SUJETOS SOCIALES, CONFLICTOS Y GESTIÓN DE LOS SERVICIOS DE AGUA POTABLE, ALCANTARILLADO Y SANEAMIENTO EN EL

SUJETOS SOCIALES, CONFLICTOS Y GESTIÓN DE LOS SERVICIOS DE AGUA POTABLE, ALCANTARILLADO Y SANEAMIENTO EN EL "ESPACIO SOCIAL-NATURAL" DE LA CIUDAD DE PUEBLA 1984-2010

Rafael de Jesús López Zamora (CV)
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla

2.-Antecedentes históricos y evolución de los procesos de apropiación, distribución y consumo del agua urbana en la ciudad de Puebla

Durante el poblamiento y urbanización del Valle de Puebla a partir de la fundación de la ciudad, el agua y el sistema hidrológico desempeñaron un papel fundamental en la conformación de los asentamientos y en el desarrollo de las actividades económicas. En 1531 la “Ciudad de los Ángeles” nace para ser un centro regional religioso, político y económico. Por su ubicación estratégica acorde con los objetivos de dominación del poder colonial español, la ciudad va a cumplir con funciones territoriales y económicas básicas (González, 1995).
Aunque la tarea de la fundación de la ciudad fue confiada a los religiosos franciscanos, el proyecto de una comunidad española no irrumpió abruptamente de la inercia social sino que había sido precedido de otros diversos planes para facilitar la promoción indígena mediante la adaptación de las instituciones occidentales, facilitar la transmisión de los métodos de producción, de tal manera que el propósito seminal de la fundación fue hacer un pueblo de españoles que cultivasen la tierra, hicieran labranzas y heredades al modo de España, lo que incluía liberar a los indígenas como fuerza de trabajo, del sistema de encomiendas (Carabarín, 2000).
Desde su fundación, las ciudades coloniales estaban bajo el poder de los ayuntamientos formados por el alcalde mayor y los alcaldes ordinarios elegidos anualmente entre los vecinos ricos, dando preferencia a los conquistadores casados, y eran apoyados por una serie de regidores encargados que la ciudad contara con todo lo necesario. La forma de distribuir el agua era decidida en las reuniones de cabildo, por tanto era privilegio de sus integrantes determinar quién podía contar con agua en su casa y quién no. Al tener esta prerrogativa, los funcionarios se beneficiaban y se dotaban ellos mismos del líquido; así mismo la asignación de derechos sobre el agua significaba la posibilidad del grupo hegemónico, formado por descendientes de conquistadores y primeros fundadores de la ciudad, de controlar la posesión y distribución del recurso, adquiriendo aún mayor poder y dominio (Salazar, 2010). Así esta institución se convirtió en un campo de poder en torno al agua y desde entonces el rasgo característico de la distribución del agua fue la desigualdad y el beneficio de los sectores más privilegiados (Juárez et al., 2006; citado por Salazar, 2010).
Para el desempeño de sus funciones la ciudad de Puebla requería de recursos y servicios básicos cómo el abastecimiento de agua, responsabilidad que recaía en las autoridades civiles, cuyas fuentes en su origen fueron, además de los ríos San Francisco, Atoyac y Alseseca, las abundantes corrientes hidrológicas subterráneas que afloraban en veneros y manantiales. El agua de los ríos era utilizada para activar molinos de trigo, facilitar las labores de los obrajes y favorecer el proceso del curtido de pieles. El río San Francisco era utilizado como desagüe aprovechando su nivel más bajo en la topografía de la ciudad.
La primera obra de abastecimiento público de agua sería emprendida desde inicios de 1535 mediante una fuente o manantial ubicada en los solares del primer convento de San Francisco, ubicado en el barrio de El Alto (Carabarín, 2000); posteriormente la primera obra hidráulica, ya en forma, que se hizo para introducir el agua al centro de la ciudad (a la plaza principal) data de 1545 y estuvo a cargo de Hernando Caballero1 y en 1625, ante el descubrimiento de un nuevo manantial cerca de la Cieneguilla (que emergía a ras del suelo y se convirtió en el más importante cuerpo de agua superficial destinado al aprovisionamiento de la población durante siglos), el obrero mayor Lorenzo Rodríguez Osorio se hizo cargo de la construcción de una presa. Hacia fines del siglo XVI y principios del XVII la infraestructura hidráulica estaba constituida principalmente por fuentes de cantera (González, 1995), un sistema de cañería a base de tubos de barro para conducir el agua a la fuente principal 2, los acueductos y cajas de agua, o las pilas en los barrios. Otra obra hidráulica de importancia realizada por los jesuitas fue un acueducto que llevaba el agua desde un manantial en su hacienda de Amalucan hasta los patios del Colegio Carolino mediante un sistema ejemplar de ingeniería 3. Operaba un sistema de caños, en algunos casos provistos con alcantarillas y arcos, conocidos como “Arco grande y Arco chico”, que servían para atravesar el agua en dos bocacalles y que más tarde fueron sustituidos por alcantarillas (SOAPAP, 2005 b).
El antecedente jurídico de aquella primera obra fue la enmienda del 4 de diciembre de 1534 que permitía sentar el principio de municipalización sobre la practica hidráulica; por una parte evitaba la exclusividad y la hacía pública, y por la otra permitía a los magistrados conceder al convento el beneficio parcial de la fuente sin renunciar al dominio municipal, orientando una estrategia para compartir el agua, sometiendo a los hermanos franciscanos a sufragar y realizar la obra hidráulica para el abastecimiento público (Carabarín, 2000)4 .
Existía abundante agua, arroyos y muchas fuentes dentro de la ciudad. Las aguas de diversos manantiales eran transportadas a través de acueductos a cajas de agua o pilas en los barrios del Carmen, San Sebastián, Analco y Santiago. Dentro del trazo de la ciudad, además de la plaza mayor, había otras trece plazas con sus respectivas fuentes. Las aguas de desecho corrían por canales a la orilla de las calles, no existía aún un organismo especializado para distribuir el agua ni un drenaje subterráneo (González, 1995).
De las fuentes, la principal se situaba a un lado de la plaza mayor y fue construida en 1557, era de cantera y su remate una estatua del Arcángel San Miguel que en 1778 fue demolida y posteriormente se hizo nueva y ubicada  en medio de la plaza (González, 1995). En ese mismo año se instaló un sistema de cañería a base de tubos de barro para conducir el agua a la fuente principal; en 1591 se construyó la fuente de El Alto; en 1606 la de San Agustín y en 1686 la de San Sebastián. En 1618 debido a que la tubería de barro se rompía con facilidad, se perdía agua y por lo tanto se veía afectado el servicio, se inicia la sustitución de la misma por caños de piedra (SOAPAP, 2005 b).
En este período fundacional, la hidráulica se había convertido en la respuesta para sortear el problema de la lejanía de los asentamientos poblacionales respecto de las fuentes de agua en el abastecimiento de agua de uso domestico a la ciudad; pero también había sido un saber técnico indispensable para la aplicación del agua en los procesos mecánicos de la industria, en particular la de los molinos de trigo, la primera industria mecánica de los  más antiguos vecinos y posteriormente de la industria textil (Carabarín, 2000).   
En 1740 se expidieron las primeras “mercedes reales”5 . Para solicitar y obtener una merced real de agua, los pobladores de la ciudad debían constituirse como vecinos para tener lo necesario y satisfacer sus necesidades, una vez que tenían su registro de vecindad, las mercedes de agua y los títulos nobiliarios garantizaban la preferencia en el acceso al líquido6 . En estos años, durante la mayor parte del siglo XVIII, muchas calles aún eran focos de infección, sobre todo en época de lluvias; no obstante, hacia finales del siglo la ciudad contaba ya con algunos servicios, tales como empedrado de calles, banquetas, fuentes de agua potable, alumbrado público, puentes entre los barrios y la traza española, así como un acueducto (SOAPAP, 2005 b).
En 1825 José Manzo presentó al Ayuntamiento un proyecto para el abasto de agua a las casas de la ciudad de Puebla mediante una fuente cuyas dimensiones estarían de acuerdo con el número de inquilinos de la casa o vecindad (SOAPAP, 2005 b). Cabe mencionar que para ésta época ya se tenían graves problemas de contaminación, aspecto desagradable, además del riesgo de desbordamiento del río San Francisco que se azolvaba continuamente por los depósitos de basura (SOAPAP, 2005 b).
En 1849 por primera vez el Ayuntamiento de la ciudad solicitaba un “empresario inteligente” para encargarse de la obra de abasto de agua, los habitantes pagarían el servicio y lo administraría el Ayuntamiento, la propiedad del agua era del Estado y no delegaría dominio o disposición sobre ella (López Jiménez, 2002). Durante el siglo XIX el incipiente desarrollo urbano de la ciudad exigió un mejor desempeño de los servicios públicos; las calles fueron empedradas; el alumbrado público de farolas de aguarrás fue sustituido por farolas de trementina, y finalmente en 1888, por la luz de arco eléctrico; fueron construidas las cañerías y el sistema de abastecimiento de agua en el primer cuadro de la ciudad.
En 1855 el proyecto de las autoridades se materializo, con una nueva concepción del uso, propiedad y distribución del agua, cuando una empresa particular obtuvo del Ayuntamiento la concesión para instalar un nuevo sistema de fuentes de agua, hecho que se podría considerar como el inicio de la gestión del agua ya que dio lugar a la creación del primer organismo que de manera particular se hacía cargo del abastecimiento a la ciudad (González, 1995). También el Ayuntamiento concedió en éste mismo año a una empresa particular denominada “Empresa de cañerías”, propiedad de Ignacio Guerrero, el uso de las aguas que pertenecían a la ciudad para que él se encargara de ofrecer el servicio de abasto de agua potable. Esta empresa sustituyó la cañería de barro del centro de la ciudad por tubería de fierro (Toxqui, 2009).
Durante los veintiocho años que la Empresa de Cañerías se encargó del abasto de agua de la ciudad, de 1855 a 1883, el volumen de distribución creció en 180 por ciento, en parte por la inclusión en 1872 de los manantiales de El Carmen a la gestión de la empresa así como por la intensificación de la explotación de los manantiales, mediante acciones técnicas, a fin de disponer de mayores volúmenes y obtener mayores beneficios. Aquél crecimiento hace suponer que los manantiales fueron administrados por la mencionada empresa con mayor “eficiencia” que el Ayuntamiento en la primera mitad del siglo XIX (Toxqui, 2009).
De lo anterior cabe destacar dos situaciones, la primera consiste en la existencia de un crecimiento constante y de mayor estabilidad en la captación de agua de los manantiales, sin recurrir al uso del agua subterránea, crecimiento que significó el principio de una perturbación con efectos acumulativos que se manifestaría hasta el siglo XX; la segunda es la referente a la desigual distribución del agua que prevaleció durante el siglo XIX, distribución que tuvo un carácter jerárquico e inequitativo y que provocó una creciente desigualdad social. Las redes estaban dispuestas tal como sucedió durante el virreinato, de manera diferenciada entre dos grandes secciones: la antigua traza española y los barrios de la periferia, privilegiando a la primera por sobre la segunda, habitada en su mayoría por indígenas. Tal desigualdad se replicaba hacia el interior de cada uno de aquellos espacios, entre fuentes públicas y particulares, así como entre propiedades que contaban con “merced”, específicamente casas-habitación y los establecimientos industriales y comerciales7 .
Durante las dos últimas décadas del siglo XIX y la primera del XX se dio una bonanza económica y con ella un nuevo impulso para dotar de mejores servicios a la parte céntrica de la ciudad (SOAPAP, 2005 b), por lo que en 1906 se introdujo el sistema de drenaje por una compañía inglesa en el primer cuadro, mismo que aún sigue funcionando, y de 1908 a 1910 otra compañía particular contratada por el Ayuntamiento realizó la construcción de un nuevo sistema de distribución de agua (González, 1995).
La inestabilidad producida por la Revolución paralizó la construcción y la obra pública en la segunda década del siglo XX, fue sólo a partir de los años treinta cuando la ciudad volvió a crecer, en población y mancha urbana, como resultado del incremento de la actividad comercial y el paulatino surgimiento o modernización de la actividad industrial, y en consecuencia, de una mayor demanda de servicios (SOAPAP, 2005 b).
Hacía 1939 siendo Gobernador Maximino Ávila Camacho (1937-1941),  llega al frente de la Dirección de Aguas Potables Ernesto Kurt Feldmann y durará en el puesto hasta su muerte inesperada en 1968, año en que su hijo, Klaus Feldmann Petersen asumirá el puesto en el que duró hasta 1975 al no ser sostenido por el Presidente Municipal Eduardo Cue Merlo (1975-1978). En un hecho extraordinario en el México del siglo XX, dos hombres se mantienen 36 años al frente de un servicio técnico como el del agua potable, además de ser padre e hijo (Guillermo, 2009).
Para principios de los años sesenta la ciudad había crecido considerablemente en población y en número de colonias; la mancha urbana había absorbido pueblos enteros aledaños y antiguas haciendas, la centralización de los servicios y el crecimiento demográfico urbano había provocado radicales cambios en el uso del agua del río San Francisco que se había constituido en un grave problema sanitario para la ciudad, además de las inundaciones que provocaba en épocas de lluvia por lo que fue entubado en 1964 o 1965 (SOAPAP, 2005 b).
Posteriomente, la salida de K. Feldmann dejó un espacio que vinieron a ocupar los universitarios que, en cierta forma, representaban el grupo vencedor del avilacamachismo,  Díaz Ordaz y el 2 de Octubre de 1968 a nivel nacional, Gonzalo Bautista O’Farril a nivel local; incluso   Feldmann, quien no sólo era el joven Director de Aguas Potables, sino un notable representante del Frente Universitario Anticomunista (FUA), opositor de los grupos universitarios de izquierda en la Universidad Autónoma de Puebla.
Javier Lardizabal, universitario invitado por K. Feldmann, lo sustituirá al frente del servicio pero no durará mucho, si bien se le consideraba técnicamente capaz, fue sustituido por Manuel Vergara Beltrán en 1978, quién a su vez dejó el puesto en 1981 a Héctor D. Ramírez López. Como veremos más adelante y desde la dimensión política, estos hechos históricos fueron configurando el modelo de servicios de agua potable actual (Guillermo, 2009).
Al final de los años setenta, en el municipio de Puebla coexistían un Comité Estatal de Agua y el Departamento Municipal de Agua Potable, atendiendo los servicios de agua potable y alcantarillado. En lo sucesivo la prestación del servicio de agua potable para la ciudad de Puebla estaba normada por la Ley para Regular la Prestación de los Servicios de Agua Potable, Drenaje y Alcantarillado del Estado de Puebla, cuyo Decreto fue publicado en el Periódico Oficial del Estado (PO) el 13 de Noviembre de 1981 (SOAPAP, 2004).
Posteriormente fue creado como tal el actual Sistema Operador de los Servicios de Agua Potable y Alcantarillado del Municipio de Puebla (SOAPAP), dentro de la oleada de organismos públicos descentralizados, con personalidad jurídica y patrimonio propios, por Decreto del Congreso del Estado de Puebla, publicado en el PO del Estado el día 28 de diciembre de 1984, cuyo objeto social era realizar todas las actividades y actos jurídicos encaminados directa o indirectamente a la prestación de los servicios de agua potable, drenaje, alcantarillado y saneamiento de aguas residuales y su reúso (GEP,1984).


1 Esta obra según Carabarín  (2000), resolvía el problema técnico superando la distancia entre fuente y destino; atendía la necesidad social;  cuidaba la ornamenta de la plaza y coordinaba armoniosamente la urbanización.

2 Para hacer posible la conducción del líquido, el primer paso era realizar la construcción de un aljibe o almacén que obstruyera el curso natural del agua y que permitiera contenerla antes de ser conducida a un surtidor para después enviarla por los caños a la ciudad. Estos depósitos se levantaban en el lecho mismo del manantial o fuente de agua, a partir del cual se realizaba su conducción, ya que de aquí salían los canales de distribución (Salazar, 2010).

3 La distribución del agua en la ciudad en el siglo XVIII, tenía como ejes rectores a los conventos, dado que estas instituciones generalmente contaron con una fuente o pila de agua, donde además de solucionar las necesidades propias de su institución, podían abastecer a la población (Loreto, 1994).

4 “En varias ocasiones más, el convento de San Francisco se convirtió en un factor de promoción de obras hidráulicas que hicieron aumentar el abastecimiento de agua cristalina en la ciudad” (Carabarín, 2000:54). Posteriormente seguirían los dominicos y agustinos con la promoción de obras hidráulicas, en la medida en que se establecían en la ciudad.

5 Las mercedes reales era la sesión de los derechos sobre tierras y aguas (el antecedente de los títulos de propiedad privada)  que el Rey hacía de los bienes que le pertenecían, dado que los recursos naturales de la Nueva España eran propiedad del Rey, y él por su derecho podía ceder estos bienes a sus vasallos. (López Jiménez, 2002 y Salazar, 2010).

6 De acuerdo con datos proporcionados por Salazar (2010), de las 117 solicitudes de mercedes reales que se presentaron entre 1600 y 1699, 42 fueron realizadas por personal relacionado con el ayuntamiento, mientras que 19 fueron hechas por clérigos, datos que confirman la preeminencia del poder político y religioso en el acceso al agua.

7 Los usos del agua eran básicamente el domestico, el urbano, el agrícola y el industrial. Los habitantes para disponer de agua tenían tres opciones: Obtener merced del Ayuntamiento, acudir a las fuentes públicas o pagar a los aguadores (Toxqui, 2009). Esto deja ver ya la existencia de conflictos entre los diferentes actores y fracciones de clase.