TEXTOS SELECTOS DE GRANDES ECONOMISTAS

 

Harriet Martineau, 1802-1876

OCUPACIÓN. Tratado General a cerca de los Deberes de las Esposas; Hábito Malsano de las Parejas Jóvenes Casadas Viviendo en Casa de Pensión; Servicio Doméstico; Caridad y Trabajo Religioso; Manufacturación de de Profesiones; Gobernantas.

Capítulo del libro "Society in America", London: Saunders and Otley, 1837.  Traducido para la Fundación Inca Garcilaso por Angela M. Arrey-Wastavino, Ph.D.


Un gran número de mujeres Americanas tienen hogar y sus asuntos de los cuales se ocupan. Las ocupaciones de madre y esposa pueden ser llamados los únicos asuntos de la mujer allá. Si ella no los tiene, no tiene nada. La única alternativa, como he dicho, es hacer de la religión una ocupación o disiparse; ninguna de las dos es apropiada para ser usada; una por ser estado mental, la otra totalmente una negación cuando no se toma como alternativa con los negocios.

Sucede que cuando donde todas las mujeres tienen solo un objetivo serio, muchas no se acomodarán con tal objetivo. En los Estados Unidos así como en otros lugares, hay mujeres que no se acomodan a ser esposas y madres mas que políticos o generales; no mas que por otras responsabilidades, mas que por el máximo de responsabilidades. No hay necesidad de describir tal: se pueden ver en cualquier lugar. Yo les menciono con el solo propósito de indicar que muchas de esta clase reducen algunas de sus labores y cuidados buscando refugio en las casas de pensión. Es una circunstancia no favorable para el carácter de algunas mujeres americanas que la vida en pensiones ha sido casi obligatoria debido a los escasos trabajos y la dificultad de encontrar servidumbre. Mientras mas observo la vida en las pensiones, pienso que son aun peores, aunque he visto las mejores. Desde luego el grado de mérito en tales establecimientos pesa poco considerando lo endemoniado de su existencia. Lo rescatable de ello es estar segura en compañía respetable, buena mesa, buenos modales la cortesía de la anfitriona, y el confort de los apartamentos privados: pero lo malo del sistema lanza todos estos objetivos a un segundo plano.

Comencemos con los niños. No puede haber suficiente orden en el alimento adecuado para ellos; ni alguna seguridad que ellos comerán naturalmente en la mesa donde habrá 50 personas, una docena de negros hipócritas sirviendo, y un despliegue de tentadores platillos a la vista. El niño está en eminente peligro de ser tímido y temer comer, o de ser demasiado ambicioso y comer demasiado. Luego, da tristeza ver niñas de 12 años ya sea escondiéndose tras sus padres, y sonrojándose dolorosamente tan frecuentemente cuando cada uno de los 50 extraños les miran, o jactanciosamente mirando todo lo que sucede y sirviéndose como pequeñas mujeres de mundo. Después del té, es una práctica común llevar a las chicas al piano para interpretar y cantarle a un grupo compuesto de caballeros, y traer una selección sin principio excepto por la mera respetabilidad. Luego viene la cadencia para las jóvenes mujeres casadas, la clase mas numerosa que se encuentra en las pensiones. La incertidumbre del servicio doméstico es tan grande, y la economía de las pensiones es tan tentadora para aquellas quienes no pueden proveerse de casa y muebles, que es evidente el porque tanta mujer joven casada usa tales facilidades. Pero no hay hombre sensible que pueda prever el riesgo en que se incurre, cuando se expone la paz doméstica a tal temeroso riesgo. Ví lo suficiente, cuando ví damas elegantemente vestidas reparando cortinas en las ventanas del salón de dibujo, luego de que sus esposos se fueran a la oficina de contabilidad después del desayuno. Allí, las damas se sentaban por horas, sin hacer nada mas que dedicarse al chisme, o con cada uno de lo hombres de la casa quienes estaban sin trabajo o con visitantes. Es cierto que la más equilibrada mujer entre las damas puede retornar a su apartamento por la mañana, pero se quejan que no tiene que hacer en su propia casa. Ya sea que no estarán un largo tiempo, o que no tienen espacio para sus propios libros, o que están en desacuerdo con los otros en la casa.

El testimonio común es que hay muy poco que hacer en las pensiones, y mientras más equilibrada se es, el destino de aquella que no piensa, quien no tiene nada que hacer, puede ser fácilmente anticipado. Ellas encuentran una miga o dos entre las otras habitantes de la casa con quienes confiar los secretos de sus esposos. Una mujer que hace esto una vez, lo hará dos veces, o tan frecuentemente como se cambie de pensión encontrará otra buena amiga. Se me ha asegurado que no hay fin a tales dificultades en las cuales los caballeros se han involucrado, en ambos casos en lo comercial y doméstico debido a la indiscreción de sus jóvenes esposas livianas de cabeza, debido a la situación entre holgazanería y la frivolidad de la vida en las pensiones. Con respecto a los caballeros, también es penoso. Comidas públicas, casa bulliciosa, confinamiento a uno o dos cuartos privados, con la ausencia de gratificaciones de su propia conveniencia y gusto, son de pobre consuelo para el hombre de negocios luego del laborioso trabajo diario. Cuando a esto se le agrega las peculiaridades a las cuales sus esposas han estado expuestas, se podrán imaginar que cualquier hombre con sentido de refinamiento le gustaría en tal caso soportar las inconveniencias domésticas de la incertidumbre y la mala calidad de la ayuda en vez de no tener servicio doméstico. Se conformarán, si hay necesidad, con una cena de pan y queso, encender su propio fuego, y permitir a sus esposas sacudir los muebles algunas veces al año, por no tener privacidad y seguridad. Pienso que en general los caballeros piensan y se sienten de esta forma, y cuando ellos dejan la servidumbre y se van las pensiones, es el resultado de la indulgencia para las esposa de las esposas; quienes si fuesen inteligentes como deberían serlo, lo harían menos frecuentemente.

El estudio de la economía del servicio doméstico era una continua entretención para mí. Lo que observé puede resultar en un volumen. Muchas familias están, y lo han estado por años, sin servicio doméstico, como cualquier familia en Inglaterra, y debo decir que entre las más vociferantes había muchas quienes por falta de ya sea temperamento o juicio se merecían toda dificultad con la que se encontrasen. Es remarcable el caso de las damas Inglesas aposentadas en América. Tienen el hábito de mandar, y expectativas de obediencia; Y cuando fracasan, les temen a sus sirvientes. Incluso cuando han aprendido la teoría que el servicio doméstico es un asunto de contratos. Un intercambio de servicio por recompensa, la autoridad del empleador no se extiende mas allá de de la promesa de rendimiento deservicio., cuando las damas han aceptado actuar así, solo así están aptas para sentirse molestas por cosas que no les conciernen de manera alguna. Si una doméstica decide servir la mesa sin su cofia sobre su escasa cabellera y llevando espejuelos, si otra va a la iglesia el domingo vestida exactamente como su patrona, la dama en ningún caso debe responder por el mal gusto de sus domésticas. Pero las residentes inglesas frecuentemente no se atienen a esto, ni a que sus sirvientas hagan su trabajo a su propio gusto, ni siquiera a dividir su propio trabajo en referencia al del de su servidumbre. La consecuencia es que pronto encuentran imposible encontrar ayuda americana, y deben someterse a la merced de las bajas irlandesas, y todos saben el tipo se sirvientas que comúnmente son. Algunas de ellas son las mejores domésticas en América: aquellas que saben valorar una casa respetable, un salario suficiente, el honor de que se confíe en ellas, y la seguridad de valiosos amigos de por vida: pero demasiadas son inestables, desordenadas, desorganizadas: algunas deshonestas y temperamentales.

Encontré que las domésticas más afortunadas eran aquellas quienes actuaban sobre los principios de justicia y sobriedad más extenuadamente. Tales son escrupulosas primeramente, en lo que los deberes mutuos deben pasar inexplicados, lo que no deja luego lugar a disputa, lo que se puede evitar. A la candidata no sólo se le informa precisamente cual es su trabajo, y se le muestran sus dependencias en la casa, sino que se le consulta sobre casos en los cuales ambas partes pueden diferir. Por ejemplo: el empleador estipula sobre las horas en que su doméstica intenta salir, y que la cual nunca debe suceder cuando hay compañía en casa. A su vez, se le conceden los deseos de recreación, recibir visitas de su familia en casa, y otros. Cuando se ha llagado a un mutuo entendimiento, se tienen las mejores oportunidades en los términos de contrato a los cuales se adhieren y liberalmente se llevan de común acuerdo. Y he visto instancias en las cuales las partes han vivido juntas en amistad y satisfacción por 5, 7, 11 y 14 años. Otras, nuevamente, se han visto, que sin falta se ha cambiado la servidumbre rápidamente. También he observado quienes nunca se han sentido confortables, a menos que se les enseñen los mas básicos principios de democracia.

Muchas damas, especialmente en el campo, tomas niñas para entrenarlas, teniéndolas bajo ciertos términos de empleo. En tal caso, la niña se toma a los once años, y se le tiene hasta los 18. La patrona se compromete a vestirle, a darle escuela dominical, y cierta cantidad de escolaridad durante el año, y a darle al final del término (excepto si hay mal comportamiento) cincuenta dólares, una vaca, o su equivalente. Bajo el tutelaje de una buena empleadora, este es un excelente ofrecimiento para la chica, pero hay patronas quienes se quejan de que tan pronto como se sienten servibles, cuando cumplen los 14 o 15, se ponen rebeldes, teniendo abundancia de amistades quienes les dicen cuanto salario podrían tener si fuesen libres. En varios de los hospedajes donde yo residí por corto o largo tiempo, la rutina de la casa era fácil y agradable como en cualesquier casa inglesa en cualquier otro lugar, las dificultades con el servicio doméstico eran edificables y entretenidas. Primero, escuchaba poco de de ello, considerando la idea prevalerte en América que las damas inglesas se preocupan poco de las situaciones hogareñas. Estas injuriosas faltas de aprehensión que las damas inglesas poseen, con muchas otras, puebla las novelas de moda en el país, desde Nueva York hasta Mississippi. Aunque las Americanas repiten y creen que estos libros falsifican las maneras, no pueden librarse de las impresiones que derivan de ellas. Muchas involuntariamente se imaginan ser damas de Inglaterra como duquesas y condesas de aquellos pobres libros: y apenas creen que las esposas de mercantiles, manufactureros, y dependientas de tiendas, del gran número de profesionales puedan comprar sus propias provisiones, mantener la contabilidad, se encarguen de cuidados y reparos, de la banca, hagan mermeladas, y cosas por el estilo, y que infrecuentemente cocinen, con sus propias manos, algún platillo que sea del agrado del esposo. Cuando se enteraban por mis revelaciones, que las damas inglesas y americanas tenían después de todo, mucho más en común, el estado real de la economía del hogar se abría a mí.

Todas las damas americanas deberían saber como aclarar el almidón y planchar, como poner los platos y cristales, como cocinar y si entienden como hacer pan y sopas de la misma manera sería mucho mejor. Los caballeros usualmente se encargan de de la situación de mercadeo, lo que es justo. Una dama, altamente eficaz y muy instruida, me contó que había sido dejada enteramente sin ayuda doméstica, en un pequeño poblado donde había poca esperanza de encontrar rápidamente tal. Ella y su hija hicieron el pan por seis semanas, y mantuvieron la casa por si solas, lo que podrías ser visto por la nobleza como lujos, fue suficientemente impecable. Ella mencionó un buen resultado de tal necesidad: que ella jamás se quejaría de un pan mal hecho. Ahora ella testificaría que el pan podría estar bien hecho, si el clima colaborara y otras muchas excusas dadas. Escuché una anécdota de esta dama que me sorprendió. Ella caía en el hábito de contratar servicio, cuando necesitaba ayuda extra, una mujer de color para hacer el servicio de la cocina. El servicio doméstico parecía estar en buenos términos con esta mujer hasta que un día, cuando había una fiesta temprana, la sirvienta de mayor rango declinó servir en compañía, dando como razón que se le había pedido sentarse a la mesa con la mujer de color. La patrona gentilmente revocó diciendo: “si usted está arriba a mi servicio, mi familia no lo está” “Verá a mi hija traer el té y a mi sobrina el pastel” La mujer se arrepintió, y rogó que se le permitiera servir, pero no se le otorgó y lloró mucho. Al día siguiente se comportó muy humilde, y su patrona razonó con ella exitosamente. La dama hizo una concesión silenciosa. Llamó a la mujer de color después de la cena, en vez de llamarla antes.

Una dama del campo viaja 30 millas a un pueblo donde piensa que puede interceptar algunas islandesas venidas de Canadá hacia Estados Unidos, para suplirse de servicio. Se compromete a enviarlas a 30 millas de distancia para la confesión dos veces por año, si desean vivir con ella. Otra dama campesina me contó que su familia sufría de falta de agua, porque el hombre objetaba traerla. Las domésticas la recogían, e inclusos los niños en sus pequeños tiestos. El hombre se mantenía firme en su decisión y ella no podía despedirle por esa razón, el era un sirviente irrisible, aunque no podía controlarlo, por tener solo un ojo, y siempre se emborrachaba cuando terminaba su trabajo. La misma dama tenía su casa muy bien mantenida, en virtud a su propio control sobre todo., pero cuando deseaba que sus cuartos fueran empapelados, pensaba que debería dejar eso en manos de un artista. Cuando estaba terminado, se le recomendaba revisarlo, y destacar su admiración por las quebraduras expuestas que el hombre había dejado. El se había abandonado a seguir el patrón de un papel cuyo diseño no calzaba con cada una de las tiras.

La madre de una joven novia conocida mía, se jactaba que había agraciado la nueva casa de su hija durante el viaje de bodas con 2 sirvientas ejemplares. El día previo al retorno de la novia, antes que las mujeres hayan visto a sus empleadores, avisaron directamente que se deberían ir debido a noticias de sus familias lo que cambiaba sus planes originales. Se les pidió que permanecieran por una semana, y cuando insistieron que deberían irse, no se había encontrado a quienes les reemplazaran, y su joven empleadora iba a recibir huéspedes al día siguiente. Eso hizo la situación desesperada sabiéndose que la novia no sabía nada de cómo mantener una casa. Se les hizo cocinar tanta comida como fuese posible, para ser consumida fría, y para mantenerla tanto tiempo como fuera posible, y luego de cerrar la puerta tras ellas, ella lloró por una hora completa. Como solucionó el problema, se me olvidó, pero estaba con un excelente estado de ánimo cuando me contó la historia.

Muchas de las anécdotas son actuales con respecto a los modales de la gente joven que viene de lugares retirados del país para el servicio doméstico en Boston. Una persona simple campesina obedece sus instrucciones exactamente como servir a la mesa, y luego servir a la familia. Pero cuando se retrasan unos minutos, por alguna razón, encuentran a la doméstica sentada y comiendo. Se había servido del pollo, pensando que como las personas se habían demorado tanto, la comita ya estaría fría. Un joven de Vermont fue contratado por una familia quienes estaban necesitados de un ordenanza. Era muy amigable, tan servicial como se encontraba libre, pero no sabía nada de la vida más que una granja. Una noche o dos luego de su llegada, había una gran recepción en casa. Su patrona se apresuró en jactarse con el que a la hora del té pasó lo siguiente: con el azúcar y la crema, el mozo quien llevaba el té; asegurarse que cada uno tuviera crema y azúcar, y sujetar su lengua. El hizo su parte reflejándolo en un rostro inteligente y yendo afanosamente de invitado en invitado. Cuando completó el circuito, y llegó a la puerta, una duda le asaltó: si el grupo más alejado de la sala se había beneficiado de sus servicios. Se elevó en la punta de sus pies, al decir: “preguntaré” y gritó sobre las cabezas del grupo “como se encuentran para endulzarse en ese otro rincón?”

Estos casos extremos suenan ridículos y molestamente suficientes, pero se debe recordar que estos son casos extremos. De mi parte, yo prefiero sufrir la inconveniencia de trabajar ocasionalmente en las recamaras o la cocina, y tener frustrados diseños de hospitalidad, que presenciar la actuación de la de la clase baja en Europa. En Inglaterra, la servidumbre está acostumbrada a ser servil, está completamente establecido que la patrona establezca las costumbres, sus maneras, sus vestimentas, su relación con los amigos, y muchas otras cosas que tienen que manejar por si mismos, que ha sido difícil tratarlos de diferente manera. Las empleadoras que se han abstenido de hacer esto encuentran que han malcriado a sus sirvientes, y miembros de sus familias quienes han establecido amistades con el servicio se encuentran en mala condición para la reciprocidad. En América es de otra forma, y siempre será así. Todos quienes no se preocupan solamente por egoístamente gratificarse más que por el bienestar de otros están satisfechos de tener amigos desinteresados e inteligentes en el servicio quienes serán capaces de asirse, aunque pueden encontrar dificultad al principio para retenerles, y se les permite mantener algunas excéntricos modales y vestimentas que tren consigo.

Uno de los placeres de viajar en un país democrático es no ver excesos. No se ve tal carga en el servicio en todos los Estados Unidos, excepto en las casa de los embajadores en Washington. El carácter de los domésticos es más alto en América más que cualesquiera que se distinga de tal etiqueta, el siguiente ejemplo lo demostrará. Pasé una noche en la residencia del presidente de la Universidad de Harvard. La hora del té fue servida por una doméstica del presidente, quien es a su vez Mayor de la Caballería. En los tiempos de la Caballería, cuando los huéspedes son invitados a cenar con el regimiento, el Mayor y sus galas se sienta a la cabeza de la mesa, y sienta al presidente a su derecha. El juega el rol de anfitrión como si no existiera relación entre ellos. Los brindis, todos transados, se va a su casa, deja sus condecoraciones y espera en la casa del presidente por el té.

Las ocupaciones con las que las damas Americanas llenan su tiempo, lo que ya ha sido dicho, muestra que no hay gran peso de diversidad en las ocupaciones. Muchas están involucradas mayoritariamente en caridades, haciendo el bien o el mal de acuerdo a su estado de ánimo, el cual llevan consigo hasta el trabajo. En Nueva Inglaterra, una gran parte del tiempo se ocupa en asistir a sermones y otros encuentros religiosos, y en hacer visitas con propósitos religiosos a los pobres y desvalidos. Los mismos resultados siguen estas prácticas que pueden se observadas cuando quiera. Siempre y cuando la simpatía se mantenga, y las relaciones entre las diferentes clases de la sociedad se ocasiona, la práctica es buena. Tanto como se incentive la mente de los visitantes, motivando un falso antojo por el entusiasmo religioso, tientan a la interferencia espiritual, por un lado, y no puedan por el otro, y humorísticas u opresivas aquellas a los que necesitan menos las oficinas, mientras se aliene a los que las necesitan más, la práctica se transforma en mala. Se me impone pensar que muchas cosas buenas se hacen, tanto como malas, y esto cuando sea que la mujer tenga una mayor carga de ocupación en sus manos, para hacer el bien y reciprocar la simpatía religiosa proveyendo de oportunidades, en vez de hacerlo una ocupación, más se hará el bien sin ningún daño.

Este es un triste recuento. Alguien se puede preguntar, ¿Qué son las mujeres Americanas? Son más educadas por providencia que los hombres. Lo humanitario es de ellas, tienen labor, probatorio, disfrute, y penas. Son buenas esposas, y por la enseñanza de la naturaleza, buenas madres. Tienen dentro del rango de actividades, buen sentido, buen equilibrio, y buenos modales. Su belleza es remarcable, y pienso que no tienen menos ingenio. Su caridad es desbordante, sólo si fueran más iluminadas, y se supone que no puedan existir sin la religión. Pareciera ser intrínsico, pero no siempre de tipo saludable. Es duro decir esto, ¿no es el echo que la religión emane de la naturaleza, sino del estado moral del individuo? Entonces, ¿no es cierto que a menos que la naturaleza sea completamente ejercida, el estado moral harmonizado, la religión no pueda ser saludable?

Una consecuencia, penosa e injuriosa, del sabor caballeresco y el temperamento de un país referente a sus mujeres, es lo difícil, donde no es imposible, para las mujeres ganarse el sustento. Donde es una jactancia que las mujeres no trabajen, el empuje y los beneficios del trabajo no son provistos. Esta es la manera en América. En algunos lugares, hay hoy en día tantas mujeres dependientes de sus esfuerzos de manutención, que el demonio se apodera de ellas ante que la fuerza de las circunstancias. En el entretanto, las mas pobres están tristes. Antes que se abrieran las fábricas, había sólo tres medios: enseñar, hacer bordados y ser mucamas en pensiones u hoteles. Ahora están los molinos; y se emplea a mujeres en imprentas, como compaginadoras, así como dobladoras y encuadernadoras.

Me atrevo a no confiar en mi misma por hacer más que tocar este tópico. Habría poca utilidad en luchar por ello; por desordenes en el sistema por el cual las mujeres están depresivas por tener tan gran número de objetivos, mas allá e su alcance, más que en ningún acomodo menor que pueda ser rectificado por la exposición a demonios particulares. Yo le preguntaría a los filántropos de todos los países que le consultaran a los médicos cual es el estado de salud de las costureras; y en base a ello si no es inconsistente con la humanidad común que las mujeres dependieran de tales empleos para obtener su pan. Permítanles preguntar cual es la recompensa por este tipo de trabajo, y luego si pueden preguntar si los placeres de las licencias are algo provistas por esa clase. Permítanles reverenciar el poder para mantener su virtud, cuando el esfuerzo que ellas conocen les esta destruyendo lentamente, y si esto vale el esfuerzo para apenas ganarse el pan, mientras los salarios del pecado son el lujo y las monotonía estáticas. Durante el presente intervalo entre la época feudal y el tiempo que viene, cuando la vida y sus ocupaciones sean ofrecidas libremente tanto a las mujeres como a los hombres, la condición de la clase trabajadora femenina es tal que sus sufrimientos fueran hechos públicos. Las emociones del horror y la vergüenza temblarían en toda la sociedad.

Para aquellas mujeres quienes se empequeñecen con las muchas bordadoras, casi igualmente tremendo, con quienes hacen sombreros, a la humilde zurcidora de medias, por aquellos quienes se empequeñecen ante el orgullo, o el miedo o la enfermedad, la pobreza, la tentación, no les queda más que la pretensión de sólo enseñar. ¿Qué oficio envuelve más responsabilidad, requiere mas calificaciones, y la que debe ser mas honorable que la de enseñar? ¿Que otro trabajo hay por el que uno decida, sin ser genio, tenga mas requisitos? Así las gobernantas en América como en otros lados, se surten de entre aquellas que enseñan porque necesitan pan; y quienes no enseñarían por ninguna otra razón. Enseñar y entrenar niños es para unas pocas, muy pocas, un trabajo agradable, sin importarles el esfuerzo y los cuidados, excepto para esas pocas es irritante; y cuando les acompaña la pobreza y la mortificación es intolerable.

Dejemos a los filántropos preguntar por la proporción de gobernantas entre las reclusas de los asilos de lunáticas. La respuesta a esta pregunta se encuentra involucrando una palabra de censura e instrucción. ¿Cual será la condición del sexo cuando tal ocupación está sobre poblada de candidatas calificadas y no calificadas? ¿Cuál es la esperanza de una generación de niños confinados al cuidado de una clase, conciente talvez, pero reticente, acosada y depresiva? Las más dedicadas gobernantas en los Estados Unidos pueden ganar $ 600 dólares al año con las familias de las plantaciones del sur, siempre y cuando prometa enseñar todo. En el norte se les paga menos; y en ningún caso se les provee con permisos de enfermedad o de retiro a avanzada edad. Damas que merecen total confidencia de la sociedad pueden obtener independencia en unos pocos años trabajando en las escuelas del norte, pero en general, la escasa recompensa al trabajo femenino permanece como reproche en un país cuyos filántropos se han proclamado serlos. Espero que ellos perseveren en sus locuciones, aunque los métodos especiales de caridad no serán la cura para el demonio. Esto es más profundo, y yace en la subordinación del sexo, y sobre esto la exposición y protestas de los filántropos puede resultar en llamar la atención a la sociedad, particularmente a las mujeres. El progreso de la emancipación de una clase es usualmente, sino siempre, tiene lugar por el esfuerzo individual de esa clase, y esta no es la excepción. Todas las mujeres deben informarse de la condición de su sexo, y de su propia posición. Esto necesariamente debe seguir a la más noble de todas, quien tarde o temprano, antepondrá un poder moral que supere la hipocresía y rompa forzosamente los lazos (suavice a algunas pero que fríamente enderece a otros) de los prejuicios y usos feudales.

Entre tanto, ¿debe entenderse que en los principios de la Declaración de Independencia no se toca a la mitad de la raza humana? De ser así, ¿Cuál es la razón de la limitación? Si no es así ¿Como es el estado restrictivo y dependiente de la mujer para ser reconciliada con la proclamación que reza “a todos el Creador les otorga derechos inalienables, entre los que se encuentran la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”?

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