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  Los éxitos policiales también muy difundidos  por la televisión y prensa, que consiguen detener -a veces después de 10 años-  a algún capo de la droga en una población determinada, no constituye más que un  volador de luces sobre la solución del problema.  Cuantas veces hemos escuchado o leído que por  cada tonelada de droga incautada se estima en tres o más la que logra llegar a  los mercados de consumo final, de preferencia Europa o Estados Unidos. En suma,  este tipo de situaciones en el nivel local o internacional se transforma en un  ciclo repetitivo que no parece sorprender a nadie, no es resuelto, causa  enormes daños y problemas respecto de la calidad de vida y, lo peor, parece no  existir voluntad política global para darle un corte definitivo.
  La comprensión de la solución requiere conocer  el manejo de instrumental económico, en particular el funcionamiento de la  oferta y la demanda, que es bastante sencillo pero inaccesible a quienes no lo  han estudiado con cierta detención. Ciertamente requiere conocimiento de  matemáticas y comprender el desplazamiento de curvas de oferta y demanda por  cambios en parámetros de las funciones respectivas.
  Sin embargo, para facilitar la idea a los  lectores profanos en la materia, basta con ejemplificar el caso de la  prohibición del consumo de whisky en Estados Unidos y a las famosas bandas de  Al Capone y otros gansters. La prohibición era hasta aplaudida por la mafia,  pues le entregaba el monopolio exclusivo de la venta ilegal, sin competencia, y  a un nivel de rentabilidad soñado.  Las  razones de prohibir la producción y consumo de este bien, que hoy se puede  encontrar en cualquier supermercado u hogar de clase media, no parecen  explicables: ¿afecta la moral?; ¿daña el organismo?; ¿produce locura?; ¿y el  vino o el champagne no provoca el mismo daño?. 
  En fin, la situación de las drogas y sus  bienes sustitutos o sucedáneos hoy en día es absolutamente similar. Los médicos  y psicólogos plantean toda clase de argumentos del daño que provocan a la  salud, si son usados indebidamente. Esto   no es posible negarlo, ni tampoco para cualquier remedio común. Si una  persona se toma una caja entera de simples aspirinas, muy probablemente lo pase  muy mal, aún cuando las aspirinas no estén prohibidas. Si alguna persona se  desea suicidar, nada le impedirá que se tome una pequeña botellita de agua  sulfatada, que tampoco está prohibida.   En resumen, la prohibición de producción de un bien cualquiera, por  razones médicas o de cualquier tipo, reduce la oferta y la cantidad demandada,  pero la curva de demanda no cambia. 
Los gráficos (a) y (b) de la figura 2.3 muestran el efecto de la aplicación de dos tipos de política en el mercado de la droga en general, sin especificar tipos distintos como pasta base, marihuana u otras sustancias alucinógenas. Las drogas consideradas como un todo, tienen pocos sustitutos cercanos, a lo más lejanos como el vino y los licores, cigarrillos, y hasta habanos que, en alguna medida, permiten a los consumidores evadirse de la realidad mediante un eventual consumo excesivo. Por esta razón, he dibujado las curvas de demanda más bien empinadas, con una gran pendiente negativa, es decir, baja elasticidad.
1 Nota Técnica: para la comprensión de éste apartado, se requiere conocer la teoría elemental de la oferta y la demanda. Véase por ejemplo a Maddala, G.S., y Miller, Ellen, Microeconomía, McGraw Hill, capítulos 2 y 3, pp. 19-84, Gráfica Futura 2000 S.A., México, 1990.
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