ESTUDIO ECONÓMICO SOBRE EL TRATADO DE IBN ABDÚN

ESTUDIO ECONÓMICO SOBRE EL TRATADO DE IBN ABDÚN

Eduardo Escartín González (CV)
Universidad de Sevilla

La homosexualidad

Continuando con otros aspectos de la sexualidad y la moralidad, las normas acerca de lo que Ibn Abdún considera que es una conducta sexual correcta no sólo intentaba que afectaran a las relaciones heterosexuales, sino que también las extendía a las prácticas homosexuales entre personas del género masculino. Puesto que éstas últimas las contempla como desviaciones viciosas del comportamiento sexual normal, los afeminados no se libran del oprobio de la deshonestidad ni de la condena de sus actos equiparados a las acciones delictivas1 . En consecuencia, sobre ellos debían recaer penas severas, tal como las prescritas en el §170:
deberán ser expulsados de la ciudad, y castigados donde quiera se encuentre a uno de ellos. No se les dejará que circulen entre los musulmanes, ni que anden por las fiestas, porque son fornicadores malditos de Dios y de todo el mundo.2
Ibn Abdún, tal como se ha podido comprobar, es un cumplidor fiel y escrupuloso de lo estipulado en el Corán y lo instituido por las tradiciones. Sobre este particular de la homosexualidad masculina, Rachel Arié (1982, p. 327) afirma tajantemente, pero sin documentar la condena coránica hacia los sodomitas con la aportación de la pertinente referencia, lo que sigue:
No hace falta recordar que el Corán y los hadits prohibieron formalmente la sodomía; sin embargo, sobrevivió a las prohibiciones y fue práctica corriente en la España musulmana. Tanto en Córdoba como en las demás grandes ciudades andaluzas no faltaron homosexuales profesionales (musulmanes, judíos o cristianos). Los tratados de hisba condenaban la conducta de los cantantes afeminados y de los homosexuales (hawi o mujannat) que frecuentaban medios equívocos. La sodomía estaba presente en todos los niveles sociales y hacía estragos en la corte de los reyes de taifas. Ibn-al-Jatib, en el vivo retrato que trazó del usurpador Muhammad VI, condenaba su villanía y señalaba que el soberano nasrí se entregaba a la pederastia. Varios poetas cantaron en sus versos sus relaciones con homosexuales surgidos de medios modestos de la población andaluza, como tejedores o sastres.
Siendo como es Rachel Arié tan detallista a la hora de documentar la mayor parte de sus afirmaciones, se echa en falta la referencia del Corán que avale la prohibición de la homosexualidad entre los muslimes; porque, en realidad, no es fácil encontrar en el Corán una condena directa de este tipo de comportamientos sexuales practicados entre hombres, excepto en las alusiones a los escritos de la Biblia en los que se relata el castigo de Dios hacia los habitantes de la ciudad de Sodoma, por ejemplo en la azora 7, aleya 78 y 79:
Recuerda a Lot, cuando dijo a sus gentes: «¿Os entregáis a la torpeza en la cual no os ha precedido ningún habitante de los mundos? ¿Os entregáis a los hombres en concupiscencia prescindiendo de las mujeres? Vosotros sois gentes transgresoras.»
O en la azora 27, aleyas 55 a 59:
Recuerda cuando Lot dijo a sus gentes: «¿Cometéis la torpeza mientras vosotros sois clarividentes? ¿Prescindiendo de las mujeres, os dirigís, concupiscentes, a los hombres? ¡Vosotros sois gentes que ignoráis!» La respuesta de sus gentes no consistió más que en decir: «¡Expulsad a la familia de Lot de vuestra ciudad! ¡Ellos individuos que se las dan de puros!» Salvamos a toda su familia y a él, con excepción de su mujer, pues habíamos dispuesto que estuviese entre los rezagados. Sobre ellos hicimos llover una lluvia.¡Qué mala lluvia la de los advertidos en vano!
Y, entre otras, en la azora 54, aleyas 33 a 39:
Las gentes de Lot desmintieron las amonestaciones. Nos enviamos, contra ellas, una nube de piedras, pero salvamos a Lot y a su familia en la aurora. ¡Favor de junto a Nos! Así recompensamos a quien agradece. Lot les había advertido de nuestra violencia, pero dudaron de las amonestaciones y le solicitaron sus huéspedes. Les cegamos los ojos, y dijimos:
«¡Gustad mi tormento y mis amonestaciones!»
Al amanecer, en la aurora, les cayó un tormento permanente.
«¡Gustad mi tormento y mis amonestaciones!»

1 La homosexualidad masculina estuvo más extendida en al-Andalus de lo que cabe imaginar en un mundo islámico que permite la poligamia.
En Sevilla, los tiempos de al-Mu’tamid eran tan recientes (cuando Ibn Abdún escribe) que no podía haberse olvidado que este monarca, al menos en su juventud, había practicado la homosexualidad con su amigo el aventurero Ben ‘Ammār cuando siendo príncipe su padre le encomendó el gobierno de Silves. Bosch Vilá (1984, p.120) así lo asegura: “Numerosas anécdotas se cuentan en torno a la amistad y relaciones, también eróticas, entre ambos, y no es cuestión de traerlas aquí. Sin que sepamos de cierto las causas, aunque pueden presumirse, el padre de al-Mu’tamid decretó el exilio de Ibn ‘Ammār.”
Marraquxi en su Kitab al-Muchib cuenta una de estas anécdotas acerca de las relaciones homosexuales de al-Mu’tamid con Ben ‘Ammār, que está recogida por Sánchez-Albornoz (1946, pp. 84 y 85):
  He aquí un acontecimiento curioso que le ocurrió durante su estada en Silves. Mutamid le había invitado un día, como de costumbre, a su velada literaria; pero ese día había exagerado los honores y las gracias que tenía la costumbre de hacerle, y en el momento de acostarse, el príncipe obtuvo de su amigo que compartiera su almohada. «Entonces, cuenta Ben Ammar, oí durante mi sueño una voz que decía: “Ten cuidado, desgraciado. ¡Éste terminará un día por matarte!” Me desperté espantado, pero me di cuenta de lo que pasaba, y me dormí; por segunda vez, fui despertado por las mismas palabras, y me volví a dormir de nuevo; una tercera vez, se repitieron aquéllas y entonces, llevándome mis ropas, me envolví en una estera y fui a esconderme en el pórtico del palacio. [...]. Al llegar [Mutamid] al pórtico para asegurarse de si la puerta estaba abierta, encontró ante él la estera en que yo estaba acurrucado y advirtió un movimiento que yo hice. “¿Qué es esto que se agita bajo esta estera?”, exclamó. La registraron y aparecí yo desnudo, sólo cubierto por mi calzón. Al verme sus ojos se llenaron de lágrimas. “Abu Bakr, me dijo, ¿por qué te has conducido así?” Como no tenía ninguna razón para ocultarle la verdad, le conté al detalle lo ocurrido, lo que le hizo reír. “Esos sueños, dijo, son la consecuencia de la ebriedad. ¿Cómo podré matarte, a ti que eres mi vida misma? ¿Has visto jamás a nadie matar a quien constituye su existencia?”»
Este caso no es único ni se inició en esta época, pero, al parecer, se intensificó durante el siglo XI. Rachel Arié (1982, p. 326) dice:
  A principios del siglo XI y tras una inundación y un periodo de carestía, sólo se veía en Córdoba a libertinos haciendo alarde de sus bajezas; la sodomía aparecía a la luz del día. Se ha reprochado a menudo a los reyes de taifas el haber permitido que se desarrollara en suelo andaluz el espíritu de desobediencia y el libertinaje. Posiblemente, la división de España en pequeños principados y el relajamiento de la autoridad agravaron la corrupción moral. Sin embargo, cabe señalar que las acusaciones de inmoralidad contra los príncipes andaluces proceden de historiadores posteriores, pagados por los almorávides o los almohades, quienes alardeaban, al menos en un principio, de la austeridad de sus costumbres y de su puritanismo moral. En realidad, los reyes de taifas se entregaron a los placeres tanto como sus predecesores o los gobernadores almorávides y almohades que les sucedieron.
A través de la poesía musulmana de carácter amatorio se puede comprobar lo frecuente que era dirigir los sentimientos amorosos hacia los hombres, y no sólo en exclusiva hacia las mujeres. Ejemplos de ellos se encuentran en los Poemas arabigoandaluces de Emilio García Gómez (1940, tal que el poema nº 57, p. 107, sobre el lunar de Ahmad, o el nº 72, p. 118 y 119, sobre el mancebo sastre, por citar sólo un par de ellos). Pero, como muestra, a continuación se transcriben algunos versos sobre amoríos homosexuales procedentes de Al-Maqqari, en traducción de García Gómez: Al-Ándalus, V, 42, que recoge Sánchez-Albornoz (1946, Tomo II, p. 137):
  Vivía en Zaragoza un mancebo llamado Yahya ben Yatfut, de los Banu Yafran, que se había criado en casa del rey de la ciudad, Al-Muqtadir ben Hud. Aprendió equitación y bellas letras, y era tan hermoso, tan atractivo y agudo, que Ben Hud se prendó de él, y aunque ocultó algún tiempo su amor, no pudo al cabo reprimirse, y le escribió (mutatt):
¡Oh gacela! Dime, por Dios,
cuándo te veré presa en mis redes.
La vida se me pasa, y mi alma
languidece, por no lograr tu amor.
  El mancebo le respondió al dorso del billete:
Si es verdad que soy gacela, tú eres
el león que quiere arrebatarme,
y nunca me había pasado por las mientes
el establecerme en tu selva.
  Y añadió debajo de estos dos versos: «Esta contestación es la que exigen las leyes de la poesía. Pero, después, te digo: He puesto mi brida en mano de mi señor. ¡Ojalá me conduzca a lo que deseo y no a lo que aborrezco! Y lo que deseo es que exista entre nosotros un amor que entrañe un perdurable y puro afecto, pero seguro de que no ha de seguírseme vergüenza ni castigo divino.»

2 Esta pena propuesta por Ibn Abdún difiere sensiblemente de la norma vigente entre los cristianos contemporáneos que se regían por el Fuero Juzgo; en éste se estipula, en las leyes V y VI del Título V, Libro I, que los sodomitas fueran castrados.