EL NACIMIETO DEL LIBERALISMO ECONÓMICO EN ANDALUCÍA

EL NACIMIETO DEL LIBERALISMO ECONÓMICO EN ANDALUCÍA

Eduardo Escartín González (CV)
Francisco Velasco Morente
Luis González Abril

Universidad de Sevilla

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TEORÍA MONETARIA DEL INTERÉS

El parecer de Vadillo sobre si el interés obedece a causas monetarias o reales es verdaderamente confuso e incluso contradictorio. Por otra parte, se puede decir que Vadillo en este discurso apenas realiza razonamientos propios de tipo deductivo. Una vez lo utiliza para refutar las conclusiones de Montesquieu y Locke sobre las causas del descenso del tipo de interés que estos autores atribuyen al aumento de la cantidad de dinero en circulación. Al abordar esta cuestión, sigue, casi paso por paso, la demostración de Adam Smith; Vadillo dice (p.30):
Por esta causa Montesquieu y Locke atribuyeron la baja del interés despues del descubrimiento de las minas americanas á la multitud de dinero que estas remitieron á las metrópolis y por su conducto á toda Europa. Guiados de un raciocinio del Inca Garcilaso en su historia del Perú, aseguran que por este acontecimiento el interés que antes estaba á 10 descendió á 5%. Pero el gran economista Smith demuestra hasta la evidencia la falsedad de semejante razonamiento. Si por el descubrimiento de las minas de Ámérica, dice, se redujo á la mitad el valor del dinero, 100 pesos no valdrán ya más que antes 50. El interés que antes estaba á 10, bajó, según suponen, á 5; mas estos 5 solo valen su mitad; con lo que el interés no se minoró en la proporción que pretenden. Así que, si fuese verdadera la opinión de Montesquieu, el premio de 5% que cree dar ahora el dinero, ó sería igual en representación á los 10 que producía anteriormente, porque resultaba de la mitad del capital, es decir, de un 50, ó habría de convertirse en 2,5 por la variedad de su valor. A más de que las vicisitudes del interés no están siempre en razón de la cantidad de dinero ó número de monedas del país; luego no es ésta la privativa causa de su elevación ó abatimiento.
El pensamiento de Vadillo, secundando a Adam Smith, es confuso porque elude la posible vinculación entre la cantidad de dinero y el tipo de interés para desviar esa vinculación hacia el poder adquisitivo del dinero y el de su rendimiento –el interés– antes y después de haberse producido el aumento de la cantidad de dinero. En el trasfondo de esta desviación se encuentra el análisis real, porque el poder adquisitivo del dinero significa fijarse en la cantidad de cosas que se pueden comprar con el dinero.
Empezando por el asunto de la confusión, conviene señalar que, en puridad, el análisis de Vadillo, antes que acercarse al de Adam Smith, se aproxima al de los escolásticos y al de algunos autores posteriores, de los siglos XVII y XVIII, entre los que cabe citar a Locke. Schumpeter incluye a Locke entre los autores que adoptaron el tratamiento monetario del interés, y, en nuestra opinión, también se debería incluir a Montesquieu. Los escolásticos tuvieron una concepción monetaria del interés, puesto que, expresando la idea con palabras de Schumpeter (ibídem, p. 380), «los escolásticos no restringieron el concepto de interés al interés de los préstamos de dinero».
Para todos estos autores, al ser un fenómeno enmarcado en el ámbito de la totalidad del dinero, el interés está influido, además de los préstamos, por cualquier tipo de demanda de dinero, incluso la del dinero por sí mismo para atesorarlo, por ser un depósito de valor. La concepción monetaria del interés atribuye éste a toda la demanda de dinero por cualquier motivo y procedimiento y para cualquier finalidad (como, por ejemplo, conseguir dinero, no sólo pidiéndolo prestado sino vendiendo tierras u otras pertenencias para luego guardarlo (atesorarlo) o gastarlo consumiendo otros artículos o invirtiéndolo. Mientras que en la concepción no monetaria el interés es atribuido sólo a una demanda restringida de dinero a través del préstamo para dedicarlo a inversiones productivas.
En la interpretación de Schumpeter (obra citada, p. 385), Adam Smith abandonó la concepción monetaria del interés para percibir el interés como fenómeno propio del préstamo de capital con finalidad productiva. Smith (en su Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, 1994 [1776], p. 306) considera que todo dinero ahorrado se invierte de forma inmediata como capital, para lograr así una ganancia. A veces, quien ahorra no invierte su dinero personalmente, sino que lo presta a otro que desee invertirlo, para ganar de ese modo un interés (ibídem, pp. 305 y 306). Así pues, para Smith (ibídem, p. 317), lo más frecuente era el préstamo de dinero para utilizarlo como capital productivo y no para fines de consumo, ya que, en su opinión (ibídem, p. 317), «quien estipula un préstamo para gastarlo, se arruinará muy pronto».
En realidad, Smith no consideró bienes monetarios sino reales, cuya movilización se facilitaba mediante el dinero; por eso el escocés dice (ibídem, p. 318): «lo que entrega el prestamista y recibe el prestatario no es dinero, sino lo que vale la moneda, o los bienes que mediante ella se pueden adquirir». Puesto que Smith se inclinó por una concepción no monetaria del interés, en verdad, su verificación no consigue rebatir la conclusión de Montesquieu ni la de Locke, porque se refieren a estimaciones teóricas dispares (ora monetaria, ora real de la economía) como luego se comprobará. La demostración de Smith se encuentra en las páginas 320 y 321 de su libro citado, según la versión del Fondo de Cultura Económica, y se analizará un poco más adelante (es la aludida por Vadillo).
Antes examinaremos las imprecisiones en las que incurre Vadillo. En su manifestación recién transcrita, dice que Garcilaso de la Vega, el Inca, ya había razonado sobre la relación causa efecto existente entre la abundancia de dinero y la reducción del tipo de interés. Sin embargo, tal juicio no es correcto, porque el Inca, siendo historiador, tan sólo constata un hecho histórico sin entrar en valoraciones de tipo teórico: el interés que antes estaba á 10 descendió á 5%. Fue Montesquieu quien entró en la interpretación teórica y a nuestro entender no se equivocó. Del siguiente tenor es cómo refiere y analiza este asunto Montesquieu (en Del Espíritu de las Leyes, Libro XXII, Cap. 6, p. 264), donde se resaltan mediante subrayados nuestros las particularidades relevantes que avalan la veracidad del razonamiento del autor galo, puesto que alude a toda la oferta y demanda de dinero, a su abundancia y escasez, de suerte que se demanda donde es escaso y por quien carece de él y se ofrece donde es abundante y por quien lo tiene disponible:
Por qué razón el precio del interés quedó reducido a la mitad a partir del descubrimiento de las Indias.-
El Inca Garcilaso dice que después de la conquista de las Indias, las rentas estaban al diez por ciento, bajaron en España al cinco por ciento. La cosa es lógica. Una gran cantidad de plata afluyó de golpe a Europa: hubo menos personas que necesitaron dinero; el precio de las cosas subió y el de la plata bajó; la proporción, pues, se rompió y todas las antiguas deudas quedaron saldadas. Podemos recordar el tiempo del Sistema1, en que todas las cosas tenían un gran valor, excepto el dinero. Después de la conquista de las Indias, los que tenían dinero se vieron obligados a disminuir el precio o el alquiler de su mercancía, es decir, el interés.
Desde aquel tiempo el préstamo no ha podido volver a la antigua tasa, porque la cantidad de dinero aumenta cada año en Europa. Por otra parte, como los fondos públicos de algunos Estados, basados en las riquezas que el comercio les ha proporcionado, producen un interés muy módico, ha sido preciso regular los contratos de los particulares. Por último, el cambio facilitó a los hombres el traslado del dinero de un país a otro, y por eso, si escaseaba en un lugar, podía llevarse de todos los lugares donde abundase.
Vadillo incurre en otra imprecisión, que es la de atribuir tanto a Montesquieu como a Locke idéntica causa de la baja del interés; a saber: el descubrimiento de las minas americanas y la subsecuente abundancia de dinero. Esta causa es la que analiza Montesquieu, pero no Locke. Éste realiza su estudio ateniéndose sólo a la carestía o copia de dinero, sin mencionar el caso del descubrimiento de las minas de América. Sin embargo, la conclusión de Locke es similar a la de Montesquieu: si el dinero escasea el interés sube y a la inversa. Locke expresa tal idea del siguiente modo (en Some Considerations of the Consequences of the Lowening of Interest, cuya versión española bajo el título de: «Algunas consideraciones sobre las consecuencias de la reducción del tipo de interés y la subida del valor del dinero», se encuentra en Escritos monetarios; Ediciones Pirámide, S.A., Madrid, 1999., pp. 58, 60, 62, 65, 65 y 115 respectivamente para cada uno de los seis párrafos que se reproducen):
Como el dinero es una mercancía de uso general, tan necesaria para el comercio, como la comida para el vivir, todos deben obtenerlo al precio que les sea posible2, e inevitablemente tendrán que pagar más caro cuando sea escaso [...]
Creo que el interés natural del dinero3 sube por dos causas: primera, cuando el dinero de un país es poco en relación con las deudas que los habitantes tienen entre sí [...] porque entonces eso genera más prestatarios que prestamistas y hace que el dinero sea escaso y, en consecuencia, que el interés sea alto. Segunda, lo que sube constantemente el interés natural del dinero es que éste sea poco en relación con el comercio de un país. Porque [...] aquel al que le hace falta dinero, antes que perder su viaje o su comercio, pagará por él el interés natural [...]
si una cantidad de dinero permanece inmóvil, disminuye el comercio en igual medida. Por tanto, [...] cuando el riesgo sea grande y las ganancias pocas [...] muchos elegirán acumular su dinero antes que arriesgarse a enviarlo al extranjero bajo dichas condiciones [...]
Y si de verdad os falta dinero, la necesidad hará que pidáis prestado donde podáis y a las tasas que fije vuestra necesidad, no vuestra ley.
El dinero es necesario para toda clase de hombres, porque sirve tanto de unidad de cuenta como de prenda4 [...]
En Holanda el interés es bajo pero [...] es el resultado de la gran abundancia de dinero disponible que hizo que el interés cayera en un principio.
Además de la puntualización de esas imprecisiones de Vadillo, se puede observar, por nuestros subrayados en el texto de Montesquieu y en los de Locke, que, en efecto, estos autores no restringen el interés del dinero a los préstamos de capital. El dinero también se demanda por sí mismo al precisarse por múltiples motivos, incluso para atesorarlo (que equivale a guardarlo hasta el momento en que se requiera su utilización). En este aspecto tienen una teoría del interés moderna, al menos keynesiana, en la línea de la preferencia por la liquidez establecida por Keynes (en su Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero –1970 [1936], p. 151–). Y desde este punto de vista, el de una teoría monetaria del interés, sus conclusiones son correctas: el tipo de interés, ceteris paribus, sube o baja cuando la demanda de dinero (preferencia por la liquidez) aumenta o disminuye relativamente con respecto a la cantidad de dinero disponible.
A mediados del siglo XVII Cantillon (en el libro a él atribuido: Ensayo sobre la naturaleza del comercio en general -1996 [1755]-) expuso una de las mejores explicaciones sobre el interés del dinero, difícilmente superable por otras teorías más modernas. Cantillon capta el aspecto monetario del interés, pues, aunque considera el interés del dinero determinado por la interacción de los prestamistas y los prestatarios (obra citada, p. 127), se refiere a toda la oferta y toda la demanda de dinero provenga ésta de los empresarios para invertir (ibídem, p. 136) o de cualesquiera personas para consumir, en especial nobles u otras gentes ricas (ibídem, p. 137). Así es que si aumenta la oferta de dinero en préstamo en mayor proporción que la demanda, porque se incrementa la cantidad del numerario en circulación, por ejemplo, el tipo de interés tenderá a bajar. Pero esta tendencia puede verse neutralizada, incluso rebasada al resultar un tipo de interés más alto que el original, si el incremento del dinero en circulación causa un considerable aumento del gasto social. Si eso sucede, el tipo de interés sube porque el aumento del gasto genera altas expectativas de obtener beneficios, que permiten pagar elevados tipos de interés, lo que induce a los empresarios a demandar grandes cantidades de dinero para fomentar la inversión y las ventas de sus productos (ibídem, p. 137). En consecuencia, la cantidad de dinero afecta al tipo de interés de dos formas simultáneamente: positiva (o directa) la una y negativa (o inversa) la otra5. Para Cantillon el efecto sobre la tasa de interés derivado de un aumento del gasto social provocado por el incremento de la cantidad de dinero en circulación podría ser de magnitud considerable y actuaría de forma positiva (o directa); sin embargo, el mero incremento de la oferta de dinero en circulación actuaría de forma negativa (o inversa).
Nada más iniciar el presente parágrafo 9 se dijo que Vadillo presenta un pensamiento confuso y contradictorio en lo de la determinación del tipo de interés y más próximo al de los doctores escolásticos, Montesquieu y Locke que al de Smith, pese a declararse su epígono, porque a continuación de su párrafo arriba transcrito dice (pp. 30 y 31):
En China, según cómputos prudentes, se encierra mayor proporción de los metales preciosos, oro y plata, que la que circula en toda Europa, y, no obstante, el interés es doble que en las más de las naciones de ésta, porque asciende comúnmente a 12 y 15%; la razón de ello podrá hallarse en que en la China el dinero se guarda o atesora, y no corre en circulación.
Obsérvese (en la frase que hemos subrayado) que, en realidad, Vadillo está ahora refiriendo un autentico caso de aumento de la preferencia por la liquidez, o sea, de la demanda de dinero por sí mismo, para guardarlo, cuya tendencia es a hacer subir la tasa de interés. Lo cual es debido a un doble motivo: por un lado, aumenta la demanda de dinero y, por otro, disminuye su oferta. Y más adelante (p. 31) añade Vadillo:
En tanto que el especulador o comerciante se vea animado para una vasta empresa por lucros exorbitantes, dará el premio que le pidieren por el dinero que necesite para abrazarla, lo que no sucederá cuando ellos fuesen moderados.
Téngase en cuenta que esta es la idea de Cantillon: que la expectativa de pingües beneficios impulsa al empresario a pagar tipos de interés altos. Hablando del interés Cantillon (en su obra citada, p. 128) afirma: «Pero su uso permanente en los Estados parece fundarse en los beneficios que pueden obtener los empresarios». Sin embargo, Cantillon va más lejos todavía y completa su análisis al explicar lo que las buenas expectativas empresariales sobre los beneficios pueden originar: un aumento de las inversiones y del gasto social que causaría el incremento de algunos precios y todo ello motivado por el aumento de la cantidad de dinero en circulación.
La recién transcrita apreciación de Vadillo, referente al aumento de la demanda de dinero motivada por favorables expectativas de beneficio (las cuales en ningún momento son ligadas al incremento de la cantidad de dinero en circulación o sus efectos sobre el gasto social), se halla en la misma línea de Smith (La Riqueza de las Naciones, p. 95 y p. 319) de considerar el interés como resultado de la oferta y demanda de capitales vinculadas a la magnitud esperada de los beneficios mercantiles. Esta opinión de Smith es corroborada más explícitamente por Vadillo (p. 31): «El sabio inglés, de que se ha hablado, cree con acierto que el aumento o disminución del interés pende de las ganancias de los capitales». Pero resulta que esto también era análisis escolástico, como se mencionó en el parágrafo precedente, y así lo consideraba Schumpeter (en su obra citada, p. 144):
Este análisis revela que el factor fundamental que levanta el interés por encima de cero es el predominio del beneficio mercantil; los demás factores que pueden producir los mismos resultados no son necesariamente intrínsecos al proceso capitalista. Esta proposición es la aportación positiva principal del análisis escolástico del interés.
Respecto a la demanda de dinero, Vadillo sigue opinando (p. 37n):
Que el dinero de por sí sea infructuoso es notoriamente falso, porque aun cuando nada produzca naturalmente, como produce una posesión agraria u otra cualquier cosa regenerativa de su especie, tiene la propiedad de signo que a todas las representa, sustituye y facilita por su medio. Así que pudiéndose trocar por cosas o seres naturalmente fructíferos, debe considerarse como imagen universal, cuyo poder y calidad lo fecundiza e identifica con ellos. Y si por el dinero se logran todas las ventajas que proporcionan en el sistema actual de cosas todas las demás especies ¿por qué no ha de compensarse este servicio y comodidad con algún emolumento?
Como se ve, Vadillo, en este contexto, utiliza el calificativo de signo para el dinero con la acepción de depósito del valor y, dejando al margen la corroboración de su aceptación de la «teoría de la fructificación» de Turgot, está justificando el interés del dinero por el mero hecho de que éste se puede demandar por constituir precisamente un depósito de valor; o sea, por pura y simple preferencia por la liquidez, con vistas a la aplicación del dinero en un futuro indeterminado cuando más le convenga a su poseedor.
Otras consideraciones de Vadillo sobre el dinero, los préstamos y el interés son (pp. 39 y 40):
El dinero, como toda mercancía, se rige por la demanda y concurrencia de capitalistas que presten, y de solicitadores que lo apetezcan. Según que se multipliquen los unos que desean prestarlo al más alto precio posible, o los otros que aspiran a tomarlo al más ínfimo, así la cuota del interés estará más o menos subida. Pero la multiplicación de prestadores sólo puede provenir de la abundancia de capitales, cuyos dueños descontentos con la estéril estancación en sus manos, y no tocando ventajas extremadas en una empresa o negociación particular, se ven en el caso de ofrecer el dinero o al que lo buscase, o al que juzguen poderle convenir. Esta situación de rebosar el dinero de entre las manos de los poseedores, solamente tendrá lugar, como se ha apuntado ya, en el aumento cumulativo de la riqueza nacional y en su estado de prosperidad progresiva. Por esta razón el premio del dinero en Holanda sin reglamento, sin ley ni estatuto que lo circunscribiese, ha estado en el curso de los últimos siglos mucho más bajo que en ninguna otra potencia de Europa.6
Si las reducciones del interés del dinero [...] que hizo en Francia Sully en el año 1601, Richelieu en 1634, y Colbert en 1665 fueron útiles, se debió a que estos tres grandes ministros habían restablecido por otras operaciones provechosas [...] la prosperidad nacional, sin lo cual en vano hubieran intentado minorar el interés del dinero, porque siendo éste una mercadería, su precio ha de elevarse o bajarse a proporción de que sea más o menos abundante; y escaseando, la reducción del interés no haría más que cerrar las bolsas y desaparecer los prestadores (pp. 39n y 40n).
Se ha podido observar en esta trascripción que, en el fondo, Vadillo también tiene una concepción monetaria del interés, pues acaba considerando la oferta y la demanda de dinero en general, y no en exclusiva la oferta y demanda de dinero como capital a invertir en empresas productivas.
Por lo que se ha tratado del pensamiento de Vadillo sobre el interés del dinero se comprueba su batiburrillo de ideas.
Ahora conviene analizar más detenidamente la teoría de Smith sobre el interés, antes anunciada, para apreciar mejor la diferencia de su concepción del interés en función de los préstamos de capital y el concepto monetario, antes emitido. A tal fin se reproducen sus argumentos (expuestos en su obra citada, según la versión en español del Fondo de Cultura Económica, pp. 320 y 321):
Locke, Law y Montesquieu, a la par que otros muchos escritores, imaginaron que el aumento de la cantidad de oro y plata, como consecuencia del descubrimiento de las Indias Occidentales españolas, fue la causa de que bajase la tasa de interés en la mayor parte de Europa7. Decían que habiendo llegado a ser de menos valor estos metales, necesariamente sería menor, también, la utilidad de cualquier porción de los mismos y, por consiguiente, el precio que se paga por tal uso.
Esta opinión, que a primera vista parece una explicación bien lógica, fue analizada en términos tan cumplidos por Hume, que hasta parece innecesario insistir más sobre el particular. Pero el argumento siguiente, muy claro, aunque conciso, servirá para aclarar satisfactoriamente la falacia en que incurren aquellos autores.
Antes del descubrimiento de las Indias Occidentales españolas se percibía comúnmente a título de interés, en la mayor parte de Europa, el diez por ciento. Desde entonces se ha ido reduciendo en diferentes países al seis, al cinco, al cuatro y aun al tres por ciento. Ahora bien, supongamos que en cualquiera de estos países ha bajado el valor de la plata precisamente en la misma proporción en que ha disminuido la tasa de interés, y que allí donde el interés ha bajado, por ejemplo, del diez al cinco por ciento, la misma cantidad de plata solo puede comprar la mitad de las mercancías que podía conseguir antes de producirse ese descenso. No nos atreveríamos a decir que, en realidad, se haya verificado en parte alguna este supuesto, pero resulta muy adecuada la hipótesis para aclarar la opinión que vamos a exponer, demostrando cómo, aun en dicho caso, es absolutamente imposible que la baja del valor de la plata haya podido influir, por su natural tendencia, en la disminución de la tasa de interés. Si en el país que sirve de base a nuestro supuesto, cien libras no son de más valor que antes cincuenta, diez libras tampoco valdrán entonces más de cinco. Cualquiera que fuese la causa determinante de la baja en el valor del capital, no podría por menos de hacer que bajase la tasa de interés exactamente en la misma proporción. La relación entre el valor del capital y del interés ha de continuar siendo la misma, aunque dicha tasa no sufra ninguna modificación8. Pero cualquier alteración en la tasa de interés ha de modificar necesariamente la proporción entre los dos valores. En consecuencia, si cien libras actualmente no valen más que cincuenta, cinco no podrían valer tampoco más que dos libras y media. Con lo cual, reduciendo la tasa de diez al cinco por ciento, vendríamos a dar por el uso de un capital que se supone igual a la mitad del antiguo, por lo que respecta al valor, un interés igual a la cuarta parte del que antes se pagaba.
En primer lugar, es preciso hacer una observación sobre el sentido de las frases que hemos subrayado, ya que son ininteligibles en el contexto donde se inscriben según la idea y propósito de Smith. El verdadero sentido debería ser: cualquiera que fuese la causa determinante de la baja en el valor del capital, no podría por menos de hacer que bajase el valor del interés exactamente en la misma proporción. La relación entre el valor del capital y el del interés ha de continuar siendo la misma, como si la tasa no sufriera ninguna modificación. Y esto debe ser así porque Adam Smith compara el poder adquisitivo del capital (o sea, su valor) con el poder adquisitivo del rendimiento del capital (o sea, del interés); supone además que esos poderes adquisitivos sólo se alteran con la variación de la cantidad de dinero y que en ello no tiene que influir la tasa de interés.
La sospecha de una mala traducción en la edición del FCE, nos indujo a confrontar este párrafo con el de otra edición, concretamente la de Alianza Editorial, traducida por Carlos Rodríguez Braun –bajo el título abreviado (lo mismo que la traducción, que, en realidad, es una antología en lo concerniente a los últimos libros de la obra de Smith) La riqueza de las naciones–, quien, en efecto, ofrece el sentido que hemos expresado (véase Smith, 1994 [1776, bis], p. 454).
Es decir, el abstruso razonamiento de Smith es el siguiente: Si 50£ compran 10 A (de mercancía) su rédito al 10%, o sea, 5£, compran la cantidad A (que es la décima parte de la misma mercancía). Pero si el poder adquisitivo del dinero, debido a su abundancia, se reduce a la mitad, entonces 50£ compran 5 A y su rendimiento, 5£, por consiguiente, debe comprar 0,5 A. Todo este argumento se basa en que la tasa de interés no tiene que variar por el hecho de reducirse el valor de dinero y debe seguir siendo del 10%, porque así el rendimiento de 50£, que son 5£, ahora compran 0,5 A que es justo la mitad de lo que antes se compraba con las 5£. Si, simultáneamente a la reducción del poder adquisitivo del dinero, bajara el tipo de interés a la mitad, entonces 50£ al 5% rendirían 2,5£, que sólo podrían comprar 0,25 A.
Adam Smith, con este alegato, se sale por la tangente, pues pasa a explicar otra cuestión distinta. Ésta es la diferencia existente entre la tasa de interés nominal y la tasa de interés real ante una devaluación de la moneda, o una inflación, que merma el poder adquisitivo. La situación se agrava si a la vez desciende la tasa de interés. La consecuencia, en ambos casos, es que se perjudica al prestamista, pero mucho más en el segundo caso que en el primero y por eso opina Smith que ante esa última situación el prestamista no debería salir tan dañado y tendría que mantenerse la tasa de interés invariable.
Como se ve, Smith parte del supuesto, para él evidente y sin necesidad, por tanto, de demostración, de que el poder adquisitivo del capital y el poder adquisitivo de su rédito deben permanecer siempre parejos. Quizás este supuesto sea cierto bajo su concepto de una rígida teoría cuantitativa en la que con los aumentos del dinero en circulación permanecen inalteradas las cantidades de mercancías. Tal interpretación se deduce de su frase (obra citada, versión del FCE, p. 321): «Cualquier aumento de la cantidad de plata, permaneciendo inalterable la de mercancías que por su mediación circulan, no puede tener otro efecto sino el de disminuir el valor de aquel metal». Smith no cree posible que las variaciones en la cantidad de dinero afecten a la cantidad de mercancías producidas; o sea, a la economía real. Como se aprecia, esta visión de Smith difiere de la de Cantillon, para quien el incremento de la cantidad de dinero en circulación puede estimular el gasto social, y con él se fomenta la inversión de los empresarios y la producción de mercancías; es decir, la variación en la cantidad de dinero provoca una modificación en la economía real. Creemos que esta postura es la correcta, porque para incrementar la cantidad de dinero, en aquellos tiempos, se requería dedicar e invertir recursos y esfuerzos productivos para obtener oro y plata y por ello no es comprensible que hubiera economistas que pensaran que, al aumentar la cantidad de dinero, pasando recursos reales a la producción de oro y plata para luego acuñarlos, en detrimento de la producción de otras mercancías, no se alteraría la cantidad ofrecida de otros artículos, por lo menos al principio antes de dejarse sentir los efectos de la mayor cantidad de dinero en circulación.
Lo que no consigue Smith con su razonamiento recién reproducido es demostrar que Locke y Montesquieu hayan incurrido en una falacia, ya que, como antes se dijo, parten de supuestos teóricos diferentes. Los motivos son éstos:
En primer lugar, porque Smith interpreta mal las ideas de estos autores. Si bien dijeron que la causa del descenso del interés se encontraba en la abundancia de oro y plata, no es cierto, pese a afirmarlo Smith en el primer párrafo transcrito, que dichos autores atribuyeran la necesidad de un interés más bajo al menor valor de esos metales. Relacionar dinero abundante con tasa de interés es muy diferente a vincular poder adquisitivo del dinero con tasa de interés. La primera relación puede ser cierta y fue la considerada por Locke y Montesquieu. La segunda también podría ser cierta, aunque bajo determinadas circunstancias muy excepcionales, pero ésta no fue la contemplada por Locke y Montesquieu. Empero, la vinculación de estos dos autores está totalmente alejada de la interpretación del escocés, quien insiste en que la ligazón directa entre poder adquisitivo del dinero y tasa de interés es la opinión de Locke y Montesquieu; opinión que se ve obligado a tildar de falsa: «es absolutamente imposible que la baja del valor de la plata haya podido influir, por su natural tendencia, en la disminución de la tasa de interés» (Smith,  1994 [1776], pp. 320-321).
Y en segundo lugar, porque Smith cambia el planteamiento del problema, sobre la marcha, según se acaba de explicar, y, además, esgrime un supuesto axiomático, cual es que el principal de un préstamo y su rendimiento deben a la par conservar sus respectivos poderes adquisitivos inalterados. Tal hipótesis es totalmente cuestionable; pues ¿qué razón hay para ello? A no ser que se trate de un supuesto psicológico, por el cual el prestamista tienda a conservar el poder adquisitivo de sus rendimientos en épocas de inflación, no hay un motivo económico que lo avale; pues una cosa es pretenderlo y otra muy distinta es conseguirlo en la realidad.
Más arriba se afirmó que Smith interpreta mal a Locke y a Montesquieu, o por lo menos al primero, pues desde luego en el ánimo de estos autores no estaba afirmar que hubiera una relación directa e inmediata entre las variaciones del valor del dinero y las del tipo de interés. En este sentido se interpreta, contrario sensu, la opinión de Locke sobre este particular (en Algunas consideraciones sobre las consecuencias de la reducción del tipo de interés y la subida del valor del dinero, 1999 [1692] p. 81):
Por consiguiente, la caída o la subida del interés, que por su mero cambio no produce inmediatamente ni más ni menos tierra, dinero o cualquier clase de mercancías en Inglaterra de las que había anteriormente, no altera para nada el valor del dinero con respecto a las mercancías. Porque la medida de ello es solamente la cantidad y la salida , que no cambian inmediatamente debido a la alteración del interés. En la medida en que la modificación del interés lleva a que en el comercio entren o salgan dinero o mercancías, y con el tiempo a que varíen sus proporciones aquí en Inglaterra con respecto a lo que eran antes, el cambio del interés, como en todas las demás cosas que promueven o dificultan el comercio, podrá alterar el valor del dinero con respecto a las mercancías.
Este subrayado nuestro pretende dar pie a indicar que entre «todas las demás cosas que promueven o dificultan el comercio» está el dinero, mencionado expresamente por Locke (ibídem, p. 64) en otro contexto: «cualquier cosa que obstaculice el préstamo de dinero, perjudica el comercio».
Pero esta idea no cabe en el pensamiento de Smith, ni tampoco en el de Vadillo pues este último afirma (p. 31):
La equivocación, en mi concepto, procede de confundir las variaciones del interés con las del mismo dinero. Bien puede aumentarse ó disminuirse el precio de la moneda no sintiéndose alteración en su premio, y al contrario. La diferencia en el modo de expresarse en estos casos consistirá en el término de comparacion que se busque. Mientras mas abunde el dinero, menos representacion tendrá, como que tambien es dinero. Por consiguiente este premio no facultará ya para comprar tantas cosas como antes de la disminucion de su valor, así como tampoco el capital, pero comparado con este podrá ser igual ó proporcionado su premio, que regularmente se gradúa por un tanto por ciento.
Aquí Vadillo se aferra a un rígido teorema de la cantidad asumido por Smith y, así, para ambos toda variación de la cantidad de dinero es sinónimo de un cambio en el poder adquisitivo del dinero, y como este último no tiene por qué provocar una alteración en la tasa de interés, creen haber demostrado que aquella no es la causa de la modificación de la tasa de interés.

1 Se refiere Montesquieu al desarrollo del proyecto de John Law –designado ministro de finanzas por el duque Felipe de Orleans en su regencia durante la niñez del rey Luis XV de Francia– de crear un sistema monetario de Patrón Dirigido, basado en un papel moneda emitido por la Banque Royal, que, debido a una tremenda especulación, terminó en un estrepitoso fracaso, un valor nulo de los numerosos billetes emitidos por dicha banca y su quiebra.

2 El subrayado es nuestro.

3 Se refiere al interés resultante de la oferta y la demanda libremente establecidas, y no al interés legal.

4 O sea, garantía. Las prendas se aceptan porque tienen valor. Una de las funciones que actualmente se reconocen al dinero es la de ser un depósito de valor; es decir, el dinero tiene un valor (como las prendas que se aceptan en garantía) que se mantiene en el tiempo, hasta el momento en que se precise emplearlo.

5 La relación positiva quiere decir que cuanto más dinero haya en la circulación más alto será el tipo de interés y, al contrario, la negativa significa que cuanto más dinero haya tanto menor será tasa de interés.

6 Casi da la sensación de estar leyendo a Locke.

7 En nota a pie de página de esta edición de la obra de Smith, se aclara que «Locke y Law supusieron que la tasa de interés sube y baja con la cantidad de dinero, y Montesquieu atribuye específicamente la histórica baja del tipo de interés al descubrimiento de las minas americanas» (Smith, 1994 [1776], p. 320nota).

8 Los subrayados son nuestros.

9 O sea, la oferta y la demanda.