Es un hecho  reconocido que en el proceso de   reproducción ideal del mundo el hombre no sólo refleja los objetos tal  como existen  con independencia de sus  necesidades e intereses, sino que, además, los enjuicia desde el ángulo de la  significación que estos objetos poseen, es decir, los valora positiva o  negativamente. Por cuanto el sujeto de la valoración coincide con el sujeto del  conocimiento, es incuestionable que entre los procesos cognoscitivos  y valorativos se establece una relación de  condicionamiento mutuo. 
  Por otra  parte, la valoración constituye aquel proceso de la conciencia humana en el  cual se unen, por un lado, cierta información acerca de los objetos y fenómenos  de la realidad objetiva y, por el otro, determinada información acerca del estado  de las necesidades del sujeto valorante. De ahí el estrecho vínculo de la  valoración con la actividad práctica, ya que es precisamente esta última la que  "determina el vínculo del objeto con lo que necesita el hombre".  (Lecciones de Filosofía).
  Ante todo,  es necesario establecer la diferencia entre dos conceptos que, debido a su  estrecha relación y raíces etimológicas comunes, a menudo se confunden: nos  referimos a los conceptos de valor y de valoración.
  En general,  por valor se entiende la propiedad funcional de los objetos consistente en su  capacidad (o posibilidad) de satisfacer determinadas necesidades humanas y de  servir a la actividad práctica del   hombre.  Valor es la significación  socialmente positiva que adquieren, estos objetos y fenómenos, al ser incluidos  en el proceso de actividad humana.  Por  supuesto, no se trata de cualquier significación, sino de la significación  positiva, no para cualquier individuo tomado aisladamente,  sino para las necesidades objetivas del  desarrollo progresivo  de la sociedad.  Así entendido, el  valor adquiere  una dimensión social y a la vez objetiva,  puesto que él     depende no de   los   gustos,   deseos  e inclinaciones subjetivas de un  individuo  aislado, sino de las objetivas  regularidades objetivas del desarrollo social.
  En esto se  diferencia precisamente el valor de la valoración. Esta última depende de  las  necesidades, gustos, deseos e  inclinaciones del sujeto y, en este sentido, es subjetiva; lo cual no niega la  posibilidad (y hasta cierto punto, la necesidad) de que ella posea un contenido  objetivo y de hecho sea socialmente condicionada. El valor, por sí mismo, no  puede ser ni verdadero ni falso; él es objetivo y no depende directamente de la  actividad cognoscitiva o valorativa del hombre, sino que es determinado por el  lugar que ocupa el objeto en el sistema objetivo de relaciones sociales.  Verdadero o falso puede ser sólo su reflejo en la conciencia del hombre,  reflejo que se realiza precisamente en forma de valoración. La valoración, por  tanto es expresión de la relación subjetiva con el valor (o, más exactamente,  con la significación, y por eso puede ser verdadera, si se corresponde con el  valor) y falsa (si no se corresponde con él). Por lo tanto es  necesario    diferenciar    los    valores     reales objetivamente existentes, de aquellos que son tomados como tales  a causa de la actividad valorativa del hombre y que muchas veces hace pensar en  el carácter subjetivo de los primeros. 
  En resumen,  la valoración podemos definirla como el reflejo en la conciencia del hombre de  la significación que para él poseen los objetos, fenómenos y procesos de la  realidad que le rodea. La valoración representa un complejísimo proceso en el  que encuentran expresión la significación social del objeto, las necesidades,  intereses y fines del sujeto, sus procesos efectivos y emocionales, su  experiencia acumulada. Especial significado tienen tanto para la valoración  como para el propio conocimiento la relación mutua entre ellos.
Se puede  decir que no hay valoración sin conocimiento. Sin embargo, tan válida como ésta  es también la siguiente tesis: no hay conocimiento sin valoración. En efecto,  el reflejo cognoscitivo de la realidad siempre es mediado   directa   o   indirectamente  por    los procesos valorativos. El hombre no es un espejo que reproduce con  absoluta indiferencia el mundo existente fuera de él, sino que también lo  interpreta, lo valora. Veamos, entonces, más detalladamente  la influencia de la valoración sobre  conocimiento.
  La teoría  Marxista Leninista  contiene ya en su  fundamento un principio rector para la comprensión científica de la dialéctica  de la interrelación de los procesos valorativos y cognoscitivos: el principio  del conocimiento histórico-social y práctico del reflejo de la realidad  en la conciencia del hombre. 
  Todas las  valoraciones humanas tienen como fin último la actividad práctica de los  hombres. El hombre, como regla,  valora  en función de determinados fines prácticos. Por otro lado, la propia práctica  sería imposible sin la actividad valorativa dirigida al establecimiento de la  significación de los objetos y fenómenos que rodean al hombre, y como resultado  de la cual el sujeto elige, determina qué hacer, a qué acciones prácticas dar  preferencia. La valoración, por lo tanto, regula la actividad práctica de los  hombres, subyace en la base de la formación de las activaciones personales y  sociales que representan los estímulos directos de la actividad humana.  Precisamente las ideas, en particular las revolucionarias, surgidas como  resultado del proceso valorativo, dirigen la actividad de los hombres y, al ser  asumidas por las masas, se convierten en una fuerza material capaz de conducir  a transformaciones radicales de la vida social. Por eso las valoraciones,  basadas en los intereses y necesidades de las grandes masas, poseen un  significado extraordinario para la transformación práctica de la realidad. La  divulgación de estas ideas entre las masas ha permitido hacer, a través de la  historia, lo que otras motivaciones más directamente materiales, más egoístas  y, tal vez, con más  recursos, no han  podido lograr.
Por lo tanto, el aspecto valorativo de la actividad humana está estrechamente vinculado a la capacidad creadora del hombre en todas sus manifestaciones, empezando por la propia creación práctica. El hombre crea porque valora la realidad, la asume críticamente, movido por las necesidades prácticas. En el camino de la libertad, como asunción práctica y creadora de la necesidad, el componente valorativo de la actividad humana ocupa un importante lugar en la actividad práctica transformadora, el hombre amplia los marcos de la libertad, estimula la elaboración de fines ideales y se esfuerza por su realización. En la relación libertad-necesidad el aspecto valorativo se determina como parámetro integrador en el movimiento dialéctico ser-deber ser, como factor impulsor en la búsqueda de lo nuevo, lo progresivo-significativo y útil para el hombre. Naturalmente, la orientación valorativa como expresión de la práctica, está condicionada socialmente, y actúa en correspondencia con los intereses ideo-clasistas que representa. En este sentido, la clase revolucionaria es portadora de valores que concuerdan con el desarrollo social y coinciden con lo nuevo, siendo, en general más libre su creación.