UN NUEVO MODELO DE DESARROLLO LOCAL

UN NUEVO MODELO DE DESARROLLO LOCAL

Alejandro Hernández Renner (CV)

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4.3. LA TEORÍA DEL DESARROLLO ENDÓGENO Y LA NUEVA TEORÍA DEL CRECIMIENTO

“Cuando la comunidad local es capaz de utilizar el potencial de desarrollo y de liderar el proceso de cambio estructural, la forma de desarrollo se puede convenir en denominarla desarrollo local endógeno, o simplemente desarrollo endógeno” (Vázquez, 1999).
Una segunda línea de pensamiento para explicar el crecimiento económico considera la industrialización endógena como una de las sendas de desarrollo de las ciudades y regiones. Se distingue de los modelos neoclásicos en que se enfatiza que el crecimiento económico es un producto endógeno de un sistema económico, no el resultado de fuerzas que inciden desde el exterior (Romer, 1994).
Es cierto que el desarrollo económico local se ha intentado explicar desde diversas perspectivas, desde “La riqueza de las naciones” de Adam Smith, pasando por el modelo neoclásico de Robert Solow. Es muy interesante la aportación de Boulding (1966) quien, tras plantearse la consideración del conocimiento como una posible commodity, susceptible de intercambio o relevante para el intercambio (ésta es una cuestión abordada más adelante, al tratar de la cualidad de no-rivalidad del conocimiento como bien), concluye que el conocimiento (o bien algo equivalente en forma de estructuras improbables) es lo único que puede crecer o evolucionar. Este concepto es bastante crucial en cualquier teoría evolucionista. Sólo el conocimiento, dice, y la información, pueden escapar de las férreas leyes físicas de la conservación y el declive, eso sí: operando a otro nivel, por medio de su copia, o de su organización en una forma superior.
En el entorno de la teoría del desarrollo endógeno pueden señalarse la nueva teoría del crecimiento (Romer), la teoría del gran desarrollo y los rendimientos crecientes (Hirschman, Perroux), la del crecimiento dualista y la acumulación de capital (Lewis, Fei y Ranis), la teoría de la dependencia y el control local del desarrollo (Frank, Amin, Cardoso o Furtado), o la teoría territorial del desarrollo y las iniciativas locales (Friedman y Weaver).
Dado que las descripciones de cada teoría deben ser necesariamente limitadas, he optado por concentrar inicialmente este segundo análisis teórico fundamentalmente en la denominada “Nueva teoría del crecimiento”, que retoma muchos elementos de las posturas de Marshall, Hirschman, Perroux, o Rosenstein-Rodan (Vázquez, 1999), tales como la importancia de las externalidades para el desarrollo de una zona, o que el origen de las economías externas es la red de empresas industriales de una zona y los mercados internos que originan. Un elemento colateral que me decide a incidir en esta teoría es que, a pesar de su radicales diferencias respecto de las teorías de base organizativa analizadas anteriormente, coincide en muchos puntos clave con las mismas. Por otro lado, he tenido en cuenta el interés que genera por su hipotética capacidad de explicar las posibilidades de crecimiento derivadas de la llamada “nueva economía”.
La Nueva Teoría del Crecimiento (new growth theory) se concentra en la importancia de los rendimientos crecientes e incorpora un nuevo elemento, el conocimiento, para defender que el crecimiento económico resulta de los rendimientos crecientes asociados al conocimiento innovador. En la Nueva teoría del crecimiento, el conocimiento puede acrecentar el rendimiento de la inversión, que puede a cambio contribuir a la acumulación de más conocimiento. Esto se consigue estimulando métodos más eficientes de organización de la producción, así como servicios y productos nuevos y mejorados. Existe en consecuencia la posibilidad de aumentos continuados en la inversión que conduzcan a un aumento continuado del crecimiento de un país. El conocimiento puede también derramarse de una empresa o industria hacia otra, produciendo que nuevas ideas se usen repetidamente con un coste suplementario muy bajo. Estos derramamientos pueden combatir las limitaciones impuestas al crecimiento por la escasez del capital (OCDE, 1996).
La técnica de introducir una fórmula de rendimientos crecientes agregados en un modelo con varias empresas fue propuesta por Alfred Marshall en 1890. Con la generalización de las tecnologías propias del tercer entorno, la aparición de rendimientos crecientes se produce tanto del lado de la producción como de la demanda. Primero, es una razón de costes: las tecnologías digitales hacen posible que el coste marginal de producción de la segunda y siguientes unidades sea casi cero: una vez grabado un disco con música o software, lo cual supone un coste inicial o fijo muy alto, la duplicación y su soporte físico, cuando lo hay, tienen un coste muy bajo. Por ejemplo, se estima que el primer disco de Windows 95 costó unos 250 millones de dólares. Las copias o su distribución por Internet tienen un coste muy parecido a cero. La reutilización puede ser masiva, con un escasísimo consumo de materias primas físicas. La intensificación del capital produciría pues, en la era digital, rendimientos crecientes (o dicho de otra forma, el coste marginal decrecería de manera constante).
Segundo: en una sociedad en que la tecnología permite la producción industrial de bienes de manera masiva a bajo coste, también empieza a cobrar importancia una cuestión muy interesante: la de los “bienes compartibles”. Esta noción se fundamenta en la sobrecapacidad de la actual sociedad de consumo. Pensemos, por ejemplo, en la computación distribuida (el ejemplo más conocido es el proyecto SETI, que permite acumular la capacidad ociosa de proceso de unos 4.5 millones de PCs de todo el mundo), o en el fenómeno llamado carpooling o conducción compartida, muy extendido en EE.UU. y en Europa central, de compartir el coche propio y los gastos de viaje generados con otros interesados en hacer la misma ruta. Es muy improbable que cada agente económico necesite la capacidad total de producción de su unidad (sea el PC o el coche) en el mismo momento, lo cual producirá de manera natural excedentes de capacidad, o dicho de otra forma, el bien se convierte en un bien no-rival por el que no se compite. Esta capacidad, y por lo tanto este bien, puede compartirse si existe la posibilidad de compartir información acerca de este hecho. La posibilidad de compartir está en función directa de la riqueza existente en la sociedad en que se encuentren el bien y su agente, y de la distribución de esa riqueza. Por decirlo de otra manera, un PC puede ser compartible en Europa y no en una aldea india, por carecer en el poblado de conexión a Internet. (Benkler, 2004) Aunque evidentemente subsiste una cuestión de costes y de perfección de los mercados, los ejemplos mencionados abren la vía a que la posibilidad de compartir bienes, con la ayuda de las nuevas tecnologías, dé lugar también a rendimientos crecientes en bienes físicos.     
Esto nos lleva a concluir que la segunda fuente de rendimientos crecientes son factores del lado de la demanda. Puede considerarse que los recientes modelos de financiación distribuida o agregada, llamados en general “crowdfunding”, obedecen también a esta lógica. Cuanto más grande se hace una red, más útil resulta estar asociado a esta red, y más capacidad despliega la propia red. Esto se debe a que un producto o un aplicativo se puede convertir en un estándar, de manera formal o de facto (ya veíamos al analizar las características del “tercer entorno” que una consecuencia de la reticularidad es que el valor de conectarse a una red depende de cuántas otras personas estén ya conectadas. Esto se denomina efectos de red, externalidades de red, o economías de escala del lado de la demanda).
Una razón suplementaria, directamente asociada con esta última, es el desarrollo de conocimiento específico relativo al producto por parte del usuario, así como de familiaridad y habilidades también específicas. Uno se acostumbra a usar WordPerfect o Word, y a medida que aparecen nuevas versiones, el usuario seguirá creciendo a medida que crece ese producto que está basado a su vez en las habilidades adquiridas por el usuario. Como consecuencia, existe una tendencia del mercado al lock in (encerrarse), una vez que el producto de una empresa se adelanta a los demás. Pero no hay que pensar que el primero que empieza siempre ganará necesariamente. Es más, los “lock in” pueden ser muy débiles y ser superados muy rápidamente porque los costes de cambiar a otra opción sean bajos.
El efecto de creación de rendimientos crecientes del lado de la demanda recibe también el nombre de “QWERTYnomics”, palabra que juega con los conceptos de economics y con las seis primeras teclas del teclado de un ordenador de origen anglosajón. La razón de esta disposición de las letras en el teclado data de 1870, en que se eligió para evitar que chocaran entre sí los martillos más largos que golpeaban la cinta de las máquinas de escribir de la época, de manera (se dice) que el vendedor pudiera escribir “typewriter” (máquina de escribir) usando sólo las teclas de la fila superior. La formación de los mecanógrafos resultaba más sencilla si todos usaban la misma disposición del teclado, y los fabricantes tenían interés en fabricar máquinas que la mayoría de la gente entrenada pudiera usar (efecto de red). Mucho más tarde, al aparecer los ordenadores personales, la existencia de muchas personas habituadas al teclado de la máquina de escribir hizo que los PCs incorporaran la misma disposición de las letras, pese a no existir ya, evidentemente, el problema de que chocaran entre sí los martillos conectados a las teclas (efecto de lock-in o “encierro” tecnológico).
Estas dinámicas, que permiten reforzar la posiciones de las empresas que se adelantan en un determinado sector, conllevan a veces a la paradoja de que la empresa pueda estar interesada en asumir el riesgo de proporcionar de manera gratuita conocimiento propio que le ha costado mucho desarrollar, o propiciar la existencia de “fugas” de tecnología con vocación de estándar o de plataforma. Si esa determinada tecnología tiene éxito y se convierte en predominante en el mercado, la compatibilidad de otras tecnologías supletorias con aquella que es de su propiedad o en la que la empresa tiene una posición de excelencia, reforzará el efecto de red y el de lock-in, produciendo un aumento enorme del valor de esta tecnología, del que se beneficiará la empresa propietaria o excelente (además del propio mercado, que puede encontrar así tecnología a coste cero). Muchos modelos de negocio recientes, como los de cierto software de código abierto o libre, se basan en esta idea. 
La peculiaridad de la economía del conocimiento, dice la Nueva teoría del crecimiento, es que ese rendimiento creciente se utiliza para intensificar o acumular más conocimiento, porque esta es la única vía de innovar y mantener la competitividad. En teoría, el ciclo se retroalimenta así de manera indefinida: el conocimiento permite mantener rendimientos crecientes, y éstos permiten acumular más conocimiento. La opción de dedicar el producto de los rendimientos crecientes a la intensificación del conocimiento, y a la consecuente innovación, tiene mucho que ver con la estructura de la competencia. Las economías basadas en el conocimiento tienden hacia la competencia monopolística. Las empresas compiten unas contra otras, no basándose en el precio de productos similares, sino en su posición de monopolio dentro de un producto o servicio particular y diferenciado. La competitividad se basa no en bajar los precios, sino en aumentar las características del producto (sus funcionalidades, calidad, tipos), y en la introducción de nuevos productos (Cortright, 2001).
La Nueva teoría del crecimiento parte originariamente de los modelos neoclásicos de crecimiento de Solow y otros economistas, pero los critica, y pone en duda muchos de sus principios básicos, incluso algunos principios económicos fundamentales como el de la escasez. ¿Cómo se argumentan estas afirmaciones? Romer (1994) afirma que los economistas clásicos como Malthus y Ricardo llegaron a conclusiones equivocadas acerca de las perspectivas de crecimiento. Con los años, las tasas de crecimiento se han incrementado, y no han decrecido. Romer señala cinco hechos básicos que contradicen la evidencia acerca del crecimiento que los economistas han dado por hecho:
1. Hay muchas empresas en la economía de mercado.
2. Las invenciones se diferencian de otros insumos en el sentido de que muchas personas pueden usarlas al mismo tiempo. El mundo físico se caracteriza por rendimientos decrecientes. Los rendimientos decrecientes son el resultado de la escasez de objetos físicos. Una de las grandes diferencias entre las cosas y las ideas es que las ideas no son escasas, y que el proceso de creación en el reino de las ideas no sufre rendimientos decrecientes. A diferencia de la mayoría de los bienes físicos, el conocimiento no es un bien indivisible ni exclusivo. Es decir, permite que dos o muchas más personas lo usen a un tiempo, y que se use repetidamente, sin que la pieza inicial de conocimiento sufra el menor deterioro. Esta propiedad es denominada “expandibilidad infinita” por David y “no-rivalidad” por Romer (Quah, 1999). A la vez, es difícil impedir que, incluso siendo de propiedad privada, sea utilizado por otros; su exclusividad depende más de una convención social, de una institución jurídica (los derechos de propiedad intelectual) que de una característica física: un coche, una casa o un título valor se pueden encerrar bajo llave, pero la información que contiene una patente no. De manera característica, el conocimiento tiene muchas similitudes con los bienes públicos (como hacía notar Arrow, el conocimiento es el bien público por excelencia), y afronta problemas parecidos: por ejemplo, la existencia de free riders, o la complejidad de retener el valor la empresa que lo produzca, razón que en ocasiones detrae a la empresa privada del esfuerzo creador de conocimiento. Respecto a esto último, parece que la evidencia empírica demuestra que las eventuales pérdidas, o la complejidad de proteger el conocimiento, no siempre producen una reacción de contracción del esfuerzo de las empresas, sino que incluso algunas de éstas han aprendido a sacar partido de determinadas “fugas” de conocimiento, como hemos explicado un poco antes.
3. Es posible replicar actividades físicas, considerando el nivel tecnológico como factor de la función de producción agregada.
4. El progreso tecnológico proviene de las cosas que hace la gente: cuantos más investigadores experimentan con bacterias, se producen más descubrimientos valiosos en ese campo. La tasa de descubrimientos agregada es endógena, aunque haya un cierto grado de aleatoriedad en estos descubrimientos.
5. Muchos individuos y empresas tienen poder de mercado y obtienen rentas monopolísticas de sus descubrimientos. Esta constatación matiza lo referido en el punto 2, pero no lo pone en cuestión.
Para Romer, el modelo neoclásico desarrollado por Robert Solow en 1967 atendió a los tres primeros hechos, pero obvió los segundos. Desde el punto de vista teórico, una ventaja clave de este modelo es el tratamiento de la tecnología (conocimiento) como un bien público puro. Pero, como ya hemos dicho en el hecho nº 5, se puede constatar en la realidad que esto no es así. A los modelos que incorporan los puntos 4 y 5 se les conoce como modelos neo-schumpeterianos, porque recuerdan la reflexión de Schumpeter sobre la importancia de la existencia de poderes monopolísticos temporales como fuerzas motivadoras del proceso innovador.     
Desde un punto de vista matemático, el modelo neoclásico de crecimiento parte, en su forma simplificada, de una función de producción agregada, considerando solo dos factores, capital y trabajo, con rendimientos constantes de escala (a+b=1) y decrecientes de cada uno de los factores (0<b<1). Así, por ejemplo, se tendría, suponiendo una función de producción del tipo Cobb-Douglas, que:
Yt=AKt Lt
donde K es capital, L trabajo y A es el nivel de tecnología, que incluye tanto el avance tecnológico como los elementos del entorno que favorecen su generación. En esta hipótesis, si no se produce avance tecnológico, el crecimiento de producto sólo es posible si aumenta la dotación de los factores. Si la cantidad de trabajo por empleado es fija, la función de producción por trabajador presenta rendimientos decrecientes en el factor acumulable, Kt. La solución neoclásica para explicar la evidencia empírica del crecimiento es aceptar que A crece de forma exógena. Como dice Vázquez (1999): existiría, sin duda, una relación sinérgica entre cambio tecnológico y acumulación de capital, hasta el punto de que esta última actuaría como transmisor del crecimiento, en particular cuando los bienes de equipo incorporaran nuevo conocimiento técnico.
Romer intenta reconciliar la teoría económica con la evidencia empírica introduciendo el avance tecnológico (que podemos denominar también conocimiento) como elemento endógeno en los modelos neoclásicos. Recoge, por un lado, los modelos de derrame que introducen rendimientos crecientes a nivel agregado que formuló por primera vez Alfred Marshall, y que otros autores han situado ya de manera más precisa provenientes de la inversión en capital físico, en capital humano y en I+D. E incorpora, por otro lado, determinadas aportaciones de neo-shumpeterianos como Grossman y Helpman (1990). Las nuevas ideas que se integran son las siguientes:  
a. La introducción en una empresa de un nuevo bien de equipo genera el aprendizaje de los trabajadores y hace aumentar el conocimiento técnico de la economía en su conjunto.
b. Bajo la hipótesis de que el factor trabajo puede ser ampliado (con lo que se acepta la noción de capital humano), se afirma que el aumento de los conocimientos de la fuerza del trabajo produce un efecto de derrame sobre el nivel de tecnología en el entorno de la economía local.
c. La inversión en I+D realizada por una empresa produce efectos directos en la empresa al generar rendimientos en su función de producción, pero también un efecto de derrame a las empresas del entorno, que deben reaccionar ante la innovación.
La consecuencia de incorporar estos elementos es una reformulación de la función clásica para la empresa j del tipo siguiente:
Yj=A(K,R,H) KjRjHjLj
en donde A recoge el estado de la tecnología, que la empresa toma como dado, K es el stock de capital físico, R son los resultados que proporciona el gasto en I+D, H y L son los niveles de empleo cualificado (capital humano) y sin cualificar (trabajo en sentido clásico). Siendo A función de los niveles totales K,R y H, la función agregada de la economía exhibe así rendimientos de escala crecientes (Vázquez, 1999).
Partiendo de la distinción clásica entre conocimiento explícito y conocimiento tácito, se argumenta por los defensores de la nueva teoría del crecimiento que dado que el segundo reside en las personas y en las rutinas de las organizaciones, no se puede trasladar con facilidad (a menos que traslademos a las personas, claro está). Diversos estudios empíricos arrojan conclusiones muy llamativas. Por ejemplo, uno realizado por Séller (cit. en Cortright (2001)) en el año 2000 sobre innovación transnacional arrojaba el resultado de que cada 10% que aumentaba la distancia respecto de un centro intensivo de producción de conocimiento y tecnología se reducía la productividad en un 0,15 %. La condición para que se produzca desarrollo económico, sin embargo, no se reduce sólo a la existencia de centros de investigación, sino que la región o ciudad en cuestión debe contar con un sector industrial dinámico que sea capaz de utilizar los resultados de esa investigación.
Por otro lado, tanto la concentración de un sector de industria en particular en una zona, como la de varias industrias especializadas complementarias, tienen efectos beneficiosos contrastados para el desarrollo de esa zona. En lo que los autores no se ponen de acuerdo es en cuál de los dos casos los efectos de derrame son más intensos. A los del primer caso se les conoce como externalidades “Marshall-Arrow-Romer”, y a los del segundo (o efectos de derrame derivados de la diversidad) como externalidades Jacobs, en recuerdo de la urbanista Jane Jacobs y de su visión del papel de los centros urbanos en el desarrollo económico.
Una última aportación de mucho interés de la Nueva teoría del crecimiento es la importancia que concede a la cultura local y al papel de las instituciones en el proceso de intercambio del conocimiento entre empresas situadas en el mismo territorio. No sólo coinciden con Porter y Marshall en la importancia del conocimiento como elemento crucial de competitividad, sino que también defienden el valor de la localidad y las instituciones locales en plena globalización: a medida que el mundo se integra más y más, la característica que diferenciará un área geográfica (ciudad o país) de otra será la calidad de las instituciones públicas. Las áreas con más éxito serán aquellas con los mecanismos más efectivos para apoyar los intereses colectivos, especialmente en la producción de nuevas ideas (Romer, 1992).
Así, señalan como elementos muy valiosos una actitud colaborativa por parte de las industrias locales, una población activa e informada, gobiernos locales abiertos y receptivos, y la participación de numerosas entidades asociativas y comunitarias como elementos conformadores de un “capital social” que favorece tanto la cooperación económica en los distritos industriales como la política pública de apoyo (Cortright, 2001). En esto coinciden plenamente con Douglass North: Las instituciones forman la estructura de incentivos de una sociedad y, por tanto, las instituciones políticas y económicas son las determinantes fundamentales del desempeño económico. (…) Las creencias que mantienen los individuos, los grupos y las sociedades y que determinan sus preferencias son consecuencia de su aprendizaje a lo largo del tiempo, y no sólo del lapso de vida de un individuo o de una generación; son el aprendizaje incorporado en individuos, grupos y sociedades, acumulativo en el tiempo y transmitido de una generación a otra por la cultura de cada sociedad (North, 1993). Como veremos, instituciones y capital social tienen un papel determinante en el modelo de desarrollo local innovador que propongo.
A pesar del interés de las visiones de Romer, estos modelos distan mucho de estar completos. Puede que sea muy útil considerar extensiones de los modelos existentes en dos direcciones: por un lado, analizando el rol de las actitudes de los consumidores hacia productos intensivos en conocimiento para determinar patrones agregados de crecimiento y desarrollo. En segundo lugar, estudiando los efectos agregados sobre el crecimiento de sistemas alternativos de derechos sobre la propiedad intelectual, o más concretamente, sistemas para producir y distribuir conocimiento y productos intensivos en conocimiento (Quah, 1999).    
Vázquez Barquero (2005) ha elaborado sobre estos fundamentos un modelo de desarrollo sostenido en lo que él denomina las “cuatro Fuerzas del desarrollo”. Las articula como un diamante al estilo del de Porter, en el que los vértices, sin que se establezca prelación entre ellos, son:

  • Difusión de las innovaciones y del conocimiento
  • Cambio y adaptación institucional
  • Desarrollo urbano del territorio
  • Organización flexible de la producción.

Este modelo es uno de los que emplearé como soporte para dar forma a mi propio teórico, que se describe detenidamente en el Cap. 6.