ESTUDIO ECONÓMICO SOBRE EL TRATADO DE IBN ABDÚN

ESTUDIO ECONÓMICO SOBRE EL TRATADO DE IBN ABDÚN

Eduardo Escartín González (CV)
Universidad de Sevilla

La importancia económica de la vid

De las referencias que Ibn Abdún hace del vino y de las viñas, y que ya han sido señaladas, se puede deducir que los musulmanes andalusíes, siguiendo una tradición que provenía de muy antiguo, cultivaban la vid y consumían vino, uvas y pasas. El consumo de este último producto lo sabemos porque Ibn Abdún, entre sus múltiples regulaciones, lo cita (en el §229): “Debe ordenarse a los vendedores de higos y pasas que coloquen parte de su mercancía en el suelo sobre tabaques, porque, si no, los adulteran mezclándolos con los malos.” También menciona en varias ocasiones el consumo de uvas, que, como quedó dicho al principio del parágrafo 1.5, no deben venderse a quien se sospeche que con ellas va a hacer vino (§ 129). Ahora bien, esta consideración demuestra indirectamente que el vino también se producía y consumía. En el §130, nos informa de la cualidad terapéutica de las uvas verdes, “que son buenas para las preñadas y los enfermos.” Y en el §132 propone las medidas higiénicas que deben guardar los vendedores de uvas, de forma que deben colocarlas en cestillos y esportillas1 .
Debido a la preocupación de Ibn Abdún por eliminar la picaresca y el escaso rendimiento de los braceros agrícolas, fijándoles la cantidad de pies de viña que debían trabajar en una jornada (§202), cabe deducir que una parte considerable del cultivo de la vid se realizaba en grandes fincas señoriales. Pero también debía haber pequeños propietarios, puesto que los peones no robarían cepas de viña (§203) si no fuera para vendérselas a alguno de ellos o para su propio cultivo. Como es lógico los propietarios de minúsculas viñas no tienen necesidad de contratar peones para las labores agrícolas, cuando ellos y su familia se bastan para cultivar su reducido terruño. Por consiguiente, cuando Ibn Abdún habla (§202) de braceros para la labranza que buscan trabajo, indudablemente se trata de grandes fincas.
De la cita referente al vinagrero (§126)2 , se infiere, sin lugar a dudas, que en las casas de los muslimes había vino de modo habitual y que luego, de él se obtenía vinagre, lo cual justifica la profesión de vinagrero ambulante. El consumo de vinagre en los países cálidos, entre ellos al-Andalus, debía ser elevado, porque este producto era muy apreciado como condimento y por sus cualidades refrescantes, conservantes –para elaborar productos en escabeche, palabra que procede del árabe sk-bāy– y, también, medicinales3 . Pero la certeza de este hecho no puede hacer olvidar que en realidad el vinagre es un subproducto del vino; o mejor dicho, es una forma de aprovechar un recurso cuando éste pierde sus características, ya que el vino con el tiempo (o sea, con la oxigenación que se produce en medios aeróbicos al no estar dicho licor herméticamente conservado) se estropea avinagrándose. Y, por supuesto, lo que no merece la pena es gastar tantos esfuerzos y tiempo en cultivar las viñas, cavar los pies, podar los sarmientos, recolectar las uvas, pisarlas, embarricar el mosto, dejarlo fermentar y obtener vino, para acto seguido (y sin ni siquiera probarlo) sólo dedicarlo a hacer vinagre de él.
No obstante, Avenzoar, en su Tratado de los Alimentos (p. 72) explica la forma de obtener vinagre directamente del mosto recién exprimido:
Si no se cuece el mosto, fermenta, como se sabe y, entonces, es posible que se potencie su daño, en principio, pues si se deja [en reposo] se transforma en prohibido vino. Pero si antes de que fermente se le pone un poco de vinagre, se le disuelve una pequeña cantidad de levadura, o se le añaden algunas sustancias ácidas, como el zumo de lima, de granada ácida o de cualquier otra fruta ácida, se transforma en vinagre que refresca y deseca y, con el paso del tiempo, dicho proceso de desecación aumenta.
Ahora bien, lo más normal es emplear el mosto en hacer vino, y lo lógico es que, al menos, una parte de él se consuma antes de picarse. También podría dedicarse el vino, especialmente el bueno, a la exportación; por ejemplo, a reinos cristianos donde no hay limitación de su consumo. Aunque sobre la exportación del vino Ibn Abdún nada menciona. Lo que sí dice es que los cristianos, que vivían al otro lado del río 4, fabricaban vino y lo vendían a los musulmanes; pero sobre la producción de vino por parte de estos últimos se guarda un hermético silencio en el Tratado de Ibn Abdún. En él no aparece ningún musulmán, ni siquiera propietario de grandas extensiones de viñedos, que fuera capaz de mandar elaborar vino, lo cual es bastante improbable que ocurriera. Ahora bien, si los cristianos del otro lado del río eran pobres, pocas tierras propias y viñas podrían tener para obtener de ellas la uva necesaria en la elaboración de la cantidad de vino suficiente como para abastecer de él a la populosa ciudad de Sevilla; tampoco es probable que dispusieran del capital y de los medios materiales y técnicos necesarios para comprar las uvas y luego elaborar grandes cantidades de vino y almacenarlo. Ciertamente debía haber alguna tolerancia con los cristianos en lo que al vino se refiere, ya que, por su religión, se usa para consagrarlo en la misa; pero este empleo religioso no justifica gran producción de vino5 . Si la producción de vino hubiera supuesto un verdadero peligro para la religión islámica, Ibn Abdún no hubiera dudado en proponer la prohibición radical de su elaboración, de la misma forma que aconseja ciertas medidas respecto a los cristianos y sus clérigos (ya citadas) y otras como que no repiquen las campanas de las iglesias en territorio musulmán (§196)6 .
Por consiguiente, no sería descabellado concluir que la vid se cultivara en aquella época en los latifundios de los grandes señores; lo mismo que en otras anteriores desde los romanos, que ya apreciaban los vinos de la Bética, según atestigua Chic García (1997, pp 21 y 123 7). También es posible colegir que el cultivo de la vid alcanzara dimensiones considerables, así como la producción de uvas, vino y pasas; del mismo modo era abundante la producción de higos secos. Algunos de estos productos tendrían, con toda seguridad, buenos mercados en otras naciones, pues, como asegura Valdeón Baruque (2001, p. 65), durante el califato de Córdoba se exportaban, entre otras mercancías, productos agrarios: aceite, azúcar, higos y uvas.

1 En al-Andalus “se consumía mucha uva fresca, algunas de cuyas variedades se conservaban hasta entrado el invierno”, y también pasas, que entraban en la elaboración de numerosos platos de la cocina andalusí, según dice Lévi-Provençal (1957, p. 159). Las pasas solían consumirse durante las comidas, a modo de entremés, en los días de fiesta y de otras celebraciones, y también como acompañamiento sólido a la bebida de vino (ib., p. 273).

2 Véase supra página 66.

3 Abulcasis, el médico cordobés del siglo X y principios del XI, recomendaba una infusión de caldo salado y vinagre para contrarrestar los efectos de los alimentos que llenaban y cebaban demasiado, según la información que nos proporciona Burckhardt (1970, p. 84).

4 En lo que hoy es el barrio de Triana y donde antes vivían las clases más pobres de la sociedad. El traductor nos informa (p. 21 de la “Introducción”) que en aquel entonces no había puente que uniera la ciudad con Triana. El primer puente de barcas fue construido en época almohade.

5 Aunque en aquella época incluso los seglares comulgaban bajo las dos especies (pan y vino). Unwin (1991, p. 200) estima que con un litro de vino podían comulgar cien personas y que, en la Edad Media, por término medio cada persona comulgaba tres veces al año. En el Concilio de Letrán, en el año 1215, se prohibió a los seglares comulgar con vino (según la referencia que hace Unwin –1991, p. 200– de la New Catholic Encyclopedia, Mc Graw Hill, New York, 1967). Indiscutiblemente, para estos menesteres litúrgicos, el vino tenía que comprarse fuera de una parroquia y transportarse a ella si en su término municipal no había viñas. Es posible que algunos cristianos y los obispados (como en todas las épocas) fueran ricos y poseyeran tierras de viñedos y fueran promotores en la elaboración del vino; pero extraña mucho que ningún musulmán aparezca como productor de vino, y, sin embargo, entre ellos se encontraba la aristocracia terrateniente propietaria de las mayores extensiones de terreno dedicadas al cultivo de la vid.

6 Sánchez-Albornoz (1946, Tomo I, p. 432) recoge un relato de Ben Jaqan en su Matmah al-Anfus, referente a los ritos en las iglesias cristianas de la Córdoba califal, en el que se alude al repique de las campanas:
  Cuéntase en el Mahtma que Abu Amir ben Xuhayd estuvo cierta noche en una de las iglesias de Córdoba, la cual estaba alfombrada con manojos de mirto y aderezada con atavíos de regocijo y de sociedad. El toque de las campanas alegraba los oídos, y el fuego del fervor le iluminaba con su brillo.
Sobre estas cuestiones de los cristianos, Ibn Abdún constata que en la parte musulmana de la Península Ibérica estaba permitido el toque de campanas de las iglesias. Pero esto le debía molestar a Ibn Abdún, porque en el §196 dice: “Debe suprimirse en territorio musulmán el toque de campanas, que sólo han de sonar en tierra de infieles”. Poco antes que Ibn Abdún, el poeta y político cordobés Ben Hazm (994-1063) ya había expresado su animadversión hacia los campanarios cristianos. Refiriéndose a los tiranos musulmanes que no tenían reparo en aliarse con los cristianos con tal de garantizar su seguridad, dice Ben Hazm que “a veces hasta les entregan de buen grado las ciudades y las fortalezas, despoblándolas de musulmanes para llenarlas de campanarios.” (Sánchez-Albornoz, 1946, Tomo II, p. 27: extracto de una epístola traducida por Asín de Un códice inexplorado del cordobés Ben Hazm, Al-Andalus, 1934). Pero esta tirria de Ben Hazm hacia todo lo cristiano no le impide recurrir a las campanas como elemento en sus poesías. Tal es el caso de su poema La visita de la amada, reproducido por García Gómez (1940, p. 101):
  Viniste a mí un poco antes de que los cristianos tocasen las campanas, cuando la media luna surgía en el cielo,
  Como la ceja de un anciano cubierta casi del todo por las canas, o cuando la delicada curva de la planta del pie.
  Y, aunque aún era de noche, con tu venida brilló en el horizonte el arco del Señor, vestido de todos los colores, como la cola de los pavones.
Lévi-Provençal (1957, pp 124 y 125) supone que en alguna ocasión estuvo prohibido tocar las campanas y que en otras había sido revocada la prohibición. En nota a pie de la página 168 del Tratado de Ibn Abdún se alude a esta intermitencia en la tolerancia del uso de las campanas de las iglesias, y se atribuye, en la segunda mitad del siglo XI, un nuevo periodo de libertad para el tañido de las campanas a los tratados de vasallaje del rey Alfonso VI con sus tributarios los reyes de taifas.
No cabe duda de que las campanas constituyen un poderoso símbolo del cristianismo y como tal son objeto de referencias alegóricas, de forma que el odio de los musulmanes hacia los cristianos se manifiesta en ocasiones haciendo alusiones despectivas a este símbolo. Para referirse a la conquista del Noroeste peninsular, Al-Maqqari en su Nafh al-Tib (versión de Sánchez-Albornoz, 1946, Tomo I, p. 55) dice: “No quedó iglesia que no fuese quemada, ni campana que no fuese rota.” Y, según Dozy (1861, Tomo II, p.167), el emir de Córdoba Abdallah, que había mandado matar a su hermano el emir al-Mundir mientras éste sitiaba en Bobastro a Ibn Hafzun (muladí que se había sublevado contra el emirato y luego se había convertido al cristianismo), ante la propuesta que se le hizo de enterrar a su hermano en esos parajes, cosa que no estaba dispuesto a consentir pese a su participación en el asesinato, exclamó: “¿He de abandonar el cuerpo de mi hermano a merced de gentes que tocan campanas y adoran cruces? ¡Jamás; lo llevaré a Córdoba, aunque tuviera que morir en su defensa!”

7 A título de ejemplo se transcribe la siguiente cita de su libro (p. 123):
  Ya hemos señalado anteriormente que sabemos que el vino bético se envasaba desde mediados del siglo I a.C. en ánforas de tradición italiana como las del tipo Dressel 1 C, de las que se han localizado talleres para su producción junto a villae rústicas de los alrededores del puerto de Santa María, Puerto Real y en Cádiz, así como en Bolonia.
Dentro del vino de la Bética tenía fama el de Jerez, ya que hacia el vino ceretanum dirige Marcial sus elogios (Ep., XIII, 124), según informa Chic García (1997, p. 124). Hay que tener en cuenta que, según González Gordon (1970. p. 7), algunos historiadores identifican la actual Jerez con la romana Ceret o Serit (Ceritium-Seritium).