ESTUDIO ECONÓMICO SOBRE EL TRATADO DE IBN ABDÚN

ESTUDIO ECONÓMICO SOBRE EL TRATADO DE IBN ABDÚN

Eduardo Escartín González (CV)
Universidad de Sevilla

La artesanía

El resto de la actividad artesanal, que hoy denominaríamos industrial, también era vigorosa y variada. Además de los oficios y de las manufacturas de los productos ya mencionados, había batihojas y caldereros (§213), que trabajaban principalmente el cobre y sus aleaciones haciendo cacharros, recipientes, medidas, cacerolas y sartenes, las cuales, si eran para freír, debían estar estañadas para evitar la cría de cardenillo con el aceite (§127). Estos artesanos, por ser muy ruidosos y según la opinión de Ibn Abdún, tenían que interrumpir el trabajo durante las oraciones canónicas (§213)1 . Además había carpinteros, que, dejando aparte los materiales de construcción que preparaban como las vigas y las tablas, fabricaban puertas, en especial las de la ciudad (§68); cofres (§217); alacenas (§81); cubos de madera con un aro de hierro (§217); escaleras de mano (§83); parihuelas (§180); medidas de madera para la leche (§106), las cuales podían ser de vidrio, mas de ningún modo de cobre “porque éste cría cardenillo, perjudicial para los musulmanes”. Otros artesanos eran los alfareros, que ya se han mencionado y que, además de los materiales usados en la construcción, fabricaban toda clase de recipientes como las copas (§116) y las zalonas (§178); los vidrieros, que elaboraban pesas de cristal con su contraste para las balanzas (§95), vasos, copas y otros recipientes (§116)2 ; los orfebres, que trabajaban el oro y la plata (§134); los tintoreros (§163) que junto con los zurradores de cuero (§160) debían ejercer su oficio extramuros (§160); los curtidores (§54); los peleteros (§162 y 212); los enguatadores (§212); y los zapateros (§227) que para coser las suelas de los zapatos debían utilizar correhuelas en lugar de hilo, porque éste se desgastaba pronto; y si los zapateros hacían alcorques (§216) “que no pongan arcilla en el fondo de las suelas”3 . También había fabricantes de: escobas, que se hacían de palmito (§103); zaques (§118); fieltro (§161); estopa (§175); puñales (§218); tijeras (§220); papel (§150); pergaminos (§219) que se solían extender en el cementerio entre las tumbas, lo mismo que las pieles de los curtidores (§54) lo cual está muy mal visto por Ibn Abdún4 ; libros (§206) que si eran científicos no se debían vender a los cristianos; molinos de agua (§185); instrumentos musicales (§190), pero Ibn Abdún pretende reprimir la afición que los sevillanos sentían por la música, y para ello propone que se supriman los músicos, o, por lo menos, que no salgan a las fiestas campestres sin la autorización del cadí, así éste podría poner los medios para que la fiesta no degenerase en pendencias; husos para los telares (§145); y sombrillas, que si eran empleadas por los vendedores en los zocos, debían tener una altura superior a la de un hombre a caballo, para así no sacar los ojos a los transeúntes (§177). Debemos suponer que los guarnicioneros hacían sillas de montar, porque Ibn Abdún menciona los estribos (§153). Sobre estos dos artículos, M’hammad Benaboud (1992, p. 79) informa que se elaboraban en Sevilla estribos, magníficas “sillas de montar repujadas y otros aparejos de montar” que se exportaban a los reinos cristianos del norte, donde estos productos eran muy estimados. Ahora bien, la artesanía de los estribos era bastante reciente, ya que, según los relatos de Dozy (1861, Tomo III, p. 151), hacia el año 980 no se usaban los estribos, pues un viajero marroquí, Ibn Hocal, observó lo desgarbados que iban los jinetes andaluces al ir con las piernas colgando sin el apoyo de los estribos. En esta época fue cuando Almanzor reorganizó el ejército, y con él la caballería, contratando soldados mauritanos que ya usaban estribos y con ellos los caballeros tenían más eficacia en el combate. Por otra parte, y volviendo a la artesanía sevillana, había en la ciudad una ceca oficial (§214) para la acuñación de moneda; y no conviene olvidar que Sevilla contaba con un arsenal para la reparación de barcos, y, con toda probabilidad, para su construcción, ya que en esta ciudad se utilizaban mucho las almadías y los cárabos (§57), y las barcas especiales de carga (§146) además de las barcas de pasajeros. El primer arsenal, o atarazana, de Sevilla lo mandó construir el emir Abderramán II, a raíz de las algaras de los vikingos que devastaron y saquearon la ciudad y la región sevillana en el año 844. En auxilio de los sevillanos el emir envió tropas que lograron infligir una gran derrota a los normandos, matando a muchos de ellos y quemando bastantes de sus naves (Bosch Vilá, 1984, pp. 48 a 50).
Además surge un interrogante, que queda sin respuesta: ¿Dónde y por quiénes eran fabricadas las campanas de las iglesias cristianas, que Ibn Abdún cita (§196)?
La manufactura del hierro alcanzaba una gran notoriedad. Con este material se elaboraban: clavos de varias clases, algunos de ellos estañados, que debían ser “sólidos, de forma regular y de cabeza gorda” (§81); herrajes para las alacenas y aros sólidos para los baldes, que no se rompieran pronto (§217); estribos para las sillas de montar (§153); herraduras para las caballerías, que “deben tener la parte externa muy sólida, y dígase lo mismo de los clavos, pues sus cabezas son las que sujetan el hierro a la pezuña” (§82); algunas de las herramientas de los herradores, como los pujavantes que “deben estar bien forjados y ser muy cortantes, porque si no tienen filo, con la fuerza de los golpes que hay que dar, podrían rajar el casco y estropear la caballería” (§82); horcas y rastrillos empleados por los carboneros (§90); barras de hierro para atravesar los qadah y listones de hierro, o de madera, para enrasar los recipientes, donde se medían los cereales (§91); modelos bien calibrados y contrastados de las arrobas y las pesas, que “deben obrar en poder del alamín” (§92). Sobre este asunto de las pesas Ibn Abdún dice (§96): “Las pesas de arrate para pescado y carne no serán más que de hierro, con el contraste bien patente”, prescripción que repite en el §117 ampliándola a las pesas de harisa, buñuelos y pan. Más instrumentos de hierro eran: las balanzas (y presumiblemente la balanza de pesar metales preciosos, que “ha de tener el eje muy largo, para que sea más sensible y más próxima al peso justo” -§93-); las armas, de las que Ibn Abdún cita específicamente las lanzas (§194) y los puñales (§218), y con las que no se puede entrar en la mezquita, “pues allí no se va a hacer la guerra, sino a humillarse, someterse y esperar el premio de Dios, según dice Ibn Abdún (§39), quien, por otra parte, recomienda que “no conviene que nadie circule armado por la ciudad” (§56) y “deberá quitarse las armas a los mozos que vayan a una fiesta, antes de que se emborrachen, y [...se...] origine la pendencia” (§191); los ejes de hierro de los husos, que el hilandero debe clavar bien, para que no se salgan enseguida al devanar el hilo (§228); y, en general, multitud de herramientas necesarias para el trabajo, porque Ibn Abdún menciona, entre otras, las tareas de labrar los campos (§202) y cavar hoyos, por ejemplo, los que los albañaleros hacían en las calles para limpiar las cloacas (§165), el cavado de un pozo (§52), o el de las tumbas (§149), que debían ser más grandes, tanto en lo ancho como en lo largo, porque Ibn Abdún fue testigo ocular de cómo “a un cadáver hubo que sacarlo tres veces de la tumba para arreglar el hueco convenientemente, y otro cadáver hubo de ser metido a fuerza de apretar”.
El acero ya se conocía y empleaba en tiempos de Ibn Abdún, pues éste exige (§220) que “tijeras, navajas, azuelas e instrumentos análogos” se fabriquen “de metal acerado”. El acero de Sevilla debía tener fama, pues al-Zuhri (§233, pp. 156 y 249) menciona que en esta ciudad se fabricaba [el acero llamado indio], tratando al hierro con el polvo de alfinde (al-hind) que se extraía de una mina próxima a la ciudad. El alinde también era objeto de exportación, según la información procedente de al-Zuhri (en el mismo epígrafe citado de su libro)5 .

1 Sobre los artesanos que trabajaban los metales, Lévi-Provençal (1957, p. 182) dice:
  Los pesados herrajes de puertas y cofres eran obra de herreros, que también fabricaban herramientas, clavos, cadenas y barras. Junto con los herradores y los latoneros, atronaban las calles en que trabajaban con un estruendo que no cesaba hasta entrada la noche.

2 J. Vernet (1976, p. 281), en su artículo sobre el califato de Córdoba, dice:
en el siglo IX aparecieron dos nuevas industrias: la del papel y la del cristal. La primera, procedente de Túnez, se localizó en Levante. Es discutible si la introducción de este artículo en el mercado europeo se hizo a través de al-Andalus, vía León, o de Túnez, vía Sicilia. En todo caso, los espécimenes más antiguos de papel occidental que se conservan se encuentran en códices hispánicos. La segunda fue la del cristal, obtenido por primera vez por ‘Abbās ibn Firnās. El secreto de producción de esta variedad de vidrio dio la hegemonía comercial del mismo a al-Andalus que lo exportó hacia oriente durante varios siglos.
Sobre esto mismo, véase también Lévi-Provençal (1957, p. 185).

3 Según Lévi-Provençal (1957, pp. 181 y 182):
  Los zapateros –es curioso comprobar que en francés su nombre actual de «cordonniers» deriva del de la capital de al-Andalus, debido a que el cuero de Córdoba era muy estimado en la Europa occidental durante la Edad Media– fabricaban calzados de cuero según un técnica que detallan los tratados de hisba; pero sufrían la competencia de los fabricantes de sandalias con suelas de corcho (qurq; español, alcorque), que las gentes bajas usaban con mayor gusto cuando hacía buen tiempo. Por su parte los remendones tenían tanto trabajo como los fabricantes de alpargatas (árabe, barga).

4 De los pergaminos dice Ibn Abdún (§219) que se debe raspar bien el cuero y que no se tienen que fabricar con pieles de corderos flacos.
Lévi-Provençal (1957, p. 186) nos comunica que por aquel entonces se traía del Sahara un pergamino de excepcional calidad, “mucho más fino y sólido”, hecho con piel de gacela.

5 La traductora del libro de al-Zuhri, Dolors Bramon, nos transmite (en la nota 767 a pie de la página 156) lo que sobre esto dice Alfonso X el Sabio en su Lapidario: “Et ay deste fierro que, quando lo funden, meten con ello melezinas, por que se faze tan fuerte que taia los otros fierros, et a eso llaman los moros alhinde”.