ESTUDIO ECONÓMICO SOBRE EL TRATADO DE IBN ABDÚN

ESTUDIO ECONÓMICO SOBRE EL TRATADO DE IBN ABDÚN

Eduardo Escartín González (CV)
Universidad de Sevilla

Fuerzas de orden público

Para el cumplimiento de sus funciones los distintos magistrados contaban con ayudantes. En lo concerniente al zalmedina, o, en su caso, al shahib al-shurta, por ser responsable del orden público, sus ayudantes pueden recibir el nombre de agentes de policía.
La inseguridad ciudadana en al-Andalus debía ser muy elevada, especialmente por la noche. Según nos dice Rachel Arié (1982, pp. 107 y 108), una de las misiones más importantes del shahib al-shurta era la de organizar patrullas para realizar rondas nocturnas. Tal información la obtiene esta historiadora del libro Nafh al-tib min gusn al-Andalus al-ratib de Al-Maqqari. De la revista Al-Andalus (XV/2, 1950, 359) obtiene la noticia de Ibn Hazm, según el cual en Córdoba los barrios tenían puertas; éstas se cerraban después de pasar la ronda nocturna y no se abrían hasta el amanecer, de forma que ya no se podía regresar a la propia casa cuando alguien se había entretenido más de la cuenta en la casa de un amigo fuera de su barrio. Esta idea de las puertas se debió extender a otras ciudades, ya que Ibn Sa’id dice que en el siglo XIII las ciudades andaluzas tenían puertas en todas las calles; por la noche se cerraban y además quedaban bajo la vigilancia de un hombre armado que iba acompañado de un perro y llevaba una antorcha 1.
En otro pasaje de la obra Nafh al-tib de Al-Maqqari, recogido por Sánchez-Albornoz (1946, Tomo II, pp.147 y 148) se describe el espeluznante grado de inseguridad ciudadana imperante en las ciudades de al-Andalus por las noches. Al-Maqqari se expresa así:
Los guardianes nocturnos, cuyo oficio es el que en Occidente corresponde a los jefes de zona, son conocidos en Al-Ándalus bajo el nombre de «porteros», lo que proviene de que en aquel país hay caminos con portales que se clausuran bajo cerrojo después de hacerse la noche.
En cada calle hay un vigilante, en cuyo puesto está colgado un farol. Tiene un perro guardián y armas preparadas; ello, a causa de la astucia de los habitantes (de Al-Ándalus), de lo mucho de su malicia y de su arte de engañar en materia de fechorías, hasta el punto de que escalan los edificios elevados, abren los cerrojos difíciles y llegan a asesinar al dueño de la casa por temor a que los denuncie y luego los persiga por la justicia.
Es raro que en Al-Ándalus (pase un día) sin que se oiga que la casa de fulano fue violada ayer o que a fulano lo degollaron los ladrones en su lecho.
El auge o la disminución de estos hechos está en relación con la energía o la blandura del gobernante, pero aunque incurra en un exceso de violencia y su espada gotee sangre, no cesan tales actos, habiendo (por ello) llegado las cosas al extremo de que se ha ejecutado a una persona por causa de un racimo de uvas que robó en una viña; y así por el estilo2 . Pero, no obstante, no se acaban los ladrones (en Al-Ándalus).
Esta narración nos indica, de una forma indirecta, que las clases bajas de los habitantes de las populosas ciudades de al-Andalus se encontraban inmersas en una pobreza tan extrema que llegaba a la miseria. Pero, simultáneamente existían individuos adinerados que ponían de manifiesto su bienestar económico. Este contraste entre la riqueza y la pobreza coexistiendo una al lado de la otra es el que induce a los miserables a atentar contra la propiedad ajena, y la persistencia de esta situación la que imposibilita su erradicación a pesar de la dureza de las medidas punitivas.
Rachel Arié, acudiendo a Ibn Abdún, afirma taxativamente que, en la Sevilla almorávide de los primeros años del siglo XII, “las calles eran recorridas en el transcurso de varias rondas por agentes de la patrulla y por sargentos de policía que iban cambiando de recorrido.” Sin embargo, no es nada seguro, aun siendo lógico, el cambio de itinerario de la patrulla, porque, en realidad, lo que dice Ibn Abdún en el § 26 es esto:
Habrá de prescribirse a los de la patrulla que ronden con frecuencia y por itinerarios distintos, porque los ladrones, criminales y noctámbulos andan acechando el paso de la patrulla, y cuando la ven pasar es cuando se dirigen a cometer sus fechorías y sus crímenes.
Por la forma en que está redactado este párrafo se aprecia claramente que las patrullas existían y que los malhechores verdaderamente solían esperar a que pasara la patrulla para cometer sus fechorías. Pero los miembros de ésta, en realidad, no tenían por costumbre cambiar la ruta de sus rondas, ya que cuando se dice: “Habrá de prescribirse a los de la patrulla”, es porque algo que ellos no están haciendo conviene que lo pongan en práctica, y por eso Ibn Abdún aconseja las dos cosas que cree convenientes, primera, que las rondas se hagan con más frecuencia y, segunda, que se modifiquen sus itinerarios. Ahora bien, de la propuesta al hecho existe un amplio trecho. Y respecto a los “sargentos de policía” sobran los comentarios.
Bosch Vilá (1984, p.82) opina que Sevilla, al referirse a ella hacia el año 974, no estaría libre de ladrones y otros criminales, como en el resto de las grandes ciudades, y que su cárcel, sin duda, debería estar siempre llena. En alguna ocasión concreta, por ejemplo en julio del año mencionado, Sevilla se vio asolada por una banda que el gobernador no fue capaz de reducir. Para acabar con los malhechores tuvo que desplazarse a Sevilla desde Córdoba el jefe superior de policía (shahib al-shurta al-‘ulyā) y a la vez jefe de la guardia mercenaria, llamado Qāsim ben Muhammad ben Qāsim ben Tumlūs. Éste consiguió apresar a varios de los componentes de dicha banda. Entre los detenidos, que el jefe superior de policía condujo a Córdoba tras su captura, figuraba un miembro de la ilustre familia sevillana de rancio abolengo, la de los ibn Jaldūn, y consiguió escapar un vástago de otra no menos aristocrática familia, la de los Banu Hayyāy. El prefecto de la policía Qāsim ben Muhammad ben Qāsim ben Tumlūs ordenó que fueran arrestados cinco primos por línea paterna del fugitivo Habib de la familia Hayyāy. Una vez en Córdoba, el califa mandó encarcelarlos a todos, y que los Banu Hayyāy permanecerían encerrados hasta que se detuviera al fugitivo Habib. Éste y un hermano suyo fueron capturados unos días más tarde, y el califa dispuso su encarcelamiento y la puesta en libertad de sus cinco primos. Aunque el cronista del que provienen estos hechos, ‘Isa ben Ahmad al-Rāzī, en sus Anales palatinos del califa de Córdoba al-Hakam II, no sea muy explícito, Bosch Vilá (ib. p. 84) se inclina a pensar que, por la elevada alcurnia de los cabecillas, la susodicha banda alteraba el orden público provocando disturbios más bien debido a una revuelta de carácter político, posiblemente para alzarse con el gobierno y el poder en Sevilla, que por motivos de delincuencia común.

1 Se trata, por lo tanto, de un precedente remoto de lo que mucho más tarde serían los serenos.

2 Compárese la severidad de esta pena con la propuesta por Ibn Abdún (§203) para el caso del robo de una cepa de viña, que tan sólo consiste en la confiscación de la caballería del ladrón.