EL ORDEN ECONÓMICO NATURAL

EL ORDEN ECONÓMICO NATURAL

Silvio Gesell

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15. La medida para la bondad del dinero

Es sabido que los adeptos al patrón oro traen a colación el auge que ha tomado en las últimas décadas el desarrollo económico, señalándolo como índice de su relación directa con el patrón oro. ¡Ved estos millones de chimeneas vomitando humo! ¡Son los altares modernos levantados por el pueblo en acción de gracias por el patrón oro!

En sí no tiene nada de sorprendente la afirmación de que un sistema monetario pueda originar, o por lo menos facilitar, un auge económico, pues el dinero procura el intercambio de mercancías, y sin el intercambio no se conciben trabajos, beneficios, tráfico, matrimonios, etc. En cuanto se paraliza el intercambio, cierran todas las fábricas.

La afirmación apuntada no contiene, pues, nada de antemano desconcertante. Al contrario, pregúntese a los fabricantes, a los armadores etc., si con las máquinas y con los hombres a su disposición no podrían fabricar aun más mercancías. Unánimemente responderán que sólo la salida de sus mercancías es la que les fija límites de producción. Y la salida, según y conforme, se realiza o no mediante el dinero.

El hecho de estar incluída entre los pretendidos méritos del patrón oro la afirmación de que su antecesor (bimetalismo) habría frenado la marcha ascendente de la economía, tampoco debe desconcertarnos. Si el dinero puede fomentar el progreso, también ha de poder detenerlo. Al dinero se le atribuyen efectos muy diferentes que el simple hecho de traernos unas décadas de florecimiento o decaimiento (1).

Desde la introducción del patrón oro se quejaron en Alemania los agricultores, por la baja de los precios y por las dificultades con que tropezaban para poder responder a los compromisos hipotecarios. Es cierto que se acudió en su ayuda con impuestos aduaneros. ¿Pero cuántas chacras hubieran ido a remate sin este auxilio? ¿Y quién habría adquirido esas chacras? Se hubieran formado extensos latifundios, como en la Roma Antigua. Y los latifundios, la economía latifundista fué, se dice, la causa principal de la caída de Roma.

Quedamos en que la afirmación de los adeptos del patrón oro no tiene nada de sorprendente. Se trata ahora de demostrarlo, pues el pretendido auge económico podría quizás tener otras causas: la escuela, los múltiples inventos técnicos que perfeccionaron el trabajo, la mujer que cuidó por una prole numerosa de obreros sanos, etc. En una palabra, hay rivales que disputan los laureles al patrón oro.

Pasemos a las pruebas. Necesitamos una medida para la bondad del dinero. Se trata de verificar si el patrón oro facilitó en tal grado el intercambio de mercancías que pueda atribuírsele el pretendido auge económico.

Sí el patrón oro facilitó el intercambio, ello ha de exteriorizarse en una seguridad o aceleración o abaratamiento del intercambio de mercancías, y esta seguridad, aceleración o abaratamiento se traduciría, a su vez, en una correspondiente disminución del número de intermediarios. Esto es axiomático. Mejorando los caminos se aumenta el rendimiento de los carreros, y para una carga total igual se necesitará un número menor de ellos. Desde la introducción de los buques a vapor se ha centuplicado el tráfico marítimo, no obstante haberse disminuído el número de marineros. En lugar de éstos hay mozos, cocineros, camareros, etc.
Otro tanto debió ocurrir en el comercio, si el patrón oro hubiera ofrecido frente al patrón de conchas parecidas ventajas que la fuerza motriz ante la vela o la dinamita frente a la cuña. Pero la realidad es otra; con el patrón oro presenciamos un desenvolvimiento diametralmente opuesto.

"En un período en que la actividad intermediaria (el comercio) en la sociedad crece del 3 y 5% al 11 y 13% y hasta el 31% de las profesiones independientes esa actividad (vale decir, los gastos comerciales) absorbe una parte creciente de los precios... " dice el profesor Schmoller (v. Die Woche, p. 167, artículo: "El comercio en el siglo XIX").

Así es, en efecto. El comercio no se hace más fácil, sino más difícil cada día. Para despachar mercancías con la intervención del oro se necesitan más hombres que antes, y mejor preparados y equipados. Esto se desprende del censo alemán de oficios.

El comercio ocupaba:                                    1882                           1895                           1907

Personas                                             838.392                      1.332.993                   2.063.634
Sobre c/100 con oficio                      11,40                          13,50                          14,50
total de obreros calificados   ‑          7.340.789                   10.269.269                 14.348.016
Total de población                             45.719.000                 52.001.000                 62.013.000
% de obreros con oficio sobre
la población                                       16                               20                               23
de ellos, empleados en el comercio  1.83                            2.56                            3.32
% de los comerciantes con
respecto a los obreros con oficio      11.40                          12.80                          14.50%

De esta estadística se desprende que el número de ocupados en el comercio aumentó en gran desproporción al incremento del número de los obreros de oficio (industria, comercio, agricultura). Estos aumentaron de 7.340.789 a 14.348.016 o sea 95%, mientras los ocupados en el comercio aumentaron 146%, o sea de 838.392 a 2.063.634.

Queda comprobado, pues, que bajo el dominio del patrón oro como instrumento de intercambio, éste se ha visto tan dificultado que fué necesario aumentar el personal de servicio de 11,40 a 14,50%. Es decir, que el patrón oro obstaculizó el comercio.

Se objetará quizás, que en las últimas décadas muchos productores han pasado de la economía primitiva a la división del trabajo, especialmente en la campaña, donde se produce cada vez más para el mercado que para el consumo propio, lo que naturalmente demanda una mayor cantidad de comerciantes. Así, p. e. la rueca se utiliza hoy muy poco y los pequeños artesanos de aldea, a quienes se pagaba antes directamente en especie (trueque) desaparecen ante el avance de las fábricas. Asimismo produce hoy el obrero con los instrumentos de trabajo perfeccionados mucho más que antes (tanto en cantidad como en calidad) lo que implica lanzar al mercado una mayor cantidad de mercancías, que, a su vez, significa más empleados de comercio. Si para realizar el tejido producido por 10 tejedores basta un solo comerciante, para lanzar al mercado la doble cantidad producida por los mismos tejedores pero con telares perfeccionados serán necesarios dos comerciantes.

La objeción es justa. Pero entonces pido se considere también que el trabajo material ligado al comercio ha sido simplificado extraordinariamente por las más variadas innovaciones. Baste recordar el sistema decimal de la moneda alemana (que precisamente es independiente del patrón oro, como lo demuestra el sistema monetario inglés); el sistema métrico uniforme para pesas y medidas; la mejor preparación de los empleados de comercio egresados de escuelas profesionales; las mejoras introducídas al derecho comercial, el servicio consular, las enormes ventajas que al comercio proporciona el correo (reducido franqueo para cartas, encomiendas postales, valores declarados, envíos contra reembolso, etc.) así como el telégrafo y el teléfono. Además, las máquinas de escribir y de calcular, la taquigrafía, los mimeógrafos, las prensas de copiar, las bicicletas para mensajeros, la propaganda racional, la organización bancaria con sus servicios de cheques y giros, las cooperativas de consumo, en una palabra, las mejoras innumerables que se introdujeron desde hace 30 años en la técnica del comercio. Y finalmente, la mayor cultura general del hombre de negocios que había de serle útil también en la realización de sus tareas y aumentaría su capacidad para las operaciones de intercambio. De otro modo tendríamos que declarar superflua esta cultura y de insensato al comerciante que remunera mejor a un empleado instruido que a uno ignorante. ¿Por qué le paga más? Porque rinde más, es decir, coloca más mercadería que el carente de instrucción.

Ahora bien; si consideramos esta mayor producción de mercancías compensada por la mayor eficacia de las instituciones comerciales, entonces, el incremento de 11,40 a 14,50% en el rubro de personas que viven del comercio con respecto a las que poseen oficio, mantiene toda su fuerza como argumento en contra de la pretendida excelencia del patrón oro.

Y eso que las cifras transcriptas se refieren unicamente a las personas que viven directamente del comercio, mientras que a nosotros nos interesa más la ganancia bruta, que, al parecer, habrá aumentado también. Ha de tomarse en cuenta, además, que por el número no pueden hacerse deducciones respecto a las entradas totales de los comerciantes, puesto que ellos generalmente tienen un rédito mayor que otros trabajadores.

Para saber qué efecto ejerce una reforma monetaria sobre el comercio, debería estadísticamente calcularse la ganancia comercial bruta, es decir, el margen entre el precio de fábrica y el precio al por menor. Este último menos precio de fábrica es igual a la ganancia bruta de los comerciantes. Entonces sería posible calcular cuánto cuesta al país el comercio y cuáles son las ventajas del actual sistema monetario. Se vería, entonces, que el comercio absorbe realmente, como se afirma con frecuencia, la tercera parte o más de la producción total. Que de cada mil kilogramos se aportan 333 para los mercaderes.

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(1) Cfs. la conferencia "¿Oro y Paz?".