EL NACIMIETO DEL LIBERALISMO ECONÓMICO EN ANDALUCÍA

EL NACIMIETO DEL LIBERALISMO ECONÓMICO EN ANDALUCÍA

Eduardo Escartín González (CV)
Francisco Velasco Morente
Luis González Abril

Universidad de Sevilla

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ANÁLISIS Y REFLEXIONES SOBRE LA OBRA DE VADILLO

ENCUADRAMIENTO COMO ECONOMISTA

Vadillo, rico burgués, licenciado en derecho y político culto, puede ser considerado, en general, como un intelectual típico del Siglo de las Luces, al final del cual nació y se educó, y, en concreto, como un economista ilustrado y liberal.
Según Palomeque, en su Historia Universal (1967), rasgos característicos del Siglo de las Luces fueron el desarrollo y difusión de la cultura y, como él dice (Tomo II):
de los genuinos postulados renacentistas a través del racionalismo francés y del empirismo inglés de la centuria pasada, derivó este Setecientos, una forma de pensar "moderna" en la que todo conocimiento puede ser explicado por la fe en la razón humana soberana. Según sus adherentes, la razón había de perfeccionar a la humanidad hasta redimirla de las tradicionales creencias y conducirla a una nueva era de felicidad e ilustración. No obstante, en el aspecto del desarrollo general de la cultura, los intelectuales "ilustrados", [...], hicieron una labor positiva, emprendiendo por todos los medios la tarea de divulgar y aplicar toda clase de conocimientos. (p. 460).
afianzadas las ideas de Locke [...] el empirismo comenzó pronto a ganar el continente pasando primero a Holanda y después a Francia, el país del racionalismo, donde se transformó en la filosofía de la Ilustración, y de aquí irradió a España (ib., p. 461).
Una generación de escritores con las armas de la razón, del arte y de la ciencia pretendieron con gran fe liberar al mundo de la opresión y de la ignorancia. Entre los más destacados de esta generación enciclopedista venerada figura … Montesquieu [entre otros varios que cita Palomeque] (ib., p. 463).
Tanto Montesquieu como Locke son mencionados por Palomeque como autores que difundieron el espíritu del Siglo de las Luces; y éstos mismos son reiteradamente citados por José Manuel de Vadillo en su discurso, al igual que David Hume y Adam Smith, también nombrados por Palomeque (ib., pp 478 y 479): «Grandes prosistas de la segunda mitad del XVIII fueron el filósofo David Hume, creador de la historia filosófica, [...] y el economista Adam Smith».
Típico de la Ilustración fue emplear la razón para resolver los que parecían absurdos problemas heredados del pasado que se basaban en otros principios distintos de la razón (según Schumpeter –en su obra citada, p. 162 de la versión española–). Y, en consecuencia, se desató un afán por criticar y superar los vigentes postulados religiosos, políticos y económicos.
La Ilustración aportó la exaltación del individuo, poniéndolo en el centro de la sociedad. Así, ésta y el gobierno que la representa ya no debían sojuzgarlo; al contrario, tenían que ponerse al servicio de éste. A la par que esto se planteaba la necesidad de proteger la propiedad privada, porque era indispensable para lograr la independencia y la seguridad de los individuos.
Jonh Locke (1632-1704) asumió y difundió estos principios y se le atribuye la paternidad del liberalismo moderno y fuente de inspiración de Montesquieu (autor Del Espíritu de las Leyes), Rousseau (escritor de El Contrato Social) y otros intelectuales. Locke, en Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil (1998 [1690], pp. 36-142), predicaba que los hombres en estado de naturaleza son «iguales entre sí» y gozan «de perfecta libertad»; pero no están exentos de ley, porque en la propia naturaleza rige la ley natural. Ésta es perceptible a la razón y dicta que «ninguno debe dañar a otro en lo que atañe a su vida, salud, libertad y posesiones». Para superar la inseguridad, la incertidumbre y la amenaza de ser invadidos por otros, todos ellos males a los que de continuo se está expuesto en el estado de naturaleza, los hombres, mediante un convenio, crearon un gobierno para «preservar sus vidas, sus libertades y sus posesiones, es decir, a todo lo que doy el nombre genérico de propiedad». Puesto que el derecho a la propiedad, en el sentido lato que le da Locke, es anterior al contrato social que origina la razón de ser de la acción gubernamental, el gobierno debe tener por misión asegurar la propiedad de cada individuo respetando lo que exige el bien común. Por ello, el gobierno no puede ejercer su poder «absoluta y arbitrariamente sobre las fortunas y la vida del pueblo». Empero, la concepción de tal individualismo era elitista y no abarcaba a toda persona, pues Locke (1998 [1690], p. 58) afirmaba: «Así, la hierba que mi caballo ha rumiado, y el heno que mi criado ha segado, y los minerales que yo he extraído de un lugar al que yo tenía un derecho compartido con los demás, se convierte en propiedad mía, sin que haya concesión o consentimiento de nadie»1. Y lo mismo sucede con Smith, para quien el dueño tiene derecho a apropiarse parte del valor de los productos, aunque él no haya contribuido personalmente a su obtención, pues como él dice (1994 [1776] en su Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, p. 48) desde la institución de la propiedad privada, en el valor de las cosas, además del salario, debe incluirse la parte que el empresario se reserva como beneficio y la parte que el propietario de las tierras exige como renta (ib., p.49).
Desde que se consolidaron estas ideas individualistas, beneficiosas para la burguesía que tras emerger aspiraba al poder político, según las palabras de Keynes (1883-1946), expuestas en «El fin del laissez faire» (1926 §I), artículo recogido en Ensayos de Persuasión (vol. II) de Ediciones Folio, S.A., Barcelona (1997, p. 275), lo que imperó fue «la libertad natural y el contrato». Los ilustrados creyeron que, mediante estos dos principios, se lograría la armonía de los intereses privados y los públicos, pues, al fin y al cabo, estos últimos derivaban de aquéllos.
Una vez puestas de manifiesto estas ideas propias del Siglo de las Luces, veamos expresarse a Vadillo y se comprobará que, en efecto, fue un ilustrado y también un liberal.
El espíritu de la Ilustración se nota en Vadillo por concebir la Economía como ciencia de validez universal, que debe ser divulgada para que sus principios y tesis sean asumidos por la política, contribuyan a lograr la felicidad y el bienestar material de los pueblos. Tal es su intención al dar a la luz pública sus escritos, pues según él dice (p. III del Prólogo):
Mas cualquiera que sea la época en que la suerte le depare tan feliz transformacion, y cualquiera que sean los sucesos por donde venga á conseguirla, y los grados que de ella vaya progresiva ó súbitamente alcanzando, hay para la prosperidad de los Estados, en la economía política, ciertos principios que se adaptan á todo sistema de gobierno, con tal de que éste sea algo ilustrado y no se empeñe en obrar contra sus mismos interéses.
Y en las siguientes páginas continúa diciendo (pp. IV y V del Prólogo):
Por lo tanto ahora me resuelvo á otra edicion de ambos discursos juntos en un volúmen á favor del noble y generoso pueblo español, á quien no menos amo en mi destierro y padecimientos, que lo amé toda mi vida y en el ápice de mis distinciones y venturas reales ó aparentes.
[...]. Ora sea que en vista de ellos la España reformando su actual régimen económico, ó estableciendo desde luego sobre bases acertadas el suyo las anteriores posesiones ultramarinas de ella que han proclamado la independencia, si la lograsen, ó cualquiera otra nacion aprovechando sana enseñanza, saquen alguna ventaja de mi trabajo, yo me daré contento de él, aun cuando careciese de otro mérito que el de dar lugar á reflexiones que produzcan mejoras importantes á la humanidad.
También manifiesta que (p V del Prólogo):
Creo oportuno en todas ocasiones el insistir en demostrar el camino de la pública felicidad que rápidamente puede andarse con gran fruto si todas las leyes cooperasen al objeto, ó con mayor pausa encontrando algunos estorbos que no sean del todo insuperables. Si todavía desafortunada-mente lo fuesen aquellos, con que en la actualidad se tropezase en España, al cabo la nación nada perderá en hallar preparada su opinión para los tiempos mas dichosos que en el progreso incontenible de las luces indudablemente la aguardan; y en todo caso ya se vé que ningún interés ni consideración exclusivamente individual puede servir de estímulo ni de aliciente para ocuparme ahora de estas materias.
Igualmente dice (Preámbulo, p. 9): «Convencíme al fin de que si quería conseguir algún fruto, era forzoso subrogar la autoridad á los razonamientos». Y al comienzo de su discurso añade (p. 13):
El espíritu investigador de nuestra edad, desenvolviendo por un exacto análisis la naturaleza y el ser de los objetos dignos de la consideracion de los sabios, ha logrado en mucha parte reducirlos á sus verdaderos principios, comprender sus propiedades, y atribuirles sus legítimas funciones y debida aplicacion. Las ciencias demostrativas, cultivadas en los últimos siglos con mas empeño y buen suceso que en todos los precedentes, enseñaron el camino que debían seguir los amantes del acierto en los conocimientos humanos. Por fortuna para las sociedades civiles esta influencia bienhechora se sintió decididamente en las ciencias que mas de cerca concurrian á la felicidad de sus individuos, cuales son la moral, la legislacion, la política y la economía, en las que al error y la confusion sustituyó la evidencia, el cálculo a la sofistería, el raciocinio al pedantismo, y la filosofía al vano estrépito de palabras sin concepto, ambiguas, importunas é insustanciales. Se discuten ya las opiniones de los antiguos que abrazaba antes la preocupacion sin examen, se desmenuzan, por decirlo así, en el yunque de la reflexion y de la sana crítica, se meditan sus resultados y deducciones, se comparan con los axiomas que dictaron la razon y la experiencia, se rectifican por ellos cuando son equivocadas en sí mismas ó las desfiguró la ignorancia, y en fin se enuncian con la clara precision de ideas y de voces que parece formar el carácter de la moderna literatura.
Respecto al espíritu liberal, Vadillo, que se inspiró en Turgot y que luego corroboró la coincidencia de sus ideas con las de Say (aunque investigadas con métodos distintos, pues el de este último es deductivo, mientras que el de Vadillo es inductivo), lo demostró al adherirse a las tesis librecambistas de Adam Smith, del que se deshace en loas: «ese gran maestro en el arte de calcular los intereses de las naciones» (p. 9); «el gran economista Smith» (p. 30); «el sabio inglés» (p. 31). Además, también asume los postulados de escasísima intervención de los poderes públicos en algunos asuntos económicos, cuya regulación estatal sería contraproducente según creen estos autores. En lo que a esto concierne, Vadillo (p.55), en su Discurso Segundo, «Sobre los medios de fomentar la industria española y reprimir el contrabando» (1821) dice: «la ciencia de la administración debe guardarse mas bien de intervenir demasiado que de intervenir poco». Poca intervención pública que comprende el proteccionismo arancelario, a cuyo efecto se muestra partidario de la siguiente concepción (p. 58): «en general el sistema prohibitivo [o sea, proteccionista] es peligroso, porque es un corrosivo político que mina la industria, y perjudica notablemente a los progresos de la navegación».
Ejemplos perniciosos de la intromisión pública en el campo de la economía, que Vadillo denuncia, son:
- EL aumento impositivo.
Contrariamente a la práctica de los gobiernos de subir los impuestos, Vadillo propugna la moderación tributaria, que considera ser el fundamento para la extensión de la riqueza de la nación, además de propiciar una mayor recaudación fiscal. A tal efecto, se muestra partidario de «conciliar la fortuna pública con el mínimo gravamen de las privadas» (p.18) y estima que «la voracidad de un fisco hidrópico perturba y arruina todo el pueblo» (p.21), pues «opresión, tasas y desconfianza convierten en holgazanes a los mas industriosos» (p.51n). Acerca de este tema insiste en su «Discurso Segundo sobre los medios de fomentar la industria española y contener o reprimir el contrabando» (p. 115) al asumir, tal como hoy hacen bastantes economistas contemporáneos, la tesis de la necesidad de instituir un impuesto módico para proporcionar al erario más cantidad que con gravámenes a tasas elevadas; en su «Sumario de la España económica» (p.307), afianza esta idea diciendo: «En 1566 se doblaron los derechos de almojarifazgo ó aduanas por la regla de que el guarismo 6 es mas alto que el 3, aunque la suma de muchos de estos ascienda á infinitamente mas que la de pocos de aquellos.» Téngase en cuenta: primero, que otro tanto de todo esto podría volver a ocurrir en la España del presente, con crisis económica, presupuestos públicos muy deficitarios, subida de tasas tributarias y creación de nuevos gravámenes para enjugar la deuda pública, que unido a una relevante inflación detraen el consumo. Y segundo, que Vadillo expone unas ideas que años después Laureano Figuerola llevaría a la práctica en su arancel de 1869 y que en el siglo XX Arthur B. Laffer plasmaría en una gráfica: la curva de Laffer con forma parecida a una U invertida (o sea, aproximadamente así: ∩); aunque siglos antes Ibn Jaldún (Al-Muqaddimah, pp. 376 y 504) ya había aludido a ello.
- La producción pública de mercancías.
Para Vadillo la elaboración de bienes debe pertenecer enteramente al ámbito privado, porque la riqueza del Estado estriba en la de su población. Vadillo (p.115), en su Discurso Segundo, «Sobre los medios de fomentar la industria española y reprimir el contrabando» (1821), amplía la idea de la intervención mínima del estado en la esfera privada, opinando que «la riqueza del estado se halla toda en la de los particulares»; opinión ésta semejante a la de Ibn Jaldún (Al-Muqaddimah p. 656): «cuanto más ricos y numerosos son los súbditos tanto más dinero posee el gobierno». Este principio es similar al expresado por Salomón (Prov. 14, 28): «In the multitude of people is the king’s honour: but in the want of people is the destruction of the prince.=En un pueblo numeroso estriba la dignidad del rey, y en la escasez del pueblo se encuentra la destrucción del príncipe». También el escolástico laico Tomás Moro en su Utopía (1516, p. 98) declaraba: «un rey antes debe ocuparse del bienestar de su pueblo que del suyo particular», y Petrarca decía: «no puede haber rey pobre de vasallos ricos» (según cita de Fernández Navarrete, 1982 [1626], pp. 139 y 154). Este principio proviene de antiguo, ya que, según Alfonso X, el Sabio (Ley XIV, Tít. V, Part. 2ª), lo expresó el emperador Justiniano: «son el reino e la cámara del emperador, o del rey, ricos e abundados, cuando sus vasallos son ricos e su tierra abundante». E insistiendo en ello Alfonso X dice (Ley IX, Tít. I, Part. 2ª) que los reyes «deben siempre guardar más la pro comunal de su pueblo que la suya misma, porque el bien e la riqueza de ellos es bien como suyo».
Vadillo añade (p.115), en su texto recién citado, que «Un gobierno instruido debe ceñirse á animar la produccion y confiarla exclusivamente al interés privado» y que «un gobierno jamás se hace manufacturero sino con detrimento del productor y del consumidor». Sobre esto mismo, Vadillo en «Breves Observaciones sobre Libertad y Prohibiciones de Comercio» (1842, p.177) considera que «la acción individual debe quedar libre y expedita para dedicarse á lo que mejor le parezca sin trabas ni embarazos».
Otros puntos sobre la ausencia de control gubernamental en la actividad económica que Vadillo desea dejar asentados con solidez, para estimular el crecimiento económico, tratan de la libertad de comercio, del incentivo al lucro personal y del derecho a la propiedad privada, a cuyo respecto dice (p.51):
La libertad del comercio, reconocida por basa de su permanencia y extension, la implicacion manifiesta entre querer fomentar el sistema mercantil, que es el de progresar en las negociaciones por el estímulo de las ganancias que redituen segun el curso natural de las operaciones del giro, y el espíritu de opresion y de tasa violenta en el interés del dinero; el clamor de los sagrados derechos de la propiedad afianzados en todo por las sociedades, y sofocados en su ejercicio con relacion á los dueños del dinero, que es no solo una mercadería como las otras, sino tambien el signo que las representa á todas y el muelle por que se manejan y nivelan, y por último aclarar la idea de que así como el excesivo precio del interés es nocivo, de la misma manera las trabas que impiden la circulación del dinero, perjudican al comercio
En «Breves Observaciones sobre Libertad y Prohibiciones de Comercio» (1842), Vadillo (p. 177) asevera que las prohibiciones (o leyes proteccionistas): «dan el privilegio de derramar un tributo sobre los consumidores; estancan los progresos de fábricas sin emulación; y cercenan los rendimientos de las aduanas, que tanto podrían servir para aliviar al pueblo de otras contribuciones». Considerando fútiles los intentos de controlar legislativamente el comercio, en este mismo escrito (p. 198n) exclama: «¡vana es la porfía de luchar a fuerza abierta contra la accion del interés general por crueles leyes!» Exclamación que suena a la de Smith (1776, p. 576) cuando alude a las leyes fiscales del Reino Unido, que como «las de Dracón, se puede decir que están escritas con sangre». Y en ese mismo artículo (p. 210) concluye: «Toda vez que los legisladores se penetren de que los verdaderos, los sólidos, los indefectibles recursos de los gobiernos están en los bolsillos de los particulares, lo único que anhelarán será henchirlos sin rehusarles objeto de expeculacion y lucro». Actualmente se observa que el estado, al meterse a empresario, suele ser un productor ineficiente que dilapida medios productivos y que algunos países basan el desarrollo económico en el fomento de la iniciativa privada para la producción de gran parte de los bienes y servicios (China, Rusia, etc.) y en la privatización de las empresas públicas (Reino Unido, España, etc.).
- La adulteración de la moneda.
Vadillo a tal efecto proclama (p. 18):
que teniendo [la moneda] un cierto valor de por sí, conforme a la proporcion que haya entre su número y el de las especies vendibles que pueden adquirirse con ella, el gobierno en todos casos debe atenerse, en la distribucion de valores a las monedas, al precio que resulte a cada una de la proporcion referida, sin entremeterse jamás á alterarla, para evitar el trastorno y perjuicios que acarrean deliberaciones poco meditadas en asunto tan grave y delicado.
Hoy, en los países desarrollados donde ya no hay un patrón monetario metálico y los bancos centrales velan con cierta independencia de la acción gubernamental por la estabilidad de la moneda y por el control de la inflación, este temor de Vadillo ha perdido algo de actualidad; pero todavía hay países cuyas prácticas de déficit público desmesurado e ingentes cantidades de deuda pública ponen en peligro la estabilidad de la moneda común. Antiguamente esta cuestión despertó el interés de muchos escritores. Sin salirnos de la Península Ibérica, se recogen las palabras emitidas en el siglo XI por el sevillano Ibn Abdún y que nos transmite Escartín (2008, p.161) en su Economía y Sociedad en la Sevilla almorávide; en ellas se observa la gran similitud de pensamientos entre estos autores tan distantes en el tiempo, lo que apunta a la hipótesis (ver supra p, 14) de García Lizana y Calero Secall:
En el país no debe correr otra moneda que la de la ceca oficial, porque la variedad de cecas da motivo para que se desvalorice la moneda, se multipliquen los cambios y las circunstancias económicas se alteren y se salgan del curso ordinario.
- La concesión de privilegios monopolísticos.
Vadillo pensaba, al igual que bastantes economistas de nuestros días, que privilegiar a los monopolios u oligopolios impide el libre comercio y propicia, además de precios caros en perjuicio del consumidor, el mantenimiento de muy altos tipos de interés, a cuyo fin compara las prerrogativas monopolísticas que dominaron en una época anterior de la historia de España con el libre comercio de la metrópoli con las colonias reinante en la actual situación española cuando él escribe (p. 31):
cuando el comercio se hacía en las flotas y galeones, y sin embargo el espíritu de monopolio que caracterizaba aquel giro, y lo desventajoso de él á la nacion en general respecto al comercio libre, mantenía la cuota del interés mucho más subida que después del establecimiento del libre comercio de la metrópoli con aquellas colonias.
Pese a parecer innecesario recordamos que los países desarrollados de nuestros días combaten las prácticas monopolísticas.
- La fijación legal del tipo de interés.
Este asunto fue la preocupación preferente de su primer discurso, por eso dice (p. 49):
La cuota, pues, del interés del dinero debe ser enteramente libre sin que la legislacion se entremeta á ponerla trabas y modificarla. Cualquiera restriccion con que quiera sujetarla, habrá de causar embarazos, daños y usura. [...]. Así que para corregir y precaver la usura, debia la legislación prevenir que el interés del dinero se regulase siempre por el precio de mercado, que será exactamente acorde á los principios que arriba quedan sentados.
Sobre este mismo asunto, que para él reviste una gran importancia, antes ya había dicho lo siguiente (p. 22):
Empero si bien el gobierno no puede alterar, sin destruir á los pueblos, la proporción entre moneda y mercaderías, segun la naturaleza y el órden establecido de las cosas y circunstancias explicadas ¿podrá siquiera fijar el grado de la estimación de la moneda declarado por el premio que reditúa?, ó lo que es propio ¿podrá fijar la medida del interés del dinero?
A estos razonamientos Vadillo añade los resultados de su indagación empírica, de la que extrae esta conclusión (p. 34n):
De todo lo cual se deduce la necesidad, que siempre ha tenido la legislacion, de acomodarse al curso que tomara por sí el interés del dinero, y que sus conatos por violentarlo ó dirigirlo se han frustrado en todas ocasiones.
Y más adelante, como resultado de la investigación histórica sobre los tipos de interés que en el Reino Unido llevaron a cabo Herrens Schwand y Adam Smith, Vadillo hace la siguiente observación (p. 39):
Una carga enorme que constituye la deuda nacional, recrecida extraordinariamente desde entonces, abatiendo el valor de los fondos públicos alzó eventualmente hasta 5 el interés del dinero en aquel país; prueba también nada equívoca en confirmacion de que no es el oráculo de la ley el que en ningún tiempo ha intervenido inmediatamente en la direccion del interés, para cuya regulación no son lo mas á propósito órdenes prohibitorias, coartativas y severas.
Hoy la enorme deuda pública de bastantes países provoca la elevación de su prima de riesgo, que no es otra cosa que subir la tasa del interés, de forma que la carga resulta asfixiante. Y nuevamente está ocurriendo en España (parece que no aprendemos de nuestra historia).
Por todo lo expuesto, no abrigamos duda en que Vadillo fue un autor partícipe de los ideales de la Ilustración y del Liberalismo que florecieron a finales del siglo XVIII.
No obstante, el liberalismo de Vadillo no es absoluto pues tiene unos límites, y, al igual que Smith (1776, p. 612), considera la necesidad de la asunción por parte del Estado de algunas actividades económicas y la regulación de otras especialmente para remover trabas que impidan el fomento del progreso económico (como se comprobará infra con la transcripción de alguna de sus frases). Sobre esta cuestión de la intervención estatal, Vadillo declara que (pp. 40 y 41):
Cualquiera medianamente instruido en los elementos de la economía política moderna sabe ser un axioma de esa ciencia, que el comercio no necesita más que libertad, direccion quizás en ciertos casos en que siendo ventajosa la presente á los individuos en particular, pudiera perjudicarles considerable-mente, si como fuera factible, mudasen repentinamente las circunstancias, franca y entera remocion de obstáculos, y por último que se le faciliten los medios de comunicacion y transportacion por obras públicas que no puede emprender cada negociante por sí mismo.
En su Discurso Segundo, Vadillo (p. 66) indica que para sostener una población numerosa se requiere «mayor industria manufacturera, comercial y agricultura, ó séanse, mayores medios de subsistencia» siendo necesario para ello incrementar el capital productivo, mientras que, como él dice (p. 80), «lo que sí debe asustarnos es la escasez de nuestros capitales y productos, cuyo aumento debemos procurar con todo ahínco». Así pues, Vadillo (p. 94) asume que «para la prosperidad de la agricultura é industria española, solo se necesita remover las trabas y aliviar las cargas que las han oprimido». Pero además, en este mismo discurso, ya había dicho (p. 86) que es preciso tener, antes que personal cualificado y fabricantes extranjeros, capitales para invertir en procesos productivos dotados de adelantos técnicos que propicien la baratura y competitividad de las manufacturas. Para avalar esto, Vadillo (p. 87n) recoge las palabras de Owen sobre la moderna industria textil inglesa: «Doscientos brazos manufacturan ahora con las actuales máquinas tanto algodon como cuarenta años há veinte mil sin ellas.»
Hoy también fundamentamos el crecimiento económico en la investigación, desarrollo e innovación.

1 Como se ve el criado no tiene derecho a los frutos de su trabajo, ya que pertenecen al amo. Además es preciso señalar que los caballos no son rumiantes.