EL DESARROLLO LOCAL COMPLEMENTARIO

Mario Blacutt Mendoza

La Globalización y el Espíritu Nacional

Defino el “Espíritu Nacional” como la empatía mutua que existe entre los miembros de un grupo humano por la común pertenencia de origen a una nación. Con esta definición dejamos de lado la idea de que el Espíritu Nacional sería una especie de conglomerado de ectoplasmas. Fue Hegel, sin duda, el primer filósofo que llamó sistemáticamente la atención sobre la existencia del Espíritu Nacional, como una objetivación de la conciencia colectiva de una nación. Por su parte, el marxismo afirmó que en la mayoría de las veces, eran las escalas de valores particulares de las “clases dominantes” las que se proyectaban, como si hubiesen sido comunes a todos los grupos existentes en un país, independientemente de los antagonismos de clase y de intereses que las separaban. Sostuvo también, que sólo con la dictadura del proletariado, tal como la existente en la entonces Unión Soviética, podría lograrse una verdadera “Conciencia Nacional”.

En mi opinión, el Espíritu Nacional es inherente a la existencia de una nación consolidada. Las pruebas no se esconden en ningún proceso esotérico de las relaciones humanas, sino que emergen en forma natural de la convivencia de todos los días, tal como aparecen los vínculos de afecto entre los miembros de una familia, aunque en este caso, claro está, hay una gran diferencia de grado. Para aceptar esta verdad evidente, recurrimos más a la intuición y a la historia de todas las naciones del planeta, que al análisis racional. El Espíritu Nacional ha sido la fuerza fundamental que ha permitido a las naciones consolidadas llegar al grado de desarrollo y de preeminencia que ahora disfrutan y que ha sido la ausencia de un Espíritu Nacional, en cada caso, la que más ha erosionado las capacidades volitivas de los países que han quedado a la zaga, en la carrera de postas por la sobrevivencia colectiva.

Por último, debo afirmar con dolorosa convicción, que en Bolivia no existe un Espíritu Nacional. Las condiciones en el país, a despecho de las percepciones marxistas, nos muestran que las contradicciones culturales y étnicas son mucho más antagónicas que las de clase. Parafraseando el vocabulario maosegtuniano, diríamos que en Bolivia el antagonismo cultural es la contradicción principal y que la imposibilidad de consolidar la Nación Boliviana, sobre la base de sus naciones, es lo principal de la contradicción. Nuestra pluriculturalidad no ha logrado conformar una síntesis cultural de tipo nacional. La gravedad de este es-tado de cosas se ha incrementado progresivamente en los tres últimos lustros, cuando las movilizaciones de los pueblos originarios no han plasmado sus reivindicaciones con el simple pedido de tierras, sino que han exigido territorios, es decir autonomía. El devenir histórico nacional no ha sido capaz de imbuir en los pueblos originarios el sentido de bolivianidad que tanta falta hace al país, mientras que las actitudes discriminatorias de la sociedad hacia el “Indio” y los privilegios privativos de los estratos altos, no han hecho sino exacerbar los resentimientos. Bolivia se está convirtiendo en un caldero de alta potencia en el que fermentan, como en una digestión pesada, las voces disonantes de los tiempos. Que nadie dude ni un segundo de la enorme hecatombe que se nos aproxima si es que las cosas continúan como están.

Para poner un ejemplo reciente de lo importante que es tomar en cuenta las contradicciones entre las etnias, recordemos que la teoría marxista afirmaba que la dictadura del proletariado solucionaría todas las contradicciones culturales de la ex URSS y de los países de su órbita. Peroraba  la supuesta diferencia entre el comportamiento de la gente antes y después de la revolución socialista: cuan sectaria y antagónica había sido antes y con cuánta fraternidad, la misma gente, retozaba en  los prados paradisíacos creados por el nuevo sistema. Al estrépito de la caída del Muro, los teóricos y prácticos marxistas se enteraron de que la unidad aparente de sus etnias había sido artificialmente lograda sólo por el sistema de terror que se había impuesto en ese país a partir de 1917, sistema de terror que no hacía sino continuar el que imperaba durante el zarismo. Por más de 70 años, los antagonismos étnicos habían estado madurando en un caldero parecido al que ahora inconscientemente arcillamos en Bolivia. Una vez que el terror fuera depuesto, los odios afloraron causando el desmembramiento de la nación y la lucha armada interna de feroces alcances. Lo mismo en Yugoslavia, Checoslovaquia, Rumania y anexos.

La experiencia de la ex URSS en ese aspecto, nos enseña que nada es tan pernicioso para la vida de un país, que la ausencia de vínculos verdaderos de mutuo respeto y reconocimiento entre sus et-nias y sus respectivas identidades. Esta ausencia es la causa principal de que no tengamos un “Espíritu Nacional”, de que no tenemos objetivos comunes entre los grupos que conforman la nacionalidad. Los objetivos de los pueblos originarios, especialmente de quechuas y aymaras, no podrán ser los mismos que los de los q’aras, como ellos nos identifican despectivamente, mientras exista un sistema de privilegios, y el desdén institucionalizado de que son objeto los pueblos originarios. Ante la ausencia de objetivos comunes, no es posible pensar en la aparición de un “Espíritu Nacional”, por lo que no es posible, todavía, prever la aparición de una nación consolidada.

Por lo general, los países subdesarrollados no conforman una Nación Consolidada y carecen de una Conciencia Nacional. Ni siquiera en proceso de consolidación. Así, desmembrados espiritualmente, nos aprestamos a enfrentar el proceso de globaliza-ción, proceso en el que todas las naciones no consolidadas desaparecerán ante el empuje de las fuerzas que el proceso habrá de general. Mientras no pensamos seriamente en consolidar la Nación boliviana, sobre la base del respecto de las identidades que la componen; mientras no estructuremos el país, logrando la unidad real sobre la pluralidad étnica, estaremos en inminente peligro de un desmembramiento fatal y de convertirnos en un territorio indefenso y de libre disponibilidad a merced de las Supertransnacionales. Nuestro Estado no tendrá ningún respaldo para defender  la Nación, porque no habrá una Nación que defender. No estaremos entonces para verlo, pero estamos aquí para anticiparlo.

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