ESTUDIO ECONÓMICO SOBRE EL TRATADO DE IBN ABDÚN

ESTUDIO ECONÓMICO SOBRE EL TRATADO DE IBN ABDÚN

Eduardo Escartín González (CV)
Universidad de Sevilla

El comercio del vino

Ningún historiador que se haya dedicado al mundo islámico antiguo ha dejado de destacar el esplendor de la cultura árabe, y en particular el alcanzado en al-Andalus. La primera causa de ello, dejando aparte el botín en los momentos iniciales de las conquistas, que no fue desdeñable pero se agotó pronto esta fuente de ingresos, fue la riqueza que se pudo obtener gracias al desarrollo de la producción, tanto en la agricultura como en los oficios y en las artes, y, sobre todo, del comercio. Este último a impulsos de una demanda creciente fomentada por el desarrollo urbano y por el poder adquisitivo de una población en aumento y de unas élites cada vez más ricas y refinadas, que no se contentaba con los productos nacionales sino que también exigía los de otros países. Pero en ningún momento aparece el vino, entre las menciones referentes a los artículos objeto del tráfico mercantil de larga distancia.
En lo concerniente al comercio internacional de vino desde al-Andalus, la profesora Constable (1994, p. 219) comenta: “Debido a las restricciones islámicas sobre el alcohol, no es sorprendente la escasez de referencias a la exportación y al consumo abierto de vinos andalusíes, aunque su existencia no deja de ser evidente”. Esta idea está apoyada en lo que anteriormente dice esta profesora (ib., p. 191 y 192) respecto a un cadí de Algeciras, Abu al-Hasan al-Jaziri, en su Maqsud al-mahmud fi talkhis al-‘uqud, (manuscrito inédito que se encuentra en el Instituto Miguel Asín del CSIC, Madrid, ms. 5, fol. 55v.), quien citaba un inventario confeccionado por el ulema Ibn Habib en el siglo IX sobre los alimentos que podían ser transportados en barco alquilado. En ese inventario aparece el vinagre y otros productos que soportan el paso del tiempo, pero en él no figuran ni alimentos perecederos ni el vino, que sí aguanta el tiempo del transporte. Pero como opina esta profesora (ib., p. XXIII del “Prólogo”), aunque se refiera al comercio en general y no al caso concreto del vino, “La ausencia de evidencias no implica necesariamente que algo no existió”. Y claro está, en lo referente al comercio internacional del vino se encuentra con un tremendo hermetismo en las numerosas fuentes por ella consultadas. Es desalentador que en todo su libro sólo haga 5 ó 6 alusiones al vino antes del siglo XIII, algunas tan generales como la observación, citada por Constable (1994, p. 217), del geógrafo de siglo X Ibn Hawqal, en su Kitab surta al-ard, sobre Sevilla, que era una ciudad «con muchos productos, especialmente sus frutos, vinos e higos». Además las referencias que constata son indirectas y en ningún caso se encuentra con un documento en el que figure un cargamento de vino que se traslada de un país a otro. Las citas a destacar, por las cuales puede deducirse el tráfico internacional del vino, son las siguientes:
Durante el siglo XI, el poeta y estadista judío, Samuel b. Maghrīla escribió para ensalzar el vino: «de apariencia rojo, de sabor dulce, la cosecha de España es renombrada en el este». Esta afirmación indica que, incluso durante esta época, los vinos de Málaga, Jerez y otras regiones andalusíes ya eran enormemente apreciados, al menos por los no musulmanes. (Constable, ib., p. 219).
Si el vino era un artículo objeto de un comercio internacional, es fácil que los marineros y todos los que se encontraban a bordo fuesen propensos a beber alcohol. En varias obras del poeta almeriense Ibn Safar1 , contemporáneo de Ibn ‘Abdūn, se mencionan las fabulosas fiestas, con alcohol, que tenían lugar a bordo.” (Constable, ib., p. 219)
Medina Molera (1980, p. 329 y 330), al comentar las amplísimas relaciones internacionales y comerciales de al-Andalus durante el emirato y el califato de Córdoba, menciona sin documentar que, entre otros numerosos productos, los andaluces exportaban “vinos”. En cambio, Sánchez Mármol (1981, p 485), refiriéndose al comercio exterior del emirato nasrí, atribuye a Al-Maqqari la noticia de la salida desde Málaga de vino, pese a la prohibición.
En la nota 232 de la página 452 se comentaba que algunos historiadores consideran confirmada la exportación del vino de Jerez durante el periodo musulmán al mercado inglés. Pese a que esta opinión no está documentada, se debe suponer, en contra del parecer de González Gordon, que tal noticia podría ser cierta, porque en caso contrario no había explicación para que un pequeño pueblo agrícola, poco menos que perdido en la geografía peninsular y sin ninguna otra notoriedad que la calidad de sus caldos, pudiera ser conocido por su nombre árabe, Sherish, en países lejanos, como los de las Islas Británicas donde estaba dicha denominación perfectamente consolidada en el idioma inglés, bajo la fonética Sherris, si no fuera por lo único que distinguía a dicho pueblo y que apreciaban los nórdicos: su excelente vino.
El vino sin una adecuada comercialización apenas tiene utilidad y se produciría en muy poca cantidad, porque la mayor parte de él se consume en las ciudades, adonde hay que transportarlo una vez elaborado, o bien llevar allí las uvas para obtenerlo. En las urbes suelen estar las personas de gusto exquisito que desean beber vinos de gran calidad, a veces procedentes de zonas muy distantes. Pero este asunto tan importante para dar salida a su producción que, por lo que se ha tratado anteriormente, debía ser en cantidades nada desdeñables en al-Andalus, es el gran ignorado. Perece como si hubiera un pacto de silencio en lo relativo al comercio del vino dentro de las áreas islamizadas, de forma que es difícil encontrar en las fuentes algo útil para conocer cómo se distribuía y se canalizaba el vino hasta llegar al consumidor. Sabemos que consumidores había, en gran número y de todas las condiciones sociales. Por lo tanto, la demanda, diversificada en diferentes calidades, estaba garantizada. El problema consiste en averiguar cómo y por qué rutas llegaba el vino a las gentes de unas u otras ciudades, incluidas las del extranjero. Pero esto no preocupaba a los historiadores y geógrafos musulmanes que veían una contradicción entre las prescripciones religiosas y el consumo generalizado del vino. Por este motivo soslayan el tema y no lo mencionan, pues, en realidad, es un asunto tabú: ¿cómo se va a tratar el comercio del vino si está prohibido consumirlo? Las vides dan frutas, uvas para comer frescas o desecadas, y nada más. Con esta idea in mente, describen las viñas y alaban las buenas uvas y las pasas tal como lo hacen con las demás frutas. En cambio, sobre los procesos de vinificación el silencio es total. Por lo que a esto se refiere, Lévi-Provençal (1957, p. 160) dice:
En todas partes se hacía vino, aunque no fuese nunca abiertamente o se encargase este cuidado a un bodeguero mozárabe; pero no tenemos ninguna noticia sobre los procedimientos de vinificación.
A lo cual, podríamos añadir que sobre los procedimientos de comercialización del vino tampoco hay noticias, salvo algunas de forma indirecta.
A los argumentos anteriores habría que añadir que también es posible que la ausencia de referencias comerciales sobre el vino, en lo que respecte al tráfico internacional del mismo, sea debida a que en efecto no fuera un producto que mereciera la pena ser comercializado fuera del ámbito local, ya que, según dice Claude Cahen (1970, pp 31 a 36), en su breve artículo «Unas palabras sobre el declive comercial del mundo musulmán a fines de la Edad Media», para los musulmanes las mercancías objeto del tráfico mercantil de larga distancia fueron las que se prestaban a la especulación; es decir, las que se podían comprar a bajo precio en algún sitio y venderse en otras partes con un alto margen de beneficios. Claude Cahen añade que en el mundo islámico jamás se incentivó la producción interior de algún artículo y el fomento de su exportación con vistas a mantener o aumentar el empleo, ni siquiera para asegurar un saldo positivo de la balanza comercial. Según esta explicación, el vino, por la prohibición coránica, no se prestaría a proporcionar un alto margen de ganancia. Sin embargo, esta explicación ignora la posibilidad del comercio del vino para el consumo de no musulmanes extranjeros.
En general, los historiadores, especialmente los antiguos, y este calificativo también debe aplicarse a muchos que escribieron en el siglo XX, son como los abuelos: cuentan historietas y batallitas. Una buena prueba de ello la hemos ofrecido en estas páginas, en las que se han transcrito unas cuantas. No es que no tengan interés, sino que llega un momento en que resultan insulsas. Cuando uno se cansa de comprobar lo bien que vivían los reyes y los aristócratas y la cantidad de pobres desgraciados que morían no sólo por causa de las aspiraciones de sus jerarcas, sino de sus cambios de humor, se echa de menos el conocer cómo vivía el común de las gentes, cómo se ganaban la vida día a día, en qué trabajaban y qué dificultades tenían que superar para comer y dar de comer a los demás. De todo esto las crónicas apenas nos cuentan algo y en los libros de historia el problema del comercio y otras cuestiones económicas queda resuelto en cuatro o cinco páginas (o líneas, en algunos). Los textos árabes que nos refieren algo sobre la vida cotidiana son los tratados de hisba, como el de Ibn Abdún que aquí se estudia, aunque su finalidad principal sea proponer reformas en las relaciones sociales de tipo comercial.
Como muestra del parco tratamiento que en bastantes libros de historia se hace de las cuestiones económicas, a continuación se transcribe lo poco que sobre este asunto dicen Fernando García de Cortázar y José Manuel González Vega, en su Breve historia de España (Círculo de Lectores S.A., Barcelona, 1995, pp 141 a 143):
La incorporación de la península al Imperio musulmán le permite recobrar la vocación mediterránea que los godos habían distraído y volver a las antiguas rutas de comercio: las ciudades y los negocios despiertan con el ímpetu del Islam. Los mercaderes enfilan hacia Francia y viajan por el Mediterráneo cargados de joyas, textiles y cerámicas que una industria renovada no para de fabricar. La experiencia administrativa árabe en Oriente Medio resuelve ahora muchas de las dificultades que habían agobiado a las ciudades hispanas desde el declive de Roma. Abriendo mercados y redes comerciales o instaurando gremios de artesanos, el gobierno y los municipios abanderan el progreso económico y el renacimiento urbano.
El zoco, junto a la mezquita, llena de algarabía el corazón de las ciudades árabes, por más que, hacia el norte del país, éstas se revistan de un aire militar, rural o burocrático. Córdoba (100.000 habitantes), Sevilla, Algeciras, Málaga (20.000), Almería (27.000), Granada (26.000), Valencia, Mérida, Toledo (37.000), Zaragoza (17.000)... componen la nómina de las ciudades más ricas. Todas han sido elegidas por los artesanos, tenderos y labradores potentados como lugar de residencia, dado el gusto andalusí por los aires urbanos, en contraste con sus homólogos cristianos, amigos del terruño y la aldea.
No puede explicarse, sin embargo, este florecer ciudadano sin la prosperidad de la agricultura o la cabaña y la puesta a punto de un complejo sistema de abastecimiento que apuntalan la demanda de las poblaciones, cada día más densas y exigentes. De Roma había heredado el campesino hispano los elementos primordiales de explotación del campo, pero las técnicas árabes mejorarían notablemente su productividad. Las innovaciones en el regadío andaluz y levantino repercutieron en el aumento y la calidad de las cosechas y en la recuperación de algunos suelos despreciados hasta entonces. [...]
Entre las producciones de mayor calado de la agricultura peninsular habrían de contarse los granados, el arroz, la caña de azúcar, el algodón y los naranjos [...]
El cultivo del secano con sus alternancias anuales de siembra y barbecho difiere poco del romano, practicado en el norte y el resto de Europa. Las llanuras del Guadalquivir se transforman en grandes arrozales, aunque son insuficientes para compensar el déficit crónico de cereales, que obliga a comprarlos en los mercados norteafricanos. Por toda Andalucía alarga sus raíces el olivo, acompañado de plantas textiles y colorantes: algodón (Sevilla, Guadix), lino (Granada), esparto (Murcia), morera (Baza, Jaén, Las Alpujarras). La ganadería prospera al recibir sangre africana en un continuo trajín de razas y especialidades que mejoran las cabañas equina y ovina. A pesar de estos avances, el campesinado andaluz debe su alivio, sobre todo, a los nuevos contratos de aparcería, que reparten las cosechas entre propietarios y labriegos, a diferencia del norte cristiano, con mayor servidumbre de los trabajadores del campo.
La explotación minera también continúa y enriquece la tradición romana, obteniéndose pequeñas cantidades de oro (arenas del Tajo, Darro) y más abundantes de plata (Murcia, Alhama, Hornachuelos) y hierro (Córdoba, Sevilla). El mercurio sigue siendo de Almadén y el cobre tiene yacimientos en Toledo, Granada y Riotinto. Con estos metales pudieron desarrollarse industrias de orfebrería y metalurgia, cuyos centros más dinámicos se apiñaban en torno a los talleres fundados por Abd Al-Rahmān III en Medina Al-Zahra.
Otras producciones notables, aparte de las manufacturas alimenticias, fueron el vidrio, la alfarería, el cuero, la marquetería, las sedas, pieles y marfiles..., todas ellas bajo el palio del proteccionismo califal. También se beneficiaron en su periplo exportador de las mejoras de las calzadas romanas y de la construcción de ramales, que enlazaban Córdoba con las demás ciudades del reino. Merced a estas comunicaciones, Al-Andalus pudo abastecerse de las mercaderías que llegaban de Europa, en especial esclavos, que, vía Barcelona, procedían del comercio judío del eje Danubio-Rhin, y madera para los astilleros almerienses y tortosinos. En Oriente, Córdoba compraba libros, orfebrería, materiales de construcción... Pero los mejores intercambios los hizo en el norte de África colocando sus excesos de aceite y acopiando cereales mientras descargaban las caravanas el oro del Sudán.
Esto es todo lo relativo a la economía y el comercio de al-Andalus durante unos cuantos siglos. Estamos de acuerdo en que se trata de una breve historia, pero en las historias más amplias lo dicho en ellas sobre el asunto económico no es mucho más. A lo sumo se detalla algo en cosas concretas, pero no aparecen muchos datos nuevos. Por supuesto, el vino ni se menciona y eso que es una fuente de riqueza por ser apreciado en multitud de países europeos. De éstos se importaban esclavos, principalmente de la raza eslava, de forma que, en la opinión de Peter Spufford (1988, p. 74), esta palabra pasó a sustituir a la de servus, designándose a éstos a partir de entonces con la voz sclavus. Titus Burckhardt (1970, p. 40) también menciona que la propia palabra indica que provenían de los países eslavos2 . Sobre este comercio de esclavos es interesante conocer lo que dice Dozy (1861, Tomo III, p. 61), ya que indirectamente se obtiene información sobre el comercio de los musulmanes españoles con los bizantinos y con los italianos, que dominaban las rutas marítimas del norte del Mediterráneo:
Al principio, el nombre de eslavos se aplicaba a los prisioneros que los pueblos germánicos hacían en sus guerras, contra las naciones así llamadas, que vendían a los sarracenos españoles (Maccari, t. I, p. 92); pero con el transcurso del tiempo, cuando se comenzaron a comprender bajo el nombre de eslavos una multitud de pueblos que pertenecían a otras razas, se dio este nombre a todos los extranjeros que servían en el harén o en el ejército, cualquiera que fuese su origen. Según el preciso testimonio de un viajero árabe del siglo X, los eslavos que tenía a su servicio el califa español eran gallegos, francos (franceses y alemanes), lombardos, calabreses y procedentes de la costa septentrional del Mar Negro (Ibn Hocal, man. De Leyden, p. 39). Algunos habían sido hechos prisioneros por los piratas andaluces, otros habían sido comprados en los pueblos de Italia, porque los judíos, especulando con la miseria de los pueblos, compraban niños de uno y otro sexo y los llevaban a los puertos de mar, donde naves griegas y venecianas iban a buscarlos, para llevárselos a los sarracenos. Otros, esto es, los eunucos destinados al servicio del harén, llegaban de Francia, donde había grandes manufacturas de eunucos, dirigidas por judíos. Era muy famosa la de Verdún (Luipandro: Antapodosis, 1.VI, c. 6) y había otras en el Mediodía (Ibn Hocal, p. 39; Maccari, t. I, p. 92).
Como se acaba de ver, los musulmanes de la Península Ibérica compraban allende los Pirineos esclavos que, al parecer, pagarían en oro. Podrían haberlos pagado con productos manufacturados o agrícolas. Al-Zuhrī (El mundo en el siglo XII, p. 156) dice que del Aljarafe se exportaba aceite a los reinos cristianos, y en la versión medieval manuscrita en castellano (ib., p. 248) se habla de la exportación de este aceite a “tierra de Roma”. El envasado del aceite y del vino es similar, lo mismo que los problemas de su manipulación y transporte, por lo que también pudiera haber ocurrido que entre las especies aptas para el pago de las importaciones estuviera el vino, que, de todas formas, para los cristianos europeos se traía del Mediterráneo Oriental (Grecia, Chipre) por vía marítima hasta los puertos de la costa mediterránea francesa, donde se reexpedía, por rutas fluviales y terrestres, a la Europa del centro y del norte. Si verdaderamente los esclavos eran pagados en metálico, con oro y plata, era porque se disponía de este medio de cambio. Sin embargo, la producción de oro en al-Andalus3 no era suficiente para atender todas las necesidades, tanto de la circulación monetaria como de la orfebrería, y, por eso tenía que importarse, principalmente del Sudán occidental, del que también se obtenían esclavos negros, según Julio Valdeón Baruque (2001, pp. 64 y 65). Este autor nos informa, además, que la Córdoba califal importaba del próximo Oriente especias y productos de lujo; de la Europa cristiana pieles, metales y esclavos. Mientras que exportaba productos agrarios: aceite, azúcar, higos y uvas; minerales: cobre, estaño, y mercurio; y manufacturas, principalmente tejidos de seda. También nos dice que en el año 942 llegaron a Córdoba comerciantes italianos de Amalfi. Asimismo hay constancia de la llegada de otros italianos a las costas andaluzas, por ejemplo los genoveses que atracaron en Málaga en el siglo XI, según refiere Rachel Arié (1982, p. 252). Este comercio de los esclavos negros y del oro sudanés realizado en el norte de África debía pagarse con toda seguridad en especie, puesto que no tiene sentido pagar el oro con oro, ni los esclavos con oro en un país donde éste abunda, y el pago, así, debía ser fundamentalmente con aceite de oliva4 y con otros productos. Gracias a la navegabilidad del Guadalquivir hasta Sevilla con navíos de bastante calado, “los comerciantes sevillanos se enriquecieron, principalmente a través de la exportación del aceite de oliva que se producía en la zona” (M’hammad Benaboud, 1992, p. 82). Esta zona sevillana a la que se hace alusión en este pasaje es el Aljarafe, cuyos “productos cubren las regiones de la tierra y el aceite que se prensa en sus olivares es exportado hasta la propia Alejandría” (Sánchez-Albornoz, 1946, Tomo II, p. 301).
Pese a las continuas hostilidades e incursiones guerreras en territorio enemigo en búsqueda de botín por ambas partes, el Califato de Córdoba y los reinos cristianos del norte de la Península Ibérica no tenían reparos en comerciar entre sí. Al parecer, con cierta regularidad las caravanas de los mercaderes se desplazaban de sur a norte y viceversa. De este comercio Lévi-Provençal (1957, p. 183) dice:
Por su parte, los reinos cristianos del norte de la Península, sobre todo León, aseguraban ya a las industrias de lujo de la España califal mercados importantes, así como a ciertos artículos orientales que, pasando por la capital andaluza, eran revendidos al otro lado de las Marcas por corredores judíos o mozárabes. Muchos documentos nos ofrecen la prueba de la indiscutible influencia que Córdoba tenía en esta época sobre el vestido y el mobiliario de la aristocracia de la España cristiana, y esta influencia no se tradujo sólo en la progresiva adopción del fausto de la lujosa vida de la jassa andaluza por los magnates de la corte leonesa, sino que determinó asimismo multitud de préstamos léxicos al árabe, que proclaman con elocuencia el prestigio de que entonces gozaban los refinados productos de los maestros cordobeses o bagdadíes. Es significativo, por ejemplo, ver figurar en esos documentos la mención de objetos calificados de «iraquíes» o «basríes», y muchos nombres árabes, deformados apenas, de telas lujosas, brocados, tejidos bordados y tapicerías, como el dibach y otros productos de las manufacturas andaluzas de tiraz.
Manuel Riu Riu (1989, p. 251) menciona que la seda fabricada en al-Andalus se exportaba a toda la cuenca del Mediterráneo; y, con más detalle Lévi-Provençal (ib., p. 183, nota 201) dice:
La exportación de telas de seda de los talleres andaluces de tiraz a Egipto, e incluso al Jurasán, está ya atestiguada por Ibn Hawqal, Surat al-ard, ed. KRAMERS, I, pág. 110. [...]. Especialmente, cita los tapices de fieltro (labd), que podían llegar a valer de 50 a 60 dinares; los tejidos de seda cruda (jazz), de diferentes clases, entre ellas una encerada (mushamma) que se utilizaba para hacer capas impermeables; las telas de lino, sobre todo las fabricadas en Pechina, que se exportaban a Egipto, a la Meca y al Yemen.
Además de lo ya mencionado, se enviaban a los reinos cristianos del norte peninsular pieles de comadreja y de petigrís, que eran muy estimadas en León (Lévi-Provençal, 1957, pp. 184-185); pellizas forradas (mubattana); pañuelos de seda (Rachel Arié, 1982, pp., 254 y 255); estribos, sillas de montar repujadas y otros aparejos de montar (M’hammad ben Aboud, 1992, p. 79).
Lo raro es que no se exportara también ese exquisito vino oloroso y dorado que tanto alaban los poetas, como, por ejemplo, en la poesía de Ibn Zaydun que se expuso más arriba, en la página 423.
Es indudable que el vino producido en al-Andalus era comercializado en el mercado nacional. Desde luego, el síntoma más evidente de ello es que la gente lo bebía. También es un indicio el que el Estado aceptara el vino (o mosto) como pago en especie, ya que, luego no tendría dificultad en encontrar una salida para ese vino. Con el tiempo, y el desarrollo de una economía monetaria, el cobro de los impuestos pagaderos en especie se prefirió que fuera satisfecho en dinero (Rachel Arié, 1982, p. 75), debido a los grandes gastos de almacenaje que suponía el guardar los cereales, el aceite, el vino, los ganados y el resto de los productos. No obstante, la recaudación en especie debió proporcionar al Estado un poder dominante en el mercado de los productos básicos, como en el caso del vino, pues, se recordará por haber sido ya mencionado, supra página 434, que el mercado del vino de Secunda, a las puertas de Córdoba, perteneciente al Estado estaba arrendado.
La cuestión estriba en si el vino andalusí se exportaba o no. Varios siglos antes, los caldos béticos ya eran apreciados en Roma por su alta calidad, lo cual está atestiguado por Columela al referirse en su libro De re rustica (Lib. I, Prefacio) a la importación por parte de Roma de vinos procedentes de la Bética y por Estrabón al comentar en su Geografía las grandes cantidades de vino y de grano que se exportaban desde la Turdetania, al noroeste de Cádiz (Unwin, obra citada, p. 162). También hay constancia de este comercio por el hallazgo de ánforas de vino del siglo I cerca del puerto de Ostia procedentes de las provincias romanas Tarraconense y Bética (Unwin, ib., p. 175) y cerca del Tiber en el monte Testaccio a las afueras de Roma (ib., p. 184). Siglos después, tras la caída del Imperio romano de Occidente, el comercio de larga distancia del vino decayó hasta prácticamente anularse, pese a que los conquistadores de las tribus bárbaras, como “los visigodos, suevos, vándalos y burgundios que se asentaron en la Galia y en Hispania a principios del siglo V continuaran cultivando la vid” –Unwin, ib., p. 201–, porque, al fragmentarse la unidad del Imperio en múltiples nacionalidades y convertirse el sistema económico en local, autárquico y de mera subsistencia, se redujo considerablemente el poder adquisitivo en cada respectivo reino y, sobre todo, porque mermó la población urbana que era la principal demandante de vino. Para el periodo del siglo siguiente, por lo que a esto respecta, Unwin (ib., p. 202), basándose en An Historical Geography of Europe 450 B.C. –A.D. 1330, Cambridge University Press,1973, de Pounds, N. J. G., dice:
El brote de peste bubónica y las epidemias, como la viruela y posiblemente la difteria y el cólera, que asolaron Europa durante el siglo VI tras la denominada peste de Justiniano en el año 540 d.C., redujeron aún más la tasa demográfica e hicieron disminuir la demanda general de vino. Dadas las circunstancias, las pautas y producción y consumo del vino adquirieron un carácter mucho más local y se orientaron principalmente hacia una economía de subsistencia.
Pero en los países nórdicos, Inglaterra inclusive, donde las tierras no tienen condiciones naturales para un adecuado cultivo de la vid, sus habitantes también apreciaban el vino y tenían que importarlo. Este vino, en gran parte dulce hecho con uva moscatel, procedía del Imperio romano de Oriente, de Grecia, Turquía y Palestina. Sobre este comercio, Unwin (ib., pp. 206 y 207) dice:
Buena parte de este vino era dulce y estaba elaborado a base de uva moscatel, cuyas bayas solían secarse para aumentar el contenido de azúcar; ya en el periodo medieval, cuando este vino comenzó a exportarse en grandes cantidades a la Europa septentrional, a menudo viajaba bajo el nombre de «Romanía», denominación genérica que aludía a su origen en el Imperio romano de Oriente.
Durante los siglos V y VI adquirieron gran renombre los vinos de Gaza, en la provincia palestina de Negev (Mayerson, P. «The wine and vineyards of Gaza in the Byzantine period», Bulletin, American Schools of Oriental Research, 1985); Gregorio de Tours (Historia de los francos, VII.29) observa que eran más fuertes que los vinos de la Galia (Gregorio de Tours, traducción inglesa por O. M. Dalton, Oxford, 1927: 306). La plantación de viñedos en esta región parece haber guardado una estrecha relación con el auge del monasticismo durante el siglo IV y con las actividades de san Hilario, fundador de la vida monástica. Si damos por cierta la vida de san Hilario escrita por Jerónimo (Vita Hilarionis), parece que el cultivo de la vid y la producción de vino constituían dos de las principales actividades de los monjes en el monasterio fundado por el santo. La expansión de estos viñedos, evidenciada también por el descubrimiento de restos de numerosas prensas vinícolas en los alrededores de Gaza y de Elusa, se intensificó a raíz de los peregrinajes a Tierra Santa emprendidos por gentes de Francia, Italia y España durante los siglos V y VI. Mayerson (1985) apunta que Gaza, situada en el extremo más meridional de Palestina, se convirtió en una de las paradas preferidas por los peregrinos, quienes después de haber probado el vino llevaron consigo una pequeña cantidad al Mediterráneo occidental. Cuando empezó a aumentar la demanda de vinos de Gaza las mismas rutas fueron abastecidas por los comerciantes. Pero el periodo de prosperidad fue breve, puesto que las conquistas musulmanas de siglo VII y la imposición del dominio islámico ocasionaron una drástica reducción de la producción vinícola en el Mediterráneo oriental.
Las conquistas árabes en el Próximo Oriente y en el norte de África cerraron una buena parte de las fuentes de aprovisionamiento y de las vías del tráfico comercial por el sur del Mediterráneo para los países europeos. Los navegantes italianos fueron haciéndose con las rutas navales del norte de este mar tan nuestro y el comercio con Bizancio, de donde siguió importándose artículos de lujo y el vino dulce griego (Unwin, ib., p. 245):
Como la ruta marítima hacia el norte de Europa a través del estrecho de Gibraltar entrañaba peligros insalvables, al estar la Península Ibérica y el norte de Africa bajo el dominio musulmán y sus mares sometidos al acoso de los piratas sarracenos, la distribución de los productos orientales a la Europa septentrional acababa realizándose por vía terrestre y fluvial, resultando así muy cara (Unwin, ib., pp. 250 y 251). Por este motivo, las mayores cantidades de vino que llegaban a los países nórdicos, aprovechando la baratura del transporte naval, procedían de la costa atlántica francesa y de la España cristiana que exportaba sus vinos desde la cornisa cantábrica (Unwin, ib., p. 248) 5.
A partir de mediados del siglo XII Inglaterra traía el vino de sus posesiones en Aquitania, siendo los principales puertos exportadores Burdeos y La Rochelle, desde donde también se exportaba el vino a Flandes, Escocia, Irlanda, Alemania, Dinamarca y Noruega (Unwin, ib., pp. 248 y 249). Más tarde, en el siglo XIV, una vez expulsados los musulmanes de la parte sudoccidental de la Península Ibérica y tras la expansión hacia el oeste del Imperio otomano, los vinos dulces de alta graduación del Mediterráneo oriental con destino al norte de Europa fueron sustituidos por los procedentes de la Castilla andaluza, que producía vinos similares, de forma que a finales de ese siglo “los vinos españoles eran muy populares en Inglaterra” (según la información de Childs, obra citada en la nota 233, que nos transmite Unwin, ib., p. 251).
La cuestión estriba en saber a ciencia cierta si antes de la conquista por los castellanos de tierras gaditanas, Jerez, El puerto de Santa María y Sanlúcar de Barrameda, ya se exportaba el vino de esta comarca a Inglaterra, como algunos historiadores se inclinan a creer, según el testimonio recogido por González Gordon y referido en la nota 232 de la página 452 y luego comentado en la página 465.
El espíritu comercial de los musulmanes españoles queda evidenciado por la potente flota mercante y de guerra que poseían, cuando en aquellas épocas incluso los buques de guerra podían dedicarse al comercio. El poderío naval de al-Andalus se inició a raíz de las invasiones normandas que asolaron diversas zonas del dilatado litoral peninsular bajo el dominio islámico. La primera incursión normanda tuvo lugar en el año 844. Los normandos (mayūs), después de devastar las costas de Galicia y la desembocadura del Tajo, llegaron a Cádiz y remontaron luego el Guadalquivir saqueando y destruyendo todo cuanto encontraban a su paso. La ciudad de Sevilla no se libró de la feroz depredación de los normandos; pero el ejército de ‘Abd al-Rahmān II consiguió derrotar a los mayūs. A finales de ese año, el emir de Córdoba mandó instalar una atarazana en Sevilla donde se construyeran barcos para la defensa de las costas del emirato (Bosch Vilá, 1984, pp. 44 a 50). Aproximadamente un siglo después, ‘Abd al-Rahmān III volvió a dar un gran impulso a la marina de guerra para hacer frente al peligro fatimí que se extendía por el norte de África y amenazaba los dominios califales en el norte de África (Melilla o Ceuta) y en la península, como, por ejemplo, cuando la escuadra fatimí asoló las costas almerienses en el año 955 (Lévi-Provençal,, 1957, p. 61). Además de las atarazanas de Pechina (Almería) y Sevilla, había astilleros en las ciudades de Alcacer do Sal, Silves, Algeciras, Málaga, Alicante, Denia y Tortosa. Lévi-Provençal (1957, p. 63) hace la siguiente observación:
Todas estas atarazanas, que también trabajaban para la marina mercante, [...], habían de continuar en actividad durante el siglo XI, permitiendo a principados tan minúsculos como los de Almería y Denia sacar lo esencial de sus ingresos de la actividad marítima, tanto en el comercio como en la piratería.
Abderramán II, tras la derrota que infligió a los vikingos, envió una embajada al rey de los mayūs. El embajador andalusí fue el historiador y poeta Al-Gazal, pero el relato procede del libro Matrib de Ben Dihya y en la versión de Sánchez-Albornoz (1946, pp., 187 a 191) es como sigue:
«Cuando el embajador del rey de los Magos6 (normandos) llegó cerca del sultán Abd al-Rahmān (II) para pedirle la paz, después de haber salido aquellos de Sevilla, de haber atacado sus alrededores y de haber sido dispersados por las tropas de Abd al-Rahmān, y cuando ya había sido muerto el jefe de su flota, Abd al-Rahmān resolvió contestarles que accedía a su petición. Mandó pues, a Al-Gazal que fuese en embajada con el emisario del rey de aquéllos, en atención a que Al-Gazal estaba dotado de un ingenio sutil y ligero, poseía habilidad para la réplica clara y contundente, había demostrado sobrado valor y audacia, y sabía entrar y salir por todas las puertas (traducción literal). Acompañado, pues, de Yahya ben Habib se trasladó a Silves, donde se les había preparado una embarcación provista de todo lo necesario. Eran portadores de una respuesta a la petición del rey de los Magos y de un regalo para corresponder al que había recibido el sultán español. El embajador del rey normando entró en otra embarcación, aquella en que había venido, y las dos embarcaciones zarparon al mismo tiempo. A la altura del gran promontorio que penetra en el mar, límite de España en el extremo occidental, y que es la montaña conocida con el nombre de Aliwiya fueron sorprendidos por una tempestad.
»Pasado este peligro, Al-Gazal llegó al límite del país de los Magos en una de sus islas. Se detuvieron allí algunos días para reparar las averías de las naves y descansar de las fatigas de la travesía. Luego la embarcación de los Magos hizo vela en dirección a la mansión del rey, con el objeto de noticiarle la llegada del embajador. El rey se alegró, y cuando hubo dado las órdenes oportunas para que se presentaran los españoles, éstos se trasladaron al sitio en que aquél residía. Era éste una gran isla en el Océano, donde había corrientes de agua y jardines. Hallábase a tres jornadas, es decir, a trescientas millas de la tierra firme o del continente: había allí gran número de Magos, y a su alrededor aparecían muchas otras islas, grandes y pequeñas, todas habitadas por Magos, como asimismo parte del continente: es aquél un gran país que exige muchos días para recorrerle. Sus habitantes eran entonces paganos (Magos); pero ahora son ya cristianos, pues han abandonado el culto al fuego, que era su antigua religión; solamente los habitantes de algunas islas lo han conservado: en aquel país todavía se dan casos de contraer matrimonios con la madre o la hermana, y otras abominaciones por el estilo. Con esta gente los otros Magos más civilizados están en continua guerra y los reducen frecuentemente a la esclavitud.
»El rey mandó que se preparase a los españoles un magnífico hospedaje. Envió a algunas personas a su encuentro, y los magos se agolparon para verlos, de manera que los españoles pudieron observarlos de cerca en su manera de vestir, admirándose de ello. Dos días después de su llegada, el rey los llamó a su presencia; pero Al-Gazal puso por condición que no se le obligara a inclinarse ante el monarca, y que tanto él (Al-Gazal) como su compañero no debían alterar en lo más mínimo sus costumbres. El rey accedió a todo ello; pero cuando llegaron a la sala de recepción donde los esperaba el soberano adornado con magníficas vestiduras, se encontraron los embajadores con que, según las órdenes del rey, se había hecho la puerta tan sumamente baja que no se podía pasar por ella sin inclinarse. Entonces Al-Gazal sentóse en el suelo, y apoyado en las partes traseras y ayudándose con sus pies, traspasó el umbral, levantándose al punto que hubo penetrado en la estancia regia.
»El rey había reunido gran cantidad de armas y valiosos objetos; pero Al-Gazal no dio muestra alguna de asombro ni temor, y permaneciendo de pie dijo lo siguiente: “Salud y bendición a vos, ¡oh rey!, y a todos los que se hallan en vuestra presencia. ¡Ojalá podáis gozar largo tiempo de la gloria, de la vida, de la protección que pueda conduciros a la grandeza en este mundo y en el otro, que durará eternamente, donde estaréis en la presencia de Dios vivo y eterno, el único Ser que no es perecedero. Él es el que reina y a Él habremos de volver.” Habiendo traducido el intérprete estas palabras, el rey se admiró de ellas, y dijo: “Éste debe ser uno de los sabios de su país y un hombre de ingenio.” Sin embargo, hallábase sorprendido de que Al-Gazal se hubiese sentado en el suelo y que hubiese entrado en la morada regia con los pies hacia delante. “Nosotros teníamos intención de humillarle, pero él ha tomado la revancha mostrándonos desde luego la planta de sus pies. Si no fuese embajador, nos ofenderíamos por este acto.”
»Presentó luego Al-Gazal la carta del sultán Abd al-Rahmān, leyéronla y tradujéronla. Al rey le pareció hermosa: la cogió con sus manos y la guardó en su seno. Mandó luego que se abriesen los cofres que contenían los regalos; examinó las telas y los vasos preciosos, mostrándose de ello muy satisfecho, y permitió a los españoles que volviesen a su alojamiento, donde recibieron una asistencia muy esmerada.
»Durante su permanencia en el país de los Magos, Al-Gazal contrajo con ellos muchas relaciones: tan pronto disputaba con sus sabios reduciéndolos a silencio, como luchaba con sus mejores guerreros propinándoles fuertes golpes.
»Habiendo oído hablar de él la esposa del rey de los Magos, quiso verle y le mandó llamar. Llegado a su presencia la saludó; luego la contempló largo rato, como dominado por la admiración. “Pregúntale, dijo ella a su intérprete, por qué me mira tan detenidamente: si es porque me encuentra muy bella, o acaso por la razón contraria.” La respuesta de Al-Gazal no se hizo esperar: “La razón de ello, dijo, es que yo no esperaba encontrar en el mundo un espectáculo semejante. Yo he visto cerca de nuestro rey mujeres escogidas entre las más bellas de todas las naciones; pero no he visto jamás una belleza que se aproximase siquiera a la de ésta.” “Pregúntale, dijo la reina al intérprete, si es que bromea o habla en serio.” “Seriamente”, replicó él. “¿Pues acaso no hay mujeres hermosas en tu país?”, preguntó ella. “Mostradme, dijo Al-Gazal, alguna de vuestras damas, a fin de que pueda yo compararlas con las nuestras.” Habiendo la reina hecho venir a las que pasaban por más hermosas de la corte, nuestro embajador las fue examinando de la cabeza a los pies, y luego dijo así: “Hermosa son ciertamente; pero su belleza no es comparable con la de la reina, pues la belleza de ésta y todas sus demás cualidades no pueden ser apreciadas en su justo valor por cualquier persona, sino únicamente por los poetas; y si la reina quiere que yo describa su belleza, sus buenas cualidades y su inteligencia en un poema que será recitado en todas nuestras comarcas, lo haré muy a gusto.” La reina, halagada en su amor propio mujeril, saltaba de gozo y mandó se le hiciese un regalo; pero él se negó a aceptarlo. “Pregúntale, dijo entonces la dama al intérprete, por qué lo rehúsa: ¿es acaso por desprecio al regalo o a mí?” Habiendo ejecutado el intérprete sus órdenes, respondió entonces Al-Gazal: “Su regalo es magnífico, y considero un gran honor recibir de ella cualquier obsequio, pues es reina e hija del rey; mas el obsequio que a mí me basta es el haber tenido la dicha de verla y de haber sido recibido bondadosamente por ella. He aquí el mayor regalo que ella pudiera hacerme; y si aún quiere obsequiarme más, que me permita venir aquí a toda hora.” Esta respuesta, que fue traducida por el intérprete, hubo de acrecentar más y más la satisfacción de la reina, la cual dijo entonces: “Quiero que se lleve este regalo a su casa, y le permito que venga a visitarme cuantas veces guste; jamás mi puerta estará cerrada para él, y le recibiré siempre con la mayor benevolencia.” Al-Gazal diole las gracias, pidió para ella la bendición del cielo y se despidió.»
Tammam ben Alqama dice: «Cuando yo oí de labios de Al-Gazal este relato, le pregunté: ¿Era ella tan hermosa como le manifestabas? Ciertamente, respondió él no era fea; pero a decir verdad yo necesitaba de ella, y al hablarle como yo lo hacía, me granjeaba su aprecio y conseguía más de lo que yo mismo podía esperar.»
Tammam ben Alqama añade: «Uno de sus compañeros me ha contado lo siguiente: La esposa del rey de los Magos de tal modo simpatizó con Al-Gazal, que no podía pasar un día sin verle. Si no iba él, ella mandaba llamarle, y pasaba algún tiempo en conversación con él, hablándole de los musulmanes y de su historia, del país que habitaban, de los pueblos comarcanos, y por lo general, después de haberse despedido de ella para volver a su residencia, ella le enviaba un regalo, consistente en telas, manjares, perfumes o cosas parecidas. Estas visitas frecuentes bien pronto excitaron la curiosidad pública: los compañeros de nuestro embajador se disgustaron por ello, y le aconsejaron que fuese más prudente. Y como él comprendiese que podían tener razón, ya en adelante fueron más raras sus visitas a la reina. Ésta le preguntó la causa de aquel cambio, y él no se la ocultó. Su respuesta la hizo sonreír: «Los celos, dijo ella, no existen en nuestras costumbres. Entre nosotros, las mujeres no están con sus maridos sino mientras ellas lo tienen a bien, y una vez que sus maridos han dejado de agradarles los abandonan.»
Respecto a esta embajada, conviene observar que, enjuiciando la aventura con nuestra mentalidad moderna, es de todo punto absurdo enviar un embajador para que se dedique a departir amigablemente con la reina del lugar y, luego, éste nos cuente con prolijidad de detalles sus charlas con ella y las curiosas relaciones entre los sexos en ese exótico país y no nos diga nada en absoluto de la verdadera misión de la embajada. En todas las épocas las embajadas se han establecido para adoptar acuerdos, o, al menos, para intentarlo, bien para sellar una paz, o bien para concertar tratados de amistad y no agredirse mutuamente con objeto de los tráficos comerciales. Se habrá podido observar que Al-Gazal, al contar su peculiar experiencia, pasa silenciosamente de largo a la hora de referir los términos de la carta del emir de Córdoba al rey de los vikingos y, también, de dar el resultado de su embajada. Esto, por lo que se ve, no interesaba a la gente de su país y de su tiempo. Lo que sí sabemos por G. Lafforgue (1967, p. 776) es que en la comarca de Sevilla, en zonas de Morón y Carmona, quedaron pequeños grupos de vikingos que no fueron hostilizados y acabaron por integrarse en al-Andalus, incluso abrazaron la religión islámica. Con motivo de esta embajada, y que con ella se había abierto la ruta marítima al país de los normandos, lo más lógico es haber aprovechado la ocasión para procurar la venta de productos, como, por ejemplo el vino. Que éste gustaba a los vikingos está fuera de toda duda, ya que cuando en sus correrías llegaron a lo que se supone que era la actual América del Norte, al país descubierto lo llamaron Vinland, es decir, tierra del vino, y no porque en él hubiera vino, el cual era desconocido para los indígenas, sino porque allí crecían vides en estado silvestre y de sus uvas se obtenía un vino excelente (Unwin, 2001, p. 219).
Esta embajada a un país nórdico –recordemos que normando, en sus primeros orígenes, significaba «hombres del norte»– no fue la única. Otón I de Alemania envió embajador a Abd al-Rahmān III; y el emperador de Constantinopla y los reyes de Francia e Italia también estuvieron interesados en establecer relaciones diplomáticas con el califa cordobés (Dozy, 1861, Tomo III, p. 60 y 87). El conde de Barcelona igualmente envió delegados a Abd al-Rahmān III (Rachel Arié, 1982, p. 24). Pero para el común de las gentes permanecen ignotos los posibles acuerdos comerciales con estos países. Chalmeta (1973, p. 331) se queja de esta penuria de datos sobre economía: “las crónicas [...] no suelen prestar atención a la vida económica y social más que en muy señaladas ocasiones, concretamente cuando interfieren con la vida política”.
El espíritu navegante y aventurero de los andalusíes queda puesto de manifiesto en la siguiente narración de Al-Idrisi en su Nuzhat al-Muxtaq, que nos transmite Sánchez-Albornoz (1946, Tomo II, p. 199 a 201):
Lisboa está construida en la orilla septentrional del río llamado Tajo, sobre el que está situada Toledo. Su anchura en las cercanías de Lisboa es de 6 millas, y la marea se hace sentir allí violentamente. Esta bella ciudad, que se extiende a lo largo del río, está rodeada de muros y protegida por un castillo. En el centro de la misma hay fuentes de las que mana agua caliente en invierno y en verano.
Situada en la proximidad del Océano, Lisboa tiene frente a ella sobre la orilla opuesta el fuerte de Almada, llamado así porque, en efecto, el mar echa pepitas de oro sobre la costa. Durante el invierno los habitantes de la comarca salen del fuerte en busca de ese metal, y se entregan a este trabajo mientras dura la estación rigurosa. Es éste un hecho curioso del cual hemos sido testigos.
Fue de Lisboa de donde partieron los aventureros cuya expedición tenía por objeto saber lo que encierra el Océano y cuáles son sus límites. Existe todavía en Lisboa, cerca de los baños calientes, una calle que lleva el nombre de los aventureros.
He aquí cómo las cosas ocurrieron: se reunieron en número de ocho, todos parientes próximos (literalmente, primos hermanos). Construyeron un barco mercante y llevaron a bordo agua y víveres en cantidad suficiente para una navegación de varios meses. Se hicieron a la mar al primer soplo de viento Este. Después de navegar alrededor de once días, llegaron a un mar cuyas ondas espesas exhalaban un olor fétido, escondían numerosos arrecifes y no estaban iluminadas sino débilmente. Con el temor de perecer, cambiaron la dirección de sus velas, corrieron hacia el Sur durante doce días, y alcanzaron la isla de los Carneros, donde gran número de rebaños de carneros pastaban sin pastor y sin que nadie los cuidara.
Desembarcaron en tal isla, allí encontraron una fuente de agua corriente y cerca de ella una higuera salvaje. Tomaron y mataron algunos carneros, pero la carne era tan amarga que fue imposible comerla. Guardaron la piel, navegaron todavía doce días hacia el Sur, hallaron al fin una isla que parecía habitada y cultivada. Se acercaron a ella con el fin de saber de qué se trataba y poco tiempo después fueron rodeados de barcas, hechos prisioneros y conducidos a una ciudad situada a orillas del mar. Les albergaron enseguida en una casa donde vieron hombres de alta estatura y de color rojizo, casi lampiños y con largos cabellos lacios, y mujeres de una rara belleza. Durante tres días quedaron prisioneros en una habitación de tal casa. Al cuarto vieron venir a un hombre que, hablando lengua árabe, les preguntó quiénes eran, por qué habían venido y cuál era su patria. Le contaron toda su aventura; él les dio esperanzas y les hizo saber que era intérprete del rey. Al día siguiente fueron presentados al soberano, que les dirigió las mismas preguntas, y al que respondieron como habían respondido la víspera: que se habían lanzado al mar a la aventura, con el fin de saber lo que podía tener de singular y de curioso y para averiguar sus límites extremos.
Cuando el rey les oyó hablar, se puso a reír y dijo al intérprete: «Explica a estas gentes que mi padre ordenó en otro tiempo a algunos de sus esclavos que embarcaran sobre este mar, lo recorrieron durante un mes, hasta que la claridad (de los cielos) les faltó y se vieron obligados a renunciar a esta vana empresa.» El rey ordenó además al intérprete que asegurase de su benevolencia a los aventureros con el fin de que formaran una buena opinión de él, lo que aquél hizo al punto.
Retornaron luego a su prisión y allí quedaron hasta que, habiéndose levantado un viento Oeste, se les vendaron los ojos y se les obligó a remar durante algún tiempo. «Navegamos, dicen, ceca de tres días y tres noches, arribamos enseguida a una tierra donde se nos desembarcó, y con las manos atadas detrás de la espalda fuimos abandonados sobre una playa. Allí quedamos hasta la salida del Sol en el más triste estado, por causa de las ligaduras que nos apretaban fuertemente y nos incomodaban mucho; al fin oímos ruido y voces humanas y nos pusimos a dar gritos. Entonces algunos habitantes de la comarca vinieron hacia nosotros y, viéndonos en condición tan miserable, nos desataron y nos dirigieron diversas preguntas, a las cuales respondimos con el relato de nuestra aventura.» Eran beréberes. Uno de entre ellos nos dijo: «¿Sabéis cuál es la distancia que os separa de vuestro país?» Ante nuestra respuesta negativa, añadió:«Entre el punto donde os encontráis y vuestra patria hay dos meses de camino.» El jefe de los aventureros dijo entonces: «Wa asafi (¡Ay de mí!).» he aquí por qué el nombre de este lugar es todavía hoy Asafi. Es el puerto del cual hemos ya hablado, situándolo al extremo de Occidente.
De esta expedición que tuvo lugar a mediados del siglo IX, Lévi-Provençal (1957, p. 208) supone que adonde llegaron los aventureros fue a las islas Canarias, y, en nota a pie de página, añade:
Sobre esta tentativa de los marinos andaluces no disponemos todavía más que de la narración bastante novelesca conservada por IDRISÍ (Descr. De l’Afr, et de l’Esp., texto, págs. 184-185; traducción, págs. 223-225), y reproducida por varios autores posteriores (cf. Péninsule Ibérique, página 23 y nota 2). Pero esta narración ha de ser puesta en relación con un breve dato consignado por BAKRÍ (ibid., pág. 36 y nota 3), según el cual la tripulación aludida tenía por jefe al marino Jashjash. Este personaje, al que tuvimos oportunidad de citar supra, vol.IV, pág. 227, nota 111, y que se sabe era hijo de Sa’d ibn Aswad de Pechina, aparece últimamente, en la parte recién descubierta del Muqtabis de IBN HAYYAN relativa al reinado de Muhammad I (I, fol. 263 r.º), como asociado con otro personaje, de nombre –Markasish ibn Shakuh (?)– indudablemente deformado por el copista, en el mando de la escuadra omeya que tuvo a su cargo, en 857 (245), cruzar a todo lo largo de la costa atlántica de al-Andalus para intentar oponerse a una nueva ofensiva de los piratas normandos (cf. supra, vol. IV, págs. 202-203).
También tenemos noticias de una expedición de guerra contra la ciudad de Santiago de Compostela, en la que Almanzor aprovechó la escuadra para transportar las tropas y los pertrechos con la finalidad de atacar directamente en la retaguardia del territorio enemigo, mediante una audaz maniobra. Un extracto del relato de esta incursión militar, debido a Ben Idhari en su Bayan al-Mugrib y que reproduce Sánchez-Albornoz (1946, Tomo I, pp. 479 a 483), es el siguiente:
Al-Mansur había llegado en esta época al más alto grado de poder. Socorrido por Alá en sus guerras con los príncipes cristianos, marchó contra Santiago, ciudad de Galicia, que es el más importante santuario cristiano de España y sus regiones cercanas del continente. La iglesia de Santiago es para los cristianos como la Qaaba para nosotros. La invocan en sus juramentos y van a ella en peregrinación desde los países más lejanos, incluso desde Roma y de más allá. Pretenden que la tumba en ella visitada es la de Jacobo, quien era entre los doce apóstoles el que gozaba de la mayor intimidad de Jesús; se dice que era su hermano, porque estaba siempre a su lado y algunos cristianos creen que era hijo de José, el carpintero. Está enterrado en tal ciudad y los cristianos le llaman hermano del Señor –¡que Alá sea exaltado y desvanezca tal creencia!– Jacobo, nombre que equivale a nuestro Yaqub, era obispo de Jerusalén y se lanzó a recorrer el mundo para predicar su doctrina; vino a España y llegó hasta Galicia, volvió a Siria y fue allí condenado a muerte a la edad de ciento veinte años solares; pero sus compañeros trajeron sus huesos para enterrarlos en esta iglesia que se hallaba en el límite extremo hasta donde había llegado en sus viajes. Ningún príncipe musulmán había sentido aún la tentación de atacar tal lugar ni de llegar hasta allí, en razón de las dificultades que se oponían al acceso hasta él, de su emplazamiento en tierra abrupta y de la gran distancia a que se hallaba.
Al-Mansur dirigió contra tal ciudad la expedición estival que salió de Córdoba el sábado 23 Chumada II de 387 [3 julio 997], que era su cuadragésimo octava campaña. Entró primero en la ciudad de Coria; después a su llegada a la capital de Galicia, Viseo, se le reunieron gran número de condes que reconocían su autoridad y que se le presentaron con sus guerreros y con gran pompa, para unirse a los musulmanes y comenzar las hostilidades. Por orden de Al-Mansur una flota considerable había sido reunida en Kasar Abu Danis (Alcaçar do Sal), situada en la costa occidental de la Península. En ella habían de transportarse diversos cuerpos de infantería, los aprovisionamientos y las armas. Con tales preparativos podía confiar en llevar su empresa hasta el fin. Legado a un lugar llamado Porto, sobre el Duero, la flota remontó el río hasta el lugar elegido por Al-Mansur para el cruce del resto de las tropas, y las naves sirvieron allí de puente junto al castillo que se alza en aquel punto. Se repartieron enseguida los víveres entre los diversos cuerpos del ejército y, aprovisionados éstos abundantemente, entraron en país enemigo.
Tomada la dirección de Santiago, Al-Mansur atravesó extensas regiones, cruzó muchos grandes ríos y diversos canales o rías en que refluyen las aguas del Océano; llegó enseguida a las llanuras de Valladares, Malasita y Al-Dayr y de las comarcas vecinas; desde ellas avanzó hacia una elevada montaña muy abrupta sin vías ni caminos, pero los guías no pudieron señalar otro itinerario. Por orden de Al-Mansur grupos de obreros trabajaron para ensanchar las huellas de los senderos, a fin de que pudiera pasar el ejército. Atravesado el Miño, los musulmanes desembocaron en anchas llanuras y en fértiles campos y sus exploradores llegaron hasta Dayr Kustan (¿el monasterio de San Cosme y San Damián?) y el llano de Balbenut situado sobre el Océano; tomaron por asalto la fortaleza de San Balayo (San Payo) y la saquearon, y después de haber atravesado unas marismas, arribaron a una isla en la que se habían refugiado gran número de habitantes de la región. Los invasores los hicieron prisioneros y llegaron a la montaña de Mozarro, que el Océano rodea por todas partes; se internaron en ella, arrojaron de la misma a quienes la ocupaban y se apoderaron del botín dejado por ellos. Atravesaron enseguida la ría de Lurqui por dos vados que les fueron señalados; después cruzaron el río Ulla y penetraron en llanuras bien cultivadas y abundantemente abastecidas; en las de Unba, Karachita Dayr Sontebria, por ejemplo. Llegaron así a la ría de Iliya (Padrón) donde se alzaba uno de los templos consagrados a Santiago, que para los cristianos seguía en importancia al que encierra su sepulcro, por lo que acudían a él devotos de las regiones más distantes; del país de los Coptos, de Nubia, etc. Después de haberlo arrasado por entero, fueron a acampar ante la orgullosa ciudad de Santiago el 2 de Xaban [10 de agosto]. La habían abandonado todos sus habitantes y los musulmanes se apoderaron de todas las riquezas que en ella hallaron y derribaron las construcciones, las murallas y la iglesia, de modo que no quedaron huellas de las mismas. Sin embargo, los guardias, colocados por Al-Mansur para hacer respetar el sepulcro del santo, impidieron que la tumba recibiera daño alguno. Pero todos los hermosos palacios, sólidamente construidos, que se alzaban en la ciudad, fueron reducidos a polvo y no se hubiera sospechado tras su arrasamiento que hubieran existido allí la víspera. Se llevó a cabo la destrucción durante los dos días que siguieron al miércoles 2 de Xaban. Las tropas conquistaron después las comarcas vecinas y llegaron hasta la península de San Mankas (San Cosme de Mayanca) que avanza en el Océano, punto extremo al que ningún musulmán había arribado hasta entonces y que sólo había sido hollada hasta allí por los pies de sus habitantes. Y en ella se detuvo la caballería que no fue más allá.
Al-Mansur comenzó su retirada desde Santiago, después de haber avanzado más lejos que ningún otro musulmán. De regreso de su campaña se dirigió hacia el territorio de Bermudo (II), hijo, de Ordoño, a fin de saquearle y devastarle; pero cesó en sus razzias al llegar a las comarcas regidas por los condes confederados que servían en su ejército. Continuó su marcha hasta la fortaleza de Lamego, que había antes conquistado y allí despidió a los condes, a los que hizo desfilar, cada uno en su puesto, y a los que hizo distribuir vestidos así como a sus soldados. Desde Lamego envió a Córdoba la relación de sus victorias. En esta campaña repartió entre los príncipes cristianos y musulmanes que se habían distinguido en ella: dos mil doscientas ochenta y cinco piezas de seda bordada, veintiún vestidos de lana merina, dos de anbarí (¿de piel de cachalote?), once de ciclaton (seda bordada con oro), quince murayyazat (paños rameados), siete tapices de brocado, dos piezas de brocado romano y pieles de alfeneca (comadreja). El ejército entero entró en Córdoba sano y salvo y cargado de botín 7, después de una campaña que había sido una bendición para los musulmanes. ¡Alá sea alabado!
En  Santiago, Al-Mansur no había encontrado sino un viejo monje sentado junto a la tumba del santo. Le preguntó: «¿Por qué estáis ahí?» «Para honrar a Santiago», respondió el monje, y el vencedor dio orden de que le dejaran tranquilo.
No cabe duda, pues, que los puertos atlánticos de al-Andalus se utilizaban. Pero está claro que esos puertos estaban infrautilizados, cosa que cuesta mucho creer, si sólo eran empleados: para refugio y reparación de los navíos de guerra que defendían el litoral de posibles ataques de los normandos y otros piratas; para lanzar alguna esporádica expedición guerrera; o como base para emprender alguna aventura marítima de descubrimiento (en ocasiones muy raras).
Las condiciones objetivas para los mercaderes de al-Andalus eran las siguientes: tenían vides y uvas de calidad; se elaboraban buenos vinos por tradición, que se remonta a época romana; los cristianos del norte de la Península Ibérica no tenían limitaciones para beber vino, y, como cualquiera, debían apreciar los caldos de calidad; los habitantes del centro y norte de Europa también bebían vino y lo importaban; los mercaderes de al-Andalus no despreciaban lo más mínimo el comerciar con cualquier país, ya fuera musulmán o cristiano; asimismo disponían de una potente flota mercante y buenos puertos, tanto en las costas atlánticas como en las mediterráneas; y los navegantes andalusíes tenían el suficiente espíritu aventurero como para afrontar cualquier tipo de navegación y por cualquier ruta, siéndoles conocida la ruta hacia los países nórdicos. En resumidas cuentas, la demanda de vino estaba garantizada y en la España musulmana se elaboraban buenos vinos. Entonces, surge inevitablemente una pregunta: ¿cómo es que no hay constancia del comercio de larga distancia del vino? La verdad es que no se comprende bien que gentes ansiosas de obtener beneficios desperdiciaran una pingüe oportunidad de enriquecerse con el vino vendiéndolo en el exterior, cuando en el interior el erario de los príncipes se engrosaba gravando su consumo con un impuesto.
El principal problema de la exportación de vino consiste en la poca durabilidad del mismo, que apenas llegaba al año envasado en barricas (Unwin, ib., p. 248). Además, el vino, con el transporte, se agitaba mucho y mermaba su cantidad debido a derrames o a la evaporación cuando se trasladaba con tiempo caluroso8 . Estos problemas afectaban bastante menos a los vinos dulces de alta graduación, porque se resentían menos con el viaje y duraban más tiempo que los vinos ligeros, lo que les permitía transportes largos, durar más de un año y venderse a precios altos (Unwin, ib., pp. 250 y 251). Pero estos problemas se paliaban si el vino se envasaba en recipientes cerrados herméticamente, como ya hacían los romanos. La costumbre, que éstos habían adquirido, de sellar las ánforas que contenían vino se perdió después del siglo I, porque dejó de invertirse en vinos de crianza, a la vez que se empleaban barricas de madera sin sellar para el transporte, y, así, toda la cosecha del año se dedicó al consumo inmediato. Los vinos de crianza no reaparecieron hasta que a comienzos del siglo XVII “se generalizó el uso de botellas de cristal con tapones de corcho”, en la opinión de Unwin (2001, p. 92).
A pesar de esta apreciación, los árabes no olvidaron la crianza del vino ni su conservación en recipientes sellados. De ello nos da razón Ibn Jaldún (Muqaddimah, p.484) a propósito de su explicación de las diferentes acepciones de la palabra jatim (sello) y sus derivados:
La misma voz, empleada bajo la forma de jatim o jatm, designa el tapón con que se cierra el orificio de una vasija, ánfora, etc. El mismo sentido encierran estas palabras de Dios: “jitamoho miskon” (su sello será de almizcle) 9; pero se han equivocado los que interpretan este término por el vocablo “fin” o “acabamiento”, y que dicen: “Ello significa que después de beber (de ese vino) se sentirá el aroma del almizcle.” La voz “jitam” no tiene aquí ese sentido; significa más bien lacrar: se taponan las ánforas, que contienen el vino, con arcilla o pez, a efecto de conservar ese licor y mejorar su gusto y aroma. Para describir la excelencia del vino del paraíso, el Corán dice que está sellado con almizcle, sustancia, que por su fragancia y su gusto, es bien superior a la arcilla y a la pez de las que hacemos uso en esta vida temporal.
Los musulmanes de la Península Ibérica descubrieron el cristal en la segunda mitad del siglo IX. Incluso se sabe el nombre del inventor de su fabricación: el cordobés ‘Abbas ibn Firnas (Lévi-Provençal, 1957, p. 185). También se conoce que había una manufactura de cristal en Niebla (M’uhammad ben Aboud, 1992, p.79). Con cristal o con vidrio –de invención mucho más antigua– se fabricaban botellas en al-Andalus y en ellas se guardaba el vino sellándolas. Esto es precisamente lo que se da a entender claramente en las siguientes poesías, que García Gómez tradujo y publicó en El libro de las banderas de los campeones de Ibn Sa’id al-Magribí (1978, pp. 150, 215 y 258, respectivamente):
Levántate y rompe, con mi permiso, el sello que tapa la botella de vino, y aleja tu oído de lo que puedan decir. (Del sevillano del siglo XIII Abu Ishaq Ibrahim b. Sahl al-Isra’ili).
¡Qué honor para la tinta el haber aparecido sobre una boca que encierra deliciosa ambrosía!
Aunque también la pez aparece cerrando la botella de vino, y la noche se viste con la media luna. (Del accitano del siglo XII Abu-l-Qasim Muhammad b. ‘Ali al-Barrq).
Debajo de las capas surgió la luna de su rostro, cuyos encantos están diciendo: «Ama» a quien ya se olvidó de amar.
No importa que sean burdos sus vestidos: también la rosa tiene espinas en su cáliz,
la pez cubre las botellas que guardan el vino, y al almizcle lo llevan en toscos envases. (Del zaragozano del siglo XI Yahya al-Yazzar).
Éstos son indicios suficientes para percatarse que, habiendo alcanzado la civilización árabe en al-Andalus altos niveles de cultura y de riqueza, las personas pudientes tenían gustos refinados y apreciaban el buen vino de crianza envejecido en botellas selladas. Esto significa que el vino no estaba en el califato cordobés afectado por el desconocimiento de las técnicas de su crianza, añejamiento y conservación. Por consiguiente, el estado de los conocimientos y de la tecnología no representaban un impedimento insalvable como para que no pudiera llevarse a cabo adecuadamente el transporte del vino a larga distancia. De hecho, éste se efectuaba, aunque la constancia de esta realidad provenga de fuentes indirectas. R. Dozy refiere la forma ingeniosa que tuvo la sultana Aurora, navarra de origen y madre del califa Hixam II, de enviar dinero de contrabando, camuflándolo en cántaros de vino, al virrey de Mauritania Zurí ibn Atia para que éste pudiera sufragar un levantamiento militar que derrocara al todopoderoso primer ministro Almanzor. La finalidad de tal complot era reponer a Hixam II en el gobierno de la nación que detentaba Almanzor, puesto que éste mantenía al califa tan apartado de los asuntos de gobierno que más bien parecía su cautivo. Dozy (1861, Tomo III, pp. 181 y 182) describe este asunto así:
No ignoraba Aurora que era preciso empezar por pagarle, pero gracias a su astucia de mujer, ella sabía lo que tenía que hacer para proporcionarse dinero y para hacerlo llegar a su aliado. El tesoro encerraba cerca de seis millones en oro y estaba en el palacio califal. Ella tomó de allí ochenta mil monedas de oro y las metió en un centenar de cántaros y encima echó miel, ajenjos y otros licores de uso, encargó a algunos esclavos que los llevaran fuera de la ciudad a un lugar que ella designó. La astucia le salió bien. El prefecto no cayó en sospecha y dejó pasar a los esclavos con su carga. Así, cuando Almanzor llegó a informarse de un modo u otro de lo que había pasado, el dinero iba ya camino de Mauritania.
Para mandar subrepticiamente el dinero a Mauritania la sultana Aurora podría haber elegido camuflarlo en sacos de trigo, de higos secos, o de cualquier otro producto objeto del comercio de exportación. Y, sin embargo, escogió cántaros que rellenó con licores. No debe caber la menor duda respecto a que se trataba de licores con contenido alcohólico, puesto que la voz de licor no suele emplearse sino para designar líquidos alcohólicos destinados a ser bebidos, y, entre ellos el ajenjo. Por eso, no es descabellado, al ser una partida considerable, ¡nada menos que de cien cántaros!, pensar que el vino –el buen vino– formara parte de esa partida, puesto que el vino es uno de los licores10 más al uso, tal como dice el cronista: “ajenjos y otros licores de uso”. La expedición, aparentemente comercial, pasó por delante del prefecto de la ciudad, o de sus agentes, sin despertar la más mínima sospecha, y eso que transportaban lo que para el Corán son bebidas reprobables y, en teoría, prohibidas. La única explicación posible de este suceso es que el transporte de tales mercancías, pese al Corán, era tan corriente que, incluso en la elevada cantidad de cien cántaros, de ninguna forma podía suscitar los recelos, ni llamar la atención, de los funcionarios encargados del control de salida y entrada de productos.
Norman J. G. Pounds aporta información sobre el comercio del vino entre Italia y el norte de África llevado a cabo por los mercaderes de Amalfi antes de ser conquistada por los normandos a finales del siglo XI. Acerca de este comercio, Pounds (1974, p. 398) escribe lo siguiente:
Amalfi dominaba el primitivo comercio entre el mediterráneo oriental y el occidental. Desarrolló un complejo sistema triangular que abarcaba a gran parte del mediterráneo. Sus comerciantes exportaban los productos de la Italia meridional –trigo, madera, paños, vinos y frutas– no a Constantinopla, que podía aprovisionarse con mayor facilidad en lugares más cercanos y a mejores precios, sino al norte de África. En sus puertos, desde Túnez hasta Alejandría, esos productos se intercambiaban por aceite de oliva, cera y oro del Sudán.11
Pese a que no hay todavía, por la escasa amplitud de esta clase de investigación histórica directamente en las fuentes por parte de los arabistas, una evidencia clara del comercio del vino entre países musulmanes y cristianos, o entre naciones islámicas y otras en general, es posible concluir, por todos los indicios aportados, que el vino se elaboraba en al-Andalus y era objeto del comercio, tanto en el interior como en el exterior del país, aunque de sus exportaciones nada concreto pueda decirse al guardar las fuentes un silencio casi impenetrable, que sólo los expertos en la materia son los llamados a intentar romper con sus investigaciones.
De todas formas, lo que sí está claro es que las prohibiciones coránicas no lograron poner fin a la cultura del vino en al-Andalus, ni en otros países islámicos. Es posible que en algún momento arreciaran las medidas persecutorias contra los bebedores o contra los dueños de viñedos o, incluso, contra los cosecheros, con su consecuente repercusión sobre la demanda de vino o sobre su oferta, según fuera el caso. Pero no parece que nada de ello haya afectado de forma permanente al cultivo de la vid en al-Andalus, en el sentido de suponer una disminución drástica de la superficie total dedicada a las viñas12 . Esta afirmación no pretende negar que hubiera una sustitución efectiva del cultivo de la vid por la del olivo, ya que el aceite no tenía condena religiosa y por experiencia se notaba su favorable acogida en los países islámicos ribereños del Mediterráneo. Para que tenga éxito una disposición religiosa que afecta a un elemento económico se precisa que haya compatibilidad entre los órdenes económico y religioso. Por ejemplo, la prohibición religiosa de comer carne de cerdo podrá tener una efectividad total si existen en mayor abundancia fuentes de proteínas de origen animal sustitutivas, como las provenientes del ganado ovino y del bovino13 . Ahora bien, esto no ocurre en muchas zonas de secano de la cuenca del Mediterráneo donde se practica una agricultura de subsistencia basada en los cereales, el olivo y la vid, de forma que los tres cultivos se complementan. Algunas veces se ven campos con olivos y vides y en otras ocasiones, especialmente si la distancia entre árboles es considerable, campos de olivos en los que se ha sembrado cereales. Estos tres cultivos son de secano (en principio, aunque si se les riega científicamente su rendimiento mejora) y en algunas tierras se podría sustituir el cultivo de la vid por el de los cereales o el del olivo, pero, quizá, con este proceder resultaría perjudicado el rendimiento global de las tierras y la supervivencia de los hombres, porque, al cosecharse estos tres cultivos en distintas épocas del año –y dejando aparte la circunstancia de que el olivo es un frutal de ciclo bianual, de modo que las cosechas abundantes se suceden cada dos años, siendo malas o mediocres las de los años intermedios–, las condiciones climáticas y meteorológicas les afectan de modo desigual; así es que podría malograrse la cosecha del trigo mas no la vendimia o la recogida de la aceituna (o cualquier otra combinación entre estos tres elementos). En otras tierras, de muy mala calidad para los cereales e, incluso, para los olivos, el único cultivo factible es el de la vid. Por eso no extraña que, a finales del episodio almorávid, al-Idrīsī describiera que en Almería14 “El número de posadas u hosterías registradas por la administración para pagar el impuesto del vino se elevaba a mil menos treinta”, según el relato de este autor sobre la ciudad de Almería recogido por López de Coca (1980, p. 89).

1 Según las poesías del poeta granadino Ibn Said Rayat al-Mubarrazin wa gayat al-Mummayazin / Ibn Said al-Andalusi; libro editado por Numan Abd al-Mutaal al-Qadi, El Cairo, 1973. Hay una versión en castellano de Emilio García Gómez bajo el título de El libro de las banderas de los campeones, cuyos versos aludidos se encuentran en las pp 236y 237).

2 Pero esta denominación acabó sirviendo para designar cualquier esclavo de procedencia nórdica. Sobre esto, Lévi-Provençal (1957, p. 101) dice:
  El nombre genérico de eslavos, o saqaliba, ya hemos visto que designaba no sólo a los hombres procedentes  de las remotas partes de Europa (germanos, escandinavos o eslavos), sino también a cautivos venidos de países próximos a España, señaladamente francos (Ifranch) de la Gascuña, del Languedoc y de la Marca hispánica. En las expediciones que los traían había también mujeres, esas francas tan buscadas en Córdoba por ser rubias y de piel blanca. Entre ellas y las cautivas vascas escogían los príncipes omeyas sus más mimadas concubinas, que, al dar a luz, se elevaban al rango de verdaderas princesas, sultanas-validé (umm walad) influyentes y siempre dispuestas a urdir, con los eunucos eslavos, intrigas palatinas tan secretas como complicadas. Pero estas francas no poblaban solamente los harenes califales. Los dignatarios de la jassa y los ricos burgueses de las grandes ciudades se las procuraban también a peso de oro.

3 Que venía del río Segre, en Lérida; del río Darro, en Granada; y de la desembocadura del río Tajo, enfrente de Lisboa, en la playa de Almada. La plata se beneficiaba de los yacimientos donde se extraía en las regiones de Murcia, Alhama, Hornachuelos y Totálica, en el distrito de Beja (Lévi-Provençal, 1957, pp. 173 y 174).

4 Apreciado por los habitantes de las riberas del Mediterráneo, pero desconocido y no apreciado en absoluto por los habitantes del norte de Europa y por los sudaneses.

5 Sobre este particular Unwin cita (ib., p. 249) la obra de W. H. Childs sobre el comercio entre Inglaterra y Castilla: Anglo-Castillian Trade in the Latter Middle Ages, Manchester University Press, 1978, donde se alude a las importaciones inglesas de vino blanco y tinto procedente de Castilla a través del País Vasco durante el siglo XIII.

6 La fonética de una palabra árabe y su ortografía depende del traductor. En la presente ocasión, Magos ha sido traducido por Pons Boigues. Pero en otro contexto, referente a posteriores incursiones normandas en el siglo X, cuyas anécdotas también figuran en el libro de Sánchez-Albornoz (1946, Tomo I, p. 406), García Gómez es el traductor de la crónica que relata los sucesos en los que intervinieron los normandos y para designarlos emplea la ortografía de Mayus.

7 R. Dozy (1861, Tomo III, p. 190) nos amplía la información: cuando Almanzor entró en Córdoba llevaba consigo muchos prisioneros cristianos, que portaban a hombros las puertas de la ciudad de Santiago y las campanas de su iglesia. Las puertas se colocaron en el techo de la mezquita, que se estaba ampliando, y las campanas se usaron en el mismo templo como lámparas.

8 M. K. James: Studies in the Medieval Wine Trade, editado por E. M. Veale, Oxford, Clarendon Press,1971, p. 139, según la cita que de él hace Unwin, ib., p. 254.

9 Nota del traductor de la Muqaddimah: “Les será escanciado (a los moradores del Paraíso) de un néctar sellado: Cuyo lacre será de almizcle: ¡Que los aspirantes rivalicen para lograrlo!” (Corán, sura LXXXIII, vers. 25, 26).

10 He aquí un ejemplo del uso del término licor con la acepción de vino, extraído de al-Muqaddimah de Ibn Jaldún (p. 113):
  Es bien sabido, además, que, incluso en los tiempos del paganismo, los árabes nobles se abstenían del uso del vino; la vid, por otra parte, no era una planta de su suelo, y muchos de ellos consideraban como un vicio el uso de dicho licor.

11 Dufourcq y Gautier-Dalché (1976, p. 136) aportan el siguiente dato:
  En 1227, Jaime el Conquistador aseguró a los barceloneses el monopolio de sus importaciones y exportaciones en el ámbito situado entre Ceuta y Alejandría y para todo el transporte de vino –lo cual confirma la importancia de esta mercancía en la economía barcelonesa.
Pero, aunque el transporte de vino venga en esta cita sin solución de continuidad a lo dicho sobre la concesión de un monopolio de exportación e importación con todo el norte de África (desde Ceuta hasta Alejandría) con lo cual se da pie para pensar en el comercio del vino entre los países cristianos y los islámicos, no queda absolutamente claro que el transporte de vino se hiciera, además del interior del territorio de la corona de Aragón, entre los dominios aragoneses y el África musulmana. De todas formas este dato es de fecha posterior al periodo considerado en este estudio.
Pounds (1974, p. 425 y 426) trata algo acerca del desarrollo mercantil de Génova durante el siglo XII en el ámbito del Mediterráneo occidental, explotando el “comercio con los bereberes de África y los musulmanes de España”. De entre los productos intercambiados menciona que el vino procedía de España. Pero, en este caso no hay garantía de que, a su vez, procediera de la zona musulmana, pues igualmente podía comprarse en la Cataluña cristiana, que, como se acaba de ver, practicaba el comercio con el vino.

12 La gran escasez de viñas existente cuando se procedió a los repartimientos en la repoblación subsiguiente a las conquistas cristianas del Valle del Guadalquivir a mediados del siglo XIII puede explicarse, según indica Borrero Fernández (1995, pp. 34 y 35), por la desolación y abandono del agro andaluz debido a las continuas algaras y otras acciones militares, entre ellas las típicas talas de campos, a las que fue sometido el territorio durante décadas antes de la conquista definitiva.

13 Y aun así, siempre es posible tropezarse con las costumbres ancestrales que originan grandes resistencias a la adopción sin cuestionar de la norma religiosa. Por ejemplo, en al-Andalus no es seguro que todos los musulmanes practicaran el ayuno absoluto de la carne de cerdo, pues T. de Castro (1996, p. 599) saca a relucir citas en la literatura islámica en las que se hacen referencias a la cría de cerdos en al-Andalus, así como el Tratado de agricultura de Ibn Wafid (1008-1074) donde se dedica un capítulo a narrar la matanza del cerdo. Sin embargo, en la parte conservada de esta obra de Ibn Wafid no se encuentra dicho capítulo. Pero se sabe que existía por un trozo del índice que se ha salvado; en él figura el capítulo XCVIII, sobre “matar puercos” (Tratado de Agricultura de Ibn Wafid, p. 75). Aparte de esto, Ibn Wafid se refiere al ganado porcino para desaconsejar por completo el uso de su estiércol, en el capítulo quinto sobre “escoger los estiercos”; dice así: “E guárdese del estiércol de los puercos, que mata todas las plantas” (ib., p. 81). No obstante, el sevillano Abū l-Jayr en su Tratado de Agricultura (p. 245) no participa de esta drástica condena del estiércol de cerdo, ya que recomienda hacer un agujero en la raíz del granado amargo y colocar en él una estaca de madera de cedro, y en su pie estiércol porcino y regar con orina humana, y así “el granado amargo se volverá dulce”. Indirectamente también se conoce algo del contenido del libro de Ibn Wafid por las citas que de él hacen otros autores, como Gabriel Alonso de Herrera en su Obra de Agricultura (1513). Este último cita a Wafid (en lo que a este asunto se refiere) a propósito de las tareas a realizar durante el mes de noviembre, entre ellas la de “soltar los puercos para que coman la grama de las viñas” (Cipriano Cuadrado Redondo en su “Introducción” al Tratado de Agricultura de Ibn Wafid, p. 43). Sin embargo, unas décadas más tarde, bajo la dominación de los almorávides que impusieron un rigorismo religioso, quedó prohibido hablar de los productos derivados del cerdo; así lo dice claramente Avenzoar (1076-1162) en su Tratado de los Alimentos (p. 59): “Por lo que respecta al cerdo, la ley islámica prohíbe que se cite”. Pero, por lo que parece se seguía consumiendo su carne.

14 Cuyas tierras descuellan por ser casi desérticas, salvo las pocas que con admirable esfuerzo fueron puestas en regadío bajo la dominación musulmana.