EL NACIMIETO DEL LIBERALISMO ECONÓMICO EN ANDALUCÍA

EL NACIMIETO DEL LIBERALISMO ECONÓMICO EN ANDALUCÍA

Eduardo Escartín González (CV)
Francisco Velasco Morente
Luis González Abril

Universidad de Sevilla

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VADILLO, LA ESCOLÁSTICA Y EL ESTADO DEL BIENESTAR

Vadillo, pese a ser ilustrado y liberal, fue un economista atrapado por la escolástica. Hay que tener en cuenta que, según comenta Schumpeter (en su obra citada, p. 182), «la filosofía moral figura en los planes de estudio de la Universidad hasta la primera mitad del siglo XIX». Y muy probablemente en España, que era eminentemente clerical, duró este tipo de educación hasta mucho más tarde. Sin embargo, Vadillo muestra desprecio por el escolasticismo, lo cual fue típico de los ilustrados.
Por ejemplo:
Turgot, en sus Reflexiones sobre la formación y la distribución de las riquezas (2003 [1776], pp. 248-250), critica las teorías de la Escolástica sobre el interés en el Epígrafe LXXIII, que elocuentemente titula: «Errores refutados de los escolásticos».
Y Adam Smith, en su Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (2003 [1776], pp. 705 y 706), no se quedó corto en su crítica, pues la eleva a la totalidad de la Iglesia romana:
La Iglesia de Roma se puede considerar como la combinación más formidable jamás alzada contra la seguridad y la autoridad del gobierno civil, así como contra la libertad de la razón y la felicidad del género humano, tres cosas que sólo pueden florecer allí donde el gobierno civil se encuentra en condiciones de protegerlas.
Vadillo, refiriéndose al interés, afirma (pp. 27 y 28): «Los irreflexivos jurisperitos se adhirieron servilmente al dictamen de los teólogos confirmándolo con sutilezas dignas de su saber.»
Nuestro autor también despotrica de los comentaristas de textos antes de su época –empapados del escolasticismo–. Vadillo a este respecto dice (p. 9):
Convencíme al fin de que si queria conseguir algun fruto, era forzoso subrogar la autoridad á los razonamientos, y emprender en esta parte la explicación de las genuinas máximas del evangelio, y del sistema de los romanos á que apelaban los que de él sólo saben lo que oyeron al vulgo de los escoliastas y glosadores copiantes y adocenados. Para ello solicité las obras de Salmasio y de Noodt, que comunmente se reputan por haber tratado el asunto detenida y cuerdamente; mas mis diligencias en su busca por todas las bibliotacas públicas y privadas que pude entonces registrar, nunca lograron adquirirlas. Así que me fue preciso resolverme á proseguir la empresa sin su auxilio, y llevarla á cabo como estuviese en mi mano entrándome por las malezas de tan árido y complicado laberinto. 1
A pesar de las anteriores opiniones, a Vadillo se le aprecian indirectamente sus inconscientes raíces escolásticas tanto por su afán de mantener la economía dentro de la moral como por su método de investigación y sus conclusiones similares a las que llegaron los doctores escolásticos (cuyos métodos se han tratado en el anterior parágrafo). Los estudios de Vadillo, por las citas que hace, se aprecia que se inspiraron en autores laicos, pero también se fundamentaron en algunos escolásticos tardíos que también menciona, como el Padre Juan de Mariana (p. 19) y Hugo Grocio (p. 28).
Y de todas formas, las fuentes en las que obtuvo Vadillo su conocimiento estaban impregnadas de tesis escolásticas, de modo que a Vadillo se le puede aplicar lo que de Smith dice Schumpeter (en su obra citada, p. 329, versión en español):
la economía de los doctores [escolásticos] absorbió todos los fenómenos del capitalismo naciente, ... en consecuencia, ... esa economía sirvió perfectamente de base para el trabajo analítico de los autores posteriores, incluso A. Smith.
En el campo de la Economía, a finales del siglo XVIII se produjo un cambio de enfoque en los estudios, pues hubo una intensificación en el análisis real de los asuntos económicos. El francés Turgot y luego el escocés Smith fueron sus principales protagonistas. Debido a sus consideraciones, que salieron triunfantes, se produjo una victoria del análisis real sobre el análisis monetario (según Schumpeter –ibídem, p. 329n–). Turgot y Smith son autores en los que se inspiró Vadillo y que cita en la página 11 el primero y en la página 9, entre otras muchas, el segundo. Más adelante, en el parágrafo 5, se expondrá el análisis de la economía real que se deduce de la obra de Vadillo.
Empero, no es que los doctores escolásticos no efectuaran estudios sobre economía en términos reales, sino todo lo contrario; su análisis tuvo preferentemente un contenido real, además de entrar en el análisis monetario. Respecto a esto último, estudiaron el dinero y los problemas con él relacionados (en la opinión de Schumpeter, ibídem, pp., 138 y ss), y, además, presentaron una meritoria teoría monetaria del interés (tal como comenta Schumpeter, ibídem, p. 329). Lo que aconteció es que Turgot, Smith y otros autores abandonaron la teoría monetaria del interés e iniciaron una explicación del fenómeno del interés fundada en la oferta y demanda de fondos para invertir en términos reales. O sea, el dinero sólo cobraba sentido si inmediatamente pasaba a ser invertido en cosas materiales. Dicho de otra forma, para estos autores el dinero no se demandaba y ofrecía por sí mismo, para tenerlo, o guardarlo o comprar con él cosas improductivas, sino como mero intermediario para invertir en algo lucrativo.
En el campo del análisis monetario Vadillo conservó algunas de las conclusiones escolásticas, e incluso fue más allá de lo que llegaron éstas. Por este motivo, puede incluirse entre los escritores de ese «mundo subterráneo» (en la expresión de Keynes citada por Schumpeter, ibídem p. 329n) que mantuvo de modo aletargado el análisis monetario dentro de la tendencia prevaleciente del análisis real, aunque, en mi opinión, Vadillo no fuera tan lejos como dice Schumpeter (ibídem., p. 330) que alcanzaron Becher, Boisguilbert y Quesnay (a cuya lista, en mí parecer convendría añadir el nombre de Cantillon). Ahora bien, Vadillo no cita a ninguno de estos autores, porque probablemente no los conociera. Más adelante, en el parágrafo 10, se expondrá el análisis monetario que se le puede atribuir a Vadillo.
Centrándonos ahora en los aspectos normativos vinculados a la moral y en los del estado del bienestar, la sugerencia antes vertida sobre el afán moralizador de Vadillo, en el que se debe incluir su concepción normativa de la economía y su economía del bienestar, se enmarca perfectamente en la Escuela Escolástica. Para comprobar esto, veamos primero el parecer de Schumpeter (ibídem, p. 136) y luego los juicios de Vadillo:
Por lo que hace a lo que se podría considerar economía aplicada de los doctores escolásticos, se puede decir que su concepto axial fue el de Bien Público, el cual dominó también su sociología económica. Este bien público se concebía de un modo inequívocamente utilitarista, con referencia a la satisfacción de necesidades económicas de los individuos tal como las identifica la razón o ratio recta del observador; se trata, pues, prescindiendo de la técnica, exactamente del concepto de bienestar propio de la moderna Welfare Economics del profesor Pigou, por ejemplo.
Y precisamente estas mismas ideas pueden reconocerse en las siguientes expresiones de Vadillo:
Por fortuna para las sociedades civiles esta influencia bienhechora se sintió decididamente en las ciencias que mas de cerca concurrian á la felicidad de sus individuos, cuales son la moral, la legislación, la política y la economía, en las que al error y confusión sustituyó la evidencia, el cálculo á la sofistería, el raciocinio al pedantismo, y la filosofía al vano estrépito de palabras sin concepto, ambiguas, importunas é insustanciales. (p. 13).
Es evidente que un gobierno virtuoso é ilustrado puede inspirar y difundir en las naciones mas opulentas y adineradas sana moral, recta educación, ideas filantrópicas y sociales, ciencias y filosofía. (p. 14n).
El autor de la ciencia legislativa2 advierte la diferencia del efecto de las riquezas de los pueblos cuando éstas los inundan de resultas del feroz espíritu de conquista, que es la corrupción y los vicios; y cuando son producto de la laboriosidad y honesta ocupación, que entonces ocasionan el esplendor y la felicidad de las naciones. (p. 14n).
Bien que sea indudable que las excesivas riquezas suelen abortar en las naciones el lujo funesto, la levedad y molicie que son causa de depravacion de costumbres y ruina de los puebles, tambien es evidente que un gobierno virtuoso e ilustrado puede inspirar y difundir en las naciones mas opulentas y adineradas sana moral, recta educacion, ideas filantrópicas y sociales, ciencias y filosofía. Un corazon magnánimo, dice Cicerón (De Ofic. Lib. I, Cap. 8.), solo quiere las riquezas para hacer bien, porque nada prueba más un ánimo enfermizo y mezquino, segun el dicho vulgar de Séneca (Epist. 5.), que no saber usar de ellas. En medio de un pueblo industrioso y comerciante, aunque frívolo é inconstante, se formaron los Sócrates, los Arístides, los Solones, los Milciades, los Temístocles, los Cimones, modelos de virtud y gloria de la especie humana, y en los últimos siglos Venecia, Holanda y otras naciones han acreditado que pueblos ricos y mercantiles pueden tener buenas costumbres. Las riquezas, pues, serán útiles o nocivas segun la aplicacion que quiera hacerse de ellas, para lo que en sí son indiferentes (res mediocriter utiles, dijo Horacio, Epíst. 18, lib.1). (p. 14n).
Estas observaciones de Vadillo acerca del comercio y de las riquezas están por completo en la línea del pensamiento de los padres de la Iglesia Clemente de Alejandría y de San Agustín, así como del escolástico español del siglo XVII Juan de Lugo. Respecto al primero Spiegel, en El desarrollo del pensamiento económico (1987, pp. 63-64), expone que para Clemente de Alejandría la riqueza era como una herramienta y como tal se podía emplear de forma justa o injusta. Concerniente al segundo Spiegel (ibídem, p. 66) dice que San Agustín distinguía entre comercio y comerciante, de modo que si la profesión se hacía indigna era debido a la iniquidad de la persona que la ejercía, puesto que la profesión en sí misma es neutra. Y sobre el tercero Schumpeter (ibídem, p. 138) afirma que Juan de Lugo no se oponía a la consecución de ganancias por cualquier medio legítimo.
Sobre esto de las riquezas, es muy elocuente la forma que tiene Vadillo de recordarnos la estrecha relación existente entre riqueza y felicidad, ya que a propósito del significado de la palabra griega olbos –que es indistintamente riqueza o felicidad3– dice lo siguiente:
la cual en los primeros tiempos se refería siempre á la abundancia de frutos, granos y animales de sustento, como lo denota bien claramente el razonamiento enérgico de Ulises á su esposa Penélope, indicando la felicidad que acarrea á los pueblos la justicia de su príncipe, haciéndola consistir en que sus cosechas serán copiosas, sus árboles producirán extraordinariamente, y los ganados y peces se multiplicarán infinito (Odisea, lib.19). Los romanos también dejaron bastante designada en sus leyes esta misma inteligencia de las riquezas, cuando explicaron su influjo en la felicidad. (p. 17n)
La íntima relación entre riqueza y felicidad aún perdura en nuestros días, pues repárese en lo frecuentísimas que son las manifestaciones de desear a otras personas felicidad y prosperidad, como por ejemplo en la popular frase: ¡Feliz y próspero año nuevo!
En esta línea argumentativa son muy significativas las definiciones de las riquezas ofrecidas por Aristóteles, Séneca, Cantillon y Adam Smith, que se expondrán un poco más adelante en el parágrafo 5.
Además de la relación existente entre paz, felicidad, riqueza y bienestar, Vadillo concatena la riqueza y la tasa de interés, considerando que un tipo de interés reducido es un efecto del enriquecimiento general. Esta concepción la expresa así: «Porque aun cuando es indisputable que la baja cuota del interés del dinero es el alma del comercio, [...], no lo es menos que ella solo puede ser ya efecto de esta opulencia y abundancia».
Vadillo completa su pensamiento, referente a la economía normativa y del bienestar, al exponer los medios para lograr la riqueza y la felicidad, cuya consecución se facilita a través de una adecuada legislación que fomente el aumento de la riqueza y con ella un bajo tipo de interés:
La legislación y los gobiernos de los pueblos pueden sin duda obrar en ellos esta admirable y benéfica revolucion, pueden dirigirlos é impelerlos á este fin, conforme al objeto de su institucion, pueden, en una palabra, conducirlos á su felicidad, á su esplendor y opulencia. Hé aquí, pues, el solo modo con que las leyes podrán tambien influir indirectamente en la baja del interés del dinero, y fijar los límites que lo contengan, á proporcion que acerquen ó desvien los pueblos del punto en que consiste su prosperidad. (p. 32).
A esta consideración añade Vadillo la siguiente:
El gobierno y la legislacion están grandemente obligados á vigilar a favor de los menesterosos, pero sin lastimar á otros, y sin que su vigilancia se convierta en detrimento, como podria suceder si el temor cierra las puertas al socorro; la mejor vigilancia del gobierno seria auxiliar de por sí á los desgraciados ó promover y facilitar el que tengan auxilios de la beneficencia pública. (p. 44).
Obsérvese que Vadillo expresa dos clases de ideas. La primera anticipa la de Pareto referente a las situaciones óptimas de bienestar. Es decir, siguiendo a Backhouse (Historia del análisis económico moderno, 1988 [1985], p. 209), lograr, mediante una redistribución adecuada de las rentas económicas, una nueva evaluación social en la que por lo menos alguien mejore su situación sin que nadie haya empeorado. Y la segunda idea se opone frontalmente a las que hacia finales del siglo XVIII había propagado el clérigo anglicano Robert Malthus (en su Primer ensayo sobre la población, 1997 [1798], p. 101): «de no haber existido nunca estas poor-laws [o leyes para socorrer a los pobres] se hubieran dado, quizá, algunos casos más de miseria particularmente severos, pero el caudal global de felicidad entre la gente humilde sería hoy mucho mayor de lo que es».
A este respecto de la distribución y redistribución, es preciso tener en cuenta que en Economía se ha dado el nombre de distribución al pago por remunerar a los factores de la producción (que generalmente se consideran que son: la tierra –o todo lo que de la naturaleza se extrae–, el trabajo, el capital y la gestión empresarial; a los cuales deberíamos añadir el estado por cobrar impuestos); así pues, forman parte de la distribución las rentas percibidas por la propiedad de los factores de la producción (es decir, los alquileres de las tierras y del resto de los inmuebles, los salarios, los intereses y los beneficios, así como las percepciones por las concesiones de uso territoriales y acuáticas y demás exacciones tributarias del estado).
Entre las conclusiones que infiere Vadillo, coincidentes con las de la Escolástica, se encuentran la consolidación de una teoría de la propiedad privada sujeta a la finalidad superior del bien común (este asunto de la propiedad privada se tratará en el parágrafo 4). Tal vinculación entre la propiedad privada y una finalidad superior es la deducción que se extraerse de la apreciación de Vadillo (p. 27n1) que a continuación se transcribe:
En efecto el propietario de una alhaja es dueño de disponer de ella según mas le acomodase en su beneficio, no perjudicando contra las leyes justas á otra alguna persona. Tal es el convenio bajo que se solemnizó la institucion de la propiedad en las sociedades, que son garantes de esta libertad y de la escrupulosa observacion de este pacto, sin que hasta ahora haya osado nadie decir que se oponen al derecho natural.
Conviene recordar que, a tenor de las enseñanzas evangélicas, en los primeros siglos del cristianismo los Padres de la Iglesia opinaban que Dios había puesto todas las cosas de la naturaleza para uso común de la humanidad. La máxima bíblica del Levítico, 25,23: «Las tierras no se venderán a perpetuidad, porque la tierra es mía y vosotros sois en lo mío peregrinos y extranjeros», debió dar pie a que la tradición patrística apreciara como propio del derecho divino, o sea, del derecho natural, que la tierra y todo cuanto proporciona es de Dios. San Agustín consideró que la propiedad de las tierras era de origen humano y, por consiguiente, sometida a la regulación por el Estado (es decir, del emperador romano). Así pues, ante la confiscación de tierras por parte del emperador su dueño no podía alegar que la propiedad fuera de origen divino.
Empero, santo Tomás de Aquino dejó zanjada por varios siglos esta polémica cuestión al realzar que determinadas regulaciones humanas no tenían que ser contrarias al derecho natural (o derecho divino, según San Isidoro de Sevilla, en Etimologías, vol. I, p. 511) si eran beneficiosas para toda la humanidad. Ejemplo muy claro de ello era que para el hombre, por nacer desnudo, parecía ser de derecho natural ir siempre sin ropa; sin embargo, la invención del vestido, al aprovechar a todas las personas, no se oponía al derecho natural. Exactamente igual ocurría con la propiedad privada de las tierras y de los hombres, de modo que tales instituciones, aun sin que la naturaleza hubiera separado las tierras ni dispuesto la esclavitud, habían sido creadas por la razón del hombre en beneficio de la propia humanidad. Pero el derecho de propiedad no podía ser absoluto para que verdaderamente redundara en el bienestar humano; tenía que tener unos límites: los marcados por la caridad y la justicia.
Pero que la cuestión no había quedado definitivamente concluida con el parecer de santo Tomás lo demuestra el matiz de Quesnay (en su Droit naturel, cap. II) sobre el sagrado derecho de propiedad al manifestar que el derecho natural de todos los hombres por todas las cosas es inviable, pues sólo puede ejercerse sobre las cosas que sea capaz de aprehender.
La disidencia a la versión tomista se intensificó en el último tercio del siglo XIX con las doctrinas el americano Henry George que tanto influyó en el georgismo agrario de los andalucistas de principios del siglo XX encabezados por Blas Infante, quien no admitía la propiedad de la tierra, por generar rentas injustas y provocar la miseria rural, y proponía su posesión por los propios cultivadores, aun sin ser propietarios.
De las anteriormente expuestas apreciaciones de Vadillo se deducen ciertas consideraciones en el orden sociológico, que también tienen connotaciones escolásticas. En lo referente a la sociología escolástica, Schumpeter (obra citada p. 135) escribe esto:
Su sociología económica, especialmente su teoría de la propiedad, sigue tratando las instituciones mundanas como expedientes utilitarios que hay que explicar -o "justificar"- por consideraciones de utilidad social centradas en torno del Bien Público (Bien Común).
En la línea de una normativa que tienda al beneficio general de la sociedad, mediante leyes que impidan los excesos, tanto de la usura como de los deudores insolventes, pues ambos perjudican el bien común, concluye Vadillo que (pp 44 y 45):
Los gobiernos deben procurar impedir la introduccion de este mal [se refiere a la usura], y remediar los desastres que ocasiona, mas no deben tampoco omitir la correccion de los otros vicios que corroen los cimientos de la constitución de los pueblos, dejándolos pasar impunemente. Justo es el castigo proporcionado del usurero avariento; justo no dejarle prevalecer por circunstancias desventuradas en daño de los infelices; pero no lo es menos el zelo contra la violacion de la fe pública y privada, y la imposición de penas correspondientes á los excesos en que se incurre por extremos opuestos. Apio Claudio declamaba ardientemente en el senado contra la abolicion de las deudas, porque seria inicuo, decia, que la disipacion, la ociosidad, la indolencia, los malos hábitos, la depravacion y el crimen triunfasen de la economía, de la sobriedad, de la moderacion y del arreglo ajustado y prudente.
En este punto Vadillo inserta la siguiente nota aclaratoria a pie de página (p. 45n):
Quizá no hay cosa mas nociva al bienestar de los pueblos que esta impunidad, y la insolvencia con que los deudores consiguen mofarse de sus acreedores hollando los sagrados deberes de la mas religiosa fidelidad en los contratos y obligaciones. Porque ¿quién podrá llevar en paciencia, decia nuestro profundísimo Vives, que se distribuya contra su voluntad á los ociosos el producto de su habilidad, de su trabajo, de su actividad, de su economía, y que su industria se haya afanado en beneficio de la ajena negligencia y holgazanería?
De todo lo expuesto se infieren francas analogías entre el pensamiento de Vadillo y el de la Escolástica.

1 Salmasius (Claude de Saumaise, 1588-1653) escribió el tratado De usuris en 1638, y es considerado un antiescolástico por Schumpeter (obra citada, p. 145). Salmasius expuso una teoría justificativa del cobro de intereses similar a las que casi un siglo antes habían defendido Calvino (Jean Cauvin, 1509-1564) y Molineo (Charles Dumolin, 1500-1566). Todos estos autores son contemplados como opositores a la doctrina oficial católica de aquellos tiempos.

2 Vadillo se refiere a Gaetano Filangieri y su obra Ciencia de la Legislación, tomo 2, cap. 9.

3 De forma similar, Irene (o Eirene) era para los griegos la diosa de la paz y la riqueza.