EL ORDEN ECONÓMICO NATURAL

EL ORDEN ECONÓMICO NATURAL

Silvio Gesell

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El especulador

A raíz de la implantación de la Libretierra, nos hicieron imposible la especulación sobre campos, minas y casas, y ahora, con la Libremoneda se me arruina también el negocio con cédulas y mercaderías. Dondequiera ponga el pie, se me hunde. Y ¿a esto se le llama progreso, justicia para todos? ¿Acaso es justo minar el sustento de ciudadanos honrados e intachables? Y en ello colabora el Estado, el mismo Estado al que he servido tan lealmente, como lo prueban las condecoraciones, los cargos honoríficos y los títulos que me otorgaron. Este es un Estado de rapiña y no de justicia.

Días atrás mandé publicar por mi cuenta un cable en los diarios que afirmaba haber surgido serias dificultades entre dos países sudamericanos (ya no me acuerdo sus nombres), y que no sería difícil el estallido de un conflicto armado. ¿Cree Ud. que la noticia produjo algún pánico en la Bolsa? ¡Ni que pensar! Le aseguro que la Bolsa se ha vuelto insensible en extremo. Ni la noticia de la ocupación de Cartago por los japoneses fué capaz de conmoverla. Es realmente doloroso ver semejante indiferencia. En verdad, no es de extrañarse; pero contrasta tanto con la conducta anterior de la Bolsa, que resulta difícil acostumbrarse a ello.

Por culpa de la Libremoneda el dinero ha dejado de ser el refugio y fortaleza de los hombres acaudalados, a donde se retiraban a la primera señal de alarma. Ante el menor peligro ellos „realizaban“ (1) los papeles, es decir los vendían por dinero, creyéndose así a cubierto de toda pérdida.

Esas ventas se hacían naturalmente con ciertas pérdidas, que eran tanto más grandes cuanto mayor amplitud tomaban las ventas.

Después de algún tiempo, cuando creía no poder ganar más en esa forma, hice difundir noticias tranquilizadoras. Los burgueses, atemorizados aún, empezaron a salir de su castillo, y pronto alzaron con su propio dinero las cotizaciones de las acciones, que en su precipitación habían vendido a mis agentes a precios ínfimos. ¡Esto sí que era un negocio!

Y ahora, debido a esa desdichada Libremoneda, el burgués antes de vender las acciones, tiene que ver lo que hace con el producto de la venta, o sea el dinero, pues éste no le ofrece ningún punto de reposo, ya que no puede llevárselo a casa y guardarlo allí tranquilamente. El dinero se ha convertido en un simple instrumento de tránsito. ¿Qué será, me dicen ellos, „del producto de los valores que queremos vender, por creerlos en peligro?“ Ciertamente le creemos a usted que las perspectivas de esos valores son malas; pero ¿son, acaso, mejores las condiciones del dinero que usted nos dará en cambio? ¡Aconséjenos lo que hemos de hacer con el dinero! Esto lo tenemos que saber antes de vender. No queremos comprar Bonos del Estado, porque otros se precipitaron ya sobre ellos, alzando así la cotización. ¿Debemos, acaso, realizar nuestros valores con pérdidas, para adquirir luego otros a precios exagerados, perdiendo así de nuevo? Si perdemos, comprando empréstitos públicos, bien podemos perder en nuestros valores. Luego, será mejor esperar con la venta un rato más.

Así razona ahora el burgués, y esto es lo que arruina nuestro negocio. ¡Esa maldita espera! Porque, en primer lugar, echa a perder la impresión provocada por nuestras noticias, disminuyéndose su efecto desmoralizador. Y luego llegan, generalmente, por otra parte, noticias tranquilizadoras, que desautorizan las nuestras, tachándolas de exageradas. Y entonces se acabó todo, pues hay que explotar la primera impresión. Resulta, por lo tanto, cada vez más difícil engañar al público.

Además, es también esta maldita Libremoneda nuestro capital de trabajo. Y ahora ésta se me pudre en la caja, puesto que debo tener mi dinero siempre disponible, para poder dar el golpe en el instante oportuno; y cuando lo recuento después de algún tiempo, resulta mermado en parte considerable. Es una pérdida constante y segura frente a una ganancia insegura.

Al principio del año tenía 10 millones en efectivo. En la creencia de poder utilizarlos en cualquier momento como antes, lo guardé en mi caja. Ahora ya estamos a fines de junio sin que me haya sido posible provocar en la Bolsa ventas en mayor escala. Así ha quedado el dinero intacto. ¿Intacto, dije? Peor todavía: ya me faltan 250.000 pesos. Irremediablemente he perdido una suma importante, sin que hayan mejorado las perspectivas para el futuro. Al contrario, cuanto más se prolongue ese estado de cosas más insensible se tornará la Bolsa. Finalmente, la misma experiencia hace ver a los burgueses que, a pesar de perspectivas malas nadie vende y las cotizaciones no bajan, y que no bastan noticias y perspectivas por sí solas para producir una baja de precios; se necesitan hechos.

¡Qué gloria era aquello antes! Tengo a la vista una prueba modelo de mis informes tendenciosos, un comunicado publicado en el „Diario Local“ del 9 de febrero. Reza así: „¡Un día fatal! un pánico indescriptible se apoderó de nuestra Bolsa a raíz de la noticia de que el Sultán ha sufrido una indigestión. Importantes órdenes de venta, provenientes de la clientela provincial coincidieron con una gran oferta por parte de nuestra especulación local, y bajo la fuerza de esa presión abrió el mercado con un tono de desmoralización y desorientación. ¡Sálvese quien pueda!, era hoy el clamor generalizado a la hora de la apertura de la Bolsa.“

En cambio ahora se oye el eterno y fastidioso estribillo: ¿Qué haré con el dinero? ¿Qué voy a comprar, si vendo mis acciones? ¡Esta desdichada Libremoneda! ¡Qué bien estaba todo con el patrón oro! Entonces nadie preguntaba: ¿Qué haré con el producto de la venta? Por consejo de los bolsistas se vendían los bonos tan bonitos por oro, que era más bonito aun. ¿Qué alegría la de volver a ver el dinero invertido, recontarlo y palparlo! Teniendo oro uno sentíase seguro. Era imposible perder en el oro, ni al comprarlo ni al venderlo, ya que tenía, según la expresión de los sabios, su propio „valor estable e intrínseco“. Frente a ese famoso „valor estable e intrínseco“, fluctuaban todas las demás mercancías y acciones cual el mercurio del barómetro. ¡Cuán fácil era especular con ese célebre „valor estable e intrínseco“ del oro. Ahora la gente adinerada se queda con sus valores como si estuviera clavada a ellos. Y antes de realizarlos se oye siempre la misma cosa: „Por favor, dígame primero, ¿qué haré con la Libremoneda, o sea el producto de la venta de mis valores?“ Se acabó el antiguo esplendor de la Bolsa. El sol en el cielo de la especulación se eclipsó con el oro.

Pero me queda el consuelo de no estar solo en la desgracia; igual suerte han corrido mis colegas de profesión; también a ellos la Libremoneda les arruinó el negocio. Todas las existencias de mercaderías del país quedaban antes en manos de los comerciantes, hasta el momento de su consumo inmediato, por cuya razón podían negociarse.

A nadie se le ocurría comprar más provisiones de las que precisaba para aplacar el apetito del momento. Bastaba tener oro, con su „valor estable e intrínseco“, que sustituía a todas las provisiones, sin sufrir pérdida alguna. Quien poseía oro, tenía todo a su disposición. ¿Para qué entonces almacenar provisiones? ¿Acaso para los ratones y las polillas?

Y justamente porque todo, absolutamente todo, se ofrecía en venta, podíase especular tan bien. Por un lado el consumidor no tenía provisiones, ni por 24 horas siquiera, y por el otro todas las existencias estaban en manos de los comerciantes, listos para la venta. La operación era por lo tanto muy sencilla; se adquirían las existencias y se aguardaba el momento de la demanda. La ganancia era casi siempre segura.

Ahora, en cambio, las mercancías, que antes se ofrecían en las casas de comercio, están distribuídas en millones de despensas. ¿Cómo podrían ser devueltas al comercio? ¿Con qué dinero podrían ser pagadas? ¿Con la Libremoneda, acaso? Pero si precisamente para desprenderse de ella, los consumidores adquirieron las provisiones, y estas ya no son mercancías, sino bienes inalienables. Pero aunque los especuladores lograsen apoderarse de las mercancías recién producidas, los precios no aumentarían por ello de inmediato, pues hay reservas: ya no se vive de la mano a la boca, y antes de que se agoten las reservas, se habría difundido la noticia de que los especuladores se apoderaron de ciertas existencias. Entonces todo el mundo estaría en guardia, y antes de que los especuladores puedan realizar sus mercancías, los productores habrían cubierto el déficit.

No hay que olvidar tampoco que los mismos especuladores tienen que guardar su capital de trabajo en forma de dinero efectivo, el cual constantemente merma, debido a la pérdida de cotización de la Libremoneda. Luego: pérdida de intereses, pérdida de cotización, gastos de almacenaje por una parte, y ningún beneficio por otra, ‑¿quién lo aguanta?

¿Cómo ha sido posible implantar una innovación, que perjudica directamente al Estado? „Porque yo, Rockefeller, soy el Estado, y en unión con mi amigo Morgan formamos los Estados Unidos. El que me perjudica a mí, perjudica también al Estado“.

Me es enteramente incomprensible de dónde el Estado en lo sucesivo obtendrá los recursos para las instituciones de beneficencia. El Estado ha cortado la rama que daba la mejor fruta. El oro, según la expresión de nuestros peritos y sabios, tiene un „valor estable e intrínseco“. El público que canjeaba mercancías por oro, nunca podía perder. Pues „canjear es medir“ como dicen nuestros sabios (2) y dado que un trozo de lienzo siempre tiene la misma medida sea cual fuere el extremo por donde se empiece a medir, así también la compra y la venta de mercancías debe dar siempre la misma cantidad de oro. Porque hay que recalcarlo: el oro tiene su „valor estable e intrínseco“. Por eso, mientras teníamos el oro, el público estaba asegurado por su „valor estable e intrínseco“ contra cualquier fraude. Nosotros los especuladores, por más que nos hayamos enriquecido, nunca pudimos hacerlo a expensas del público. No sé de dónde han venido nuestras fortunas; pero ¿no viene acaso todo bien del cielo?

¡Y que estos dones celestiales hayan sido destruídos por la Libremoneda!

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(1) Nada hace ver mejor la locura inmensa, en que vive la humanidad, que esta expresión conocida en todo el mundo. „Real“ es para todos ellos sólo el dinero.

(2) ¡Medida de valor!?, medio de transporte de valores, depósito de valor, materia de valor y embuste de valor.