ESTUDIO ECONÓMICO SOBRE EL TRATADO DE IBN ABDÚN

ESTUDIO ECONÓMICO SOBRE EL TRATADO DE IBN ABDÚN

Eduardo Escartín González (CV)
Universidad de Sevilla

Mercado de trabajo

Las relaciones de producción derivadas del mercado de trabajo son de las más sobresalientes en las sociedades que han asumido el régimen jurídico de la propiedad privada. Es más, el mercado, de trabajo o de cualquier bien, es consustancial con dicho régimen, ya que sin la propiedad privada no habría mercados, ni siquiera el de trabajo.
Hay que dar por sentado que en los orígenes de la humanidad y durante milenios el régimen de la propiedad era el comunal. Porque es evidente que, en un sistema de producción sustentado en la caza y la recolección directa de la naturaleza como medios predominantes de obtener los bienes necesarios, que es el que imperaba en épocas tan remotas, sólo mediante la cooperación y la propiedad comunal se habría podido satisfacer la más perentoria necesidad, que es la supervivencia del grupo social y con ella la del individuo. Este último sobrevivía gracias a la comunidad 1 y, además, en aquellos tiempos, no se hubiera podido garantizar que los individuos considerados aisladamente pudieran prosperar en un régimen de apropiación privada y cifrando las esperanzas de pervivencia en el intercambio de excedentes, porque los bienes se obtenían gracias a la cooperación de esfuerzos de varias personas y, además, porque los medios técnicos disponibles no permitían producir ni acumular excedentes para intercambiar. El problema, por falta de pruebas arqueológicas y, mucho más tarde, escritas, consiste en averiguar cómo evolucionaron los sistemas de producción, de suerte que éstos sirvieran de base, o condición sine qua non, para que pudiera surgir y se consolidara la propiedad privada.
Pero una vez que ésta se encontró instaurada ya es más fácil comprender que tal régimen conduce, al cabo del tiempo, a la desigualdad social, iniciándose ésta con la apropiación personal de las tierras; o sea, se llega a que unos posean algo (o mucho) y otros poco (o nada). Así, los que producen algo más que otros y pueden prescindir de parte de un producto, que es exclusivamente suyo, encuentran ventajoso intercambiar esa parte, o bien por el excedente de otros, o bien por el trabajo humano, que es lo único que poseen quienes no lograron adueñarse de una porción de tierra ni una obtención suficiente de bienes con sus propios medios. En ocasiones, ni siquiera se originaba este último tipo de intercambio, sino que unos, los más poderosos, se apropiaban directamente el trabajo y las vidas de otros, los más pobres o que pasaban a serlo por ser despojados a la fuerza de sus pertenencias, y cuyos descendientes solían continuar en esa condición social de esclavitud.
Pues bien, estas últimas circunstancias concurrían en la sociedad almorávide descrita por Ibn Abdún, de la que ya se expuso su estructura social en categorías muy desiguales. Puesto que en esa sociedad había esclavos, citados en el §58 2, nos encontramos con que, al menos, algunas relaciones laborales eran forzosas y, por tanto, no pertenecían a un mercado libre de la mano de obra. Como el traductor emplea la palabra gremio en diversas ocasiones, para referirse al conjunto de artesanos que ejercían un mismo oficio e Ibn Abdún menciona alguna estratificación profesional tal que el maestro de obras, el maestro albañil y los albañiles (§71 y 73), los obreros y artesanos (§32) y, en general, la categoría de maestro en un oficio (§139), también es posible, aunque no es nada seguro, como se verá en el próximo parágrafo, que ciertas relaciones laborales se desarrollaran en ese ámbito de tipo gremial, que es radicalmente distinto del mercado libre de trabajo. Este último sí existía, porque Ibn Abdún menciona (§101) mozos de cuerda 3, braceros y peones, de los que Ibn Abdún dice (§202) que iban a una parada a buscar trabajo para la labranza. Igualmente, prescribe Ibn Abdún (§101) que “los cargadores de cada gremio deberán tener un punto fijo de parada, del que no se separarán.” Esta mano de obra barata, proporcionada por quienes no tenían medios de producción, obviamente obtenía sus bienes de subsistencia acudiendo a un mercado libre de trabajo.
De los funcionarios públicos no disponemos de datos suficientes para saber con certeza si eran designados por algún procedimiento más o menos arbitrario, por ejemplo, basado en el parentesco o en la amistad, o si eran elegidos entre los que se ofrecían para desempeñar el cargo y reunían las características, sobre todo de honradez y moralidad acendradas, que Ibn Abdún pretendía exigir a los miembros de este colectivo. La diferencia obvia de estas distintas modalidades de obtener un cargo público estriba en su inclusión o no al denominado mercado libre de trabajo. No obstante, Ibn Abdún proporciona ciertas noticias que permiten pensar que para el ejercicio de algunas profesiones, aunque el empleo se otorgara luego a dedo y no mediante un concurso público, se requería unas condiciones objetivas, como una adecuada instrucción, que podrían ser acreditadas mediante una prueba, o examen. Tal es el caso de los notarios, cuyos estudios eran reconocibles con sólo ver su forma de escribir y redactar. A continuación se vuelve a reproducir parte del contenido del §17, para comprobar lo que se acaba de sugerir:
No conviene que levanten actas notariales más que aquellos de quienes se tiene la seguridad de que poseen bella escritura, buena redacción y amplitud de conocimientos jurídicos, unido todo e ser personas probas, instruidas y piadosas, de suerte que al cadí y al juez secundario les baste con ver su escritura y su redacción para no tener que examinar a fondo los escritos y fatigarse en saber si adolecen o no de fraude y de impostura.
Puesto que Ibn Abdún no es nada explícito en estas cuestiones, nos es imposible formarnos una idea de cuáles podrían ser los conocimientos necesarios para ejercer un oficio y que garantizasen, por ejemplo, que el cadí fuese justiciero, que el notario fuera fidedigno, que el calafate sea bueno o que el médico fuese experto y de conciencia. Se ha escogido estos oficios porque son los que Ibn Abdún (§201) considera más importantes, por depender la vida de los hombres de ellos. Por lo que al médico se refiere, Ibn Abdún (§139, parcialmente trascrito anteriormente, al final del parágrafo 3.3.1) manifiesta que no se consentirá que alguien ejerza la medicina sin ser maestro en el arte médico. Lo mismo dice del carpintero y, en general, de los maestros de cualquier oficio: que no basta con que ellos se las den de maestro, sino que debe estar acreditado que hacen bien las cosas para serlo realmente. Ahora bien, nada explica del procedimiento idóneo para obtener una credencial de maestría. Pero, a falta de un método explícito para llegar a alcanzar el grado de maestro en un oficio, se puede suponer, por el espíritu del Tratado de Ibn Abdún, que era el almotacén quien, basándose en su propio criterio, no consentiría a nadie ejercer una categoría profesional sin el saber necesario.
Al leer el Tratado de Ibn Abdún parece que el mercado libre es el procedimiento predominante a través del cual entran en relación los hombres con la producción y con los productos. Pero quizá esta sensación sea debida a la pretensión de este autor al escribir su manual de hisba, que era la censura de costumbres, y que él centra en lo relativo a la producción de los bienes necesarios para la vida de los hombres y a la relación de éstos con los productos a través de los mercados. Probablemente por eso omite detalles sobre otros tipos de relaciones de producción y distribución. Por ejemplo, sobre las donaciones sólo menciona ambiguamente las que se dan a título de limosna (§17 y 38); también cita las limosnas en especie, con las que se alimentan los presos (en el §29), para prohibir que el carcelero y sus amigos se queden con algo de esos víveres; y, sobre otras limosnas, habla de las que piden los mendigos para ganarse la vida (§45). Mas nada dice respecto a la aplicación que debe darse al fondo de las limosnas a título de donación ni sobre posibles distribuciones de bienes procedentes de los diversos fondos públicos. Éstos, ya se ha mencionado, podían usarse en pagar salarios a diferentes clases de funcionarios, y también para atender la restauración de alguna finca ruinosa o para ayudar financieramente al príncipe a organizar campañas, reparar puntos de la frontera o defender a los musulmanes (§11). Tampoco es mucho más explícito Ibn Abdún a la hora de reflejar las relaciones entre los individuos de las diversas clases sociales para afrontar la producción.
Aunque, debido a la falta de datos, no sea posible pronunciarse sobre las relaciones de producción predominantes, sí es posible afirmar que coexistían varios sistemas distintos para llevar a cabo la producción. Y lo que también es seguro es que la economía de aquella época no había logrado todavía, pese al alto nivel alcanzado de diversificación y especialización en el trabajo, el desarrollo suficiente para tener un cierto grado de autonomía respecto a otros elementos sociales. En realidad, el sistema económico descrito por Ibn Abdún se encontraba incrustado, embedded, en inglés, según la terminología del economista y antropólogo austriaco Karl Polanyi 4, en otras estructuras sociales distintas de las económicas, como pueden ser las políticas o, en nuestro caso de la sociedad islámica, la religiosa, que, como ya se dijo, impregnaba y dominaba todas las áreas sociales. De esta forma, las condiciones de la regulación interna de la economía en general y de los mercados en particular no se encontraban realmente en el propio sistema económico, sino en otras estructuras sociales, como la religiosa.
Esta cuestión ya ha debido quedar lo suficientemente aclarada porque se han trascrito los pasajes del Tratado de Ibn Abdún en los que explicaba la finalidad de su obra y la misión fundamental de los principales magistrados. Pero, considerando la importancia de este asunto, posiblemente no resulte superfluo redundar en las citas, si con ello se capta mejor que la economía era entonces más bien un apéndice, eso sí, imprescindible para la vida, pero no autónomo de un cuerpo social que la dominaba. Hoy, por el contrario, la economía, que no deja de ser un apéndice en realidad, se presenta, por haber crecido tanto, de un modo que domina por completo al cuerpo social, de forma que éste más bien parece el apéndice de aquella.
En el §1 dice Ibn Abdún que:
emprende el autor la redacción de esta obra, en la que se propone exponerles las normas de la censura de costumbres, enderezar su estado, mejorar su condición y sus actos, mirar por ellos, incitarlos a buscar y realizar el bien y tender a que conozcan la justicia y se mantengan en ella. [...]. La incuria y el descuido han provocado siempre, por el contrario, la pobreza y el hambre; han dado origen a todos los daños y crisis; han determinado el aumento de los tumultos y desórdenes; han favorecido la ruina de un país y obligado a sus habitantes a expatriarse. Sobre todo, si, al mismo tiempo, aumenta la ilegalidad; si el pueblo se hace sensible a las seducciones del demonio, y si el soberano, dejándose arrastrar por la satisfacción de sus veleidades, se hace menos asequible a sus vasallos, les cierra sus puertas y multiplica entre ellos y su persona el número de sus chambelanes, porque entonces reduce a los buenos al silencio y presta oídos a los maldicientes desocupados, con lo cual sufren daño, tanto la religión como la custodia del bienestar de los musulmanes. En tales condiciones, ¿quién pensaría en el doloroso castigo de la otra vida, y en que cuando comparezcamos ante Dios Altísimo no tendremos otra alternativa que ser reprobados o ver pesados nuestros méritos: que el paraíso o el infierno? ¡Quiera Dios ponernos a seguro de revelarnos contra su Ley en este mundo; reservarnos un buen fin en esta vida y en la otra; asistirnos para obrar el bien, y guardarnos y protegernos, con Su gracia y con Su amable ayuda, contra todo lo que es menester evitar! Amén.
En el §2, que se refiere al príncipe, añade:
Conviene, ante todo, que los hombres de ciencia y de religión conozcan bien el carácter del príncipe y examinen cómo procede y se comporta. Si lo ven inclinado a las cosas mundanas, a la inacción y a la ociosidad; si pone poco celo en cumplir las obligaciones que le incumben para con el reino y en mirar por los intereses de sus vasallos y de todos los musulmanes; si es, además, de natural difícil e irritable, duro en sus palabras, orgulloso y violento, entonces deben hablarle con afabilidad, llevarle la corriente y conducirle poco a poco a que ame el bien, se esfuerce en practicarlo y lo tome por modelo, advirtiéndole que este mundo no dura para nadie y que los siglos pasados y las naciones antiguas se hundieron en la nada; haciéndole admoniciones que impresionen su espíritu, mediante anécdotas y relatos históricos introducidos en el discurso, y recordándole por último, para que si es menester se lo aplique a sí mismo, esta o aquella catástrofe natural y aniquiladora que cayó sobre otros pueblos desaparecidos, según lo han transmitido los sabios en sus libros, bajo la autoridad de los Profetas. Pero hágase todo esto con acierto y tacto, que así será el modo mejor de aconsejarlo, pues si los hombres de ciencia y religión no procediesen así con él, el príncipe se perdería a sí mismo y a los musulmanes. [...].
Si el príncipe, tanto por su carácter y por sus actos, como por sus esfuerzos en cumplirlo, demuestra que ama el bien y las gentes de bien, y que está unido de corazón a la Ley religiosa, encontrará su propia satisfacción y se la procurará a los demás.
En el §32, que versa sobre el almotacén, dice:
Si este cargo es ejercido con todo rigor, redundará en beneficios para la sociedad, el príncipe y la población en general, porque entre sus atribuciones figuran el hacer observar las prescripciones religiosas y los usos fijados por la tradición, y el vigilar la actividad de los obreros y artesanos, así como los productos que el hombre necesita para vivir; cosas todas que contribuyen al conjunto de la vida social, ya que la competencia el almotacén se extiende menos a la vigilancia de los bienes o al capítulo de los litigios que a exigir el cumplimiento de las obligaciones que al individuo impone la ley islámica. Reflexiona en esto, ¡oh hombre!, y lo encontrarás acertado.
Y en el último epígrafe (§230) del Tratado de Ibn Abdún, éste a modo de conclusión efectúa la siguiente síntesis:
En resumen: las conciencias de las gentes están corrompidas, y únicamente [...aquí hay una laguna de dos o tres palabras] este mundo perecedero y los tiempos se invertirán. La violación de estas normas es el comienzo del desorden general y la causa de la ruina y del fin del mundo. Corregir tales cosas no podría hacerlo más que un Profeta, con la ayuda de Dios; mas si no es tiempo de que venga un Profeta, el responsable de todo ello es el cadí. Al que ayuda a los musulmanes, Dios le ayudará. Eríjase, pues, en campeón de la justicia, aplíquese a la virtud, a la equidad y a la sinceridad, y vele por su conciencia, que tal vez así se salve, porque Dios, con su omnipotencia, le dirigirá, asistirá y ayudará a realizar el bien. Él es Quien otorga esas gracias y Quien todo lo puede.
Con la ayuda y asistencia de Dios, hemos consignado, en interés de los musulmanes y para mejorar su condición, las normas que hemos podido reunir y de las que ellos andan necesitados en esta época, si bien las cosas que no hemos mencionado son más todavía que las expuestas. «El que hace el peso de un átomo de bien, lo verá [en el otro mundo], y el que hace el peso de un átomo de mal, también lo verá»5


1 Sobre esto, Séneca, en su obra De los beneficios (Lib. IV, XVIII), dice:
  Con sólo el intercambio de beneficios [es decir, con las donaciones, como ahora lo llamaríamos] está nuestra vida mejor pertrechada y más prevenida contra los ataques imprevistos. Individualicemos: ¿qué somos? Presa de los animales y víctimas de ellos; apetitosa sangre y facilísima de verterse; porque todos los demás animales tienen fuerzas suficientes para su defensa; y los que nacieron para andar vagantes y para pasar la vida sin compañía, están armados; al hombre rodéale una piel delgada; no tiene fuerzas en las uñas; sus dientes no le hacen temeroso a los otros; desnudo y flaco como es, la sociedad tiene que defenderle. Dos cosas le ha dado Dios, las cuales, a pesar de estar expuesto a todos los ataques, le hicieron valentísimo: la razón y la sociedad; por eso, el que si estuviese solo, a ninguno fuera igual, tiene el señorío de todo. La sociedad le dio el dominio de todos los animales; la sociedad, siendo el hombre nacido para la tierra, extendió su imperio a un elemento que le es extraño, y le asignó el dominio del mar [y, hoy, podríamos añadir que también ha dominado el aire, elemento tan extraño o más que el agua para el hombre]; es la vida social la que contiene las embestidas de las enfermedades, la que previene reparos para la vejez y le da alivio para los dolores; la sociedad es la que nos hace fuertes; aquella a la que nos es lícito pedirle socorros para la fortuna. Disuelve esta sociedad y desatarás la unidad del género humano, sobre el cual se sustenta la vida; y disuelta será si consigues que la ingratitud no ha de evitarse por ella misma, sino por alguna cosa que ha de temer.
Este mismo filósofo cordobés, en otra parte (en sus Catas a Lucilio, epístola XC, 3) expresa la siguiente idea:
  Ésta [se refiere a la filosofía] enseñó a respetar las cosas divinas, el amar a los hombres y que el imperio está en manos de los dioses, entre los hombres la comunidad de bienes, la cual por algún tiempo permaneció inviolada, antes de que la avaricia destrozara a la sociedad y fuese causa de la pobreza incluso para esos que hizo ricos en demasía.
La transcripción de este pasaje directamente del latín se encuentra en la Enciclopedia Universal Espasa-Calpe, Tomo 55, p. 229, y es ésta:
  Haec [philosophia] docuit colere divina, humana diluyere et penes deos imperium esse, inter homines consortium, quod aliquandin inviolatum mansit, antequam societatem avaritia distraxit et paupertatis causa etiam his, quos fecit locupletissimos, fuit.

2 Sabemos que en al-Andalus había esclavos porque, entre las numerosas fuentes históricas que los citan, tenemos la siguiente historia relativa al rey al-Mutamid que se casó con una esclava, llamada Itimad la Romaiquía. La Enciclopedia Universal Ilustrada de Espasa Calpe Editores, Madrid, 1990 (Tomo 1, p. 211, en la voz Abad, dinastía a la que pertenecía al-Mutamid, y en el Tomo 52, p. 126, voz Romaiquía) no menciona esta condición de esclava de la esposa del rey. Pero indirectamente se puede deducir que lo era porque en el tomo citado en segundo lugar se menciona que el rey la rescató en el acto del moro Jachach, al que ella servía. Quien sí dice literalmente que Itimad era esclava es José María de Mena (1975 a, pp. 51 a 55), al narrar la forma en que al-Mutamid conoció a Itimad. La condición de esclava de Itimad y la narración del modo en que se conocieron también nos es transmitida por R. Dozy (1861, Tomo IV, pp. 117 a 119). El relato, que también figura en la Enciclopedia antes mencionada de un modo bastante similar al de Mena y al de Dozy, aunque todos presentan variantes peculiares, es sucinta y aproximadamente el siguiente:
El rey, gran poeta y mejor que otros de su tiempo, acostumbraba a pasear con su amigo y consejero Aben Ammar, también poeta. En uno de esos paseos por la orilla del río, cuando el sol rojizo del atardecer se reflejaba en el río levemente ondulado por un suave viento, y ante la belleza de las tenues olas de color dorado, se le ocurrió al rey improvisar un verso (por supuesto en árabe) cuya traducción viene a decir algo así:
La brisa forma en el río
Como una cota de malla.
Cortándosele la inspiración, al-Mutamid invitó a su amigo a que continuara, pero, no encontrando cómo hacerlo, una muchacha que por ahí pasaba transportando objetos en un borriquillo y que había escuchado la conversación dijo:
Mejor cota no se halla
Si lo congela el frío.
Prendado el monarca tanto por el ingenio como por la hermosura de la muchacha, encargó a su amigo que averiguara quién era ella. Se trataba de la esclava de un alfarero, quien afirmaba que apenas valía porque se pasaba el día en ensoñaciones. El rey la compró, la liberó y se casó con ella. Amaba profundamente a su marido y componía versos. Siguió a su esposo en las penurias de su destierro y prisión en Marruecos, al serle arrebatado el reino por los almorávides. Esta reina muy querida del pueblo, incluso de los marroquíes con los que tuvo que convivir los últimos años de su vida, ha pasado a la historia como una gran poetisa de la lengua árabe (aunque muy pocos de sus versos se han conservado).

3 Cuyo concepto corresponde a las personas que se situaban en lugares públicos provistas de una cuerda con la finalidad de ser contratados para llevar cargas o realizar cualquier encargo.

4 Según las explicaciones de Maurice Godelier (1973, p. 67).

5 Corán, 99, 7-8 (nota del traductor del Tratado de Ibn Abdún).