y comunitario representan para la economía y la sociedad; una importancia que sin embargo, se les niega –o restringe- a las mujeres, y esa negación se traduce en invisibilidad y desvalorización social del trabajo doméstico al grado de etiquetar a las mujeres sin un empleo como personas no productivas (Rodríguez, Op. cit:103-104).   Esa misma negación de reconocimiento además tiene un segundo efecto de condicionar la participación de las mujeres en el mercado laboral, donde quién y en qué condiciones accede al empleo muestran condiciones de segregación de género.

Se tiene así que en algunas sociedades el trabajo productivo de las mujeres es entendido como una prerrogativa a la que se accederá siempre y cuando no descuide sus otros trabajos; además el salario que perciba deberá ser lo suficientemente elevado como para compensar la compra de trabajo doméstico que ella realizará para su familia -de tal suerte que si el salario que obtiene no alcanza para cubrir la contratación de servicio doméstico la mujer preferirá no trabajar (Castaño, Op. cit:27)-. Ante la idea tradicionalmente aceptada de un trabajo doméstico cuya competencia es exclusivamente de las mujeres, cobran importancia las redes de familiares y conocidos para atender el trabajo doméstico que no puede ser comprado en el mercado –pero que es necesario realizar-; así, se hace uso de la ayuda familiar (principalmente femenina) para auxiliar en el cuidado de los hijos y de la casa mientras la mujer se encuentra trabajando (Pérez [s/f], Morán [2007] y Momsen [1991]); una vuelta de tuerca más en el mantenimiento de las tareas domésticas bajo tutela casi exclusiva de las mujeres.

  1. Ausencia de Poder para Tomar Decisiones.

No obstante la responsabilidad que llevan las mujeres en buena parte de la realización del trabajo doméstico –el Instituto de la Mujer (2007) calcula que las mujeres dedican 4 veces más tiempo que los hombres-  éstas suelen carecer de titularidad para la toma de decisiones importantes hacia el interior del hogar, el no contar con el reconocimiento social que le otorgue poder sobre el espacio que la propia sociedad tradicional le ha asignado genera desigualdades en los repartos de recursos y tareas, así como en la obtención y administración de beneficios que han impactado en la penosa feminización de la pobreza a nivel mundial.4   La falta de poder formal para ejecutar decisiones es un aspecto registrado aún entre las familias donde el esposo ha migrado en busca de empleo; en el caso de México la mujer se convierte en una ejecutora a distancia de las decisiones del marido, en otros casos el poder formal se le delega a la madre del migrante quien velará por el bienestar familiar (Arizpe y Botey, 1986:144-146). 

Esta situación también fue reportada por Momsen (1991:22) en sus estudios sobre la migración de los hombres en Kenia y Zimbabwe, si bien el ingreso de los inmigrantes por una parte permitía obtener mayores ingresos de las granjas, esta situación incrementaba la jornada de trabajo de las mujeres y además les convertía en empleadas al servicio del cuidado e incremento de un patrimonio ajeno.  Quién tiene el poder formal, quién tiene el poder simbólico –ese poder tras del trono- y con qué fines lo ejercerá es una ecuación que además de género incluye, particularmente, en este caso  la edad y el status dentro de la familia.

  1. Duración excesiva de la Jornada Laboral.

Otra característica que arrastra la tradicional división sexual del trabajo en las sociedades es la duración de la jornada laboral de las mujeres; al tiempo que les lleva realizar el trabajo doméstico, el reproductivo y el social se le suma el trabajo productivo.   En el caso del medio rural, donde son comunes las formas de pluriempleo que combinan la explotación agro-ganadera con otra actividad, cuando los hombres realizan más de dos trabajos productivos las mujeres suelen hacerse cargo del trabajo de la granja, lo que se traduce en una jornada laboral que se completa restando horas al descanso y al tiempo libre:  As men take jobs off the farm, women are expected to compensate for this loss of labour […]The increased income brought in by husbands is not used to pay labour to replace their wives´ work. Nor do husbands help by taking over any of their wives´ domestic chores (Daley-Ozkizilcik, 1993 en Momsen [2004:145]). 

Una crítica hacia los proyectos de desarrollo es precisamente la sobrecarga de trabajo que generan en las mujeres; es cierto que mientras no se reparta equitativamente el trabajo doméstico la jornada laboral de las mujeres se asemejará a las condiciones esclavistas de los trabajadores del siglo XIX, pero por otra parte las mujeres están dispuestas a introducirse ese rol de super woman con tal de insertarse en proyectos productivos de desarrollo; un juego perverso parecido a la idea del burro y la zanahoria y que lleva a Zapata (s/f:59) a cuestionarse si se está solucionando el problema de la pobreza o se está poniendo una nueva carga en el trabajo de las mujeres.

  1. Condicionado acceso y propiedad de  los recursos.

En la búsqueda de nuevas formas de ingreso en la esfera productiva las mujeres acuden a la formación de empresas que les permitan adquirir autonomía financiera, independencia y reconocimiento.  Algunos casos estudiados muestran como esa autonomía financiera se ha traducido efectivamente en independencia (Norr y Norr,1997; Momsen, 2004; Casinader et al,1987 en Momsen [2004]); pero en otras investigaciones los resultados muestran como los ingresos de las mujeres han pasado a ser manejados por los esposos o los padres (Samaransinghe, 1993 y Manikam,1995 en Momsen [Ibidem]);  también se ha registrado la presión por parte de los hombres de entrometerse en la gestión empresarial de los negocios de las mujeres (Hernández et al, 2005:618-619);  otros casos ponen en manifiesto situaciones en las que el socio masculino –el esposo-  niega a la mujer el derecho a ejercer sus funciones de socia del mismo (Long y Kingdon, 1997:102; Sparrer, 2003:186).

Por otro lado, el acceso a la educación plantea desánimo entre las mujeres que teniendo una preparación calificada deben conformarse con ocupaciones de baja calidad que les ofrece el mercado.  Su figura como empresaria también se ve afectada por los cuidados de la familia, donde el desigual reparto de trabajo doméstico arroja un perfil cercano a los 40 años entre las  mujeres en iniciativas empresariales propias  (OIT, 1999 en Daeren [2000]; Sabaté, Op. cit:95; Martínez y Sabaté, 2004:144); lo que se correspondería con la idea de una mujer ya sin el cuidado de  hijos pequeños. 

La propiedad de los recursos hacia el interior del hogar también presenta una situación de desventaja en lo referente a la tierra y como consecuencia de la muerte del esposo que fungía como titular las mujeres están accediendo a la propiedad, que no control de la tierra (García, 2004:XXVIII).  En algunos casos la edad y ausencia de capacidad de las mujeres son aducidas para que el control siga en manos de los hombres –en este caso la generación más joven-, en otros las mujeres prefieren vender la tierra y es el dinero el que pasa a ser manejado también por los hombres de la familia.

  1. Otras limitaciones de su Trabajo.

Poca movilidad y trabajo repetitivo para las mujeres son otras de las consecuencias de la división sexual del trabajo; León y Deere (1986:21) consideran que la responsabilidad que tradicionalmente se ha asignado a las mujeres les reserva el grueso del trabajo doméstico y comunitario,  situación que continúa siendo uno de los factores limitantes de más peso en la participación de las mujeres en el mercado de trabajo.  La división del trabajo a partir del género circunscribe el ámbito de actuación de las mujeres a la cercanía del hogar; ésta es una realidad ampliamente estudiada por Momsen (2004:143-144), quien en sus estudios sobre la división del trabajo en la agricultura  identifica que, no obstante la existencia de algunas actividades que son neutrales a una división sexual, a los hombres les suelen corresponder las actividades físicas de tipo pesado, mecanizadas y las que se desarrollan en espacios alejados; mientras que las mujeres se hacen cargo de las actividades repetitivas, consumidoras de tiempo, menos mecanizadas y las que se realizan a poca distancia del hogar.  

La combinación de la división sexual del trabajo y las políticas económicas han generado diferentes efectos entre las mujeres y los hombres; en general, y como consecuencia de la crisis en las economías agrarias tradicionales –caracterizadas por un intensivo uso de la mano de obra familiar, el autoconsumo y la integración local-, ha generado marginación de la mano de obra femenina hacia tareas manuales y no mecanizables, así como de una pérdida de espacios tradicionalmente definidos como femeninos; ambos fenómenos han afectado a las mujeres generándoles una participación desordenada, un confinamiento en el espacio doméstico y un papel residual y sustitutivo en la agricultura (Sampedro, 1991:25-26). 5   La participación desordenada, el confinamiento en el espacio doméstico –a veces incluso produciendo bienes con valores de  cambio-, y un papel residual y sustitutivo son características aplicables también al trabajo de las mujeres en los otros sectores de la economía.

Hasta aquí se han revisado los conceptos de sexo y género prestando particular atención a la división del trabajo por género, las tipologías del mismo y los efectos de éstos en las mujeres; una recapitulación sobre el presente apartado permite identificar la consideración del trabajo doméstico y reproductivo como una labor primordial e identitaria para las mujeres que ha llevado a considerar como algo secundario su derecho y participación en el trabajo productivo; sentándose las bases para aceptar por una parte, pero también ofrecérsele por la otra,  salarios inferiores, carreras reducidas, alargamiento de jornadas laborales, menores pensiones o incluso la pérdida de conciencia sobre la necesidad de un tiempo para ellas mismas (Re, del; 1995:75); estas desigualdades en el momento de prepararse y acceder al mercado laboral cierran el círculo vicioso iniciado con la división sexual del trabajo y son objeto de análisis en los siguientes apartados.

1 El cuestionamiento de las relaciones de género también plantea una mejora hacia los propios hombres en su proceso de reconformación de identidades; no hay que pasar de largo que si bien la perspectiva de género ha visibilizado a las mujeres, por otra parte también ha permeado la idea de que el término género engloba únicamente a las mujeres, una situación que en opinión de Lagarde (1996:7-10) conduce a reducciones y distorsiones que generan solicitudes de cambios en las mujeres sin esperar lo mismo de los hombres.  Sobre esta idea ahonda Borderías (1996:54) cuando señala que las bajas tasas de participación masculina en el trabajo doméstico hoy son consideradas como una limitación y empobrecimiento de la imagen de los hombres y de la sociedad.

2 Dei (Op. cit:228) considera que a lo largo de la historia las teorías aplicadas a la segregación de género han tratado de hacer legítimos ciertos juicios basados en el sentido común.  Este autor identifica tres teorías que han sido utilizadas a favor de los hombres y en detrimento de la posición de las mujeres: la Teoría de la fuerza física, la Teoría de la compatibilidad en el cuidado de niños y la Teoría del sacrificio.

3 De acuerdo con Benería (Op. cit:152) el trabajo doméstico representa entre el 25 y el 50% de la actividad económica de los países; pero al no remunerarse se encuentra fuera de las estadísticas nacionales.   Además de no estar remunerado, es un trabajo que consume buena parte de nuestro tiempo; tampoco es nuevo que las mujeres de cualquier parte del mundo trabajan más horas que los hombres (Momsen, 1991:57; INEGI, 2007: 306-320;  Zapata y López, s/f:51).

4 Momsen (1991:13-16) ha reportado como la asignación principal de la riqueza del hogar ha tendido a favorecer a los hombres;  en algunos casos la división sexual del trabajo que ha asignado a los hombres el papel de proveedores del hogar lleva a las mujeres a desarrollar estrategias de supervivencia que consisten en elegir privilegiar la alimentación del hombre (esposo o hijo) sobre la de las mujeres que conforman la familia.

5 Momsen (1991) señala como la introducción de nueva maquinaria revoluciona la división del trabajo; de tal forma que cuando la maquinaria se usa en una actividad que previamente era realizada por las mujeres cambia y se encomienda a los hombres.   Algo similar puede suceder en el turismo, donde el retorno rápido y elevado de la producción o venta de artesanías puede motivar a los hombres a ocuparse de una actividad feminizada pero en vías de masculinizarse por su revaloración; un cambio de roles reportado por Swain y Momsen (2002, en Momsen [2004]) en países como Perú, Malta o Indonesia.