LA DESFOCALIZACIÓN DEL CENTRO DEÍCTICO A TRAVÉS DE LA SEGUNDA PERSONA DEL SINGULAR

LA DESFOCALIZACIÓN DEL CENTRO DEÍCTICO A TRAVÉS DE LA SEGUNDA PERSONA DEL SINGULAR

Hyagna Cabello Peña (CV)
Hermes Infante Miguel
(CV)
Universidad de Oriente

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1.2 La cortesía verbal.

La cortesía, que ha existido en todos los tiempos, ha sido definida por distintos autores tanto desde el punto de vista lingüístico como social. En el Diccionario de la Real Academia Española aparece como la demostración o acto con que se manifiesta la atención, respecto o afecto que tiene una persona a otra. En 1966, Maria Moliner la define como el conjunto de reglas mantenidas en el trato social, con las que las personas se muestran entre sí consideración y respeto (Apud. Álvarez, 2005: 8), definición que resulta más satisfactoria por enfocar tanto el carácter social como el convencional de la cortesía.
Por otra parte, Fraser sostiene que la cortesía verbal reside esencialmente en lo que llama “contrato conversacional”. Por este contrato entiende los derechos y las obligaciones mutuas de las personas que traban una conversación. Según él, podemos decir que una locución es cortés en el sentido de que el hablante, a juicio del oyente, no viole los derechos u obligaciones vigentes en ese momento en que la profiere (Haverkate, 1994: 15)
Como advertimos anteriormente, la distancia social (Vid supra subacápite 1.1.1) es una de las relaciones básicas que se establecen entre los elementos de la comunicación: une a emisor y destinatario. Los estudios sobre esta relación y sus repercusiones sobre el modo en que usamos la lengua se agrupan bajo la denominación genérica de estudios de cortesía (Escandell, 1999: 23) Según esta autora la distancia se mide con respecto a dos ejes fundamentales:
 - Jerarquía: Está determinada por la relación “vertical” entre los interlocutores en función tanto de las características físicas inherentes a cada individuo (edad, sexo, parentesco) como de los roles sociales que tienen atribuidos y que resultan relevantes para el intercambio (jefe, secretario). Tanto las características inherentes como los roles sociales pueden dar lugar a relaciones simétricas (coetáneos, compañeros de estudio, colegas de trabajo) o asimétricas (viejo / joven, cliente / empleado, médico / paciente, profesor / alumno).
- Familiaridad: Está determinada por la relación “horizontal” que establece el grado de conocimiento previo (desconocidos, conocidos, amigos íntimos). El tipo de relación determina la distancia lingüística que se establece entre los interlocutores y que se manifiesta, entre otras cosas, en la elección de fórmulas de tratamiento. En el español hay dos formas de tratamiento pronominal: una informal y familiar () y otra formal y de distancia (usted)1 (Ibid: 24).
Una de las líneas de investigación de la cortesía más desarrollada y fructífera es la que se ocupa de analizar la interacción entre las dos relaciones básicas, es decir, entre la distancia social y las intenciones comunicativas. La relación entre los interlocutores se toma en consideración en intercambios comunicativos concretos, en los que operan e intervienen las intenciones y las acciones. Estas últimas no tienen todas la misma repercusión sobre las relaciones entre los interlocutores; por ejemplo, no es lo mismo prometer que amenazar (Ibid: 25).
En el análisis de la cortesía verbal ha desempeñado un papel importante el concepto de imagen, que se presenta como un constructo social, una máscara compuesta no solamente por nuestra apariencia física, sino también por nuestra historia, por nuestras creencias, por nuestros sentimientos sobre nosotros mismos y por las actitudes de los demás hacia nosotros; es nuestra existencia y nuestro ser en sociedad (Álvarez, 2005: 26).
La imagen se compone de dos aspectos: la imagen negativa2 y la positiva. El primero es el deseo de cada uno de no ser invadido en su espacio personal, de no ser agredido y la necesidad de que no se lesione la libertad de acción de cada cual. Por el segundo se entiende el deseo de tener el aprecio de los demás y de que se cumplan los deseos personales (Idem).
La vida en sociedad es un constante peligro para la imagen; de ahí la necesidad de la cortesía, que viene a poner a salvo, o bien el territorio de cada uno cuando la cortesía es negativa o mitigadora, o bien la construcción de esa máscara personal, lo que la convierte en un contrato de conservación de la imagen de cada uno (Ibid: 9). Según H. Haverkate, la cortesía solo entra en juego cuando el hablante burla o incumple las máximas conversacionales de Grice 3, aunque la interpretación de cortesía o descortesía depende del interlocutor, que es quien juzga el efecto perlocutivo del acto de habla, independientemente de la intención comunicativa del emisor (Bidot, 2007: 70).
Es importante señalar que aunque las normas de cortesía determinan el estilo de la interacción verbal, no afectan al contenido proposicional de lo que se comunica. De ahí que funcionen como reglas regulativas, o sea, regulan formas de comportamiento humano que existían ya antes de crearse estas reglas (Haverkate, 1994: 15).
Entre los modelos de estudio de la cortesía destacan: las reglas de cortesía de R. Lakoff como primer intento de extender la idea de regla de la gramática para dar cuenta de la adecuación pragmática; el principio4 de cortesía de Leech5 , quien ya no establece reglas, sino desarrolla una serie de máximas al estilo de las de Grice y como complemento de sus principios conversacionales; y el modelo de P. Brown y Levinson6 , que pretende completar el de Grice, añadiéndole la faceta interpersonal de la que carecía ( M. V Escandell, 1993. Apud. Bidot, 2007: 69).
En 1973, Lakoff distingue tres estrategias verbales básicas para asegurar la cortesía:

  1. No impongas tu voluntad al interlocutor.
  2. Indica opciones.
  3. Haz que tu interlocutor se sienta bien; sé amable.

                                                                           (Haverkate, 1994: 16)
Estas máximas no enfocan la interacción verbal desde la misma perspectiva; es decir, (I) y (II) representan estrategias desarrolladas típicamente por hablantes exhortativos, mientras que (III) tiene un alcance general y no se asocia con ningún acto verbal en especial.  Esta última no tiene como función primaria prevenir que el interlocutor se sienta amenazado, sino crear en él la impresión de que le consideran como una persona respetable y apreciable (Ibid: 16- 17).
Las dos clases de cortesía manifestadas mediante las estrategias (I) y (II), por una parte, y la (III), por otra, se denominan cortesía negativa y cortesía positiva, respectivamente. Ningún hablante, cualquiera que sea su lengua materna, es capaz de expresarse de forma neutra: sus locuciones son corteses o no lo son (Ibid: 17).
La cortesía positiva es un recurso estratégico del que se sirve el hablante para conseguir diferentes objetivos perlocutivos: reforzar o proteger la imagen social del interlocutor y manifestarle que el hablante le considera digno de formar parte del grupo o de la clase social a la que él mismo pertenece. Esta forma de solidaridad puede designarse adecuadamente  con el término inglés in-group-solidarity (solidaridad de grupo) (Ibid: 34). La cortesía negativa se utiliza para minimizar el coste para el interlocutor, así como para atenuar mensajes que afecten la imagen del mismo; se trata de salvaguardar la imagen del otro.
A la hora de estudiarse los presupuestos teóricos de la cortesía verbal es necesario tener en cuenta los distintos niveles de análisis de su comportamiento7 . En el primer nivel Haverkate hace una distinción entre la cortesía comunicativa y la cortesía no comunicativa. Esta última es puramente instrumental y se da en acciones como ceder el asiento a una persona mayor (Ibid: 35).
En nuestra investigación, debido a que tomamos en consideración el proceso de comunicación, la interacción, seguimos la línea de la cortesía  comunicativa, de la cual se derivan la cortesía lingüística y la no lingüística. Dentro de la primera, nos encontramos con la metalingüística y la no metalingüística. La metalingüística se actualiza a través de la comunicación fática y de la etiqueta conversacional utilizada esencialmente para mantener las relaciones cordiales entre los usuarios y sostener una conversación agradable con actos tales como prestar atención, asentir, emitir expresiones con un alto grado de redundancia, etc.; su función es crear una atmósfera grata, no trasmitir información ( Bidot, 2007: 73).
Dentro de la no metalingüística se establece fundamentalmente una distinción entre los actos de habla corteses y los no corteses. El rasgo distintivo de ambos concierne a los efectos interaccionales que suministra la realización del acto de habla: si redunda en beneficio del interlocutor, el acto es cortés; si no sirve a la finalidad intrínseca de beneficiar al interlocutor, es no cortés (Haverkate, 1994: 77).
La calificación ‘no cortés’ no debe tomarse como antónimo de ‘cortés’, sino en un sentido complementario, pues ‘no cortés’ no implica ‘descortés‘. Esta categoría se divide en dos subcategorías: los actos descorteses y los actos no descorteses, siendo estos últimos neutros en lo que respecta a la expresión intrínseca de cortesía, cuyos miembros más representativos son los actos asertivos (Vid supra subacápite 1.1.2) y los exhortativos (Haverkate, 1994: 77). A los primeros, debido a la relación que guardan con nuestro objeto de estudio, le dedicamos el próximo subacápite.

1 En la España del siglo XVI tú era el tratamiento que se daba a los inferiores o entre iguales con máxima intimidad; en otros casos, aun en confianza, se empleaba vos. Cuando se generalizó vuestra merced (si el trato no era con inferiores o con gente de confianza, se trataba de vuestra merced o vuestra señoría; la repetición originó el paso de vuestra merced a vuesa merced, vuesarced…voacé…vucé…vuced…vusted…usted) tú recobró terreno en el trato familiar. No toda América siguió esta innovación. En Argentina, Uruguay, Paraguay, etc., domina el vos en la conversación; en Panamá, Venezuela, Ecuador, alternan tú y vos. En la mayor parte del Perú y Bolivia, y en las Antillas, la vida social, más en contacto con las costumbres españolas, adoptó el uso de tú y eliminó el vos (Lapesa, 1983: 89).

2 La mayor parte de los estudios dedicados al concepto de imagen se centran en el análisis de las estrategias que sirven para proteger la imagen negativa del interlocutor. (Para ampliar vea Haverkate, 1994: 21-28).

3 El principio conversacional postulado por Grice es el que él denomina principio de cooperación , del cual se derivan las siguientes máximas:
- Máxima de la calidad: Concierne a la sinceridad del hablante, el cual sólo debe hablar de lo que cree verdadero y que puede probar adecuadamente.
- Máxima de la cantidad: Sólo debe proporcionarse la cantidad de información requerida por el objetivo del intercambio verbal; ni más ni menos.
- Máxima de la relación o pertenencia: Prescribe al hablante que sus contribuciones conversacionales sean relevantes, adecuadas al contexto lingüístico.
- Máximas de la manera o modo: Exige del hablante claridad y concisión. Es decir, evita usar expresiones oscuras o ambiguas.
Estas máximas están orientadas hacia el contenido proposicional de las contribuciones conversacionales. No abarcan el componente social de la interacción verbal y aunque la cortesía sólo entra en juego cuando el hablante incumple las máximas, no sirve de parámetro para definirlas, lo cual ha llevado a algunos investigadores a postular un sistema de máximas de cortesía como complemento de las máximas conversacionales de Grice (Haverkate, 1994: 43-47)

4 Grice hace una distinción entre principio y máxima. Un principio es una categoría fundamental, irreducible, que se toma como base para explicar la operación de una serie de categorías derivadas, que son las máximas (Haverkate, 1994: 43)

5 De todas las propuestas de sistemas de máximas de cortesía que se han hecho para complementar las de Grice, la más elaborada es la de Leech, quien establece un principio de cortesía  análogo al principio de cooperación de Grice, que se manifiesta a través de seis máximas formuladas en relación con los dos polos de la comunicación a los que denomina uno y otro:

  1. Máxima de tacto
  2. Minimiza el coste al otro.
  3. Maximiza el beneficio al otro.
  4. Máxima de generosidad

a)    Minimiza el beneficio propio.
b)    Maximiza el coste propio.
III)  Máxima de aprobación (En expresiones y aserciones)

  1. Minimiza las críticas dirigidas al otro.
  2. Maximiza las alabanzas dirigidas al otro.

IV)  Máxima de modestia
a)    Minimiza las alabanzas dirigidas a uno mismo.
b)    Maximiza las críticas dirigidas a uno mismo.
V)   Máxima de acuerdo o unanimidad
a)    Minimiza el desacuerdo entre uno mismo y el otro.
b)    Maximiza el acuerdo entre uno mismo y el otro.
VI)  Máxima de simpatía

  1. Minimiza la antipatía entre uno mismo y el otro.
  2. Maximiza la simpatía entre uno mismo y el otro (Lingüística actual, s.f.: 13-14)

De estas máximas, la de unanimidad y la de simpatía son las que están asociadas a los actos de habla asertivos (Haverkate, 1994: 48).

6 Cuatro años después de la aparición del libro de Leech, P. Brown y Levinson publican otra obra capital, y en cierto modo complementaria, sobre la cortesía. Éstos acentúan otros aspectos de la vida social que también tienen repercusión sobre las formas corteses: la imagen pública, aquella que el individuo tiene de sí mismo o que desea implantar en la sociedad (Lingüística actual, s.f.:14). Para ellos, la selección de las estrategias de cortesía depende de la correlación de factores como la distancia social, el poder y el grado de imposición que tiene en cada cultura el acto de habla según el grado de familiaridad o intimidad entre hablante y oyente, las diferencias relativas de poder entre hablante y oyente y el grado de amenaza o imposición contenida en la comunicación (Álvarez, 2005: 28).

7 Para una mejor comprensión de las subdivisiones mencionadas a continuación, vea el esquema elaborado por la Dra. Irina Bidot a partir de lo planteado por  H. Haverkate (Vid Anexo 2).