EL DESARROLLO LOCAL COMPLEMENTARIO

Mario Blacutt Mendoza

La Globalización y los Estados Nacionales

El concepto de soberanía ha venido debilitándose progresivamente, haciéndose cada vez más flexible. Los intereses de un país ya no son considerados aislados de los intereses de otros países; cada vez más, lo que una nación hace afecta a las otras. Por ejemplo, si Brasil quisiera poner una planta nuclear cerca de alguna de sus fronteras, bajo el supuesto de que puede hacer lo que desee si lo hace en su propio territorio, los países colindantes harían escuchar su oposición, la elevarían a los organismos internacionales y lograrían que Brasil reconsiderara su medida, a riesgo de quedar marginado del resto del mundo. Lo mismo sucedió hace algún tiempo con la actitud de los Presidentes de Venezuela, Ecuador y Bolivia ante la intención del entonces Presidente de Colombia de permitir una base militar de los EE.UU en territorio colombiano. Los tres declararon que una base militar de los EE.UU en cualquier lugar de Latinoamérica era un problema de todos los países de Latinoamérica.

Por otra parte, el concepto de Nación-Estado es relativamente moderno en la historia de la humanidad; se consolida apenas en el siglo XVI. En la Grecia antigua, por ejemplo, la unidad territorial, poblacional, religiosa y cultural era la Ciudad-Estado. Atenas no podía imaginar que sería posible conformar una unidad con Esparta y nadie pensaba que había otro modo de repartir el mundo occidental, si no era usando la ciudad así constituida, como unidad obligada. Ahora nos es difícil concebir una célula territorial, poblacional, cultural y jurídica diferente del Estado-Nación, a pesar que poco a poco el devenir histórico se encarga de mostrarnos la falsedad de esta visión ya demasiado estrecha. Los diferentes intentos de concebir procesos de integración subregional, tal como la Unión Europea, nos muestra el camino que habrán de seguir las otras naciones del planeta, bajo la forma de una nueva unidad: el Estado-Región, cuyas formas, aún muy incipientes, aparecen bajo la forma de grupo de naciones identificadas bajo el título genérico de Comunidad Andina de Naciones, MERCOSUR, NAFTA……

Pero la novedad no acaba ahí. La evolución actual de la humanidad en su conjunto, nos muestra que vivimos en el marco de la coexistencia de sociedades nacionales y de Supertransnacionales, con los consiguientes roces, imbricaciones y junturas que ya convocan la atención de los analistas. Dentro de algunos años más de maduración, nos enteraremos que la sociedad transnacional será la dominante en todos los campos. Ante este proceso que parece irreversible, es pertinente preguntarse: ¿cuál será la forma en que los estados nacionales habrán de aparecer ante los ojos y ante los intereses de las Corporaciones Supertransnacionales?,  pues la más lógica. Cada país será considerado como una empresa, cuya jerarquía y diferenciación será juzgada de acuerdo con su eficiencia, productividad y comportamiento en el mercado mundial. Al respecto, será bueno recordar que ya hemos conocido algunos experimentos incipientes en Bolivia. Esta jerarquización dará lugar a un ensanchamiento tan grande de las desigualdades entre países, que las dimensiones actuales nos pa-recerán francamente irrisorias. Por sí fuera poco, recordemos que las desigualdades entre países implican una desigualdad aún mayor entre los estratos sociales dentro de cada país. La eficiencia productiva distanciará aún más a los habitantes de una nación con un sesgo muy marcado, por supuesto, hacia los estratos de bajos ingresos y sobre todo, hacia los pueblos originarios. La reacción de los mismos no se hará esperar en Bolivia. Angustiados por un futuro que no les ofrecerá nada y motivados por su propia desesperación de ser, los pueblos originarios se alzarán definitivamente en movimientos nunca vistos antes. No deseo parecer un pájaro de mal agüero, pero todo indica que desembocaremos en una situación tal de desintegración nacional, que el mapa que actualmente conocemos del país les será completamente desconocido a los hijos de nuestros hijos. Es preciso hacer algo al respecto, y es preciso hacerlo ¡ya!
La visión neoliberal del proceso de globalización prevé un Estado muy achicado, con funciones dedicadas al cuidado del orden interno, a la administración de la justicia y de los servicios públicos, a la defensa nacional y a una que otra tarea adicional. La experiencia en nuestro país nos obliga a interpretar el proceso de achicamiento del Estado desde dos puntos de vista diferentes, uno del otro. En primer término, creo que todos estamos de acuerdo en que el Estado es un pésimo administrador de empresas productivas y que es preciso que deje de intentar reeditar experiencias pasadas. La inutilidad del Estado como empresario no proviene, claro está, de la atribuida ineficiencia de las personas que se encuentran en función de Gobierno, sino de su propia estructura, tal como ya lo vimos en otra sección.

Pero hay otras tareas que el Estado debe cumplir en su rol histórico. Estas se refieren prin-cipalmente a la formulación de una función de bienestar social y a la ejecución de las acciones tendentes a lograr los objetivos explícitos en dicha función. Estas labores solo pueden ser concebidas por un Estado que tenga la capacidad de intervenir activa y directamente en el funcionamiento de la economía de mercado, más aún, si el mercado está estructurado sobre la base de monopolios naturales, por lo menos para los bienes transables, tal como yo lo percibo desde ahora. Las políticas monetaria y fiscal serán dos de los instrumentos más importantes para enderezar la economía, cuando ésta tome un sesgo peligroso hacia la concentración excesiva del ingreso y el consiguiente incremento de la desigualdad social. La variación del Tipo de Cambio, los aranceles y las políticas directas de distribución del ingreso, serán también de gran importancia. El desarrollo humano y el desarrollo económico, concebidos en una función de bienestar social de justicia y equidad y dentro de los límites de las restricciones que imponen el medio ambiente y las estructuras culturales, son los fundamentos reales que sostendrán la gran construcción del Estado Nacional, de la Nación Boliviana. Los más entusiastas se sobrecogen de optimismo cada vez que escuchan propuestas sobre la necesidad de consolidar un Estado de bienestar. Impresionados por los éxitos logrados en, digamos Suecia o la Alemania de posguerra, pretenden copiar ese modelo para aplicarlo sin más ni más a la realidad boliviana. Con ello, pretenden también hacer del Schmith el prototipo del Mamani y del chucrut, el sucedáneo de la llajua. Intentos vanos, aunque tal vez bien intencionados. Confío en que no faltará alguna otra oportunidad para  intercambiar opiniones sobre diferentes propuestas acerca de la esencia de los modelos económicos, políticos, sociales, culturales y ambientales que el Estado debe promover, para alcanzar los objetivos de equidad y justicia social.

Para que las medidas dictadas por el Estado puedan ser aplicadas en la realidad, el Estado debe tener una gran capacidad de negociación con las Supertransnacionales. Ningún gobierno podrá poner límites a las exigencias de las Supertransnacionales si no es lo suficientemente fuerte. Para ello requiere dos condiciones esenciales: una interna y otra externa. La primera se refiere a la necesidad de que un gobierno así concebido sea un resultado verdadero de la voluntad consensuada de las et-nias y culturas nacionales, incluyendo, claro está, a los estratos medios que tienen una visión más occidentalizada de los procesos. La segunda, apunta a la urgencia de encontrar el apoyo de los otros países, con los que ha conformado un proceso de integración. Desde este punto de vista, podemos ya tener una visión acertada del verdadero propósito de los movimientos integradores regionales: lograr juntos un poder real para negociar en mejores condiciones con las Supertransnacionales, un poder que ningún gobierno por sí solo podrá lograr jamás. Los puntos tradicionales de referencia que privilegiaban un proceso integrador, tal como creación o desviación del comercio deben quedar en segundo plano, ante el reclamo imperativo de conformar cuerpos unificados que permitan salvar sus países de la terrible expoliación de las Supertransnacionales. Sobre este particular, debo afirmar que la siguiente frase representaría muy apropiadamente la esencia de un Estado digno y fuerte para negociar con las Supertransnacionales:

Acogemos el capital, pero defendemos nuestros recursos

Como se puede constatar, las tareas más importantes del Estado Nacional están orientadas a lograr y mantener la cohesión de la nación boliviana para ponerla al nivel de los procesos nacionales de otros países, ante la presencia de una extraña simultaneidad aparentemente contradictoria entre dos procesos duales: la transnacionalización y la desintegración nacional, por una parte y los procesos de integración y de ratificación de la propia identidad de los países que se integran, por la otra. Estas diferentes facetas se muestran, por ejemplo, en los procesos de desintegración de la ex URSS y de Yugoslavia, donde los antiguos estados confederados recobraron sus independencias, pero no para subsistir aislados, sino para incorporarse a movimientos de integración como unidades independientes, exigiendo a las demás naciones el reconocimiento y el respeto de sus propias identidades. En este reordenamiento del mapa mundial, los movimientos de integración exigen la participación de países verdaderamente consolidados como tales, para conformar algo que por el momento podríamos llamar un Gran Nacionalismo hecho de Nacionalidades, es decir, una especie de Gran Nacionalismo Internacional, por más paradójico que esto parezca a primera vista. Las dificultades que han tenido los países europeos para fortificar la Unión Europea y los problemas que aún enfrentan para consolidar el Euro en el  Sistema Monetario Europeo, es una muestra de lo que afirmamos. Cada país quiere pertenecer a la Unión, pero, al mismo tiempo desea mantener su identidad como nación y que se la reconozca y se la respete. Por otra parte, nadie quiere recibir en su seno integrador a naciones que, como la nuestra, se hallen divididas por grandes contradicciones internas que van más allá de las simples discrepancias políticas, puesto que derivan de brechas culturales construidas por 500 años de marginamiento sistematizado.

En resumen, Bolivia no podrá sobrevivir como nación si es que no forma parte de un proceso de integración, por lo menos regional, y no podrá ser parte de un proceso de integración de ningún tipo, si primero no se integra a sí misma. Es que Globalización y la regionalización; la vinculación y la fragmentación; la centraliza-ción y la descentralización, son caras duales de una moneda multidimensional. La estrategia del Estado para defender a la Nación de la expoliación de las Supertransnacionales, debe entretejerse con las estrategias departamentales y municipales para mitigar ese poder. En este contexto, los municipios podrían formar monopsonios que permitan a los consumidores lograr un poder mayor de negociación con los oligopolios naturales. Los trabajadores podrían unirse en monopolios de oferta de trabajo, para establecer cláusulas favorables al trabajo en los contratos colectivos. La sociedad civil unirse unirse en centros de consumidores que velen por la calidad y el precio de los bienes que circulan en el mercado. Los empresarios medianos y pequeños, los que no hubieran sido absorbidos como filiales de las Supertransnacionales, podrían hacer causa común con la sociedad civil. No olvidemos que los empresarios medianos y pequeños tendrían la responsabilidad de producir bienes no transables, dado que estarán orientadas al mercado nacional, algo en que no convocará el interés de las Supertransnacionales. Pero hay un camino más  fácil y efectivo: la institucionalización a nivel nacional del modelo de Desarrollo Local, el que tiene como base los convenios de mutuo interés entre el Estado, la Empresa y la Sociedad Civil. Estas alianzas conformarán las trincheras más seguras y efectivas para que Bolivia no sea anulada como nación por la tarea de zapa, persistente y devastadora, del proceso de globalización.

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