Los primeros imperios económicos


En torno a grandes ríos -el Eufrates y el Tigris, el Ganges, el Nilo, el Yangtsé- surgen los primeros grandes imperios. Sumer, hace 5.500 años, parece haber sido el primero. Una autoridad administrativa central legisla, imparte justicia y ejecuta sobre un extenso territorio que agrupa a muchas ciudades.

De nuevo parecen ser las innovaciones en los métodos de transmitir y acumular información las causas directas que permiten el cambio. Ahora es la escritura en tablillas de arcilla, en tablas de piedra o en papiros. Los textos más antiguos que conocemos son leyes, contabilidades y crónicas. El gran río, una vía natural de comunicación y transporte, se convierte en nervio por el que circulan informaciones, mercancías, personas y tropas. 

La coordinación de actividades en un amplio territorio en torno al río permite la preparación de un sistema de canales para riego. Se pueden poner en cultivo nuevas tierras, aumentar su productividad, garantizar la estabilidad, mantener más animales.  La riqueza aumenta, aumenta la población, aumenta la especialización.

El cuidado y defensa de los sistemas de canales requiere la coordinación del trabajo de decenas de miles de personas que realizan obras en beneficio de agricultores a los que desconocen, asentados río abajo. Esa coordinación requiere una concentración de poder desconocida hasta entonces. Por primera vez en la historia el jefe supremo es una persona desconocida para la mayoría de sus súbditos. Un complejo aparato de intermediarios se encarga de la ejecución de sus decisiones. La especialización social se hace muy sofisticada. La sociedad se hace más estratificada.

El estudio de la historia antigua de Mesopotamia, Egipto, China y la India muestra una cíclica sucesión de dinastías de vida similar; nacen con una revolución que impone un régimen fuerte; se crea una organización de funcionarios y recaudadores de impuestos, un ejército y un sistema judicial; se realizan grandes obras públicas, se limpian los canales existentes y se construyen otros nuevos; la productividad sube y las siguientes generaciones son muy numerosas; aumentan los ingresos del estado y la élite burocrática vive en el lujo. Pasadas un par de generaciones, el sistema burocrático se corrompe, el aumento de población absorbe los beneficios del aumento de la productividad, hay descontento, el estado se debilita, hay pequeños motines e insurrecciones, las obras hidráulicas se detienen y deterioran. Finalmente una nueva revolución cambia la dinastía. 

El conflicto entre los particulares -artesanos, comerciantes, pequeños propietarios- y los administradores adquiere por primera vez tintes perfectamente identificables con el entorno actual. Ya podemos hablar del conflicto entre la iniciativa privada y la pública. El estado babilónico o egipcio promueve ciertas iniciativas particulares y desalienta otras. Las diferencias en rentas y niveles de vida se acentúan. Quizá por primera vez conviven ricos y pobres en el mismo espacio.

Los pequeños ríos europeos, encajonados entre montañas, no estimulan la creación de grandes estados y es el Mar Mediterráneo el que cumple la función de vía de comunicación y transporte. Se suceden imperios comerciales, fenicios, griegos, cartagineses y romanos, en los que una flota armada mantiene expedita esa vía, combate la piratería, garantizando la paz y unos sistemas crediticios y contractuales que permiten el comercio.

Muchos de los que ahora llamamos "países menos desarrollados" mantienen las formas de vida y organización de aquellos imperios. Pensemos en los estados africanos actuales organizados en torno a los ríos Senegal, Volta,  Níger,  Congo o Zambeze. El río es la única vía de comunicación para gran parte del territorio. La escritura es un medio de comunicación reservado a la burocracia dominante. Pequeñas iniciativas artesanales o comerciales son aceptadas y estimuladas, pero sólo los individuos próximos al aparato del poder pueden enriquecerse.

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