LOS COMPONENTES ÉTICO-POLÍTICOS EN LA IDEOLOGÍA DE LA REVOLUCIÓN CUBANA. PRIMERA PARTE

LOS COMPONENTES ÉTICO-POLÍTICOS EN LA IDEOLOGÍA DE LA REVOLUCIÓN CUBANA. PRIMERA PARTE

Raúl Quintana Suárez (CV)
Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona

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1.- La Ideología de la Revolución Cubana: sus raices históricas.

Resulta evidente que el liderazgo del proceso revolucionario cubano, desde sus tiempos iniciales,  proclama en sus actitudes, ejecutoria y discursos, la voluntad de insuflar en esta un carácter humanista, participativo, democrático, antimperialista y solidario, en defensa de nuestra identidad cultural y nacional, lo que le permite, en su momento nuclear, a la gran mayoría ciudadana en torno a la carismática personalidad de Fidel Castro y la generación histórica, que lideró la lucha contra la sangrienta dictadura batistiana sustentada en el  repudio al quehacer político de partidos  y de  dirigentes tradicionales, en total descrédito ante la opinión pública.
Ese  primer lustro heroico, transita por el fervoroso enfrentamiento a la campaña mediática desatada contra el proceso revolucionario tanto a nivel nacional como internacional; el  ganar las calles a los representantes de  la alta burguesía criolla  que, aún radicada en Cuba antes de su posterior y casi masiva migración, se resiste a las transformaciones de la mano de las primeras y radicales leyes revolucionarias, de amplio beneficio popular así como  la sucesión de hechos de particular  relieve, como la campaña nacional de alfabetización, la invasión de Girón, la Crisis de Octubre, la Lucha contra Bandidos y tantos otros de singular  trascendencia.
A su vez se le otorga por su principal dirigente, Fidel Castro, un sentido de continuidad y ruptura, al reconocerle su inicio  en las contiendas independentistas librada por los patriotas que se enfrentaron a la metrópoli española, durante varias décadas, en desiguales condiciones materiales, en medio de ingentes sacrificios y aportadores por sus principales representantes de un ideario ético-político de singular relieve. Meditemos acerca  del criterio expresado por Fidel Castro, el 10 de octubre de 1868, en La Demajagua, provincia de Granma, al conmemorarse el centenario del inicio de las luchas por nuestra independencia, quien valora como…”…nuestra Revolución, con su estilo, con sus características esenciales, tiene raíces muy profundas en la historia de nuestra patria.  Por eso decíamos, y por eso es necesario que lo comprendamos con claridad todos los revolucionarios, que nuestra Revolución es una Revolución, y que esa Revolución comenzó el 10 de Octubre de 1868[...] Quizás para muchos la nación o la patria ha sido algo así como un fenómeno natural, quizás para muchos la nación cubana y la conciencia de nacionalidad existieron siempre, quizás muchos pocas veces se han detenido a pensar cómo fue precisamente que se gestó la nación cubana y cómo se gestó nuestra conciencia de pueblo y cómo se gestó nuestra conciencia revolucionaria [...] Si las raíces y la historia de este país no se conocen, la cultura política de nuestras masas no estará suficientemente desarrollada. Porque no podríamos siquiera entender el marxismo, no podríamos siquiera calificarnos de marxistas si no empezásemos por comprender el propio proceso de nuestra Revolución, y el proceso del desarrollo de la conciencia y del pensamiento político y revolucionario en nuestro país durante cien años”. (1)
Esto le otorga al análisis  del objeto de estudio un carácter considerablemente más amplio, pero  en criterio del autor, aún limitado. Ni en lo meramente factológico, ni menos aún en  la esfera de las ideas, tal proeza  libertaria, hubiese sido posible sin la presencia indispensable de los forjadores de nuestra identidad, los Padres fundadores, como los denominase el Apóstol, portadores de un pensamiento signado por   una eticidad de profunda raigambre patriótica, que si bien, limitado entonces a los  marcos  del reformismo, que ya para la época y dadas las peculiares condiciones de nuestra patria, desempeña un papel  de trascendente progreso,  resulta la vía conducente al ideal independentista y que tuviese como atalayador  y agudo visionario a Félix Varela, desde fecha tan temprana como 1824.
Muchos años después, en un contexto diferente, un revolucionario de la talla de Ernesto Che Guevara valoraría como…”… la Revolución puede hacerse si se interpreta correctamente la realidad histórica y se utilizan correctamente las fuerzas que intervienen en ella, aun sin conocer la teoría. En toda revolución se incorporan siempre elementos de muy distintas tendencias que, no obstante, coinciden en la acción y en los objetivos más inmediatos de ésta. Es claro que si los dirigentes tienen, antes de la acción, un conocimiento teórico adecuado, pueden evitarse tantos errores, siempre que la teoría adoptada corresponda a la realidad”. (2)  
Tal aseveración, paradójicamente iconoclasta, solo es de  factible discernimiento en el reconocimiento  de que la Revolución Cubana se inicia  no ya desde el propio 10 de octubre de 1868, sino incluso desde mucho antes, con el nacimiento del reformismo liberal ilustrado, a fines del siglo XVIII, que nos revela  un único proyecto liberador,  que transita inicialmente por la búsqueda de un pensamiento propio, alcanza su más alta cota en la lucha de nuestro pueblo por su independencia del colonialismo español y discurre de forma  ininterrumpida por diversas etapas, enmarcadas en disímiles contextos, siempre signados por momentos significativos de nuestro decursar socio-histórico, sean estos  la República nacida el 20 de mayo de 1902, con sus conocidas limitaciones en el ejercicio de una plena soberanía, pero República al fin,  hasta el proceso revolucionario triunfante el primero de enero de 1959.
Es válida la acepción, aparentemente consensuada, acorde a la bibliografía consultada de prestigiosos   historiadores y especialistas (Ver bibliografía),  que la ideología de la Revolución Cubana , en su última etapa, iniciada por el asalto al Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953 y afianzada en su llegada al poder el primero de enero de 1959, se nutre de tres fuentes esenciales: el legado histórico del pensamiento progresista cubano del siglo XIX y la primera mitad del XX; el invalorable ideario martiano, siempre trascendente, por su hondura y profetismo y la ideología marxista-leninista, en sus diversas variantes y acepciones, que se integra con Carlos Baliño, se enriquece con Julio Antonio Mella y Rubén Martínez Villena y se consolida con Fidel Castro.
En su gradual construcción e instauración, ya desde el poder, no exenta de yerros y aciertos, creatividad e incongruencias, racionalidad y voluntarismo, se yergue  en los primeros años, reciente aún la triunfante gesta heroica, en depositaria de las más válidas aspiraciones de justicia social de un  pueblo, tantas veces preterido, que se incorpora mayoritariamente a la edificación de la nueva sociedad, a que todos aspiran, desde sus personales intereses, sueños  y necesidades.
El discurso político de su máximo líder Fidel Castro, traspira en ese momento un  espíritu de rebeldía, portador de las tan ansiadas renovaciones, insuflado de una eticidad poco común, que inspira y emociona.
En horas de la noche del mismo primero de enero de 1959, en el histórico Parque Céspedes de Santiago de Cuba, el carismático líder revolucionario  pronuncia en masiva y entusiasta concentración popular, el ya antológico discurso, tantas veces publicitado  donde valora como…“…al fin hemos llegado a Santiago.  Duro y largo ha sido el camino, pero hemos llegado [...] La Revolución empieza ahora; la Revolución no será una tarea fácil, la Revolución será una empresa dura y llena de peligros, sobre todo, en esta etapa inicial [...] Nunca nos dejaremos arrastrar por la vanidad ni por la ambición, porque como dijo nuestro Apóstol: toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz, y no hay satisfacción ni premio más grande que cumplir con el deber, como lo hemos estado haciendo hasta hoy y como lo haremos siempre.  Y en esto no hablo en mi nombre, hablo en nombre de los miles y miles de combatientes que han hecho posible la victoria del pueblo; hablo del profundo sentimiento de respeto y de devoción hacia nuestros muertos, que no serán olvidados.  Los caídos tendrán en nosotros los más fieles compañeros.  Esta vez no se podrá decir como otras veces que se ha traicionado la memoria de los muertos, porque los muertos seguirán mandando”.  (3)
Inspirada en los anhelos siempre vigentes de la República pensada por Martí, desbrozada en su andar guerrero bajo el filo del machete mambí; frustrada con la imposición de la Enmienda Platt; repensada en la obra de tanto intelectual valioso, que peculiariza el siglo XX;  resucitada en la actividad revolucionaria estudiantil de las décadas del 20 y del  30;  defendida en  los años 40 y 50 desde la tribuna pública por líderes honestos, contra los defenestradores de la moral pública y tantas veces engañada por políticos y militarotes sin conciencia, nada pudo desvanecer el sueño de gobernantes éticamente irreprochables.  El carismático líder ortodoxo Eduardo (Eddy) Chibás, quien lidera la avasalladora campaña política de “vergüuenza contra dinero”, clama por que solo…"…la feliz conjunción de factores naturales tan propicios a un gran destino, unido a la alta calidad de nuestro pueblo, solo espera la gestión honrada y capaz de un equipo gobernante que esté a la altura de su misión histórica". (4)
Prédica de vidente profecía, en una República surgida como resultado de  una lucha de más de treinta años, anegada por la sangre de miles de patriotas, pero cínicamente traicionada, por una sucesión de gobiernos, que vieron en la patria, pedestal y no ara, como reclamase el Apóstol. Desde el “austero”  Estrada Palma, de bolsa cerrada y proverbial tacañería, que se negó a inversiones productivas, en un país diezmado por la guerra devastadora, y  vióse obligado a renunciar a la ciudadanía foránea que ostentaba, para ser llevado a la presidencia de la nación, en andas de la ocupación militar norteamericana, a la cual reclamase vergonzosamente, en 1906, la segunda intervención; transitando por José Miguel Gómez, Mario García Menocal y Alfredo Zayas, siempre incondicionales al capital foráneo y a la oligarquía nacional, a la cual representaban, e instauradores del nepotismo, el robo de los fondos públicos y la más burda politiquería; continuando con los gobiernos auténticos de Ramón Grau San Martín y Carlos Prío Socarrás, donde el latrocinio gubernamental alcanzó su más  alto nivel, sistemáticos aupadores del gangsterismo, financiado por los funcionarios, a los que servían; hasta continuarse en los desgobiernos de Fulgencio Batista, el primero, nacido de un movimiento inicialmente revolucionario, el 4 de septiembre de 1933, al que traicionó, y que impuso hasta 1944, la más feroz represión contra sus numerosos opositores  y que retornase tras el golpe de estado del 10 de marzo de 1952, e hizo del crimen y la tortura sus principales instrumentos de gobierno.
La esperanza renacida tras la  promulgación de las  primeras leyes    en la primera década del proceso revolucionario; de las victorias de nuestro pueblo frente a agresiones y crímenes inenarrables, con su saldo trágico de víctimas inocentes;  la existencia de una  aún precaria  unidad revolucionaria  en sistemática confrontación frente a enemigos internos y foráneos,  fuesen estos promovidos por sectarismos o ambiciones personales, de grupos y clases no parece menguar un ideal que sea  triunfante a todos las  adversidades.
El ejemplo del Che, paradigmática  expresión del espíritu revolucionario, preconiza en su momento, con su ejemplo personal, por la formación del hombre nuevo, al que todos aspiramos sean nuestros hijos, deseo acrecentado tras su trágica inmolación internacionalista en Bolivia.
Ya arribados al siglo XXI  tales sueños aun no se cumplen. Convivimos con la presencia, como cáncer maligno, en el entramado social, con una proliferación de la corrupción, la  crisis de valores, el burocratismo, la ineficiencia económica, la supeditación de los intereses sociales a las vanidades personales, la  doble moral y la mediocridad en los resultados del trabajo.
Fidel Castro en el Aula Magna de la Universidad de La Habana el 17 de noviembre de 2005, en el 60º Aniversario de su ingreso en el alto centro de estudios, expresaba al respecto, ante esas problemáticas, ya transcurridas más de cinco décadas del triunfo revolucionario como... "…a mí me ha hecho pensar en estos temas la idea, para mí clara, de que los valores éticos son esenciales, sin valores éticos no hay valores revolucionarios [...]. Pienso que la experiencia del primer Estado socialista, Estado que debió arreglarse y nunca destruirse, ha sido muy amarga. No crean que no hemos pensado muchas veces en ese fenómeno increíble mediante el cual una de las más poderosas potencias del mundo, que había logrado equiparar su fuerza con la otra superpotencia, un país que pagó con la vida de más de 20 millones de ciudadanos la lucha contra el fascismo, un país que aplastó al fascismo, se derrumbara como se derrumbó [...]. ¿Es que las revoluciones están llamadas a derrumbarse, o es que los hombres pueden hacer que las revoluciones se derrumben? ¿Pueden o no impedir los hombres, puede o no impedir la sociedad que las revoluciones se derrumben? Podía añadirles una pregunta de inmediato. ¿Creen ustedes que este proceso revolucionario, socialista, puede o no derrumbarse? ¿Lo han pensado alguna vez? ¿Lo pensaron en profundidad? ¿Conocían todas estas desigualdades de las que estoy hablando? ¿Conocían ciertos hábitos generalizados? ¿Conocían que algunos ganaban en el mes cuarenta o cincuenta veces lo que gana uno de esos médicos que está allá en las montañas de Guatemala, miembro del contingente “Henry Reeve”? Puede estar en otros lugares distantes de África, o estar a miles de metros de altura, en las cordilleras del Himalaya salvando vidas y gana el 5%, el 10%, de lo que gana un ladronzuelo de estos que vende gasolina a los nuevos ricos, que desvía recursos de los puertos en camiones y por toneladas, que roba en las tiendas en divisa, que roba en un hotel cinco estrellas, a lo mejor cambiando la botellita de ron por una que se buscó, la pone en lugar de la otra y recauda todas las divisas con las que vendió los tragos que pueden salir de una botella de un ron, más o menos bueno[...]. Les hice una pregunta, compañeros estudiantes, que no he olvidado, ni mucho menos, y pretendo que ustedes no la olviden nunca, pero es la pregunta que dejo ahí ante las experiencias históricas que se han conocido, y les pido a todos, sin excepción, que reflexionen: ¿Puede ser o no irreversible un proceso revolucionario?, ¿cuáles serían las ideas o el grado de conciencia que harían imposible la reversión de un proceso revolucionario? Cuando los que fueron de los primeros, los veteranos, vayan desapareciendo y dando lugar a nuevas generaciones de líderes, ¿qué hacer y cómo hacerlo? Si nosotros, al fin y al cabo, hemos sido testigos de muchos errores, y ni cuenta nos dimos. Es tremendo el poder que tiene un dirigente cuando goza de la confianza de las masas, cuando confían en su capacidad. Son terribles las consecuencias de un error de los que más autoridad tienen, y eso ha pasado más de una vez en los procesos revolucionarios. Son cosas que uno medita. Estudia la historia, qué pasó aquí, qué pasó allí, qué pasó allá, medita lo que ocurrió hoy y lo que ocurrirá mañana, hacia dónde conducen los procesos de cada país, por dónde marchará el nuestro, cómo marchará, qué papel jugará Cuba en ese proceso[...]. Fue por eso que dije aquella palabra de que uno de nuestros mayores errores al principio, y muchas veces a lo largo de la Revolución, fue creer que alguien sabía cómo se construía el socialismo. Hoy tenemos ideas, a mi juicio, bastante claras, de cómo se debe construir el socialismo, pero necesitamos muchas ideas bien claras y muchas preguntas dirigidas a ustedes, que son los responsables, acerca de cómo se puede preservar o se preservará en el futuro el socialismo. ¿Qué sociedad sería esta, o qué digna de alegría cuando nos reunimos en un lugar como este, un día como este, si no supiéramos un mínimo de lo que debe saberse, para que en esta isla heroica, este pueblo heroico, este pueblo que ha escrito páginas no escritas por ningún otro en la historia de la humanidad preserve la Revolución? [...] todo un pueblo que, a pesar de nuestros errores, posee tal nivel de cultura, conocimiento y conciencia que jamás permitiría que este país vuelva a ser una colonia de ellos. Este país puede autodestruirse por sí mismo; esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos; nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra [...]”. (5)
Ante tal problemática, como una posibilidad siempre acechante, resulta imprescindible detenernos a analizar que papel desempeña en tales circunstancias la ideología de la Revolución Cubana. ¿Debemos decretar su total inoperancia  en su asimilación por las nuevas generaciones? ¿Perdió su trascendencia en la época actual el ideario de nuestros próceres? ¿Acaso seremos cómplices de un  fracaso del ideal marxista-leninista en Cuba,  objetivado en una Revolución que se revela como expresión y ejemplo para otros pueblos en  la América nuestra, que soñara Martí, convirtiéndonos así en victimarios de las más justas aspiraciones de sus pueblos, perennemente marginados, excluidos de participar en la toma de decisiones, que a nadie más que a ellos afectan, masacrados por dictaduras sacralizadas, aupadas y apoyadas por las oligarquías nacionales?    
Evidentemente la República nacida el 20 de mayo de 1902, a la que aspiraba Martí, resulta  frustrada. El pueblo que soñó con ver instaurado un sistema de gobierno,  con todos y para el bien de todos, como éste ansiaba, había sido traicionado. Bajo el mandato de “Generales y doctores”, como nos mostrara Carlos Loveira, en su antológica novela, en la medianía del siglo XX, los intereses populares eran relegados ante las ambiciones de gobernantes  corruptos,  incapaces de asumir la ética como principio insustituible para el ejercicio político, en aquella democracia representativa. Democracia para las  clases más acomodadas o aspirantes a serlo, siempre  dispuestas a la genuflexión fácil, ante los más turbios intereses anti populares; representativa para los mismos sectores que vulneraban con desfachatez los principios más elementales de moralidad ciudadana.
Al respecto, recordemos las palabras pronunciadas por Fidel Castro  en la ciudad de Camagüey el 4 de enero de 1959 cuando valora que…“…cuando un gobernante actúa honradamente, cuando un gobernante está inspirado en buenas intenciones, no tiene por qué temer a ninguna libertad. Si un gobierno no roba, si un gobierno no asesina, si un gobierno no traiciona a su pueblo, no tiene por qué temer a la libertad de prensa, por ejemplo,  porque nadie podrá llamarlo ladrón, porque nadie podrá llamarlo asesino, porque nadie podrá llamarlo traidor [...] ¿Qué podemos nosotros pedir del pueblo más de lo que el pueblo nos ha dado?  ¡Ningún poder, ninguna riqueza, ningún bienestar podrá jamás compararse con la emoción del cariño unánime de un pueblo!   Esto no se sacrifica por nada ni por nadie.  Solo los miserables, los que son incapaces de sentir,  podrían despreciar el amor despertado en un pueblo [...] Nuestra patria necesitaba la lealtad de sus hombres públicos, que se aboliera de una vez y para siempre tanta lacra, tanto vicio, tanta corrupción, tanto desorden en todos los aspectos”. (6)
La ideología de la Revolución Cubana, que nace en un momento singular de nuestra patria, transita ininterrumpidamente por momentos trascendentes de nuestro decursar histórico, entre apologías y diatribas, imprescindibles pero limitadas  rectificaciones y en no escasas ocasiones,  con la perniciosa  tendencia al distanciamiento entre el decir y el hacer del discurso político, factor frustrante para las expectativas ciudadanas y atentatoria a sus más legítimos intereses y demandas.
La endeblez de nuestra economía, como evidente Talón de Aquiles en nuestra patria, , signada en no pocas ocasiones por la ineficiencia y la improvisación voluntarista en la toma decisiones así como la creciente corrupción que se materializa y germina, como  funesta semilla desmoralizadora,  en la turbia actuación de determinados dirigentes, funcionarios y empleados  que vegetan en los diferentes niveles de dirección y extendida, como una  ostensible pandemia, a otros diversos sectores; el no avistamiento a corto plazo de un relevo  generacional con el carisma y las posibilidades reales para asumir la dirigemcia en la necesaria continuidad histórica; el poco espacio y promoción a las discrepancias que se manifiestan, desde posiciones revolucionarias, de talentosas personalidades, nacidas en fecha posterior a 1959, aportadoras de  bien fundamentados criterios y juicios críticos; el inmovilismo o extrema lentitud en adoptar las transformaciones necesarias en el Modelo económico y político vigente durante décadas, no obstante los positivos pasos dados en el último lustro y las anunciadas proyecciones futuras; la vigencia de una ley electoral que reclama imperativas  transformaciones; las limitaciones en la participación más efectiva y real de la ciudadanía, en la toma de decisiones esenciales para la nación, en su integralidad, que debe partir desde la democrática consulta popular, en un proceso despojado de todo formalismo; la urgente construcción de una sociedad civil, realmente autónoma, aún lastrada por un obsoleto verticalismo que se arroga el dudoso derecho, en la designación de los principales dirigentes en las organizaciones de masas  e instituciones representativas de importantes sectores de la sociedad; no otorgar a los medios de difusión, como importante componente de la misma, una más amplia libertad de información y valoración de la realidad nacional, sin verdades a medias, limitaciones incongruentes en las informaciones brindadas al pueblo, aherrojada por tabúes y absurdas prohibiciones, tan perjudiciales a los verdaderos intereses de  la nación y del pueblo así como la insuficiente  libertad de discrepancia, en todos los niveles, erradicando de una vez por todas el falso unanimismo, que solo facilita otorgar laureles de falso patriotismo a una minoritaria oposición subvencionada por Estados Unidos y sus aliados, sin  ningún arraigo popular; sobrevivencia de ineficaces mecanismos en la instrumentación y  aplicación en la propaganda ideológica, frecuentemente reiterativa, formal, poco efectiva  y de limitada influencia, particularmente para las nuevas generaciones. Y otros tantos lastres ideológicos, que aún subsisten y merman el funcionamiento del estado, organizaciones e instituciones.
Lo anterior nos motiva a abordar esta problemática con la mayor honestidad, sin temores de avestruz, siempre acorde a nuestras limitadas capacidades. Dilucidar los factores que limitan la influencia de las ideas de nuestros predecesores,  enriquecidas en la práctica de la cotidiana construcción socialista, presentes en la Ideología de la Revolución Cubana, nos conduce a la reflexión y al pronto actuar, tanto a los que compete, en función de sus altos cargos o a los  que,  laboran en el más humilde taller, trabajan la tierra o siembran conciencias, desde el aula o con la pluma, el arte o la ciencia.