ENFERMEDAD MENTAL Y PSICOLOGÍA: UNA HISTORIA COMPARTIDA EN EL HOSPITAL PSIQUIÁTRICO DE SANTIAGO DE CUBA

Yunior Hernández Cardet (CV)
jcardet@ucm.hlg.sld.cu

CAPÍTULO I: PSICOLOGÌA Y ENFERMEDAD MENTAL: UNA INTERPRETACIÒN DESDE LA HISTORIA.

“La historia es la memoria de la ciencia. Quien no conoce
la historia de una ciencia, no conoce la ciencia misma”
Augusto Comte.

Epígrafe 1.1 De mano con la historia.

      1. Problemas a la hora de hacer historia de la ciencia. Consideraciones tradicionales y actuales en la Historia de la Psicología.

 

La Historia se nos presenta incontables veces como ciencia de hechos realizados en el tiempo y bajo determinadas contingencias que matizan el presente, a partir del legado que conservan tantas veces de forma exclusivamente cronológica. Sin embargo, a ella escapan con frecuencia elementos que son medulares para su comprensión y definición, por tanto los recogedores de hechos sienten paralizados sus intentos de hacer historia -como fruto de la reproducción y el adorno cronológico exclusivos- cuando pretenden realizar una interpretación de la realidad circundante que desestima estos eventos.

“La historia comprende un “sujeto” que es el hombre y un “objeto” que son los acontecimientos, no se debe entender por lo dicho entonces que caben en ella todos los hechos realizados por la humanidad” (DEHA, 1968, p.429), en parte porque el hecho como infinito que es y realizado en las condiciones de espacio y tiempo está sujeto a trascender o a expirar y en otra dirección porque el sujeto es poseedor de una identidad que guarda congruencia con el período histórico donde actúa.

Una prueba fehaciente de la relación del cocimiento -su producción- y la historia se demuestra a partir de esta máxima de Alberto Rosa : “…la justificación de todo tipo de conocimiento, el científico entre ellos, está en la historia puesto que es desde dentro de ella donde pueden explicarse cómo los sistemas de conocimientos fueron creados, con que propósito y cómo han evolucionado” (Rosa, A, 1988, p.8). Por consiguiente se reafirma que es el hombre el que construye el conocimiento y da forma a los objetos de la ciencia, sin embargo en la base de los mismos confluyen dos elementos importantes: la realidad que existe fuera e independiente de la consciencia humana y el proceso de interacción del sujeto con esa realidad, su realidad, su historia.

En esa dialéctica el hombre no asume lo que es, rumiando sobre sí mismo, lo aprende por la historia, a razón de que es en ella donde acaecen y se recogen de una u otra forma los aconteceres; a nuestro juicio ello se traduce de la siguiente forma: la adquisición de conocimientos es resultado de modificaciones producidas en un ambiente donde coexisten distintas generaciones. Por consiguiente dichas modificaciones responden no sólo a una época histórica en particular de la cual no pueden desentenderse, a la par representan y conservan los valores, identidades e intereses de los grupos humanos que las legitiman.

De tal modo si la producción de conocimientos existe necesariamente dentro de un marco teórico y este es resultado siempre de un contexto histórico más amplio, se deduce que el conocimiento  -incluido el científico - es objeto y resultado históricos; por lo que “… para llegar a una adecuada comprensión de los objetos históricos, debemos emprender estudios históricos. Siendo esa la razón por la cual la historia puede reclamar legítimamente cierta prioridad cuando se trata de entender qué significa estudiar algún tema específicamente”. (Danziger, 1993, s/p).

Hacer historia de la ciencia implica reconocer que las mismas no evolucionaron apriorísticamente, todas han atravesado períodos relativamente largos y enriquecidos de profundas transformaciones, que las han convertido en ciencias respetadas en la actualidad. La Psicología como objeto de nuestro interés investigativo no escapa a este tipo de reflexión, por lo que intentar penetrarla supone una ética y un respeto a su arsenal de saberes, que es fruto del trabajo colectivo de los grupos de subjetividades que le han defendido, definido y distinguido a lo largo de los años, tornándose por tanto, sensible a múltiples interpretaciones.

Hacer Historia de la Psicología supone un camino imprescindible a transitar, porque sin obviar las ciencias afines y los contextos ideológicos que la hacen posible, ayuda a aclarar los propósitos personales para dedicarse a una ciencia que más que una profesión o un medio de vida, es una forma de pensar y vivir que exige implicación real. Se comporta a la vez “…como un espacio integrador de los contenidos de la formación del profesional, que generalmente se elabora desde posiciones diversas y que vienen a cristalizar necesariamente en la praxis.” (Corral, 2003, p.7).

Dicha praxis funciona dentro de los marcos de una comunidad científica ya que es en -y desde- esta, donde único pueden legitimarse las concepciones que la ciencia en su caminar postula -hablamos no sólo de conquistas, tenemos a bien considerar esos momentos de poco desplazamiento, crisis e incluso “fracasos”.

Esta práctica, en el sentido que plantea Etienne Wenger es el “…ámbito donde se construyen y negocian significados y sentidos en la praxis, donde se producen aprendizajes que permiten a sus integrantes comprender su entorno, orientarse en el mismo, legitimarlo y transformarlo… “(Wenger, 2001, p.70). Resaltamos también que la comunidad a la que hacemos referencia es dominio de las ciencias sociales a diferencia de las que Kuhn utilizara como punto de partida: las naturales.

La teoría sobre “Comunidades de Práctica” es asumida como uno de los sustentos de nuestra investigación, pues la misma centra su interés en el aprendizaje como participación social y pretendemos un acercamiento a la historia producida como resultado de la participación. Participación social no sólo hace alusión a eventos locales de compromiso con actividades y personas sino a un proceso de mayor alcance que consiste en la participación de manera activa en las prácticas de las comunidades sociales y en construir identidades en relación con estas comunidades.

Uno de los postulados fundamentales de este enfoque supone que las “comunidades de práctica” son parte integrante de la cotidianidad de los sujetos, son informales y omnipotentes, por eso casi nunca son blancos de nuestra atención; lo cual muestra que aunque el término pueda parecer nuevo la experiencia no lo es. Pretendemos desde esta exploración del concepto “comunidad de práctica” hacerlo útil como instrumento de pensamiento, lo cual implica una toma de conciencia de estar inmerso en dicha comunidad y su funcionamiento, para que pueda ser empleado por los profesionales en su labor científica y práctica.

La perspectiva defendida por Wenger incluye cuestiones tanto explícitas como implícitas: “…el lenguaje, los instrumentos, los documentos, los símbolos, los roles definidos, los criterios especificados, los procedimientos codificados, las regulaciones (…) Pero también incluye todas las relaciones implícitas, las convenciones tácitas, las normas no escritas (…) las nociones compartidas de la realidad que, si bien en su mayor parte nunca se llegan a expresar, son señales certeras de la afiliación a una comunidad de práctica y son fundamentales para el éxito de sus empresas…”( Wenger, 2001, p.71).

Resulta importante acotar que el término “práctica” se utiliza no como antónimo de la teoría; por lo que para una comprensión más certera de esta propuesta metodológica se precisa exponer las dimensiones que funcionan como propiedad de una comunidad, las cuales son definidas por Wenger como “compromiso mutuo”, “empresa conjunta“ y “repertorio compartido”.

La primera refiere que la práctica no existe suspendida, su existencia se debe a un grupo de personas que participan en acciones cuyo significado negocian mutuamente. La afiliación a una comunidad de práctica no es simplemente cuestión de categoría social, asociación a una organización o de mantener relaciones con otras personas; sino que la forman sujetos que mantienen relaciones de participación mutua que se organizan en torno a su labor.

La segunda defiende que la práctica como fuente de coherencia para la comunidad es resultado de un proceso colectivo de negociación -que refleja toda la complejidad del compromiso mutuo- siendo definida por los participantes en el proceso mismo de emprenderla, por lo que no es sencillamente una meta establecida sino que crea entre sus miembros relaciones de responsabilidad mutua que se convierten en parte integral de la misma.

La tercera característica incluye rutinas, palabras, instrumentos, maneras de hacer, símbolos, acciones o conceptos que la comunidad ha producido o adoptado en el curso de su existencia y que ha pasado a formar parte de su práctica. El repertorio incluye el discurso por el que los miembros de la comunidad crean afirmaciones significativas sobre el mundo que les rodea, además de estilos por medio de los cuales expresan sus maneras de asociación y su identidad como miembros.

Tales criterios se entrelazan muy oportunamente con las valoraciones que Marx defiende en las tesis segunda y octava sobre Feuerbach, donde expresa que “es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad”; que “la vida social es, en esencia, práctica y todos los misterios que descarrían la teoría (…) encuentran su solución racional en la práctica humana y en la comprensión de esta…” (Marx, 1981, p.7-10).

El hecho de que la Historia de la Psicología se incline hacia la necesidad de entender la praxis que la caracteriza, responde a que dicha historia no es sólo una disciplina teórica, sino que se inscribe opción y vertiente saludables para comprender y conocer la diversidad y origen de una ciencia que cada vez más se aleja del centralismo y el exclusivismo, dando muestras evidentes de que existen múltiples formas de ver y hacer psicología, porque para fortuna de comprometidos no existe –y esperemos que tampoco ocurra- un cuerpo invariable de conocimientos y métodos que pudiera ser definido por todos los profesionales afines como  “LA PSICOLOGÍA”.

Nombres como el de Rubinsteins y Vygotski conforman emblemas en tanto concepción novedosa para hacer y entender la psicología. Ellos no sólo trascendieron su época con las formas en que concibieron la ciencia y los métodos que emplearon para ello, mejor aún resultan las interrogantes y las metodologías que postularon como necesarias en aras de redefinir y organizar la ciencia.

En “El significado histórico de la crisis de la psicología. Una investigación metodológica”(1997) Vygotski expone de forma científica y precisa que, las pretensiones de una nueva psicología sólo pueden ser posibles cuando se evite la segregación ya de ideas, ya de escuelas de pensamiento, pero ante todo de metódicas investigativas, exponiendo que “… la psicología tendrá sus genios y sus investigadores modestos, pero lo que surja de esta labor conjunta de generaciones de genios y de simples maestros de la ciencia será precisamente, psicología. Con este nombre entrará nuestra ciencia en la nueva sociedad…” (Vygotski, 1997, p. 405).

En el contexto cubano las voces comprometidas no han sido menos: María Elena Segura, Carolina de la Torre, Manuel Calviño, Fernando González Rey, Diego González Serra, Roberto Corral, Dionisio Zaldívar, María Febles, por citar sólo unos pocos dan muestra de ello.

Todos dan fe con su quehacer –de una parte en la Facultad de Psicología de la Universidad de la Habana y de otra en las riquísimas publicaciones que se exhiben en la Revista Cubana de Psicología-, que la ciencia ha entrado en un momento valioso de su existencia, para lo cual se precisa que las perspectivas psicológicas consideren la historia desde una visión no tradicional, en parte porque las investigaciones se asocian continuamente con lo novedoso -y las de tipo histórico no deben conforman la excepción- y de otra porque en el oficio de historiar el pasado, en tanto se asume flexible y no transcrito, se vuelve actual e ilumina el porvenir.

La labor del historiador de la Psicología consiste en revelar cómo los psicólogos en el pasado, en diferentes espacios, definieron objetos a estudiar, construyeron teorías sobre estos y prácticas para comprender, controlar, describir, transformar y predecir el comportamiento de dichos objetos. Pero también para hacer extensivo y aplicar tales conocimientos a la intervención en la realidad del objeto.

Sin embargo a la hora de hacer historia –al menos de intentarlo- la voz de Roberto Corral Russo, perfila problemas medulares que se han ido definiendo paulatinamente como aparato metodológico, que no permite se le haga ojos ciegos si a las intenciones investigativas le subyacen la verdad y el compromiso.

Uno de estos problemas cardinales se distingue en relación a la manera en que se producen los cambios de hechos e ideas, o lo que es lo mismo la continuidad-discontinuidad como fenómeno teórico. La primera posición viene haciendo referencia a la ocurrencia organizada, paulatina del salto, donde se persigue el hallazgo de antecedentes teóricos a partir de la búsqueda de antepasados. Mientras que la segunda se caracteriza por cambios bruscos y dramáticos cual revolución científica, que garantiza cambios paradigmáticos en el orden de lo establecido, tendentes siempre hacia adelante.

En esta dirección es válido señalar la influencia de Thomas Kuhn  y la repercusión de su obra “La Estructura de las Revoluciones Científicas”, con su noción de paradigma, matriz disciplinaria, revolución y comunidad científicas, entre otras, ya que propone nuevas maneras de pensar la historia de la ciencia dando un vuelco a la tradicional acumulación progresiva de la misma. Es válido destacar que si bien las elaboraciones de Kuhn encuentran su soporte en el positivismo, son tomadas en cuenta en esta investigación por el valor que revisten para comprender el desarrollo de la ciencia como consecuencia de  las  producciones e interacciones de una comunidad científica.

Sin embargo y muy a pesar de disímiles concepciones tales formas no son primordialmente contradictorias, porque de hecho la historia de los conocimientos ofrece estadíos de acumulación “tranquila” y períodos de irrupción “violenta”; lo válido se conseguirá a partir de la identificación, en cada momento histórico, del uso de uno u otro argumento en pos de lograr una cabal comprensión del hecho.

Un momento importante en cuanto a la forma del cambio hace referencia a su carácter temporo-espacial, o lo que es lo mismo su trascendencia-caducidad. En muchos casos parece que trasciende e incluso que permanece un determinado número de temas, pero -sobre todo en el caso de la ciencia psicológica- lo que permanece es más el término con el que se define que el propio concepto, porque este -incluso en un mismo período histórico- asume diversos sentidos y significados.

Por consiguiente pretendemos elaborar una historia donde no se pierdan de vista estas cuestiones ya que a lo largo de la misma, estamos convencidos, se presentan momentos de aparente inmovilidad y lenta acumulación, mientras que en otros la convulsión prima, repitiéndose temas en algunos períodos pero no siempre con la misma significación.

Otro problema teórico a tener en cuenta para la interpretación y construcción históricas hace referencia en términos de causalidad (aparición, transformación, pérdida), a la permanencia de un conocimiento en el tiempo. Así para algunos historiadores la ciencia evoluciona desde su inmanencia, sus argumentos residen en el estudio de experimentos, observaciones teóricas y no comprenden a los agentes externos por lo que se les ha dado a conocer como internalistas. Mientras otros defienden la influencia socioeconómica, política, tecnológica, institucional e ideológica y se inclinan a identificar las causas en eventos exteriores a la ciencia, por lo que se definen como externalistas.

Ambas posturas -aparentemente antagónicas- son válidas hasta cierto punto, pues cada una por separado no es capaz de explicar el desarrollo de la ciencia, consiguen tal objetivo sólo si se integran cual principio del determinismo con la finalidad de provocar cambio.

Lo expuesto anteriormente no significa que pretendamos fusionar tales posturas, sino pensar en una Historia que entienda a la Psicología como una práctica cultural. Lo cual implica tomar en cuenta lo general y su articulación en lo particular, en su dialéctica y codeterminación sin asumir de forma absoluta una de estas posiciones.

Pensar en un nuevo tipo de historia, en y desde la psicología remite al pensamiento ineludiblemente a un movimiento que por los años ´60 modificó la visión que imperaba en cuanto a la historia, hablamos de la Escuela de los Annales, corriente historiográfica fundada en Francia en 1929 por March Bloch y Lucien Fevre, quien devino emblemática en la aspiración de una historia nueva.

El año 1968 se constituyó a nivel mundial como un momento de ruptura pues revolucionó el funcionamiento de la cultura y la concepción de historia imperantes. A pesar de la diversidad de formas en las que tuvo lugar el cambio a lo largo y ancho del orbe, logró definirse como una verdadera revolución cultural.

Puesto que los movimientos del 68 querían transformar su propio presente, la visión tradicional de la historia que la afirmaba como ciencia “del pasado”, fue invalidada impetuosamente por el presente; asumiendo así a la historia como ciencia “de los hombres en el tiempo”, que por tanto engloba el presente y el pasado. Después de 1968 la historiografía occidental comienza a ocuparse de nuevos temas, que se denominan temas de historia cultural, los cuales provocaron una proliferación importante de nuevos enfoques y conceptos. 

En los marcos de esta revolución y en oposición franca a la historia hechológica, acumulativa, Annales se mostró novedosa y revolucionaria; influenciada por el marxismo se interesó en la construcción de una historia total, contraria a su fragmentación en ramas independientes. Amplió los campos del conocimiento histórico adentrándose en la historia de las mentalidades y la larga duración.

Las conceptualizaciones en cuanto a historia de las ideas y de las mentalidades pueden comprenderse de la siguiente manera, la realidad social funciona como un tejido por donde fluyen los acontecimientos, quedándose atrapados en él los de tipo macro mientras por las aberturas se escapan, con valiosa cuantía, otros que son en última instancia los que complementan a aquellos.

A la historia de las ideas le interesan aquellos “hechos”, adornándolos con el nombre de las figuras particulares con los que vienen emparentados y lo hace dando gala a la crónica, la cronología y la descripción absolutas, para presentar como resultado un fenómeno que conoce “un poco” de su exterior pero pierde la realidad intrínseca que lo propició.
Es en este momento que sólo un tipo de historia puede interesarse y explicar: la historia de las mentalidades, concepción que persigue los “aconteceres” que escapan a ojos ingenuos y una vez atrapados los analiza e interpreta. No precisa para ello celebrar nada, mejor aún se enfrenta a enormes desafíos como es el caso de la “vuelta de rostro” de muchos grupos sociales. Se afana en comprender por qué siendo parte de una misma realidad, ciertos eventos no son tomados en cuenta y descubre precisamente al interno de ellos la dialéctica que aquellos no pudieron explicar.

Esta visión, bilateral al fin, tiene a bien considerar los fenómenos acaecidos con lo que de idiosincrásico tienen los individuos y autóctonos los contextos. No pretende legitimar una concepción economicista de la historia, más bien una totalitaria, destacando en lo que acontece valores, creencias, visiones de los sujetos y de la época en que se vive.

Sin embargo en un intento de romper con lo historizante y acumulativo ¿no estará promoviendo una visión demasiado subjetiva de los fenómenos, donde compromete las respuestas objetivas que toda empresa científica debe ofrecer?. No creemos, aunque asumimos lo que de reto inmenso posee, pues lejos de apreciarlos con una óptica intrínseca pura, consideramos que ahondando en las concepciones de los individuos nos “armamos” de herramientas y métodos que favorecen el análisis e interpretación óptimos de lo particular en lo general y viceversa.

A consecuencia del nuevo matiz que adoptó Annales (la historia de las mentalidades), la historia ha sido concebida como el antónimo de historia de las ideas, abordando las creencias populares de determinada sociedad, las cosmovisiones universales de cierto siglo, o los puntos de vista socialmente difundidos en torno a un problema científico. Esta historia va desde gestos cotidianos hasta un “inconsciente colectivo”; que abarca los epistemes que subyacen a la construcción del discurso, las estructuras ideológicas o los imaginarios sociales.

Por historiar las mentalidades entendemos entonces la penetración en el campo de la realidad simbólica. Un fenómeno no puede ni debe entenderse solamente desde la relación del mismo con los cambios socioeconómicos que acaecen en su medio. Es valioso poner la mirada en la significación y el sentido que los hombres atribuyen a las situaciones sociales. El tema de las mentalidades tributa a redimensionar al sujeto histórico y su protagonismo en la historia, tantas veces usurpado por la historia historizante.
La empresa que esta investigación se ha propuesto acometer se mueve en tal dirección. Hemos sabido siempre que un estudio de tipo histórico es algo demasiado gustoso como para dejarlo escapar y si a ello le adicionamos que nuestro país posee un número relativamente pequeño de investigaciones de este tipo, -en parte porque no contamos con una tradición de escuelas de psicología como sería el caso de los Estados Unidos y Europa- son indicadores suficientes para que la aventura se emprenda.

Sin embargo estamos absolutamente convencidos que no queremos alienarnos a ese tipo de historia que hemos querido llamar “historizante, hechológica”; lejos de despreciarla totalmente, queremos adentrarnos en esos sitios “misteriosos” que ella, por cuestiones que responden a los fundamentos filosófico/metodológico que la calzan, no interpreta.

De esta forma asumimos un tipo de historia que como en Annales sea la historia de los hombres en el tiempo, con las valoraciones y concepciones peculiares que allí se producen, entiéndanse nuestras intenciones como la interpretación del sentido y el significado que los acontecimientos aportan al presente -desde un pasado contado, el cual se hace tangible a raíz de actos comunicativos- y el valor que otorgan para hipotetizar el futuro. Razones éstas para necesitar otro apartado donde se expliciten tales fines.


  Entiéndase expirar como pérdida de valor y no desaparición en sí.

Alberto Rosa es Doctor en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado numerosos artículos con una versatilidad significativa que oscilan desde propuestas para una metodología de la historia de la psicología, hasta los relacionados con memorias colectivas e identidades sociales.

El término es propuesto inicialmente por Thomas Kuhn y se emplea en esta investigación solamente para hacer referencia a la propuesta del autor, pues consideramos pertinente apoyarnos en la definición “comunidad de práctica”.

Profesor de la Universidad de Cambridge; colaborador del departamento de Inteligencia artificial de la Universidad de California, en Irvine. Pionero en la investigación sobre "comunidades de práctica".

Los problemas que Corral define  como esenciales -a tener en cuenta  a la hora de hacer historia de la ciencia- superan lo que a decir de Yarochevsky se conoce como enfoque personalístico y enfoque de contexto y lo que en la voz de Kuhn se legitima como enfoque paradigmático. Este autor los presenta en una forma superior y madura como pares dialécticos.

Algunas de las formas en que se dio: la gran revolución china desatada en 1966, el otoño caliente italiano de 1969, el famoso mayo francés, la primavera de Praga checoslovaca; la trágica masacre de los estudiantes y la población mexicana en 1968, el breve ensayo de insurrección del “Cordobazo argentino” y los distintos movimientos de ocupación de instalaciones en Nueva York, Berkley en Estados Unidos, entre otros hechos.

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