ESTUDIO ECONÓMICO SOBRE EL TRATADO DE IBN ABDÚN

ESTUDIO ECONÓMICO SOBRE EL TRATADO DE IBN ABDÚN

Eduardo Escartín González (CV)
Universidad de Sevilla

La agricultura

Por lo que Ibn Abdún dice, podemos colegir que la agricultura era con mucho la base de la economía y el fundamento de la sociedad y de la civilización. Dentro de la agricultura sobresale la producción de cereales, siendo el más importante de ellos el trigo. Sobre este particular Ibn Abdún se expresa del siguiente e inequívoco modo (§3):
El príncipe debe prescribir que se dé el mayor impulso a la agricultura, la cual debe ser alentada [...]. También es preciso que el rey ordene a sus visires y a los personajes poderosos de su capital que tengan explotaciones agrícolas personales1 ; cosa que será del mayor provecho para unos y otros, pues así aumentarán sus fortunas; el pueblo tendrá mayores facilidades para aprovisionarse y no pasar hambre; el país será más próspero y más barato,2 y su defensa estará mejor organizada y dispondrá de mayores sumas. La agricultura es la base de la civilización, y de ella depende la vida entera y sus principales ventajas. Por los cereales se pierden existencias y riquezas, y por él cambian de dueño las ciudades y los hombres. Cuando no se producen, se vienen abajo las fortunas y se rebaja toda la organización social.
Sobre este mismo asunto se pronuncia en el §1:
La incuria y el descuido han provocado siempre, por el contrario, la pobreza y el hambre; han dado origen a todos los daños y crisis; han determinado el aumento de los tumultos y desórdenes; han favorecido la ruina del país y obligado a sus habitantes a expatriarse.
Aquí, el traductor puntualiza, en nota a pie de página, que “en la España musulmana siempre perduró muy vivo el recuerdo de la gran hambre de 750, que fue la causa de que millares de beréberes regresaran al norte de África.”
De estas manifestaciones de Ibn Abdún se desprende una implícita concepción teórica sobre lo que caracteriza la actividad económica. La economía se caracteriza por la organización que en una sociedad se hace para producir y repartir los medios de vida. O sea, para estar bien aprovisionado y no pasar hambre y poder defenderse; en definitiva, para sobrevivir. Ibn Abdún llega a esa concepción basándose en la observación de la organización social de su tiempo en dos grupos: uno, el compuesto por el rey, sus visires y los personajes poderosos de su reino (todos ellos grandes terratenientes), que no necesitan trabajar para vivir, y, dos, el del resto de la población que se gana la vida mediante su propio trabajo. La teoría (o explicación) acerca de lo que es la economía (o sea, lo característico de los hechos económicos) subyacente en esa consideración es que los asuntos económicos vienen determinados por la forma en que se organiza una sociedad para que sus miembros se ganen la vida. Tales ideas evocan las del economista francés, de principios de la segunda mitad del siglo XVIII, J. R. Turgot. Este autor, en sus Reflexiones sobre la formación y distribución de las riquezas (1770), menciona expresamente una clase de individuos que no necesita hacer nada para vivir; y por eso la llama la clase disponible, ya que tiene, por lo tanto, todo su tiempo libre para dedicarse a los asuntos generales de la sociedad, como la guerra, la administración de la justicia y la política. Los miembros de esta clase son grandes propietarios territoriales, o bien, poseedores de grandes capitales, y disfrutan de sus rentas. En cambio, hay otra clase de gente que no tiene nada más que sus brazos para ganarse la vida. Es una clase cuyo tiempo debe emplearlo en producir para poder subsistir. De los miembros de esta clase cobran especial importancia los que se dedican a la agricultura, puesto que de los productos de la tierra viven todos los demás componentes de la sociedad.
Las ideas contenidas en los últimos pasajes reproducidos demuestran que Ibn Abdún tenía una nítida noción de la dependencia mutua de las diversas variables económicas y del llamado flujo circular de la renta y el efecto multiplicador. En lo que a este efecto multiplicador en su aspecto positivo se refiere, se puede apreciar de lo expuesto por Ibn Abdún en el §3 cómo de la abundancia de productos agrarios, debido a un número alto de explotaciones rurales bien explotadas como consecuencia de la atención personal de sus dueños, los propietarios de las fincas obtienen cuantiosos ingresos y los habitantes del país tienen recursos suficientes para vivir. Al gastar las rentas se generan empleos en otros ramos de la actividad económica, lo cual se va transmitiendo de un sector a otro originándose así la prosperidad general, como un efecto multiplicativo del impulso económico inicial, que, además, permite unos ingresos fiscales elevados sin necesidad de recurrir a un aumento de la presión tributaria. Y el aspecto negativo del efecto multiplicador se observa en la precedente transcripción del §1. De paso Ibn Abdún elogia de tal forma la agricultura, alzándola hasta el punto de ser el origen de la civilización y el fundamento mismo de la vida y de toda la economía, que su autor se convierte en seguidor de un movimiento cultural en lo económico que, desde los griegos clásicos y pasando por los romanos, culminaría en la fisiocracia, corriente de pensamiento divulgada por algunoseconomistas franceses en la segunda mitad de siglo XVIII y que desapareció al principio de la Revolución Francesa, por ser proclive al elitismo y al ancien régime. Quesnay (1767, Máxima I p. 2), maestro de los fisiócratas, opina que el fin principal de un reino agrícola es velar por “la prosperidad de la Agricultura, que es la fuente de todas las riquezas del Estado, y de las de los Ciudadanos”; en su Nota a la Máxima XIV (ib., p. 103) escribe: “Esta abundancia de cosecha y de ganados ahuyenta todo temor de hambre en un Reyno fecundo en subsistencia”; y luego, en la misma Nota a la Máxima XIV (ib., p. 110) afirma:
Los Nobles extendiendo sus empresas de cultivo contribuirian por este empleo á la prosperidad del Estado, y encontrarian recursos para sostener sus gastos y los de sus hijos en el estado militar. En todo tiempo la Nobleza y la Agricultura han estado juntas.
Continuando con los argumentos expuestos supra páginas 101 y 102 a propósito del §3 y la similitud de pareceres entre nuestro personaje sevillano y Adam Smith, ahora toca poner de manifiesto una apreciable diferencia entre las concepciones teóricas de Ibn Abdún y los fisiócratas, pese a mantener algunas ideas comunes. Dicha disparidad estriba en que aquél era partidario de la abundancia y de la baratura de las subsistencias, mientras que éstos defendían la abundancia y la carestía de las mismas. A este respecto Quesnay (Máxima XVIII, ib., p. 20) explicaba que “abundancia sin valor no es riqueza; hambre y carestía es miseria; abundancia y carestía es opulencia”3 .
Los cultivos más importantes, deducidos por el número de veces que Ibn Abdún se refiere a ellos, eran los de cereales, sobresaliendo entre ellos el trigo, los del olivo, y los de la vid. Después vienen las frutas en general, de las que destacan sobremanera los higos 4 –§108, 192, 221 y 229–; las uvas –§129, 130, y 132–; y los melones –§96–, y luego las hortalizas, de las que Ibn Abdún menciona las siguientes: lechugas (§107); achicorias (§107); zanahorias (§107); y pepinos (§130). También se recolectaban otros frutos, como las bellotas y las castañas (§224). Además, Ibn Abdún menciona las especias en general, y el azafrán (§225) 5 y la pimienta (§181) en particular. Y se cultivaban plantas forrajeras, como el heno (§87).
Otros cultivos de fibras vegetales, también citados por Ibn Abdún y que constituyen la materia prima para la artesanía, son: lino; algodón; seda, que, pese a ser de origen animal, implica el cultivo de moreras 6; cáñamo y esparto, con los que se elaboran productos terminados, mencionados por Ibn Abdún, como cuerdas, tomizas, sogas, cofines, esportillas y serones; anea, que se extrae de los carrizales, por los que Ibn Abdún muestra un gran interés, como ya se dijo suso –página 106– en referencia parcial al §80 y que ahora se completa por tratarse de “una primera materia de los que las gentes tienen necesidad ineludible y de la que no se puede prescindir” (§80); por ejemplo, de anea, y con un aro de caña, se fabricaban cedazos para el trigo (§79). Otros productos de origen vegetal igualmente nombrados por Ibn Abdún son: borra; palmito, usado para fabricar escobas, según dice Ibn Abdún (§103); y las fibras que en aquella época se empleaban para la fabricación del papel (citado en el §150), aunque para la escritura también se usaba el pergamino, al que alude en los §54 y §219.
Los tres cultivos más importantes merecen un comentario especial. Dejando aparte el de la vid, por haber sido tratado en el parágrafo 1.5.2, ahora se comentará algo más sobre el olivo y los cereales.
Sobre el cultivo del olivo, Ibn Abdún no ofrece muchos datos, excepto los indirectos a través de su fruto, las aceitunas y su derivado el aceite. Ambos productos, por las numerosas citas que de ellos hace, debían ser muy apreciados y, sobre todo, constituían una buena fuente de ingresos para el Estado, según dice Ibn Abdún (§4) al referirse a los impuestos procedentes de los cereales y de la cosecha de aceitunas. Aunque, por lo que respecta a este último tributo, él opina que mejor sería cobrarlo en función de la cantidad de aceite que de las olivas se extrajera. He aquí algo del contenido de este epígrafe:
El cadí debe recomendarles [a los estimadores de cosechas] que se muestren benévolos y atentos, dando de lado cualquier abuso, altanería o rencor. Si valoran una cosecha de aceitunas, la cifra debe ser rebajada en un cuarto, en caso de calamidad atmosférica o de enfermedad de los árboles, y el impuesto no debe ser cobrado según la cosecha de aceitunas, sino según la cantidad de aceite que de ellas se saque.7
El aceite sevillano debía tener mucha fama, ya que el geógrafo almeriense al-Zuhri (El mundo en el siglo XII, §232 p. 156) alaba el aceite del Aljarafe por ser “el mejor de todos los conocidos y el más graso”8 . De él también dice que se exporta “al resto de al-Andalus, a los países cristianos, al Magreb, a Ifriqiya, a El Cairo y a Alejandría, llegando incluso algo hasta el Yemen”. La señora Constable (1994, p. 216) recoge lo que sobre el aceite sevillano decía Razi, ya en el siglo X, en su Descripción de España: «si Sevilla no pudiese exportar su aceite de oliva, habría tanto que sería imposible almacenarlo y se estropearía».
Respecto al otro de los grandes cultivos, Ibn Abdún utiliza en ocasiones el término genérico de cereales, pero luego, cuando desciende a concretar alguno, sólo menciona el trigo y una vez la cebada de un modo indirecto, al prohibir que “se venda el alcacer, cuando empiece a granar, porque suelen hacerlo para no pagar por él azaque.” (§159). En aquella época, si el año se presentaba pobre para las cosechas de los labrantíos de secano, los campesinos tenían la costumbre, tal como nos revela Lévi-Provençal (1957, p. 153), de sacar sus reses a las sembradas para que “pacieran en verde (qasil = español: alcacel y alcacer)”.
Evidentemente, el trigo es el cereal panificable por excelencia, en la cuenca del Mediterráneo, y, además de las múltiples menciones que a él hace, Ibn Abdún también alude al pan, la harina y la molienda, en molinos de agua (§185); también se alude a ellos en el §138, donde se menciona los cuidados que requiere “la aceña para que esté más derecha”. También se refiere a profesiones y establecimientos relacionados con este producto, como los horneros, las panaderías y algunos otros artículos elaborados con harina, como buñuelos, harisa (§117 y §127)9 y pan de poyas (§115 y §148). Sobre esta clase de pan, en nota a pie de página del Tratado de Ibn Addún, se nos aclara que el hornero cobraba su salario en especie, detrayendo para sí un pequeño trozo de cada masa de pan llevada por las familias a cocer en el horno común. Pero Ibn Abdún pretende regular la forma de proceder del hornero con estas porciones procedentes de muy diversas amasaduras: “El hornero no hará con las poyas un pan grande, sino que las cocerá aparte unas de otras, tal como están”. Sin embargo hay una excepción a la costumbre de cobrar mediante la poya; se trata de la masa hecha por los leprosos, a quienes no se les tomara masa como salario (§164). Pero por esta disposición no se impide que dichos enfermos acudan al horno común para cocer su pan. Al parecer lo que pretende Ibn Abdún es que, por prudencia sanitaria, el pan amasado por un leproso no vaya a parar a un individuo sano. Todas estas referencias al trigo y sus productos derivados son indicativas de la trascendencia de este cultivo, que, por otra parte, originaba multitud de artesanos y oficios. Y ello pese a que la costumbre más generalizada era la de amasar el pan en cada casa, aunque su cocción se realizara luego en el horno común del hornero, como se acaba de referir. La enumeración de algunos de dichos oficios debe empezar por los tratantes en cereales, o intermediarios entre el productor y los comerciantes mayoristas, citados por Ibn Abdún en los §99 y 104. Por otra parte, la relevancia del trigo y de los oficios a los que daba lugar se pone de manifiesto en el §91 del Tratado de Ibn Abdún:
Conviene que en la medida del trigo, y sólo en ella, se haga una barra de hierro que atraviese por medio de la boca del qadah, de una parte a otra, y que lleve en el centro el contraste de que contiene justo el equivalente al peso de una arroba. Una vez lleno el qadah, ha de rasarse la medida con un listón de madera, lo bastante grueso para que no se curve, o con una varilla de hierro, que se pasará por encima de los bordes del qadah y de la barra de hierro que los atraviesa, con lo cual quedará patente cualquier exceso en la medida [...]. Los patrones de estas medidas obrarán en poder del almotacén y del alamín o fiel contraste del gremio de pesadores, que es el más indicado para conservarlos y verificarlos.
Lógicamente, una parte del trigo necesario para el aprovisionamiento de la ciudad era transportado por vía terrestre, trayéndolo de las fincas circundantes a Sevilla, ya que Ibn Abdún hace referencia (§65) al “que venda en su casa trigo o aceite, o el que los traiga a su casa desde su heredad”. Pero, posiblemente, también se debía traer por vía fluvial desde las fincas ribereñas al Guadalquivir, pues es lógico pensar que esta clase de traslado estaría inducida por el menor coste del transporte acuático que el terrestre. Tal modo de abastecimiento a la ciudad implicaría cantidades masivas de granos, debido a la gran capacidad de carga de los barcos. Aunque no es seguro que tal interpretación sea del todo correcta, dicha apreciación puede estar avalada por la siguiente propuesta de Ibn Abdún (§146):
Debe prescribirse a los arráeces y patrones de barcos dedicados al transporte de trigo, carbón y otras mercancías, que no los carguen demasiado y que no expongan la vida de los musulmanes.
Ahora bien, si tenemos en cuenta lo dicho en el §60 sobre que es el puerto fluvial de Sevilla “el lugar por donde salen las mercancías que exportan los comerciantes”, y sin que nuestro autor mencione la entrada de importaciones, igualmente cabe imaginar que el transporte de trigo en barco no era para abastecer la ciudad, sino para exportarlo. No obstante, es probable que se importaran los cereales, puesto que al-Andalus era deficitaria de este producto desde el siglo IX, según la información proporcionada por Lévi-Provençal (1957, p. 153). Esta misma opinión es sustentada por Constable (1994, p. 193), mas lo curioso es que esta autora se basa en el §146 del Tratado de Ibn Abdún, recién reproducido, para atestiguar su aserto. Ésta es su afirmación: “El muhtasib Ibn ‘Abdūn menciona los barcos anclados en el puerto de Sevilla que traían cargamentos de grano”. Sin embargo, por lo que se acaba de exponer algo más arriba, no es nada seguro que del contenido del transcrito §146 se pueda inferir inequívocamente que los barcos de trigo sólo lo trajeran a la ciudad, puesto que Ibn Abdún no dice explícitamente si el trigo venía o salía de la misma. Además la propia Constable un poco más adelante (ib., p. 194) constata la exportación, y no la importación, del trigo al referirse a dos cartas, procedentes de la colección de la Geniza de El Cairo, sobre asuntos comerciales hacia 1050 una de ellas y hacia 1140 la otra. Obsérvese que las fechas de estas misivas horquillan la época de Ibn Abdún, al estar datada la primera unos años antes y la segunda unos después del periodo en que vivió Ibn Abdún. En esas epístolas se menciona en la primera de ellas que un mercader había vendido añil en al-Andalus y que había comprado trigo andalusí y en la segunda que se había enviado un cargamento de trigo desde Sevilla a Trípoli. En consecuencia, cabe deducir, como hace García de Cortázar (1973, p. 77), que en Sevilla el trigo se importaba o se exportaba según fueran las cosechas, malas o buenas respectivamente; y eso con independencia del abastecimiento regular a la ciudad por via fluvial desde las fincas próximas al río Guadalquivir debido sencillamente a los bajos costes del transporte acuático.
Algo parecido se puede suponer respecto al carbón y su transporte por barco. Pero, en este caso se trata con toda seguridad del abastecimiento a la ciudad, porque tenemos la información adicional (proporcionada en el §90) sobre los puntos de su venta en la ribera del río: “Deben protegerse los lugares de la orilla del río en que se vende el carbón por subasta, e impedir que se les quite terreno, pues son mercados de gran utilidad.”

1 En la traducción del Tratado de Ibn Abdún figura en este punto la siguiente nota a pie de página:
  El territorio de Sevilla fue siempre, en el periodo musulmán, el de los grandes latifundios, constituidos por la aristocracia árabe o pertenecientes a ricos propietarios rústicos originarios del país. Sobre estos latifundios sevillanos del siglo IX, cf. E. Lévi-Provençal, Hist. De l’Esp. Mus.,pp. 60,251.

2 Conviene señalar que aquí Ibn Abdún demuestra tener una clara noción de los efectos de un aumento de la cantidad ofrecida sobre los precios, que implica una función de demanda decreciente. Sin embargo, para llegar a esa noción no se requiere tener conocimientos teóricos, sino capacidad de observación de lo que ocurre en la práctica. Pero fijarse en los hechos es el primer paso para llegar a una teoría que los explique. Además es preciso tener en cuenta que cualquier propuesta de contenido económico (es decir, la política económica) descansa siempre en concepciones teóricas, aunque éstas sean tácitas y, por consiguiente, no sean expresadas abiertamente.

3 Acerca de la controversia teórica entre “carestía y abundancia frente a baratura y abundancia” se puede consultar la instructiva explicación de Schumpeter (1954, pp 332 in fine y ss, así como p. 279n).

4 De la región de Sevilla eran reputados los higos de las variedades «goda» (quti) y sha’rí (Lévi-Provençal, 1957, p. 165). Ibn Hawqal (en su Kitab surta al-ard,según la cita de Constable, 1994, p. 217) menciona que en Sevilla se obtenían muchos productos, vinos e higos. De estos últimos también da constancia al-Saqatí (en su Manual de hisba, que cita Constable, ib., p. 218). Abú l-Jayr, agrónomo sevillano y contemporáneo de Ibn Abdún, en su Tratado de agricultura se ocupa, entre otros muchos cultivos y productos, de las vides (pp. 272 y ss.), las uvas (pp 315 y 316), las pasas (pp. 316 y 317), los olivos (pp 250 a 252), las aceitunas (pp. 311 y 312), las higueras (pp 289 a 292), los higos (pp. 224 y 314) y cabrahígos (pp. 223 y 292).

5 En Sevilla concretamente se cultivaba el azafrán, y de él dice Rachel Arié (1982, p. 227) que “tenía fama” y Constable (1994, p. 205) añade que se exportaba al extranjero. También eran muy famosos los inmensos olivares de Aljarafe sevillano, que, según la cita reproducida por Lévi-Provençal (1957, p. 155), eran «tan espesos, que el sol apenas se filtraba por ellos y tenían sus ramas entremezcladas». Abú l-Jayr (en su obra reseñada) trata, ente otros muchos productos, de los pepinos (pp. 308 y 312), de las bellotas y castañas (p. 313) y del azafrán (p. 334).

6 Respecto a las plantas textiles, Lévi-Provençal (ib., p. 167) menciona expresamente que el algodón se cultivaba “en las regiones de Sevilla y Guadix y que también se exportaba al Magrib”. La comarca de Sevilla era una gran productora de algodón y lo exportaba, según al-Razi –en su Descripción de España, citado por Constable (1994, p. 170)–. En lo concerniente a la seda, Burckhardt (1970) dice que entre los oficios, que en realidad eran artes, “figuraba el tejido de seda que, en ciudades como Córdoba y Sevilla, estaba tan altamente desarrollado como en el oriente musulmán o en Bizancio”. Abú l-Jayr, en su obra citada, también se ocupa del cultivo del lino (pp. 320 a 323), el del algodón (p. 323) y el de las moreras (pp 261 y 262).

7 Sobre algunos impuestos y las personas que intervenían en ellos, como los alcabaleros y los estimadores de las cosechas, Lévi-Provençal (1957, p. 22) dice lo siguiente:
  Alguno de estos impuestos, y en particular los dos últimos [qabala, o impuesto ad valorem que gravaba toda mercancía vendida en los zocos y el impuesto sobre la venta del vino], se arrendaban normalmente por adjudicación a unos alcabaleros (mutaqabbil), que evidentemente no se descuidaban en recobrar los fondos que habían desembolsado al obtener la adjudicación, con beneficios importantes e incluso exagerados. Al lado de los cobradores –que eran propiamente hablando, «diezmadores»– había también estimadores del rendimiento de las cosechas antes de ser cogidas. Los impuestos se cobraban en ciertas épocas prefijadas del año fiscal, idéntico al solar. A veces por un rasgo benévolo o para cuidar su popularidad, el soberano perdonaba a los contribuyentes el pago de algunos atrasos de impuestos (baqiyya), no pagados. Se tenían también en cuenta para la cobranza las malas cosechas por calamidades agrícolas (cha’iha), como granizadas, exceso de lluvias, sequías, plagas de langosta. Pero esto no era peculiar de al-Andalus, pues en todo el Oriente islámico se hacía otro tanto.
Más adelante, Lévi-Provençal (ib., p. 152) añade que “las calamidades agrícolas (cha’iha) podían justificar la rescisión de los contratos de arrendamiento, o, por lo menos, de alguna de sus cláusulas.” Para ilustrar esta posibilidad cuenta el caso de un juez al que se le presentó una reclamación concerniente a la renta de unas tierras cultivables que estaban arrendadas y que formaban parte de los bienes habices (o de manos muertas) de una mezquita. La queja de los arrendatarios era que sus tierras habían sufrido una plaga de parásitos debido a las copiosas lluvias de esa primavera y que luego habían sufrido una devastación provocada por otra plaga de conejos. Los peritos, después de la pertinente comprobación, recomendaron la reducción de la renta de un tercio a un cuarto.

8 Sobre el aceite del Aljarafe, al-Zuhri añade algo que aparenta ser una exageración popular para magnificar la excelencia de este aceite. Es lo siguiente: “Se conserva bajo tierra veinte, treinta años, o más, y no hace sino mejorar; luego se puede sacar y no se estropea.”

9 Harisa, según nos informa el traductor en nota a pie de página correspondiente al §117, “era una especie de papilla compuesta de trigo, de carne picada y de grasa.”