LOS COMPONENTES ÉTICO-POLÍTICOS EN LA IDEOLOGÍA DE LA REVOLUCIÓN CUBANA. PRIMERA PARTE

LOS COMPONENTES ÉTICO-POLÍTICOS EN LA IDEOLOGÍA DE LA REVOLUCIÓN CUBANA. PRIMERA PARTE

Raúl Quintana Suárez (CV)
Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona

Volver al índice

5,4.- Francisco de Arango y Parreño (1765-1837)

Abogado y lúcido economista, Arango y Parreño se erige como  personalidad de singular relieve en la  Cuba de su época. Si bien marcado por sus tendencias reformistas, que lo sitúan como abanderado del liberalismo económico, en el momento que le cupo vivir, no es capaz de rebasar en lo político, los estrechos límites que le imponen los intereses de la clase que representa. Prestigioso  ideólogo de los ricos hacendados criollos, si bien defiende la esclavitud y la trata, acorde a los beneficios que esta representa en la imperante economía de plantación, es sin duda un agudo representante de la naciente burguesía, que adopta en Cuba, muy distante a lo ocurrido en Europa, particulares características.
Ya este vislumbra desde fecha temprana, como en la debacle que sufre la industria azucarera en Haití, en la última década del siglo XVIII, la oportunidad para su clase y su país, que ya distingue como  suyo, con sus  propios intereses y aspiraciones, respecto a los de la metrópoli. Partidario de la implementación de técnicas de cultivo más productivas y eficientes; la modernización de la industria; la selección de semillas de alta calidad; liberar al comercio de trabas y gabelas restrictivas y otros  estímulos a la producción agrícola más diversificada, sus propuestas se ven limitadas, como gran contradicción,  por la existencia de un sistema de explotación agrícola de plantación, que si bien enriquece a la clase que representa,  retarda y entorpece el desarrollo de la economía del país.  En su más conocido “Discurso sobre la agricultura de La Habana y medios de fomentarla” (1792)  este declara su preocupación de que…“…ya nadie niega ni duda que la verdadera riqueza consiste en la agricultura, en el comercio y las artes, y que si la América ha sido una de las causas de nuestra decadencia, fue por el desprecio que hicimos del cultivo de sus feraces terrenos, por la  preferencia y protección que acordamos a la minería, y por el miserable método con que hacíamos nuestro comercio” (54).
Ello lo lleva a reflexionar, en fundamentación de sus propuestas, como…“…todos saben que la economía del trabajo de los hombres consiste en suplirlos por máquinas o bestias, y que el tiempo y la experiencia sirven para perfeccionar las máquinas, pues en los ingenios de La Habana, no se usan otras que las que llevaron de Andalucía los primeros fundados. La caña se muele con trapiches de madera y al lento impulso de cuatro palancas, igualmente de madera, oblicuamente colocadas y tiradas por bueyes”. Para agregar…”…no hay molino de viento o agua, ni una idea de lo que es esto; cuando en las colonias extranjeras, además de ser estos muy comunes, usan trapiches de hierro, bien construidos; colocan las palancas o manjarrias casi horizontalmente y consiguen mayor cantidad de caña en el mismo espacio de tiempo” (55).
En el mismo empeño redacta el enjundioso “Informe del Síndico en el expediente instruido por el Consulado de la Habana, sobre los medios que conviene proponer para sacar la agricultura y comercio de la Isla del apuro en que se hallan” (1808) donde reitera sus propuestas de apertura al comercio para la colonia, suprimiendo trabas y prohibiciones; priorizar la atención al cultivo de la caña y la producción azucarera, aprovechando la debacle acontecida en la economía de la vecina isla y estimular otros cultivos y producciones complementarias.
Arango,  resulta un sistemático defensor de la permanencia de la esclavitud aunque reconoce la injusticia de la misma. Al respecto, en su informe a las Cortes, el 20 de julio de 1811,  expresa, utilizando como ejemplo lo acontecido en los Estados Unidos de Norteamérica como…”…el único pueblo de la tierra antigua y de la tierra moderna que, con respecto a este asunto,  se ha encontrado en nuestro caso, es el angloamericano,  en la memorable época de la conquista y establecimiento de su independencia, y que por tanto debemos examinar sus pasos, no para que sirvan de regla, sino de guía a los nuestros. Duró trece años  la fiera y heroica lucha de ese magnífico pueblo, y el mismo Congreso que la empezó, la acabó; pero en toda ella la voz del Gobierno o de la Ley general de aquellos Estados estuvo tan silenciosa sobre el tráfico y la suerte de sus negros, como lo pedía la prudencia, como lo exigían las muy preferentes y multiplicadas atenciones de la salvación de la Patria, y como lo demandaba la imperfecta organización de la Representación nacional. Cada provincia, pues, siguió con absoluta franqueza las reglas que creyó mejores, y fueron tan diferentes, como era su modo de pensar y situación respectiva”
Para agregar:
“Finalizóse la guerra; hablóse de Constitución. Se estableció para hacerla un Cuerpo  de Representantes con título de Convención, y entonces se vino  a hablar de introducción de esclavos y arreglo de esclavitud. Pero ¿de qué manera? ¿Con qué circunspección, Señor? ¿Con qué miramientos por los derechos provinciales, o aún por los errores y  extravíos de la opinión individual? [...] La filantropía negrera nació- añade-, como V.M. sabe, en las felices regiones que gozan de los beneficios de esta Constitución: y antes de sancionarla, aun antes de que se convocara la Convención que la hizo, eran tanto los progresos que a favor de los esclavos había hecho la doctrina del Patriarca de Pennsylvania, que ya diferentes provincias de su grado habían dispuesto que se cerrara la puerta a nueva introducción de negros, y se abriesen mil caminos para hacer libres y útiles a los siervos existentes. Pues, con todo eso, Señor, bastó que en otras provincias o no hubiese igual clemencia, o lo que es más natural, no hubiese iguales proporciones para ejercitarla entonces; bastó, decimos, esta consideración para que la Constitución tan benéfica, o de principios tan liberales, no se abstuviese sólo de canonizar los de Penn, sino que se impusiera la obligación precisa de no impedir en veintiún años la introducción de esclavos. Lo más notable de esto; lo es el desprendimiento de toda intervención en la economía de la esclavitud existente” (56)
Muy distante de Varela en su visión política acerca de  la realidad de su tiempo, no obstante, aún en los estrechos marcos en que lo sumió su dependencia a los intereses de la clase que representaba, pudo discernir en lo más conveniente para el progreso de su patria que ya se sentía como suya.