ESTUDIO ECONÓMICO SOBRE EL TRATADO DE IBN ABDÚN

ESTUDIO ECONÓMICO SOBRE EL TRATADO DE IBN ABDÚN

Eduardo Escartín González (CV)
Universidad de Sevilla

Los oficios relacionados con la vestimenta

Por satisfacer el vestido una de las necesidades primarias de la humanidad, junto con la alimentación y el alojamiento (asuntos ya tratados de forma particular), la artesanía y los oficios relacionados con el vestuario merecen también un tratamiento específico. Sobre las prendas de vestir y los materiales y las profesiones que giran alrededor de ellas Ibn Abdún hace numerosas referencias.
Las fibras empleadas para la confección de tejidos, citadas por Ibn Abdún, son:
  A) De origen animal: lana (§96, 174) a la que hay que sacudir fuertemente para quitarle la cal (§161); y seda (§212), la cual no se debe tintorear en el interior de la ciudad, sino extramuros (§160).
  B) De origen vegetal: algodón (§199, 212), que necesita una arroba de capacidad especial de mayor volumen para que así haya correspondencia con su peso (§96 y 221); y lino (§96, 175, 199 y 221), que también requiere una arroba especial como el algodón.
Una vez obtenidas las fibras, obviamente, primero debía formarse el hilo mediante husos. Pero, el “hilo de seda de uso corriente” tenía que ser de mayor grosor, “porque es demasiado fino y se rompe enseguida”, según denuncia Ibn Abdún (§212). Este autor, para evitar otros tipos de fraude corrientes en su tiempo, propone (§199) que “los hilos [al menos] de algodón y de lino no deben venderse ovillados, [...] ya que las mujeres suelen meter en los ovillos cuerpos extraños, para que aumenten en peso.” Al parecer, las mujeres hacían los ovillos, pero formar hilos ya no debía ser una labor tan propia del sexo femenino, pues Ibn Abdún se refiere (§228) “al hilandero” 1; asimismo parece ser que los tejidos eran realizados por miembros del sexo masculino; o sea, por “el tejedor” (§174).
De entre los tejidos, Ibn Abdún cita en particular la estopa, que se realizaba con lino (§175) y el fieltro, con lana (§161). Algunas telas se aprestaban, pero una en particular, cuyo nombre en árabe no ha conseguido identificar el traductor, no debía someterse al apresto, porque “con ello probablemente se echaría a perder” (§211). El apresto también era utilizado por los peleteros para dar consistencia a los cueros, pero, en el §162, se recomienda “que no empleen la palomina para aprestar las pieles viejas”. Una de las actividades de los peleteros consistía en hacer vestidos, entre ellos pellotes (§226), que no deberían tener demasiado escote “para que no caigan cumplidamente sobre el cliente, cuando en realidad son cortos” (§212). Respecto a determinadas prendas de piel, como las pellizas, Rachel Arié (1982, p. 255) menciona una carta del año 944, en la que se alude a las pellizas forradas indistintamente con piel de conejo o de cordero. Estas pellizas eran apreciadas en el reino de León, a donde se exportaban, y se las denominaba mobatana (nombre que venía de la voz árabe mubattana). 2
Otros oficios, pertenecientes a este ramo de la actividad económica, eran el de enguatador y forrador de vestidos, que requerían un hombre ducho en este arte (§211); el de tintorero de seda (§160), que, como ya se ha manifestado, no debía ejercer esta actividad en el interior de la ciudad, sino fuera de sus murallas; el del resto de los tintoreros (§163), a quienes se les prohibirá “que tiñan de verde con bufaralda y de azul celeste con palo brasil, porque es un fraude, ya que esos colores se van en seguida”; el de blanqueador de tejidos crudos (§156), que solía utilizar mazos para facilitar su tarea, pero a la vez echaba a perder las telas y por eso Ibn Abdún prohíbe esta forma tan agresiva de blanquear; el de bordadora (§143), de las cuales ya se dijo que su moralidad sexual dejaba mucho que desear, en la opinión de Ibn Abdún para quien todas ellas, sin ninguna excepción, eran unas prostitutas; y, evidentemente el de los sastres, que confeccionaban sayas (§ 226), vestidos forrados o almexías (§ 212), calzones y zaragüelles (§ 152).3

1 No obstante, Mª J. Viguera (1989, p. 27) afirma que “este trabajo [el de hilar], al menos desde los primeros tiempos del Islam, era considerado típicamente femenino”. Se apoya para sostener su aseveración en las referencias muy numerosas de las fuentes, en las que se insiste que se trataba de una ocupación apropiada para ser realizada por mujeres en el recogimiento de su hogar; y también en un hadiz muy repetido, que dice: “las mejores entre vosotras son las que tienen más habilidad para hilar”. Repárese en la gran carga de adoctrinamiento que encierran estas consideraciones hacia la mujer, para restringirle su libertad.

2 Lévi-Provençal (1957, p. 181) cuenta algo sobre la industria y el comercio del vestido, a saber:
  La industria y el comercio del vestido, también estrictamente vigilados y reglamentados, ocupaban en toda ciudad buena parte de la actividad artesana, lo mismo si se trataba de tocados de cabeza que del vestido propiamente dicho o del calzado. Las telas de lino y algodón, lo mismo que los tejidos, mantas y tapices de lana, se tejían en talleres privados, que, igual que las manufacturas reales de telas de seda y brocado, se llamaban tiraz. Esta industria textil, y las anejas del cardado, hilado, apresto y tinte de las telas, daban trabajo a muchos obreros y aprendices.

3 Más detalles acerca de la indumentaria de los musulmanes en al-Andalus se encuentran en el libro de Lévi-Provençal (1957, pp. 274 a 289 y en el de Rachel Arié 1982, pp. 290 a 301)