EL NACIMIETO DEL LIBERALISMO ECONÓMICO EN ANDALUCÍA

EL NACIMIETO DEL LIBERALISMO ECONÓMICO EN ANDALUCÍA

Eduardo Escartín González (CV)
Francisco Velasco Morente
Luis González Abril

Universidad de Sevilla

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Economía monetaria

El dinero difiere mucho de los demás bienes económicos. Introduce desfases temporales, pues permite diferir el momento de la entrega y recepción de los bienes objeto de trueque, y facilita el intercambio, la acumulación de riqueza, la inversión productiva y la especulación. La creación de dinero moderno requiere unos gastos muy inferiores a su valor nominal. Podríamos decir que producir dinero es gratis y así beneficia mucho a quien lo crea. Las monedas son fabricadas por el gobierno y éste ingresa su valor; no obstante, las pone en circulación el banco central anotando en la cuenta del gobierno el valor de lo que va entregando a la circulación monetaria. Los billetes de banco los crea el banco central. Para él son un pasivo y los pone en circulación como contrapartida a la adquisición de activos, por ejemplo, divisas o concesiones de créditos. Estos billetes pueden ser adquiridos por los bancos ordinarios como activo, pero nunca pueden constituir un activo para quien los emitió, puesto que al entrar en sus arcas cancelan automáticamente un activo y son anulados o destruidos. Si la contrapartida del dinero es un crédito, la generación de dinero podría ser ilimitada. Y si su creación es más restringida que sus posibilidades ello se debe al interés gubernamental en evitar la devaluación de la moneda nacional (lo cual no siempre ocurre) y a la prudencia requerida en la gestión del banco central (de lo cual tampoco hay una garantía absoluta). Modernamente también se considera dinero a una parte de los pasivos bancarios, concretamente los depósitos, ya sean a la vista (o cuenta corriente), de ahorro y a plazo. Estos depósitos se crean del mismo modo que los billetes del banco central: como contrapartida de la adquisición de activos, entre ellos créditos. En este caso el coste de producir dinero bancario también es casi nulo. Por ello los bancos estarían dispuestos a crear tanto dinero bancario como le resultara rentable, si no fuera porque se autolimitan porque un exceso de crédito es demasiado arriesgado y porque el banco central les exige unas limitaciones y otras obligaciones que cumplir para evitar la quiebra (lo cual a veces sucede a causa de esa compulsión capitalista a estrujar hasta la asfixia a otros y a sí mismo, al igual que las células cancerígenas que sólo paran de crecer cuando matan al cuerpo donde se reproducen). Para dar mayor garantía a un sistema financiero tan inconsistente, el banco central interviene en cuanto hay dificultades, garantizando a los depositantes un reembolso mínimo aceptable y concediendo crédito y billetes de banco casi sin limitación al banco que lo necesite, hasta que la crisis sea superada.
La creación de dinero (tanto de billetes del banco central como de depósitos bancarios) mediante la concesión de créditos significa que se traslada al presente la expectativa de un bien futuro, como es la promesa de devolver el importe del crédito acrecentado con los intereses. Mas un bien futuro es un contrasentido, ya que sólo puede ser un bien aquello que lo es en el presente; ya lo decía Séneca (Epíst. CXVII, 27): “¿Quién ignora que no es un bien eso que es futuro, por esto mismo: porque es futuro? [...] ¿Cómo, dime tú, lo que todavía no es nada, ya es un bien?”
No obstante, en nuestra sociedad, la psicología humana ha llegado a valorar en el presente algo que sin ser se prevé que existirá. Lo que vale es el bien actual, el dinero que hoy se obtiene; “más vale pájaro en mano que buitre volando” decía Tomás de Mercado (1975 [1569]: 144). Por eso se está dispuesto a pagar el interés y tanto más cuanto mayor sea la expectativa de obtener bienestar o un beneficio. Pero en nuestra sociedad no todos están cortados por el mismo patrón. Los banqueros prefieren el futuro, prestan hoy y crean nuevo dinero bancario, que casi no les cuesta nada, para obtener pingües beneficios en el futuro, aprovechándose de la necesidad presente del resto de sus conciudadanos.
Por otra parte, el dinero permite anticipar en gran medida la distribución; así no es necesario esperar a la venta del producto para ir haciendo el reparto de las rentas atribuidas a cada partícipe en la producción. De esta forma también se posibilita la salida de las mercancías, ya que el público puede acudir a diario al mercado y comprar sin recurrir al fiado. Pero la abundancia de dinero provoca distorsiones. Supongamos, por ejemplo, que un trabajador solvente acude a un banco en solicitud de un crédito que le es concedido y su importe aparece en su cuenta corriente. Su objetivo es comprar una construcción más; para ello acude al albañil, pero éste se niega a atenderle porque ya tiene toda su producción comprometida. El trabajador insiste y, como tiene poder adquisitivo suficiente, acepta pagar bastante más de lo normal por la nueva construcción y además ir anticipando el pago mientras dura la obra. El albañil, que así apenas asume riesgos empresariales, accede ante la ocasión de obtener liquidez, reducir gastos financieros y lograr un beneficio extra. Para satisfacer el incremento de la demanda, el albañil tiene varias opciones: 1) atender el pedido personalmente trabajando más. 2) contratar nuevo personal para que le ayude. 3) subcontratar el encargo y 4) importar la construcción del extranjero. Realizando la producción en el interior del país los ingresos suplementarios pueden estimular el gasto en nuevas adquisiciones en cualquier otro sector de la economía y quizá aliviar el paro. Pero téngase en cuenta que vender y cobrar antes de tener terminado el producto propicia el fraude, que acaba por corroer al sector donde se propaga. Quien tiene a gala llamarse emprendedor arriesga sus capitales para ofrecer un producto terminado, visible y cotejable con los similares que entran en competencia.
La situación descrita es dinámica por quedar pagos pendientes para periodos futuros y, aunque en los sectores productivos involucrados se ingrese lo mismo que se produce y lo mismo que se gasta, conviene tener en cuenta que el sistema bancario forma parte de otro sector, el financiero, y es a éste donde se trasladan los pagos diferidos, que, a la larga, menguarán la futura capacidad de consumo.
Este sencillo ejemplo, elevándolo a la globalidad del país, permite comprobar el resultado práctico de un incremento de la demanda y es que en todos los casos se eleva el precio de lo producido de más y que en algunas circunstancias aumenta el trabajo y la producción en el interior del país; pero en otras se desvía la demanda hacia las importaciones, es decir, incrementando el trabajo y la producción en el exterior del país. Esto ocurre, en gran medida, con la economía española, que, debido a fallos estructurales, la producción no es capaz de adaptarse rápidamente a los aumentos de la demanda. Y por la ley de los rendimientos decrecientes, que contempla las restricciones inherentes al corto plazo, los incrementos de la producción originan inflación, además de tener un límite.
No obstante, a medio o largo plazo los productores, al elaborar más, suelen ajustar su oferta a la demanda aumentada e ingenian la forma de producir más proporcionalmente a menor coste; de este modo, cuando hay economías de escala, a la larga los precios reales bajan proporcionalmente aunque nominalmente puedan subir.
Ahora bien, cuando la oferta de bienes y servicios es relativamente inferior a la demanda monetaria de ellos, los precios tienden a subir. Así, la abundancia de dinero, las facilidades crediticias, las donaciones y otras transferencias de rentas, como los subsidios, las subvenciones y las procedentes del extranjero, estimulan la demanda y con ella la inflación y también las importaciones, cuando la oferta productiva se queda corta debido a rigideces en su adaptación al incremento de la demanda.
En consecuencia, el aumento del dinero en circulación (o sea, del crédito) sin ir acompañado del apropiado crecimiento de la producción es uno de los principales causantes de la inflación, la cual provoca ahorros forzosos, al reducir la capacidad de compra de quienes la padecen, redistribuye injustamente la renta y termina por generar paro.
El aumento de la presión fiscal también suscita ahorro forzoso, al disminuir el poder adquisitivo de los contribuyentes, desincentiva la producción, y origina más inflación y paro. La tributación, que siempre debe ser moderada y no asfixiante, sólo se justifica si luego las administraciones públicas reintegran a la sociedad lo ingresado, redistribuyendo rentas entre los más necesitados, prestando servicios necesarios para favorecer la calidad de vida de las personas y efectuando infraestructuras y otros gastos productivos. Pero con frecuencia se despilfarran los egresos públicos que, aun beneficiando a unos pocos, no repercuten en el bienestar social y, en cierta medida, acaban en fuga de capitales.