ESTUDIO ECONÓMICO SOBRE EL TRATADO DE IBN ABDÚN

ESTUDIO ECONÓMICO SOBRE EL TRATADO DE IBN ABDÚN

Eduardo Escartín González (CV)
Universidad de Sevilla

La explotación de los recursos naturales

De lo que se acaba de comentar al final del párrafo anterior se deduce que el carbón se transportaba en barcos a la ciudad; y, por consiguiente, en este producto el transporte fluvial no era para exportarlo sino para descargarlo en la zona de la ribera del río reservada para su venta a los ciudadanos de Sevilla. De las actividades extractivas de la naturaleza, la obtención de carbón era con toda probabilidad una de las más importantes ocupaciones económicas, ya que, como se acaba de indicar1 , Ibn Abdún hace una mención especial (§90) a la protección que deben gozar los zocos donde se subasta el carbón, “pues son mercados de gran utilidad.”
No se debe pasar por alto que de la naturaleza se recolectaban directamente algunos productos alimenticios, como las bellotas y las castañas, cuya venta se pretende regular en el §224, y un hongo muy especial, no porque fuera bastante apreciado, que lo era, sino, porque, Ibn Abdún lo consideraba propio de libertinos. Se trata de las trufas, de las que dice lo siguiente (§114): “No se venderán trufas en torno a la mezquita mayor, por ser un fruto buscado por los libertinos.” Obsérvese que nuestro autor sevillano no prohíbe su venta, únicamente dictamina que no se venda en el zoco que se instalaba en las inmediaciones de la aljama. Titus Burckhardt (1970, pp. 80 y 81) nos informa que, según El Calendario de Córdoba, escrito en 961 por el obispo mozárabe Rabí ben Zayd y dedicado al califa al-Hakam II, el mes de febrero es la época para encontrar trufas, al igual que los espárragos silvestres, que en ese mes empiezan a abundar. De las trufas, Lévi-Provençal (1957, p. 274) y Rachel Arié (1982, p. 286) nos dicen que eran un manjar adecuado para agasajar a los convidados: “cuando se quería regalar más aún a los huéspedes se les daban criadillas de tierra (tarfas) asadas bajo la ceniza”.
Otros productos provenientes de la extracción directa de la naturaleza, mencionados por Ibn Abdún, son: el agua, obtenida del río y transportada por aguadores (§67 y 35); la miel (§198)2 ; la sal, usada no sólo para condimentar los alimentos, sino también para las salazones de carne (§122) y de pescado (§121); la madera, especialmente empleada como material de construcción, tanto en forma de vigas y tablas para las viviendas (§71, 72, y 75), como en forma de tablones para los barcos, pues en Sevilla había un arsenal (§60); la leña (§87, 89, 102, 222); el esparto (§76), que, entre otras aplicaciones, se empleaba para hacer serones y tomizas; la juncia, para fabricar canastos, cestos, u otros recipientes (§181) 3; corcho, que, entre otras aplicaciones, se empleaba para la elaboración de alcorques, calzado de corcho al que Ibn Abdún se refiere en el §216; greda, empleada como material desengrasante (§77); arcilla, para la alfarería (§72, 73 y 116); barro, para los adobes (§74); grava y arena (§188). Y, sobre todo, los materiales procedentes de la minería: metales preciosos (§134); cobre (§96 y 127); plomo (§96); estaño (§127); y, con mucho, el más importante de todos, el hierro, que, dada su relevancia, se analizará específicamente más adelante, al tratar de la manufactura del hierro en el parágrafo 3,2,2. Respecto a este último mineral, Lévi-Provençal (1957, p. 174) confirma que en la época musulmana se explotaba el hierro de las minas de la provincia de Sevilla, en las zonas de Constantina y de Castillo del Hierro. La extracción de mineral férrico en el área de Constantina también es citada por López de Coca (1980, p. 83).
Si se considera que para poder trabajar todos estos metales se requieren, sin ningún género de dudas, altas temperaturas, lo mismo que para elaborar el cristal (citado en el §95) y para emplear la pez y el alquitrán (§96), necesarios para calafatear los barcos 4, fácilmente se comprenderá la inmensa trascendencia del carbón, a la que antes se hizo referencia.
Una mención singular merece el agua. El suministro a los habitantes de la ciudad de Sevilla de este bien económico, tan fundamental e imprescindible como los cereales para la vida humana, se realizaba transportándolo a lomo de caballerías (§35) mediante aguadores que iban vendiéndolo casa por casa. El agua se extraía del río Guadalquivir, pero, según la propuesta de Ibn Abdún, debía sacarse de una zona reservada en la que no llegaran las mareas y que se encontrara a salvo de ser enturbiada, ya fuera por las patas de las bestias al entrar en el río, o ya fuera por las mujeres al lavar su ropa en el mismo. A los aguadores, según la recomendación de Ibn Abdún (§67):
Se les deberá señalar un lugar del río, que les estará reservado y en el que harán un pontón de tablas, allá donde no llega la marea, y no dejará a nadie, ni barqueros ni otros, que comparta con ellos este lugar. El lugar de sacar el agua ha de estar, pues, perfectamente determinado en el límite del flujo y reflujo de la marea. A nadie se consentirá que se les adelante a ocuparlo, y si lo hiciere se le encarcelará o aplicará un castigo personal, a juicio del almotacén. Este magistrado les ordenará que no se saque agua de entre las patas de las bestias, donde hay fango y el río vaya turbio.
A continuación, en el epígrafe siguiente (§68) Ibn Abdún añade lo relativo a las lavanderas:
Deberá impedirse que las mujeres laven ropa cerca del sitio de sacar agua, pues no lavan más que sus inmundicias;5 más aún, se les ordenará que laven en un lugar escondido de la vista del público, prohibiendo a éste, así como a los barqueros, que se les adelanten a ocuparlo.
El traductor de este Tratado de Ibn Abdún, en la nota 15 a pie de la página 22 de la “Introducción”, apostilla lo siguiente:
Es sabido que la pendiente del Guadalquivir es tan insignificante que los efectos de la marea creciente se hacen sentir en Sevilla, que está a 87 kilómetros del Océano, e incluso más arriba. Con la marea pueden atracar a los muelles de la ciudad barcos con un calado de hasta siete metros. (Baedeker, Espagne et Portugal, Leipzig, 1920, p. 390).”
Observación que, desde luego, para los sevillanos es superflua, por ser de sobra conocida; aunque ahora el flujo y reflujo de las mareas ya no se deja sentir en el puerto de Sevilla, debido a la construcción de una esclusa al sur del puerto. En el texto de la “Introducción” (pp. 22 y 23) el traductor nos ilustra que, más tarde, los almohades asegurarían el abastecimiento de agua potable para la ciudad de Sevilla, construyendo a tal fin un gran depósito alimentado por un acueducto desde las proximidades de Alcalá de Guadaira.6
En lo concerniente a los aguadores, la mezquita mayor de Sevilla debía tener en plantilla, para la sala de abluciones, según comenta Ibn Abdún (§35), un aguador con su caballería, “para el transporte de agua, cuyos gastos se pagarán de los bienes de manos muertas de la mezquita. El agua debe ser traída a la mezquita entre la hora de la oración del mediodía y el fin de la oración del ‘asr”. Quizá convenga apostillar que, por lo que se aprecia, las abluciones en esta aljama debían ser bastante someras o no iba mucha gente a ella, porque con esos medios y ese horario no parece posible que se pudiera llevar mucho agua.
Además, ignorándose en aquel entonces que las corrientes fluviales son uno de los principales focos de transmisión de enfermedades, pese a su apariencia de limpidez, el agua del río tendría que emplearse, por razones sanitarias, para limpiar las hortalizas, en lugar de hacerlo en las albercas y estanques de los huertos. Tal es la sugerencia de Ibn Abdún (§107):
Las hortalizas, como lechugas, achicorias, zanahorias, etc., no deberán ser lavadas en las albercas ni en los estanques de los huertos, que no hay seguridad de que estén limpios, sino en el río, donde el agua es más clara y pura.

1 Y también más arriba en el parágrafo 2.4.3, página 105. Pero conviene tener en cuenta que en aquellos tiempos se utilizaba profusamente el carbón vegetal.

2 El uso de la miel implicaba la apicultura; y aunque Ibn Abdún no lo mencione, según Sánchez Martínez –1980 p. 315–, en Sevilla se cultivaba caña de azúcar, cultivo que merece la atención del sevillano Abú l-Jayr –en su Tratado de agricultura, p. 338–.

3 Respecto a estas materias primas, Lévi-Provençal (1957, p. 182) menciona que “el esparto, el palmito y el junco eran empleados en la fabricación de esteras, cestos y otros recipientes para materias secas”.

4 La del calafate es una de las profesiones consideradas más importantes por Ibn Abdún (§201).

5 Cabe interrogarse dónde lavaban las suyas los hombres (aunque, claro está, en aquella época los hombres no lavaban nada). Por otra parte, no debe suponerse que estas costumbres pasaron a la historia hace muchísimo tiempo. Yo he presenciado en Burgos, a finales de la década de los años 50 del siglo XX, a mujeres lavando en el río Arlanzón en pleno invierno, las pobres con las manos llenas de sabañones; y, a principios de la década de los 70 del mismo siglo, en Osuna a aguadores vendiendo por las casas el agua llevándola en carrillos de mano, aunque en bastantes casas ya había agua corriente suministrada por el servicio público (al parecer, era una reminiscencia de una costumbre inveterada, que pervivía en la creencia de que ese agua era mejor para beber que la del suministro público). Remontándonos nuevamente a los tiempos de Ibn Abdún, podemos suponer que para el abastecimiento de agua a la “populosa” ciudad de Sevilla por ese procedimiento se necesitaría una legión de aguadores, o interminables jornadas de trabajo.

6 Este acueducto, en realidad reparado por los almohades, es de origen romano y todavía se conservan un par de pequeños tramos, que pueden verse en la calle Luis Montoto de Sevilla. Pero por el caudal de agua que es capaz de aportar no parece que pudiera dar cumplida satisfacción a todos los habitantes de la “populosa” ciudad, por lo que la reparación más bien debió favorecer a la aristocracia.