EL NACIMIETO DEL LIBERALISMO ECONÓMICO EN ANDALUCÍA

EL NACIMIETO DEL LIBERALISMO ECONÓMICO EN ANDALUCÍA

Eduardo Escartín González (CV)
Francisco Velasco Morente
Luis González Abril

Universidad de Sevilla

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TEORIA SUBJETIVA DEL VALOR

Se trata de una teoría utilitarista que fundamenta el valor de cambio de las cosas en la apreciación que de ellas hacen los sujetos. Según esta concepción, las cosas adquieren categoría de bienes económicos porque son útiles para las personas. Pero la utilidad no es una cualidad intrínseca del objeto, sino que le es conferida por los hombres cuando llegan a conocer para qué sirven las cosas. Mientras no se sepa cuál pueda ser su aplicación no son útiles. Cuando lo son, los individuos necesitan satisfacer sus necesidades con ellas y por eso les otorgan subjetivamente valor (o sea, están dispuestos a pagar por ellas).
Aunque algún griego clásico (tal cual Sócrates) y algún filósofo romano (como Séneca) ya habían aludido a que los sujetos otorgan valor de uso a las cosas de la naturaleza, es decir, pasan a tener la categoría de bienes, y luego pueden conferirles valor de cambio si ese valor de uso es apreciado por dos o más personas, los cimientos de esta teoría se encuentran en la Escolástica. A tal respecto, Schumpeter (obra citada, p. 136) afirma que:
La economía del bienestar propia de los doctores escolásticos se enlazaba con su economía "pura" por medio del concepto axial de esta última, el concepto de valor, el cual se basaba también en las "necesidades y su satisfacción".
Y luego continúa diciendo (ibídem, p. 137):
En primer lugar, en la crítica de Duns Escoto y sus seguidores, los escolásticos tardíos, particularmente Molina, dejan completamente en claro que el coste, aunque es un factor de la determinación del valor de cambio (o precio), no es la fuente lógica o "causa" de éste. En segundo lugar, esos escolásticos descubrieron con inequívoca claridad la teoría de esa utilidad que ellos consideraban fuente o causa del valor. Molina y Lugo, por ejemplo, fueron tan precisos como lo sería C. Menger al puntualizar que esa utilidad no es una propiedad de los bienes mismos, ni coincide con ninguna de sus cualidades intrínsecas, sino que es reflejo de los usos que los individuos observados se proponen hacer de dichos bienes, y de la importancia que atribuyen a esos usos. Pero ya un siglo antes San Antonino, evidentemente movido por el deseo de despojar al concepto "utilidad" de indeseables sentidos "objetivos", había utilizado un término no clásico, pero excelente: complacibilitas, equivalente exacto de la "desiredness" <"deseadicidad"> del profesor Irving Fisher, usado para significar el hecho de que una cosa está siendo efectivamente deseada, y nada más. En tercer lugar, los escolásticos tardíos no resuelven explícitamente la "paradoja" del valor (el agua, pese a ser muy útil, no tiene normalmente valor de cambio); pero obviaron la dificultad por el procedimiento de relacionar desde el principio su concepto de utilidad con la abundancia y la escasez; su utilidad no era utilidad de los bienes en abstracto, sino utilidad de las cantidades de bienes disponibles o producibles en cada situación determinada. En cuarto y último lugar, los escolásticos tardíos enumeraron todos los factores determinantes del precio aunque no los integraron en una plena teoría de la demanda y la oferta.
En realidad, la paradoja del valor aludida por Schumpeter está incompleta, pues aun siendo llamativo que una cosa muy valiosa por su uso, como el agua o el pan, sin embargo posea poco valor de cambio, lo verdaderamente paradójico es que, los diamantes, que apenas son útiles para la vida humana (es decir, para muchas personas casi no tienen valor de uso) sean por el contrario muy caros.
Cabe añadir que entre los factores determinantes del precio, en determinadas circunstancias, se encuentra el coste de producción (como sería en los artículos que no se venden en mercados donde pueda regir la común estimación, esto es, cuando hay pocos vendedores y pocos compradores); de modo que el precio debe permitir el resarcimiento de ese coste. Se trata ahora de una teoría objetiva, pues basa el valor en elementos comprobables y medibles, ajenos, por lo general, a la apreciación subjetiva. Tal teoría también es expuesta por Francisco de Vitoria, egregio escolástico tardío considerado el fundador de la Escuela de Salamanca de economistas en el siglo XVI. En el análisis que de este autor hace Barrientos (en su obra Un siglo de moral económica en Salamanca (1526-1629,I, Francisco de Vitoria y Domingo de Soto, 1985, p. 43), Vitoria sostenía que en las mercancías que no son muy corrientes (o sea, aquellas para las que hay pocos compradores y pocos vendedores), al no ser posible determinar el precio por el principio de la común estimación de los hombres, es razonable que el precio, aunque el mercader no debe fijarlo a su libre albedrío, contemple los gastos de producción, los trabajos, los riesgos y la escasez.
En lo concerniente a la teoría del valor y los precios, la concordancia entre estas consideraciones, que Schumpeter atribuye a la Escolástica, y las ofrecidas por Vadillo se puede comprobar a través de las reflexiones de este último sobre la naturaleza de la moneda, si es o no una medida común, «á la que habian de referirse y ajustarse todas las cosas», según se inclinaba a creer Locke (en sus Cartas sobre la moneda) o si era «un signo representativo del valor de toda mercadería», según opinaba Montesquieu (en Del Espíritu de las Leyes). Sobre estas disquisiciones Vadillo concluye (pp. 14 y 15) que:
Serian perfectamente exactas y acordes estas opiniones entre sí, si por medida comun se entiende unánimemente lo mismo que por signo; un índice abstracto que exprese o sustituya el valor impositicio de los géneros comerciables, ó un medio comparativo de las relaciones que en sí tienen para estimarse, pero no un arancel que fije ó determine aquel valor, cual en vano se buscará otro mas que la necesidad real, presunta ó de capricho.
Esta última consideración de Vadillo equivale a decir que lo único que es capaz de proporcionar valor a los bienes económicos es la apreciación subjetiva de los individuos, que sienten una necesidad (aunque sea caprichosa) y están dispuestos a pagar algo con tal de adquirir el bien que la satisface. Es, por tanto, la necesidad subjetiva la que confiere valor a los bienes.
No obstante, Vadillo también asume las tesis de la teoría objetiva al aceptar un precio mínimo para las mercancías. Así, por lo que respecta al precio razonable, Vadillo opina (p.15) que «el precio ínfimo de cualquier mercadería ha de contener indispensablemente, analizado en su última resolución, sobre el valor de los capitales de la materia ruda el alimento del operario y estipendio de su trabajo». Es decir, los gastos incurridos en su producción.
Retornando al valor subjetivo de los bienes, Vadillo insiste en ello al puntualizar (pp. 17 y 18) que:
Las necesidades casi siempre reales de los primeros, y las reales, presuntas ó facticias de los segundos1 son las que, según la aptitud de satisfacerse, imponen el precio á los géneros comerciables, aumentándolo en razón de la dificultad, y disminuyéndolo en la de la facilidad de conseguirse. Segun el grado de estimación é importancia que la necesidad ó el capricho hayan dado á una mercadería, que es su precio verdadero, y su escasez ó abundancia, así será menester mas ó menos representacion de este precio, mas ó menos signos que expresen ó equivalgan al actual valor de aquella mercadería, acomodado á las circunstancias, para satisfacer la urgencia, las comodidades ó manía; lo que se ve prácticamente en las variaciones de valores de una misma mercadería y en los descubrimientos de nuevos géneros desconocidos antes, cuyo precio se regula, no por la moneda, y sí por la comparacion de su utilidad verdadera ó ficticia, bien en sí misma, ó ya con respecto á otras especies semejantes. Y hé aquí como lejos de ser la moneda la medida comun de las mercaderías en el sentido preciso de esta voz, segun la inteligencia de algunos, que es el de disponer de su valor, está subordinada al estado y movimiento que le comuniquen aquellas, señalando solamente como signo, y sostituyendo como instrumento el grado de su aprecio, equilibrado con el de su necesidad ó real, ó existimativa, ó de puro capricho, que, como se ha visto, es la única medida común del valor de los géneros comerciables.
Y algo más adelante todavía vuelve Vadillo a este asunto entroncándolo con su apreciación cuantitativa respecto al dinero y los precios (p. 21):
En fuerza de esta tendencia recíproca que tienen á equilibrarse las monedas y las mercaderías y de la necesidad mutua, única medida comun de los precios, ha ido la moneda decayendo de su valor desde la entrada del siglo XVI según la mayor abundancia de metales sacados de nuestras minas de América, y aun el oro ha ganado sobre la plata progresivamente en razon de su escasez respecto á ella.
Por consiguiente, no parece que quepa duda respecto a que Vadillo (prescindiendo de su matización sobre una teoría objetiva del valor en lo concerniente a un precio mínimo) sostenía una teoría subjetiva del valor heredada de la Escolástica, que estaba fundamentada en la apreciación de los individuos sobre el grado de necesidad que sienten por un bien económico.
Una teoría similar había sido difundida recientemente por Turgot, autor citado por Vadillo, como ya se dijo antes. Acerca de esto, Eric Roll (en su Historia de las doctrinas económicas, 1964 [1939] p. 124) dice que Turgot, en su artículo Valores y monedas, «concedió un lugar importante a los elementos subjetivos en la determinación del valor de cambio». Estos elementos subjetivos formaban en cada individuo lo que él llamaba «el valor estimativo de un bien». El fundamento de la utilidad de los bienes y la necesidad subjetiva que de ellos tienen las personas también fue expuesto por Turgot en sus Reflexiones sobre la formación y la distribución de las riquezas, en cuyo epígrafe XXXI se lee lo siguiente:
La necesidad recíproca introdujo el canje de aquello que se tenía por lo que se carecía. Se intercambió un bien por otro y bienes por trabajo. En estos intercambios, se requería que ambas partes convinieran respecto a la cualidad y cantidad de cada una de las cosas intercambiadas. En este convenio, es natural que cada uno desee recibir lo máximo posible y entregar lo menos que pudiera. Y, siendo ambos igualmente dueños de lo que tienen para dar en el cambio, cada uno de ellos tiene que sopesar su apego por el bien que da con respecto a su deseo hacia el bien que quiere recibir, y fijar en consecuencia la cantidad de cada una de las cosas intercambiadas.
Antes de concluir este parágrafo sobre la teoría del valor conviene desvelar la paradoja del valor, que históricamente se presentó difícil de resolver. Los economistas anteriores al último tercio del siglo XIX estaban perplejos ante este hecho económico enunciado en la paradoja y no acertaban a explicar convenientemente la naturaleza del valor de los bienes. Reconocían que la utilidad era indispensable para justificar el valor, puesto que sin utilidad las cosas no eran apreciadas por las personas. Pero, a su vez, manifestaban que el valor no dependía directamente de la utilidad, tal como se vislumbra en la paradoja (el agua, muy útil, casi no tiene valor de cambio y los diamantes, apenas útiles, tienen mucho valor). Las medias de lana (en un país frío) son muy útiles, decía el economista inglés de principios del siglo XIX David Ricardo (en su libro Principios de Economía Política y Tributación, 1959 [1817] p. 210 nota 9), y si alguien con una máquina es capaz de elaborar dos pares de medias con el mismo trabajo que antes se componía una sin la máquina, la utilidad de las medias no se menoscaba en absoluto, pero su valor disminuye. En consecuencia, los economistas de aquellas épocas sólo manifestaban, sin más explicación, una trivialidad fáctica: los bienes escasos son caros y los abundantes baratos.
El descubrimiento de la ley del decrecimiento de la utilidad marginal en el último cuarto del siglo XIX sirvió para resolver la paradoja del valor. La utilidad marginal es el cociente del incremento de la utilidad (o satisfacción) experimentada por cada sujeto y del incremento de la cantidad disponible de bien que proporciona dicha utilidad. Esta utilidad marginal es decreciente, en el sentido de ir disminuyendo a medida que se dispone de más cantidad del bien. Cuando aumenta la cantidad disponible de un bien la utilidad total puede aumentar, pero los sucesivos incrementos de utilidad son cada vez más pequeños entre sí y en comparación con los incrementos invariables de la cantidad del bien que los origina. Por ejemplo, a una persona que dispone de muchos cubos de agua, si le quitan uno apenas lo nota y casi no le causa perjuicio, porque ese cubo de agua (el marginal) le origina muy poca satisfacción y, para ese individuo, tiene muy poco valor; por el contrario, si a quien sólo dispone de un cubo de agua se lo quitan le causan en tremendo quebranto, porque para él, ese cubo de agua (el marginal) le proporciona mucha satisfacción y tiene un gran valor.
Así, tras la asunción de esta teoría de la utilidad marginal, se llegó al convencimiento de que el valor depende de la utilidad, pero no de la total sino de la marginal. En efecto, la utilidad marginal combina abundancia del bien con escasa utilidad marginal y, en consecuencia, bajo valor; asimismo asocia escasez del bien con mucha utilidad marginal y, por tanto, alto valor. Con esta nueva teoría en la mano se puede tomar el mismo ejemplo de Ricardo, recién enunciado, para demostrar justo lo contrario que él pretendió probar; en efecto, siendo más abundantes las medias, al confeccionar muchas con la máquina, su utilidad marginal disminuye, y con ella el valor de las medias, pese a seguir aumentando la utilidad total de las mismas.

1 Se refiere Vadillo primero a los pueblos primitivos y segundo a los pueblos cultos o civilizados.