 
                De acuerdo con estimaciones del Banco  Interamericano para el Desarrollo (BID), más del 90% de los indígenas de  nuestros países latinoamericanos son agricultores sedentarios de subsistencia,  se dedican al cultivo de pequeñas parcelas y complementan sus escasos recursos  con los ingresos que ganan como trabajadores asalariados de temporada en  actividades mineras, de cría de ganado o de producción de artesanías que, para  el caso del estado de Nayarit,  trabajan  como jornaleros agrícolas en la sarta de tabaco, pizca de tomate, tomatillo,  chile, entre otros. 
  Según datos de la Comisión Nacional Para el  Desarrollo de los pueblos Indígenas (CDI), aproximadamente un 75% de la  población indígena rural económicamente activa está dedicada a la actividad  agropecuaria, concentrada en la producción de cereales (maíz) y ganadería,  actividades que vienen experimentado una baja sistemática en su rentabilidad  económica, a causa de una serie de factores tales como: 
A dichas limitaciones se agrega el bajo nivel de  educación que presenta la población indígena rural, lo que no sólo les impide  mejorar la gestión en sus predios, sino que además les dificulta el acceso a  fuentes de empleo en sectores no agropecuarios. 
  Por otra parte, las elevadas tasas de  crecimiento de la población, la expansión de la agricultura comercial a gran  escala y el deterioro de los términos del intercambio de los alimentos de  subsistencia, han obligado a muchos agricultores indígenas a abandonar sus  prácticas tradicionales de manutención ecológicamente sostenibles, debiendo  emigrar, muchos de ellos, a los cinturones de pobreza que rodean las ciudades,  en un fenómeno migratorio de gran impacto para sus culturas. 
  Respecto de la cosmovisión indígena, a pesar de  la gran heterogeneidad entre los pueblos indígenas latinoamericanos, ya sea en  términos lingüísticos, de organización social y de formas de relación con el  medio natural, existe una gran homogeneidad en los principios básicos que rigen  sus expresiones culturales en un sentido amplio. Entre los  principios fundamentales que comparten los pueblos indígenas destacan: 
Por su parte, la organización social indígena y el ejercicio de autoridad y poder reflejan estos mismos principios de armonía, equilibrio y consenso, la democracia indígena es participativa (no representativa) y enfatiza la necesidad de diálogo y consenso, priorizándose el papel de los ancianos o de sus autoridades tradicionales cuya sabiduría y mayor cercanía al mundo de los ancestros pueden vigilar de mejor manera sobre el equilibrio y el bienestar de la comunidad.
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