LA ÉTICA PROFESIONAL DE LOS INVESTIGADORES EN TECNOLOGÍA DE LA INFORMACIÓN

Virginia Morales Sánchez

Capítulo II.
Ética y Valores en la Ciencia.


Ahora retomaremos nuestro problema de investigación a la luz de su dimensión teórico-ética. Esto implica una revisión de las nociones centrales como valor, norma y sistema de valores, ética profesional y su relación con los fines, medios e intereses, específicamente de los actores participantes en el sistema nacional de ciencia y tecnología.
Un segundo eje teórico está formado por los tipos de normas que constituyen al sistema de valores de las comunidades científicas, derivados de los ámbitos de regulación revisados en el capítulo anterior.
Como tercera y última línea teórica, se analiza el abordaje del problema ético de la actividad de in­vestigación científico-tecnológica, desde la filosofía, la historia y la sociología de la ciencia, así como de la ética aplicada.
Todos estos conceptos y elementos teóricos que mencionamos no tendrían ningún sentido si no los relacionamos con la estructura científica mexicana, por lo que hacia el final del capítulo iremos integrando los conceptos con la estructura del sistema nacional de investigación a fin de esclarecer cuál es la relación entre la organización científica y los valores que ésta genera en las comunidades de investigación.


2.1. Estado del arte de los estudios sobre valores en la actividad científica

2.1.1 Los enfoques de la filosofía y la historia de las ciencias


Desde el punto de vista disciplinario, la indagación sobre la ciencia y los valores se inserta, en principio, como un tópico de la filosofía de la ciencia. Ésta se ocupa de reflexionar sobre la justificación, contenido y límites de la actividad científica. “La ética de la ciencia acompaña a las otras parcelas que conforman la filosofía de la ciencia, esto es: la semántica de la ciencia –el estudio del lenguaje científico-; la lógica de la ciencia –la indagación de la estructura de las teorías-; la epistemología –la reflexión sobre el conocimiento científico-; la ontología de la ciencia –la aclaración de la realidad específica-; y la axiología de la investigación –el esclare­cimiento de la ciencia como quehacer orientado a fines-. Junto a ellas está la metodología de la ciencia, que estudia el ámbito del progreso científico y, por consiguiente, trata también de la racionalidad científica (...)” [González, 1998, 17].
En correspondencia con las dos perspectivas que se adoptan en la filosofía de las ciencias, la reflexión en torno a los valores ha seguido ese mismo rumbo, por lo que son abordados desde las perspectivas interna y externa, ya que hay dos modos diferentes de ver los valores en la ciencia.


Internalismo
La perspectiva internalista estudia a la ciencia en cuanto a tal, esto es, como lenguaje, estructura y conocimiento. Tiene una base epistemológica para explicar el descubrimiento científico, por lo que se privilegia a la teoría con relación al dato empírico.
Para Georges Canguilhem el internalismo consiste en pensar que la ciencia no puede ser explicada, “(...) si no se sitúa en el interior de la misma obra científica para analizar los proce­dimientos por medio de los cuales ésta, busca satisfacer a las normas específicas que permiten definirla como ciencia y ya no como técnica o ideología (...)” [Canguilhem, 1966, 221].
De aquí que se considere que puede haber valores propios de la ciencia, en sí misma, (por ejemplo, valores cognitivos). Los valores que dependen de la actividad científica, la orientan o condicionan. Hay así unos valores cognitivos que modulan una axiología de la investigación, de manera que el investigador asume valores epistémicos cuando amplía el conocimiento cien‑tífico o lo aplica. El centro de atención se halla en los valores cognitivos y en su repercusión sobre pautas metodológicas.
En esta perspectiva son escasos los trabajos explícitos que abordan el tema de los valores en la ciencia, pero entre los más sobresalientes está el realizado por Larry Laudan quien en Science and Values, estudia el papel de los valores del conocimiento en cuanto afectan a la racionalidad científica. La atención está puesta en cómo influyen los valores cognitivos en la configuración de los objetivos que deben ser buscados racionalmente por el científico [González, 1998, 21]. Además, aclara que los valores y normas que él estudia no son los valores éticos, ni las normas morales, sino los valores cognitivos y las normas o reglas metodológicas [Laudan, citado en Prada, 2002, 1].
De este modo, fijarse en los valores desde una dimensión interna de la ciencia misma, contri­buye a mejorar la toma de decisiones en el proceso de investigación.
Por otro lado, en las obras de destacados científicos subyace también un fuerte interés por destacar los valores cognitivos de la ciencia. Aristóteles en su Ética Nicomáquea afirma que la actividad teórica es valiosa por sí misma, confiriéndole pues un valor intrínseco [Aristóteles, 1997: 152].
Popper en su libro La lógica de la investigación científica, centra todo su discurso en los aspectos prácticos de su metodología, haciendo aparecer a la ciencia con rasgos tales como: unitaria, acumulativa, progresiva, neutra, diferenciable de otros tipos de conocimiento y cuyas teorías científicas poseen una estructura deductiva, por lo que pueden distinguirse los datos de la ob­servación. Después de la primera edición del libro aparecido en alemán en 1934, se da cuenta de las limitaciones de su método y de la importancia de enfatizar el “racionalismo crítico” como forma de eliminación crítica. Esto se expresa cuando dice: “... Yo creo que la ciencia es esencialmente crítica; que consiste en arriesgadas conjeturas, controladas por la crítica y que por esa razón, puede ser descrita como revolucionaria...” [Popper, 1975: 154].

Esta apertura a la crítica intersubjetiva se erige como forma de racionalidad y por tanto como principio ético para la ciencia. En este sentido Popper señala: “(...) en la ciencia, (...) siempre es posible una comparación crítica de las teorías que están en competencia. (...) El objetivo es encontrar teorías que a la luz de la discusión crítica se acerquen más a la verdad...” [Popper, 1975: 156-157].
Esta axiología de la ciencia que subyace en la filosofía popperiana, abre camino a la conside­ración de nuevos valores en el desarrollo de la actividad científica, como la libertad de pen­samiento y la libertad de crítica, punto de partida para dejar atrás la concepción de ciencia neutral, tan difundida y aún vigente en muchos sectores de la sociedad.
Por su parte, Imre Lakatos caracteriza a la ciencia como una competencia entre programas rivales de investigación. Cada programa consta de un núcleo duro de teorías, protegido de los ataques por un grupo de hipótesis auxiliares que se van readaptando o sustituyendo, hasta que ya no puede resistir el ataque de otras teorías al núcleo duro. El progreso de la ciencia consiste en diseñar teorías con contenidos empíricos mayores que las precedentes [Iáñez y Sánchez, 2002].
No obstante Lakatos reconoce que para la reconstrucción racional de la ciencia, se necesita de la reconstrucción de una historia interna, comúnmente definida como historia intelectual, y de la reconstrucción de una historia externa o social (socio-psicológica). Coloca a la primera como primaria y a la segunda como secundaria en la caracterización que él hace de la ciencia [Lakatos, 1974: 11-13].
Bajo esta forma de pensamiento afirma que: “(...) el desarrollo de las teorías está disgrega­do del cuerpo social: que un experimento sea crucial o no, que una hipótesis sea altamente probable o no a la luz de la evidencia disponible, que una problemática sea progresiva o no, no depende lo más mínimo de la autoridad, creencias o personalidad de los científicos (...)” [Lakatos, 1974: 39]. Para este historiador de la ciencia, la ética científica se halla únicamente inserta en el cumplimiento del código de honestidad científica, es decir el conjunto de reglas que norman la evaluación de las teorías ya elaboradas, y que les proporcionan la racionalidad científica, desde cualesquiera de las cuatro lógicas del descubrimiento: método inductivo, convencionalismo, falsacionismo metodológico y los programas de la investigación científica [Lakatos, 1974: 11-53].


Externalismo
La perspectiva externalista considera que los valores están engarzados en el contexto más amplio de la libre actuación humana, en una teoría de los valores de corte ético. Su carácter extrínseco se debe a que enlaza directamente con el resto de la experiencia humana, por lo que deja traslucir valores asumidos socialmente.
Cuando se plantea la indagación de los valores en la ciencia desde una perspectiva externa, es decir, como quehacer conectado con el resto de la experiencia humana, se amplía la reflexión sobre la ciencia como regulada o regulable por pautas éticas que afectan a la investigación científica como actividad humana. ¿Por qué, junto a los valores éticos propios de la actividad científica misma, aparecen entonces otros que tienen que ver con el individuo y la sociedad en el que se desarrolla la actividad? [González, 1998: 23].
Esta forma de explicación de la ciencia es la visión marxista, cuya génesis se halla en el artículo que Boris Hessen publicara sobre Las raíces socioeconómicas de la mecánica de Newton. En él Hessen afirma que los intereses cognoscitivos de Newton en su libro Principios matemáticos de la filosofía natural, reflejan problemas que se derivan de las necesidades del transporte, el comercio, la industria y la actividad militar de la época [Hessen, 1989: 95]. Newton logró, en su mecánica, solucionar el complejo de problemas físico-técnicos que planteaba la época de la burguesía en ascenso [Hessen, 1989: 136].

De esta forma, Hessen plantea una ciencia progresista producto del desarrollo progresivo de las fuerzas productivas, y su transición de la industria doméstica artesanal a la manufactura, y de la manufactura a la gran industria maquinista, para luego transitar a la fase industrialista del capi­talismo. En cada fase la ciencia y la técnica son el instrumento poderoso para las transiciones, pues permiten a la burguesía revolucionar las formas de producción y terminar con las antiguas formas de relaciones sociales existentes, que son el obstáculo para el desarrollo ulterior de las fuerzas productivas. Así la ciencia surge de la producción, y las formas sociales que encadenan a las fuerzas productivas, también son ataduras para la ciencia [Hessen, 1989, 137-144].
Aun cuando en los planteamientos de Hessen no se halla un discurso explícito sobre los valores en la ciencia, sí asume, una posición clara que define a la ciencia como el instrumento de un gru­po social para crear nuevas formas sociales. Lo anterior, presupone una posición subalterna de la ciencia, en la que ésta se halla condicionada y limitada por procesos externos a sí misma.
Para Canguilhem, la ciencia es un fenómeno cultural condicionado por el medio cultural global solo explicable a partir de sus instituciones, y que exige dejar completamente de lado, para su explicación, la interpretación de un discurso con pretensión de verdad [Canguilhem, 1966: 221].
Por su parte, Kuhn señala que la ciencia se define como la acción colectiva de comunidades científicas que comparten una serie de métodos, conceptos, valores (incluyendo los metafísicos no explícitos) y creencias [Kuhn, 1971: 259].
Así, las disputas científicas se dirimen no sólo con valores cognitivos, sino también, y de modo fundamental, en su resolución intervienen factores sociales y culturales.
Tal y como afirma Kuhn “(...) el recurrir a los valores compartidos, antes que a las reglas compartidas que gobiernan la elección individual, puede ser el medio del que se vale la comu­nidad para distribuir los riesgos y asegurar, a la larga, el éxito de su empresa.” [Kuhn, 1971:

286] Los paradigmas “(...) son las realizaciones científicas universalmente reconocidas que, durante cierto tiempo, proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica (...)” [Kuhn, 1971: 13]. El cambio de paradigma científico, se produce cuando, tras una controversia, todos los científicos de un área incorporan un determinado modo de ver y explicar los problemas, dicho de otro modo, concilia la nueva gama de creencias y valores que compartirán.
Sin embargo, no hay ningún algoritmo compartido de elección racional de las teorías, que pudiera dilucidar la mayor o menor cientificidad de las mismas, sino que la elección está regida por una pluralidad de valores, los cuales han ido evolucionando según las épocas y que además se van comunicando de una ciencia a otra. De esta manera se “(...) enfatizan con mayor frecuencia los efectos en la ciencia no del medio intelectual sino del socioeconómico (...)” [Kuhn, 1985: 193].
Planteamientos más recientes han sido elaborados por un filósofo de la ciencia, Nicolas Res­cher (1999). Según Rescher la ciencia posee una ética, que tiene dos grandes orientaciones: la endógena y la exógena. La primera permite ver a la actividad científica hacia dentro, lo importante en esta visión son los asuntos que tiene que ver con: 1) la honradez del quehacer científico, como ejemplo, la fiabilidad en la publicación de los datos realmente obtenidos, la originalidad del trabajo realizado, entre otros, y 2) la pertinencia de plantearse ciertos fines o medios en concordancia con reglas morales de comportamiento.
La segunda orientación mira la actividad científica hacia fuera, de modo que se vean el conjunto de problemas que plantean los límites éticos de la investigación científica en relación con la incidencia de ésta para con las personas y la sociedad humana en general (y el medio ambiente, en cuanto repercute en la personas o en la vida social) [Rescher, 1999: 20-21].

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