EL NACIMIETO DEL LIBERALISMO ECONÓMICO EN ANDALUCÍA

EL NACIMIETO DEL LIBERALISMO ECONÓMICO EN ANDALUCÍA

Eduardo Escartín González (CV)
Francisco Velasco Morente
Luis González Abril

Universidad de Sevilla

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Coyuntura y estructura

Un problema coyuntural es si, al corregirlo, el propio sistema económico es capaz de superarlo pronto sin provocar nuevas dificultades. En caso contrario, es decir, cuando al emplear un remedio se genera un nuevo problema o hay que seguir enmendando continuamente para paliar los perjuicios, se trata de un problema estructural. El problema estructural afecta al esqueleto y a órganos vitales del sistema productivo; mientras que el coyuntural atañe a elementos apendiculares.
Un ejemplo aclarará estos conceptos. Supongamos que algunos astilleros, al no recibir pedidos, carecen de carga de trabajo. Si la falta de pedidos fuera temporal, motivada por un estado de recesión en países clientes, esto, así aislado, constituiría un problema coyuntural: sería posible buscar pedidos en países que no padecieran recesión económica y dispusieran de poder adquisitivo suficiente. Pero si en dichos astilleros se produce con un alto coste, y es por eso por lo que no se reciben los pedidos, el problema es estructural. Los astilleros no están organizados de forma que sean capaces de producir con competitividad en su sector. Si no solucionan este problema tendrán que cerrar y dejarán de ser astilleros. El problema estructural, de no ser corregido, afecta a la propia existencia del ente.
En economía se dispone de instrumentos correctores que se utilizan cuando surge alguna dificultad. Si es coyuntural no hay motivo de alarma pues, tras adoptar la corrección, enseguida se recupera la normalidad. Los problemas estructurales son los preocupantes. Y en España precisamente lo que tenemos son graves problemas estructurales. El mal proviene de su sistema productivo que, como se dijo, por lo general suministra poca cantidad y variedad de bienes y servicios, y con escasa productividad; de lo que se deriva una elevada tasa de inflación y un alto índice de paro. Que éste es estructural se manifiesta en que si, por alguna circunstancia, se aumenta la producción de algún bien, lo cual, en principio, debería interpretarse como bueno para el sistema económico, entonces resulta que, como se produce con escasa productividad y la mercancía sale cara, termina por no venderse, y los trabajadores acaban en el paro, como ha ocurrido en la construcción. Por otra parte, si no se aumenta la producción no se absorbe el paro. O sea, que si se produce mucho aumenta el paro porque no se vende todo lo producido y si se produce poco también aumenta. Se haga lo que se haga no se elimina el paro en la medida de lo deseable. Pongamos ahora como ejemplo el de la agricultura. En España se importa de California pasas, ciruelas pasas y nueces; de Túnez y Turquía dátiles e higos desecados. En la Península Ibérica todos estos comestibles se elaboraron rentablemente en eras pasadas y se exportaban a multitud de países. Es más, a California, cuyo clima es similar al de muchas de nuestras zonas agrarias, el cultivo de tales frutos fue llevado por los españoles, que ahora son incapaces de copiar su moderna forma de producción rentable. Esto, a su vez, constituye un ejemplo de la reticencia empresarial a invertir en I+D+I, de suerte que se consiga una producción competitiva. En resumidas cuentas, el paro estructural está causado por la escasez de puestos de trabajo proporcionados por el sistema económico, debido a carencias de las dotaciones industriales, de los servicios y de la agricultura. Además en España hay paro encubierto, porque en algunas empresas se podría prescindir de parte de sus empleados sin merma de la cantidad producida. De hecho, no es infrecuente que asistamos a regulaciones de empleo, que tienen por objeto despedir trabajadores por considerar que se puede producir lo mismo o más con menos personal. Esto sin mencionar el gigantesco paro encubierto existente en las múltiples administraciones públicas, que, con plantillas excesivas, redundancia de funciones y bajo rendimiento en jornadas laborales cuyo horario no se ajusta al disponible por la población, hacen de la función pública en algunos de sus niveles un verdadero yacimiento de paro.
La tendencia a padecer una inflación estructural también es típica de nuestro sistema productivo. Inflación que, por otra parte, se ve alimentada por un sistema monetario proclive al crédito y a la creación de dinero fácil. Pero si se dificultara la adquisición de dinero, subiendo las tasas de interés, por ejemplo, se mermaría la inversión y el consumo y con ellos la producción y aumentaría el paro. Como se ve el remedio para una cosa implica un perjuicio para otra. Año tras año, en España suben los precios más que la media de Unión Europea debido a una estructura económica deficiente. Tras la moratoria nuclear, nuestra dependencia energética del petróleo y el gas natural es muy alta, mientras que otros países de la UE han sabido reordenar su producción y sus costes para que el alza de los precios de sus productos resultara inferior al de los españoles. Así, nuestra economía pierde competitividad y la producción interior se vende cada vez con más dificultad, tanto en el exterior como en el interior. Por eso, también sufrimos un déficit estructural en nuestra balanza comercial. Y es estructural porque nuestro sistema productivo es muy dependiente de las importaciones; no se trata ahora de nuestro alto consumo de productos extranjeros, que lo es, sino que económicamente nos resulta imposible crecer sin importaciones. Es nuestro desarrollo industrial y productivo, en general, el que precisa las importaciones. O sea, no hemos sabido establecer un sistema productivo propio que dependa de materias primas autóctonas, de nuestros propios productos y de nuestra propia tecnología. Tampoco somos capaces de compensar el déficit de la balanza comercial exportando nuestra tecnología que arrastre otros productos elaborados en nuestro territorio, lo cual es fundamental en un orbe económico donde la producción agraria e industrial de los países desarrollados se deslocaliza y pierde cuota de participación en el PIB, a favor de servicios muy técnicos y de alta calidad. Además nos cuesta mucho erradicar la conflictividad del sistema económico. No sumamos esfuerzos en la misma dirección, en la del interés general de la sociedad. Debemos conceder más atención a la economía integradora, pues, como decía Kenneth E. Boulding (1973), hay que ir dejando paso a la economía del amor para contrarrestar los perniciosos efectos de la economía del temor.