El comunismo soviético


Conviene que utilicemos el nombre de comunismo soviético para referirnos al sistema económico dominante en el este de Europa, Rusia, China y otros países durante gran parte del siglo XX  y diferenciarlo así de los sistemas socialista y comunista previstos por Karl Marx o propuestos por otros autores clásicos o contemporáneos.

El imperio ruso había estado creciendo y consolidándose hasta que, a principios del siglo XX, ocupaba un amplísimo territorio, en gran parte desierto, muy mal comunicado.  Parte de su población seguía en formas de vida neolíticas, en poblamientos  agrícolas incomunicados. Una pequeña proporción de la población vivía en ciudades.  Los bajos índices de alfabetización de la población habían impedido el triunfo de la revolución burguesa y liberal de otros países europeos. La forma de gobierno se había destacado siempre por una extraordinaria concentración de poder en un estado monárquico absolutista. Pero la primera guerra mundial hizo que la dinastía zarista, ya muy debilitada antes de la guerra, entrara en crisis y cayera. Los conflictos por la toma del poder vacante enfrentaron dos programas de gobierno radicalmente diferentes, el proyecto liberal encabezado por Kerensky, y el estatalista encabezado por el bolchevique Lenin. Fue este último el que se hizo con el poder e inicia un experimento social a una escala sin precedentes. Un nuevo sistema económico del que no había más que bosquejos teóricos, se impone a un inmenso país.

A lo largo de la historia  de la humanidad, el conflicto entre los administradores de la sociedad y el individuo había sido una constante. Ese conflicto se había resuelto siempre en tablas. En algunas sociedades los individuos tenían mucha capacidad de iniciativa y libertad para adoptar decisiones, por ejemplo, en la Grecia Clásica; en otras, el estado concentraba mucho poder, como en algunas dinastías faraónicas. Pero siempre habían coexistido ambas formas de adopción de decisiones económicas. En el comunismo soviético, por primera vez, se intenta montar un sistema en el que todas las decisiones económicas sean planificadas por el estado. A mediados de los años treinta Stalin anuncia haberlo conseguido. Toda la propiedad privada sobre medios de producción ha desaparecido. La tierra y las fábricas, el comercio, la construcción, todos los medios de transporte, comunicación e información son propiedad y están controlados por el aparato del estado. Todos los ciudadanos trabajan en los puestos que les ha asignado el gobierno; todos los bienes y servicios que adquieren o reciben son proporcionados por el estado. En los demás países comunistas -China, Europa oriental, sudeste asiático, Cuba- no se alcanza ese grado, pero el gasto del estado representa en todos los casos más del 95% de la renta.

En el balance del sistema comunista se pueden apuntar impresionantes logros económicos. Todos los ciudadanos de esos países tienen acceso a la educación elemental, la sanidad y la alimentación básica, incluyendo los habitantes de las regiones menos desarrolladas. Algunos campos del conocimiento y la tecnología avanzan notablemente. En cambio en otros campos, como la informática, el retraso es notable. Los mayores problemas que se plantean son sociales. Al no haber estímulos económicos, la productividad laboral se resiente. La solución teórica consistía en la creación de un "hombre nuevo" en el que desaparecido el egoísmo, trabajaría por razones de solidaridad. En la realidad el poder tiene que ejercer un control férreo y muy represivo para mantener el funcionamiento del sistema. Las libertades individuales desaparecen completamente. El muro de Berlín, construido para evitar que los ciudadanos huyan del sistema se convierte en un símbolo evidente del fracaso social.

Tras la muerte de Stalin, en los años cincuenta y sesenta, hay varios intentos de reforma y liberalización tanto promovidos desde el poder como por intelectuales o grupos ciudadanos. Todos acaban en fracaso. En los años ochenta la economía comunista está también en crisis. Los ciudadanos han perdido el respeto por las autoridades y las leyes; el gravísimo accidente de la central nuclear de Chernobil pone en evidencia que los reglamentos y las normas no se cumplen. Los planes quinquenales fracasan. Los estantes de los comercios carecen de productos básicos. No se importa prácticamente nada del exterior y los países comunistas representan menos del 5% del comercio internacional. La capacidad productiva de USA, Europa  y Japón es abrumadoramente superior. Con el fin de mantener el equilibrio en la competencia entre bloques  se destinan los mejores recursos a la carrera armamentística y espacial, a pesar de ello, los fracasos en el desarrollo de la informática muestran claramente que esa carrera está perdida.

Finalmente el sistema reconoce su fracaso y se desmorona casi instantáneamente en torno a 1990. Todos los países comunistas han iniciado un proceso de transición más o menos rápido hacia el sistema capitalista. Las economías en transición han planteado nuevos problemas a la teoría económica. Con poco o nada de apoyo del FMI y los países occidentales, algunos países ex-comunistas han conseguido una transición y recuperación rápida, mientras que otros, como Bielorusia, siguen manteniendo intactas las viejas instituciones soviéticas y siguen hundidos en una grave depresión económica.  China, que había iniciado unas lentas reformas con anterioridad, está consiguiendo impresionantes tasas de crecimiento económico sostenidas durante tres décadas. Diez países ex-comunistas centro-europeos (Bulgaria, Chequia, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Polonia, Rumanía) han conseguido superar rápidamente el coste de las transformaciones e integrarse en la Unión Europea.

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