ESTUDIO ECONÓMICO SOBRE EL TRATADO DE IBN ABDÚN

ESTUDIO ECONÓMICO SOBRE EL TRATADO DE IBN ABDÚN

Eduardo Escartín González (CV)
Universidad de Sevilla

El control de calidad

Este cometido de las funciones asignadas al Estado en los manuales de hisba está íntimamente relacionado con la evitación del fraude, ya que una de las formas fraudulentas de practicar el comercio es precisamente vender artículos de inferior calidad haciéndolos pasar por genuinos y cobrarlos al mismo precio que los de superior calidad. Ahora bien, lo tratado en el apartado anterior es considerado expresamente por Ibn Abdún como fraude o trapacería. Por tanto, aquí se mencionarán aquellas situaciones en las que se aprecia una falta de calidad en los productos y que Ibn Abdún propone que sean vigiladas y corregidas.
Un capítulo de suma importancia es el concerniente a las viviendas y a todos los materiales necesarios para su construcción, que deben estar sometidos a un riguroso examen de control de calidad. Pero no sólo los materiales, sino la solidez de los muros y la luz de los vanos que deben salvarse con las vigas maestras, de modo que ningún muro que deba soportar peso tenga un ancho menor de dos palmos y medio 1, según los consejos dados por Ibn Abdún (§71). Los ladrillos, las tejas, las vigas, los tirantes y las tablas de la solería se tendrán que ajustar, en su tamaño, ancho y grueso, a los patrones oficiales que se conservarán en la mezquita mayor, además de estar en poder de los maestros de obras (§72). Además, “tejas y ladrillos deberán estar bien cocidos, y los ladrillos crudos no se emplearán hasta que, una vez secos al sol, tomen un color blancuzco” (§73). La fabricación de ladrillos, tejas y adobes deberá hacerse, según el largo, ancho y grueso determinados en los patrones, con moldes nuevos y amplios, desechándose los viejos que hayan perdido espesor (§74). Los aserradores debían ajustarse estrictamente a las dimensiones que se les diere para serrar las tablas, incluso las de chilla, que también tenían que ser serradas anchas (§75). Los clavos “habrán de ser sólidos, de forma regular y de cabeza gorda”; los clavos estañados, los herrajes de las alacenas y sus cerraduras también habían de ser sólidos y fuertes; de igual modo tenían que tener gran resistencia los aros de hierro empleados para circundar los bordes de los cubos, así como sus asas, porque si no se rompían muy pronto, y, en general, todos los agarraderos de cualquier recipiente habían de ser fuertes, “porque es la parte que más se usa” (§81). Sobre esto insiste Ibn Abdún en el §217, recomendando que fueran sólidas las maderas empleadas en la fabricación de baldes y alacenas, y resistentes las cerraduras y aros de hierro. Las escaleras de mano tenían que hacerse con los largueros y los travesaños de madera fuerte y bien clavados, para que no se originaran accidentes (§83).
Es muy importante para Ibn Abdún que los forjadores hicieran las herraduras con la parte externa muy sólida y lo mismo debía ocurrir con la manufactura de sus clavos, “pues sus cabezas son las que sujetan el hierro a la pezuña” (§82). Además, en este mismo epígrafe, recomienda que estén bien forjados y sean muy cortantes los pujavantes utilizados por los herradores para arreglar los uñas de las caballerías, porque de no ser así, con la fuerza de los golpes, se partirían o estropearían los cascos.
Los carboneros deberían usar horcas en lugar de rastrillos para que el carbón no cogiera tierra y polvo (§90). La lana debía sacudirse con fuerza para que la cal se desprendiera de ella (§161). No se debería usar la palomina para aprestar las pieles viejas (§162).
En Sevilla se vendía un requesón, elaborado en las Marismas al sur de la ciudad, de tan poca calidad que “si las gentes lo viesen hacer nadie lo comería” (§118). Para impedir que se estropeara el pescado, ya fuera fresco o salado, no debía lavarse con agua, ni macerarse en agua las salazones de pescado (§121). Además, el pescado sobrante y ya corrompido no debía venderse (§123), ni tampoco los alimentos sobrantes de los comedores y freidurías (§125).
Las tomizas se elaboraban cortas e Ibn Abdún pretende normalizar su longitud, para que no fuera “inferior a una braza y un palmo”; y si se encontraran tomizas más cortas debían devolverse al fabricante para que las alargara (§76). Los tejidos crudos se blanqueaban a mazazos, con lo que la tela se deterioraba (§156).
Las escobas de palmito habrían de fabricarse más espesas, ya que en el caso contrario se estropeaban pronto (§103). El papel debía elaborarse con moldes más amplios y satinándolo mejor (§149). En la fabricación del fieltro se empleaba tan poca lana que no cogía cuerpo ninguno y, por lo tanto, para nada servía (§161). En la fabricación de pergaminos tenían que usarse pieles de cordero flaco y bien raspadas (§219). El metal acerado era el apropiado para fabricar tijeras, navajas, azuelas y otros instrumentos análogos (§220). Las sayas debían hacerse cumplidas y con fuelles, para que “las mujeres no necesitasen liarse trapos en las piernas” (§226). Las suelas de los zapatos debían coserse con correhuelas y no con hilo que se destrozaba enseguida (§227).
El afán de escatimar esfuerzo y materiales por parte de los productores llegaba hasta los sepultureros, que hacían estrechas y cortas las tumbas, de modo que no cabían en ellas los muertos. Esto fue presenciado por Ibn Abdún que nos lo cuenta así (§149):
Debe aumentarse un poco el largo y el ancho de los huecos [de fábrica] de los sepulcros, porque yo he visto que a un cadáver hubo que sacarlo tres veces de la tumba para arreglar el hueco convenientemente, y que otro cadáver hobo de ser metido a fuerza de apretar.

1 Es decir, del orden de 50 cm o algo más. Grosores de muro de estas dimensiones todavía pueden verse en las casas antiguas de la provincia de Sevilla y posiblemente de toda España.