ESTUDIO ECONÓMICO SOBRE EL TRATADO DE IBN ABDÚN

ESTUDIO ECONÓMICO SOBRE EL TRATADO DE IBN ABDÚN

Eduardo Escartín González (CV)
Universidad de Sevilla

CAPÍTULO IV: RELACIONES SOCIALES Y DE PRODUCCIÓN

Aspectos generales

La sociedad, evidentemente, está compuesta por un número de personas, pero no es una mera suma de individuos; lo cual para algunos, y en concreto para los economistas de corte individualista, que ensalzan el móvil egoísta de los actos económicos, no es tan obvio. Entre tales economistas se encuentran los seguidores incondicionales de la aberrante metáfora de la “mano invisible” de Adam Smith (1776, p. 402). Según la cual, los individuos, al buscar egoístamente su propio interés, promueven el interés general sin habérselo propuesto, como si fueran guiados por una mano invisible, de un modo más eficaz que si verdaderamente lo hubieran perseguido. Pero no se han percatado que muchos individuos con este proceder, al buscar su propio interés, lo que están haciendo es destruir las oportunidades económicas de otros muchos, que de ningún modo pueden buscar el suyo, ni siquiera encontrarlo llovido del cielo o conducido por una mano invisible –que más bien, de haberla, es dañina–, y, así, se perjudica verdaderamente el interés general de la sociedad.
En realidad, un conjunto suele ser algo más que la simple suma de sus elementos: es principalmente el nexo existente entre ellos1 . Las sociedades humanas, como conjunto que son, no se libran de esa característica general, consistente en la relación entre elementos; y de ahí que sea absolutamente fundamental la clase de las relaciones sociales existentes entre sus miembros. Unas son buenas, o favorables a un mayor rendimiento económico, y otras son malas, o desfavorables a la eficiencia económica. Así es que en las sociedades cobra un sentido muy especial las relaciones relativas a la producción, que se establecen de forma ineludible en las comunidades humanas. La relevancia de las relaciones sociales de producción estriba en que mientras unas favorecen la integración de los miembros de la sociedad y el aumento de la productividad, otras provocan su desintegración y la disminución de la productividad.
De esto, Ibn Abdún tenía una percepción totalmente clara y no abrigaba ninguna duda al respecto. Veamos cómo se explica (§1):
La represión de la injusticia y de la tiranía, en la medida en que es posible, participa de la lucha contra el mal y contra la abierta rebelión frente a la ley religiosa. La justicia, en efecto, ha sido siempre apreciada; amado, el bien; deseable, la rectitud; rechazable, la contradicción; detestable, el mal. La verdad siempre se ha tenido por brillante y la falsedad por torcida. La incuria y el descuido han provocado siempre, por el contrario, la pobreza y el hambre; han dado origen a todos los daños y crisis; han determinado el aumento de los tumultos y desórdenes; han favorecido la ruina de un país y obligado a sus habitantes a expatriarse. Sobre todo, si, al mismo tiempo, aumenta la ilegalidad; si el pueblo se hace sensible a las seducciones del demonio, y si el soberano, dejándose arrastrar por la satisfacción de sus veleidades, se hace menos asequible a sus vasallos, les cierra sus puertas y multiplica entre ellos y su persona el número de sus chambelanes, porque entonces reduce a los buenos al silencio y presta oídos a los maldicientes desocupados, con lo cual sufren daño, tanto la religión como la custodia del bienestar de los musulmanes.
El principal encargado de velar por el bien de los musulmanes, o sea, de su sociedad, es el príncipe, que constituye el centro de la comunidad y cuyos componentes han de girar a su alrededor formando una circunferencia perfecta. Así expresa la idea Ibn Abdún (§2):
Lo que primeramente nos atañe es examinar la manera de ser del príncipe, el cual constituye el eje del cuerpo social y como el centro de una circunferencia, que no podrá describir una línea armoniosa, perfecta y sin tacha, más que si su centro está fijo e inamovible. El príncipe es también respecto a la nación lo que al hombre la inteligencia, que si es correcta le procura la comprensión y unos juicios bellos y ponderados. El buen estado de una sociedad depende de las buenas cualidades del príncipe, y, en cambio, la decadencia de la organización social proviene de sus defectos.
Puesto que una de las primeras misiones del príncipe es “mirar por los intereses de sus vasallos y de todos los musulmanes”, así como velar por su seguridad frente a las amenazas y las algaras procedentes del exterior “con el cierre de sus fronteras y con ponerlas en estado de defensa contra sus enemigos”, Ibn Abdún concluye (§2):
[El príncipe] debe también reprimir la tiranía o brutalidad que pueden ejercerse contra sus súbditos, así como los abusos de poder y los pretextos que se busquen para perjudicarlos. No confíe esta misión a su visir ni a su chambelán, para evitar que uno u otro le oculten o le disfracen la verdad, pues de ahí se seguiría perjuicio para su situación, daño para su fama y desconcierto para la organización del reino.
Dentro del ámbito general de unas correctas relaciones sociales, se encuentran, en particular, las buenas relaciones de producción y más en concreto las relativas a la producción agrícola, que generaba la mayor parte de la renta nacional. Según la manifestación de Ibn Abdún (§3):
los labradores han de ser tratados con benevolencia y protegidos en sus labores. También es preciso que el rey ordene a sus visires y a los personajes poderosos de su capital que tengan explotaciones agrícolas personales; cosa que será del mayor provecho para uno y otros, pues así aumentarán sus fortunas; el pueblo tendrá mayores facilidades para aprovisionarse y no pasar hambre; el país será más próspero y más barato, y su defensa estará mejor organizada y dispondrá de mayores sumas. La agricultura es la base de la civilización, y de ella depende la vida entera y sus principales ventajas. Por los cereales se pierden existencias y riquezas, y por él cambian de dueño las ciudades y los hombres. Cuando no se producen, se vienen abajo las fortunas y se rebaja toda la organización social.
La aplicación de la ley con justicia y el tratar bien a los ciudadanos no sólo es un deber del monarca, porque “del buen gobierno del príncipe dependerá la prosperidad de los súbditos y del país” (§18), sino también de las principales autoridades públicas, tanto gubernativas como judiciales, tal como dice Ibn Abdún (§18):
El visir debe prescribir a los funcionarios y a los agentes del Fisco (recaudadores, estimadores, etcétera) que no se salgan más allá de los límites que se les ha señalado, y que no incurran en abuso, violencia ni iniquidad, sino que procedan con benevolencia y adquieran buena fama, proponiéndose siempre obrar el bien y proceder con justicia. Si alguno se extralimitara o se sale de los límites que se le han fijado, debe ser reprendido, vilipendiado y desaprobado. Dígase otro tanto de los agentes ejecutivos: el que merezca sanción, que la sufra, y que se le dé muestras de la más viva desaprobación.
Entre los agentes gubernativos que deben tratar bien a la población se encuentran los estimadores de las cosechas, que son gentes de la peor calaña y a los que Ibn Abdún no se priva de vituperar (§4):
Estos individuos deberían en realidad ser llamados malhechores, prevaricadores, traficantes ilegales, malos sujetos y hez de la sociedad, pues no tienen miedo ni vergüenza, ni otra religión o piedad que buscar las ventajas de la vida terrestre y vivir de beneficios ilícitos y de la usura. Han vendido su fe por la búsqueda de los bienes ajenos, dedicados como están a sus iniquidades y a sus prácticas contra la ley. Toman cohecho, son malvados, injustos, perversos. Carecen de fe, de religión, de miedo y de convicciones.
Para corregir sus abusos, Ibn Abdún, en dicho §4, propone:
Que ninguno de ellos salga al campo sin haber sido advertido por el cadí y sin que éste le haya fijado los límites en que debe moverse. El cadí debe recomendarles que se muestren benévolos y atentos, dando de lado cualquier abuso, altanería o rencor. Si valoran una cosecha de aceitunas, la cifra debe ser rebajada en un cuarto, en caso de calamidad atmosférica o de enfermedad de los árboles, y el impuesto no debe ser cobrado según la cosecha de aceitunas, sino según la cantidad de aceite que de ellas se saque. [...].
Si se trata de cereales, no deben estimar la cosecha más que cuando esté en fascales, después de deducir los gastos hechos con ocasión de la siega. Así lo hacen las gentes de Córdoba (¡Dios el Altísimo los guarde!). 2
Para cortar con el beneficio ilícito y la apropiación de los bienes ajenos por parte de estos individuos, Ibn Abdún sugiere que (§4):
El salario del estimador le debe ser pagado por el gobierno y no estar a cargo de los terratenientes, como se hace hoy, porque constituye una práctica abusiva e injusta. Cuando dicho agente traiga el registro en que se ha consignado sus estimaciones, debe mostrárselo al cadí para que éste ponga en él su estampilla. Este magistrado ha de mostrar la mayor severidad y desconfianza posible respecto a tales individuos desvergonzados.
Otro tanto cabe decir de los recaudadores y de los jefes de los pueblos 3, que deben procurar mantener buenas relaciones con la gente (§5):
Debe prescribirse a los recaudadores y a los jefes de los pueblos que mantengan buenas relaciones con las gentes, sin abusar de ellas y sin sacarles más que las sumas fijadas, así como que renuncien a sus procedimientos de violencia y a sus exigencias exorbitantes y dañosas. Sólo de esta suerte se acrecerá el bien público, el gobierno será más popular y la situación política mejorará.
Otras prevenciones que afectan a los recaudadores son las que Ibn Abdún sugiere en el §6:
Debe prescribirse a los recaudadores que no recauden de nadie más que con balanza justa, pesas exactas y medidas equitativas. Dios Altísimo ha dicho: «Desgraciados los que miden con falsedad, etc.»4 . También ha dicho: «Pesad con balanza justa» 5, pues tanto el exceso como el defecto constituyen grave iniquidad, y Dios Altísimo ha dicho: «A aquel de vosotros que cometa iniquidad le infligiremos un gran castigo»6 .
Debe igualmente prescribirse a los recaudadores que no humillen a nadie ni le manifiesten hostilidad en nada. Asimismo, los oficiales no habrán de mostrarse brutales, limitándose a cumplir estrictamente su misión de vigilancia. Todas estas gentes conviene que estén bajo la vigilancia del cadí, y sometidos a sus sanciones y a su intervención, pues son ladrones que saben cómo se engaña y se perjudica a las gentes. La vigilancia del cadí debe extenderse también a los jefes de los pueblos, informándose de su conducta y manteniéndose en la honradez, en cuanto pueda. Así, mejorará la situación general, se acrecentará el bien público y el gobierno será más popular.
Respecto a los funcionarios judiciales, Ibn Abdún dice (§7):
El cadí –¡Dios Altísimo le asista!– ha de ser prudente en sus palabras; enérgico en sus mandatos; recto en sus juicios; respetable para el pueblo, para el príncipe y para todo el mundo; conocedor de los preceptos de Dios, que son la balanza de la justicia divina, establecida en la tierra para dar la razón al oprimido contra el opresor, defender al débil contra el fuerte y hacer que las penas dictadas por Dios Altísimo se apliquen regularmente.
Más adelante, en este mismo §7, sigue diciendo:
El cadí debe ser, por naturaleza, afectuoso, compasivo, benévolo y clemente para con los musulmanes; aliar la magnanimidad con la ciencia y ser conocido [por estas cualidades?; pesar bien] los asuntos y no [alejar] a los litigantes7 ; servir de modelo y actuar como un padre indulgente. Conviene que sepa que los asuntos litigiosos a él le incumben y, después de Dios, a él están confiados; que de ellos es responsable, y que, por decirlo así, está atado y encadenado a la ley religiosa, por todo lo cual debe esforzarse en resolverlos y desenmarañarlos. Debe mostrarse sagaz en sus juicios y formarse la más alta idea de su misión, que consiste en velar por las cosas de la religión y por la defensa de los musulmanes. Dios Altísimo ha dicho:«El que cuente en su haber con una bella intercesión [a favor de otro], tendrá una buena parte de ella para sí mismo», etc.8
Y luego concluye de este modo (§10):
El cadí no debe cerrar su puerta ni obrar apartado del público, pues todos los que acuden a él son víctimas de injusticia, y, si se encierra o no se deja ver de los oprimidos, ¿cómo podrá un día la víctima hacer triunfar su derecho, teniendo tú cerrada tu puerta y estando ocupado en otra cosa?
Respecto al almotacén, conviene destacar nuevamente lo que ya se dijo de él en el parágrafo 1.3, a saber:
Siendo como es la lengua del cadí, es necesario de todo punto recurrir a él, porque las gentes son torcidas, engañosas y malas, y si se les abandona y se les descuida, se corrompe el orden social y se abren las puertas a muchos abusos. (§32).
Y algo más adelante, en el mismo §32, sigue diciendo Ibn Abdún:
Si este cargo es ejercido con todo rigor, redundará en beneficios para la sociedad, el príncipe y la población en general, porque entre sus atribuciones figuran el hacer observar las prescripciones religiosas y los usos fijados por la tradición, y el vigilar la actividad de los obreros y artesanos, así como los productos que el hombre necesita para vivir; cosas todas que constituyen el conjunto de la vida social, ya que la competencia del almotacén se extiende menos a la vigilancia de los bienes o al capítulo de los litigios que a exigir el cumplimiento de las obligaciones que al individuo impone la ley islámica.
Es decir, el almotacén vela por los productos necesarios para la vida y por todas las relaciones sociales derivadas de la producción.
Descendiendo a más detalles, a continuación se tratan determinados aspectos relativos a las relaciones sociales y de producción.

1 Un átomo no sería tal elemento simple sin que las fuerzas electromagnéticas permitieran la cohesión de unas partículas con otra, de modo que unas (como los protones y neutrones) se reúnen formando el núcleo y otras se instalan en la periferia (como los electrones) girando en derredor del núcleo. De hecho, algunos isótopos de un elemento químico, por carencia de cohesión interna, se desintegran naturalmente dando origen a otros átomos estables, que nada tienen que ver con el original.

2 Sobre este particular de las estimaciones de las cosechas, véase la nota 61, a pie de la página 119.

3 O “magistrado municipal encargado de velar por los intereses del Fisco y de cooperar con el recaudador”, según informa el traductor del Tratado de Ibn Abdún en nota a pie de la página 46.

4 Corán, 83,1 (nota insertada por el traductor del Tratado de Ibn Abdún). Aunque en la versión de J. Vernet, aquí consultada y que abarca tres aleyas, la expresión es: “¡Ay de los defraudadores que cuando compran a los hombres piden la medida exacta, pero cuando ellos miden o pesan, defraudan!”

5 Corán, 22,37 = 26,182. Esta nota también procede del traductor del Tratado. Sin embargo, debe haber una errata tipográfica, ya que en la azora 22 (XXII, en numeración romana) no se menciona para nada la pesada justa en las balanzas. A esto se hace referencia en la azora 17 (XVII; en romano) aleya 37.

6 Corán, 25,21 (nota igualmente introducida por el traductor).

7 Los dos manuscritos del texto presentan aquí estas breves lagunas. (Nota del traductor).

8 Corán, 4,87. (Nota del traductor). En la versión de J. Vernet se dice: “Quien intercede recomendando un bien, tendrá una parte de él en el Juicio Final. Quien intercede recomendando un mal, tendrá el doble. Dios es testigo de todas las cosas.”