ANÁLISIS DE VALOR DE LA TRAZABILIDAD DE LOS PRODUCTOS CÁRNICOS ESPAÑOLES

José Ruiz Chico

2.2. CONCEPTO DE TRAZABILIDAD ALIMENTARIA.
2.2.1. ¿Qué es la trazabilidad en la empresa?

Como vimos antes, los problemas derivados de la deficiente seguridad alimentaria (o no gestión) han provocado que surja el concepto de trazabilidad o de rastreabilidad (“traceability”, en inglés) de un alimento a lo largo de la cadena alimentaria. Se trata de un término relativamente nuevo, con no más de veinte años de antigüedad en esta acepción, que ha sido muy estudiado por organismos públicos o universitarios (AESAN, la Universidad de Wageningen o Autónoma de Barcelona, por ejemplo) o colectivos sectoriales como Confecarne (Confederación de Organizaciones Empresariales del Sector Cárnico de España) o Fiab (Federación Española de Industrias de Alimentación y Bebidas) en nuestro país. A nivel personal, destacan los trabajos realizados a este respecto por Álvarez del Campo, Briz Escribano, Caja, Colom Gorgues, Díaz Yubero, Feldkamp, García Martínez, Kinsey, Langreo Navarro, López García, Manteca Valdelande, Morais, Poole, Sánchez Benéitez, Skinner, Trienekens o Van der Vorst, entre otros, vínculándose con el análisis de la cadena de valor.

Según la Unión de Pequeños Agricultores (2004a), se trata de un término nuevo en el ámbito empresarial y por extensión a la sociedad, que no existe en el diccionario, a pesar de que su uso se ha generalizado en los últimos años, por lo que dada esta inexistencia se trata de un concepto traducido directamente de otras lenguas.

El término trazabilidad lo podemos encontrar en trabajos sobre la gestión de la calidad (Requisito 7.5.3 “Identificación y trazabilidad” de la norma ISO-9001), la seguridad alimentaria, etc. Destaca especialmente el Reglamento 178/2002, donde se establecen los principios de legislación alimentaria y los procedimientos relativos a la seguridad alimentaria establece en su artículo 18 que “en todas las etapas de la producción, la transformación y la distribución deberá asegurarse la trazabilidad de los alimentos, los piensos los animales destinados a la producción de alimentos o las sustancias destinadas a ser incorporadas en alimentos o piensos o con probabilidad de serlo”.

Nos debemos plantear entonces qué se entiende por trazabilidad. Son varias las definiciones de este concepto que podemos enunciar:

 

 

 

En definitiva, podemos concluir estas definiciones planteando las expuestas por Trienekens y Van der Vorst (2003), quienes realizan una doble visión de manera estricta y amplia de esta técnica:

Podemos deducir entonces una serie de factores definitorios de la trazabilidad:

De este modo, aplicando la trazabilidad se tiene determinado el historial de un alimento concreto, desde que se produce hasta que llega al consumidor, controlando incluso los medios de producción utilizados. Langreo Navarro (2004) considera que este sistema es básico para la detección de alarmas alimentarias pues permite identificar a los agentes que han intervenido en su producción, los métodos seguidos y el destino de los productos producidos de la misma forma, por lo que han corrido los mismos riesgos, y así se pueden retirar del mercado sin perjudicar al resto.

En este contexto, Ocaña (2002) plantea que los sistemas de rastreabilidad requieren de una cadena transparente de controles de proceso para proteger la credibilidad y ejecutar puntualmente las funciones de transferencia de información. Este control desarrollado por la trazabilidad ha de ser un control integral desde la granja hasta la mesa (Unión de Pequeños Agricultores (2004a)), y que debe basarse en un profundo conocimiento del flujo de procesos dentro de un área de negocio determinada (Sánchez Benéitez (2003)).

AESA (2004) recoge que la mayoría de las empresas no puede responder de forma individual sobre la trazabilidad en toda la cadena, pero cada una sí deberá recopilar la información sobre los aspectos bajo su control, debiendo implicarse para que funcione la trazabilidad. Siempre que todos los eslabones asuman el desarrollo de este sistema, se podrá facilitar la información necesaria a los operadores afectados. Alcalá Fernández (2002) considera que se produce un importante avance al potenciar la seguridad de los alimentos, garantizando así un mayor nivel de calidad, permitiendo determinar las variables asociadas a la elaboración de un producto, y tomar las acciones correctivas adecuadas, de modo que se gana más confianza en el mismo.

2.2.1.1. Objetivos de la trazabilidad.

Las empresas están muy preocupadas por la trazabilidad. De hecho Idtrack et al. (2005) concluyen que prácticamente el 100% de las empresas españolas la tenían implementada en el año 2005, con la entrada en vigor de la normativa, con un gran crecimiento sobre 2004, cuando este dato no superaba la mitad. Sánchez Benéitez (2003) enuncia los objetivos principales que persigue una empresa con su aplicación:

A estos objetivos, Ruiz Oller (2004) añade dos aspectos muy importantes:

2.2.1.2. Orígenes del concepto de la trazabilidad.

El concepto trazabilidad no es una novedad para el sector alimentario. La seguridad alimentaria ha sido siempre un tema de preocupación para sus productores. Sin embargo, la globalización de la cadena de suministro, la inestabilidad política, la rápida propagación de contaminaciones y enfermedades y el aumento de la amenaza terrorista, han configurando la seguridad alimentaria, en general, y la trazabilidad, en concreto, como una cuestión principal, imponiéndose en la UE y demás países desarrollados.

Así, para Fernández Andrade (2002), la trazabilidad es una característica existente desde la antigüedad. Los pintores firmaban sus cuadros y los fabricantes de zapatos colocaban una contraseña en el forro o en la suela para que la gente conociera a su autor. Con el mismo motivo, en los edificios públicos romanos encontrar inscripciones del estilo “Marcus fecit”. Así muchas marcas y etiquetas sirven para responsabilizar a alguien de los productos elaborados, al tiempo que sirven de publicidad.

Este concepto se utiliza también desde hace muchos años en metrología. Desde este punto de vista, Morais (2003), la define, según el vocabulario internacional de términos fundamentales y generales de metrología, como la propiedad del resultado de medida consistente en poder referirlos a patrones apropiados, mediante una cadena constante de comparaciones. Si aplicamos este concepto al sector alimentario, podríamos comparar las fases de la cadena alimentaria para detectar diferencias anormales entre ellas.

Sánchez Benéitez (2003) explica que el concepto de trazabilidad alimentaria, desde un punto más sanitario, empezó a desarrollarse en la década de los setenta, aunque no fue hasta finales de los noventa cuando rompe las barreras puramente sanitarias teniendo gran repercusión en los medios de comunicación. Males como el de las vacas locas dejaron patente la necesidad de controlar los alimentos de forma fiable, buscando la manera de devolver la confianza de los consumidores hacia sus proveedores habituales.

La trazabilidad vista así tampoco es una novedad, según Díaz Yubero (2003a). Algunas de las medidas (registros, control documental, análisis, guías sanitarias, etc...) se venían aplicando ya, pero es un sistema integrado que afecta a todas las cadenas alimentarias independientemente de su complejidad. Sánchez Benéitez (2003) añade así que se ha configurado como un combinado de exigencias sanitarias y comerciales. Comenzó a ser estructurada sobre soportes físicos (papel, documento de proceso...) y después en códigos de barras. En la actualidad se construye sobre etiquetas y chips electrónicos y se gestiona en internet. Por lo tanto, se ha dado un cambio conceptual y se han consolidado nuevas herramientas y nuevos canales para conseguir una eficiencia muy alta.

Green (2002) explica que la trazabilidad comienza a aplicarse y a desarrollarse en un período con intensificación de la informática. Así, Sánchez Benéitez (2003) destaca que se han desarrollado proyectos de trazabilidad en los sectores pesquero, vacuno, porcino, hortofrutícola y vitivinícola, así como un impulso internacional para los transgénicos.

2.2.1.3. Tipos de trazabilidad.

De forma general, Ocaña (2002) explica que la trazabilidad comprende dos grandes bloques: un sistema único de información y un mecanismo creíble y demostrable para preservar la identidad de los productos a lo largo de la cadena. Tales sistemas pueden clasificarse en cuatro categorías, según se aplique al país de origen, al minorista, al industrial o al animal desde la producción hasta el punto de venta del consumidor. La trazabilidad puede clasificarse también siguiendo varios criterios:

 

 

 

 

 

En definitiva, para AESA (2004), estas clasificaciones son distintas formas de denominar la trazabilidad hacia atrás, hacia delante o interna de proceso, que veremos con más detalle en apartados posteriores. Estas clasificaciones no son excluyentes, es decir, una empresa puede utilizar todas las clasificaciones de trazabilidad en función de las actividades que desarrolle, como por ejemplo:

2.2.2. Ventajas de la trazabilidad.

Como apunta Juan Gimeno (2002), pese a los requerimientos y dificultades que puede suponer la aplicación de la trazabilidad, ésta no debe ser entendida nunca como una barrera sino como una oportunidad para asegurar las ventajas cualitativas de los productos. De hecho, supone una gran variedad de ventajas estratégicas para la empresa, teniendo en cambio algunos inconvenientes que superar.

Bueno Cogolludo (2004) incide en que su implantación genera numerosos beneficios, acrecentando la seguridad y los beneficios de las empresas, mejorando la confianza del consumidor y, en caso de detectar alguna incidencia, localizando el foco del problema y posibilitando la retirada del producto del mercado. Según Mir Piqueras et al (2002), se pueden corregir así los fallos y mejorar los procesos, los sistemas de calidad y los de gestión. Así, AESA (2004) considera que todos salimos ganando con su implantación.

Bravo (2002) remite al Reglamento 178/2002 para citar como ventajas de la trazabilidad agrícola una mayor transparencia en las condiciones de producción y comercialización y desde el punto de vista del consumidor, confianza y seguridad alimentaria. Desarrollemos estas ventajas teniendo en cuenta que están interrelacionadas:

 

Así, Alcalá Fernández (2002) considera que esta técnica respalda la credibilidad en el consumo alimentario pues permite registrar cualquier producto en una base de datos que crece hasta el consumidor. Se crea así una identidad que asegura a cualquier agente que su producto cuenta con garantía de origen y procesamiento, ganando credibilidad y aumentando el valor del producto hacia el exterior (mercado y administraciones) y hacia el interior (con una mejora en la gestión interna, el nivel de información, el sistema de autocontrol y la gestión de calidad, detectando mejor las no conformidades (Confecarne (2002))).

Sirva como ejemplo el caso de las últimas crisis alimentarias. Con la aparición de los casos de las “vacas locas” o de las dioxinas, Hidalgo Moya (2002) expone que los poderes públicos consideraron la necesidad de conocer el origen de los alimentos, ya que se demandaba la necesidad de proteger el mercado para evitar sobresaltos. Así nació la exigencia de implantar los sistemas de trazabilidad.

Otro ejemplo expuesto por Confecarne (2002), aparece también recogida en la encuesta realizada entre consumidores irlandeses tras el episodio de las “vacas locas”, en la que un 82% creía que la implantación de la trazabilidad disminuiría significativamente el riesgo y permitiría también elegir con más información.

A pesar de estos antecedentes, no se puede afirmar que la trazabilidad vaya a proporcionar una solución total para la seguridad, ni eliminará sus problemas, sin embargo reducirá eficazmente la exposición a riesgos. En este sentido, Fernández Andrade (2002) explica que funciona como el DNI, que no garantiza la honradez del titular aunque es imprescindible para su identificación.

 

Ibáñez Casanova (2003) comenta que la trazabilidad aparece como un objetivo del Círculo de Calidad, en concreto en el que busca obtener y mantener la confianza del cliente para lo que las empresas adscritas aportarán una oferta globalizada, profesionalidad, garantía sanitaria, trazabilidad y comunicación correcta con el público mediante una imagen común. De hecho, se encuadra en el grupo de indicadores que miden la experiencia del establecimiento junto con el grado de cumplimiento de los compromisos y los retrasos de los pedidos.

Hemos de tener presente que, según Ruiz Oller (2004), el desarrollo de la calidad implica otras ventajas importantes como la integración de procesos y la mejora continua, complementa y aumenta la eficiencia del control de existencias y permite tener un registro de calidad de los proveedores y llevar a cabo las especificaciones de los clientes, ahorrando costes.

AESA (2004) establece que esta mejora permitirá un mayor control interno de los procesos, potenciando la colaboración entre los agentes, mejorando la transparencia en la cadena, ya que aporta información para facilitar la gestión de stocks, por ejemplo. Para Sánchez Benéitez (2003), se gana un mayor autocontrol y un conocimiento de su propia realidad, aumentando su motivación hacia la mejora. De hecho, según Idtrack et al. (2005), es el departamento de calidad el que se encarga de la gestión de la trazabilidad.

 

Ruiz Oller (2004), entre otros autores, considera que permite construir una imagen de marca gracias a la calidad asociada a través de una serie de valores que debe poder identificar el consumidor, agregando un valor estratégico al producto que le diferencia de los competidores, ya que, según Sánchez Benéitez (2003), potencia a los que la ponen en práctica frente a los que no desarrollan esta actividad correctamente. Como explica Juan Gimeno (2002), el consumidor actual valora cada vez más los factores no económicos al comprar un alimento, sobre todo ante aumentos del poder adquisitivo, factores como que el producto se pueda identificar desde el origen, que sea diferenciable, que sea saludable para la dieta, que ofrezca garantías de calidad sobre salud, sabor, aroma y color, y que sea conveniente en términos de comodidad y simplicidad.

Para Langreo Navarro (2004), la garantía de trazabilidad total o parcial se ha convertido entonces en una ventaja competitiva en el mercado, visión apoyada por Alfaro Tanco et al (2007). Así se mantienen los clientes y se pueden recuperar más fácilmente aquellos que hemos perdido. Toda empresa vinculada al sistema alimentario deberá adoptar la trazabilidad (aparte de la obligación legal) o le será difícil persistir en el negocio.

 

Así, en este sentido, Confecarne (2002) considera que la trazabilidad limita los costes económicos y de imagen para la empresa. La retirada era un hecho relativamente habitual, de forma que si hasta ahora se encontraba un problema, se desencadenaba la retirada total del producto, pues sin trazabilidad, no se podía saber dónde se originó de forma inmediata. Industrias enteras se verían afectadas, puesto que los costes pueden dispararse en términos de daños humanos, litigios y pérdidas de imagen.

Algunos ejemplos de estas consecuencias son los siguientes:

En el caso de España, Samper (2003) comenta que el consumo de vacuno en 1975 era de 16,5 kilos de carne per cápita, consumo que bajó a uno 12 kilos en 1995, por ciertos escándalos sanitarios por la alimentación animal. En 1996, el caso de las vacas locas remataría el sector.

 

 

 

Siguen apareciendo nuevos casos cuyas consecuencias no se han evaluado o cuantificado. En cualquier caso, la confianza del consumidor ha quedado minada y siempre tendrá la duda de que esos productos les resultarán perjudiciales. Por este motivo no es extraño que la trazabilidad sea una necesidad. Sirva el caso que explica López García (2003), con la aparición de trozos de cristal en una botella de cerveza en Canarias. Al consultar la etiqueta, se informó a la central, que localizó las de ese lote y retiró el resto de botellines, localizados en Turín y Montreal, evitando posibles reclamaciones e indemnizaciones.

No obstante, un estudio recogido por Trienekens y Van der Vorst (2003) apunta que aún cuando la trazabilidad funciona, ya que ante incidentes, los minoristas suelen retirar todos los artículos y no sólo los del lote específico. Han habido crisis en las que los productos implicados crecen con el tiempo y la confianza de los consumidores sale igual de perjudicada. Además, los incidentes producen restricciones generales de importación sin atender a los sistemas de trazabilidad.

 

Desde el punto de vista del consumidor, Kinsey y Buhr (2003) explican los costes finales pueden ser más bajos incluso por la mejora de la eficiencia, mejorando la producción final (Zwingmann (1998)). Feldkamp et al (2003) explican que la trazabilidad exige una integración entre los operadores de la cadena, que producen un mejor flujo de información y permiten ver su rentabilidad como un todo, ya que su coordinación permite optimizar el beneficio total y de cada agente en particular. Desde una visión sistémica, estos autores argumentan que el problema está en que cada actor busca optimizar su eslabón sin ver la cadena completa, generándose sinergias negativas. Trienekens y Van der Vorst (2003) citan una investigación internacional realizada en 2002 en Holanda en la que se deja patente que la mayoría de las empresas se centran en su propio negocio en lugar de la cadena completa. No son conscientes, por ejemplo, de la posible trazabilidad de sus proveedores, sobre todo porque tienen muchos alternativos con los que no intercambian información estratégica.

No obstante, según el estudio de Idtrack et al. (2005), muchas empresas españolas tienen muchas dudas sobre que los costes derivados de la trazabilidad no se justifiquen por los beneficios aportados por la misma.

 

La trazabilidad es también importante para ver la inocencia o culpabilidad en delitos contra la salud pública, contra la lealtad en las transacciones comerciales o contra los intereses de los consumidores. También posibilita las acciones de prevención y ayuda a concretar las responsabilidades en caso de litigio.

 

 

 

 

Trienekens y Van der Vorst (2003) clasifican estas ventajas según correspondan a las firmas individuales o a la cadena completa. Las ventajas para las primeras serían:

Las ventajas para la totalidad de la cadena de oferta en su conjunto serían:

The Food Standards Agency (2002) clasifica también las ventajas según su utilidad para consumidores, empresas o gobiernos:

Alfaro Tanco et al (2007) clasifican los beneficios asociados a la trazabilidad según correspondan al aprovisionamiento (Mejora la selección de proveedores y reduce las existencias de materias primas, mejorando su calidad), la producción (Mejora la productividad de los trabajadores y la utilización del espacio, y reduce los inventarios y las pérdidas por caducidad) o la distribución (Mejora los indicadores de nivel de servicio, y reduce las devoluciones y sus costes).

En definitiva, la trazabilidad ofrece las garantías sanitarias y de calidad necesarias que hoy en día exigen los ciudadanos. De hecho, tiene un potencial enorme ya que no se aplica completamente. Como apuntan los resultados de la investigación recogida por Trienekens y Van der Vorst (2003), la mayoría de las empresas se centran en la prevención en vez de la trazabilidad. La legislación no ofrece ninguna regla para el funcionamiento de la trazabilidad (velocidad de la trazabilidad, nivel de detalle, etc...), así que las empresas se centran en aspectos como GMP, APPCC o ISO, etc... Sin embargo, estos sistemas proporcionan trazabilidad interna, pero ninguna para la cadena, por lo que se pueden ver las grandes perspectivas de desarrollo que tiene esta técnica. De hecho, esa investigación también concluye que muchas empresas no tienen claro cuáles serían las ventajas de la trazabilidad total, ni las inversiones que deben hacer (que siempre son específicas para cada empresa). Al riesgo de incidentes en la cadena de suministros se contrapone el coste/beneficio de la trazabilidad y mientras estos costes/beneficios no estén claros, las empresas serán reticentes a invertir.

2.2.3. Inconvenientes de la trazabilidad.

A pesar de sus reconocidas ventajas, la aplicación de la trazabilidad plena puede suponer también inconvenientes o frenos para la empresa:

 

 

 

 

Briz Escribano y de Felipe Boente (2004) recogen el estudio de Trienekens y Van der Vorst (2003), quienes analizan las dificultades de la trazabilidad en cuatro cadenas:

Los autores recapitulan los trabajos de Jansen-Vullers y otros (2003) y Sohal (1997).

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