 
	
	 Los anteriores procesos mencionados  durante el denominado Renacimiento Del  Siglo XII, algunos ya vistos de manera general en este capítulo del libro, como por ejemplo, la concentración del poder  político, las guerras contra el estigmatizado “infiel”, la emergencia y  desarrollo de la burguesía, los ataques al Feudalismo, el incremento del  comercio y los nuevos espacios gestados para la industrialización –gracias a  los logros tecnológicos en este siglo-, como también los cambios en el arte,  etc.; fueron precedidos de nuevas manifestaciones en lo espiritual y  específicamente en lo religioso en el marco de la época medieval. 
   En lo correspondiente a la Teología1  (del griego: θεος theos 'Dios' y λογος logos: 'estudio, razonamiento, ciencia',  significando 'el estudio de Dios' y, por consiguiente, el estudio de las cosas  o hechos relacionados con Dios), y especialmente a la Teología Católica, entendida  como la desarrollada por el Catolicismo –la que es común a las iglesias  católicas, y en la que se estudia a Dios, fundamentándose en tres fuentes: las  Sagradas Escrituras (Perez y Trebollé, 2007; Philip y Serrano, 2008), la  Tradición de los santos o Tradición Apostólica (Cullmann, 1955) y el Magisterio-, la que fue innovada gracias  a la recepción de ideas foráneas y en especial gracias a la introducción de la  filosofía Aristotélica.
   Es así como el pensamiento  filosófico de Aristóteles en la religión del Medioevo, es decir, la simbiosis  entre la Teología Cristiana y el Aristotelismo no llegaría sino hasta el siglo  XIII con Santo tomas de Aquino (Carrol, 2002; Derisi, 1945; Copleston, 2007). Fundador de la escuela Tomista de Teología y Filosofía, siendo su obra más trascendental  la Summa Thelogiae o también Summa Teológica (Grabmann Martinho,  1944)documento clave en el estudio de la filosofía Medieval. El pensamiento  de Aquino se fundamentó en la  superioridad de las verdades de la fe, pero, ello no le obstaculizó presentar a  la filosofía como un modo de conocimiento plenamente autónomo capaz de por un  lado, concordar armónicamente con la teología, y también, el de abordar de  forma independiente los más diversos aspectos de la realidad.
   Pues, como se es ya conocido, la  teología cristiana hasta antes del llamado Renacimiento  del siglo XII se fundamentaba en las ideas Platónicas adaptadas por San  Agustín desde el siglo V:
«Homo est substantia  rationalis, constans ex anima et corpore». Dos principios o elementos, uno  material y otro inmaterial, constituyen el ser del hombre, y en eso coinciden  Platón y la Biblia. San Agustín quiere demostrar la inmaterialidad del alma, y  lo hace apoyándose en un doble fundamento: el psicológico-intuitivo y el  noético-demostratívo. El alma se conoce a sí misma, se reconoce, sin que sea  posible la menor equivocación; pero no se reconoce como tierra, agua, aire o  fuego, que son los únicos elementos materiales; es inmaterial. Asimismo,  percibe un mundo inteligible; pero, según un principio elemental de la  Filosofía, sólo se conoce lo semejante por lo semejante; luego el alma es del  mismo género que el mundo inteligible. Durante toda su vida vaciló sobre las  teorías del origen del alma.
  (Lope Cirelluelo en http://www.es.catholic.net/conocetufe/623/3140) 
 Pese a que la simbiosis entre  pensamiento Aristotélico y la Teología Cristiana, como ya se mencionó no se dio  sino hasta el siglo XIII, esto no fue impedimento para la emergencia de  controversia y el socavamiento de las ideas Platónicas en la Teología Cristiana  en los dos siglos que antecedieron al mencionado suceso. En esta perspectiva el  retomar el pensamiento Aristotélico leído directamente de los textos griegos o  a través de los comentarios de algunos pensadores musulmanes como Avicena  y Averroes, generó un tipo de  incomodidad con los preceptos Platónicos de la iglesia: siendo uno de los casos  más prominentes, por ejemplo, que el mundo es eterno e increado, lo que choca  con el dogma de la creación "ex  nihilo" ("de la nada") expresado en el Génesis (del griego Γένεσις,  "nacimiento, creación, origen").
   El Platonismo elemento fundante e  inherente a las doctrinas agustinianas fue altamente cuestionado, resultando  gananciosas posturas que podrían calificarse de realismo moderado. El principal  defensor de ellas fue el ya varias veces referenciado Pedro Abelardo, teólogo  que enseñó en la Universidad de París, y que se vio envuelto en un acentuado  enfrentamiento (llamada la querella de los universales) con Bernardo de  Claraval (Merton, 1956; Díaz Ramos, 1953; Leroux-Dhuys, 1999; Baldeón-Santiago,  2000), defensor del realismo extremo:
    Abelardo, como escolástico e iniciado en la Dialéctica y desde la  premisa de la necesidad de la búsqueda de “los fundamentos de la fe con similitudes en la razón humana” argumentaba  que: 
Me  dispuse a explicar los fundamentos de nuestra fe mediante similitudes basadas  en la razón humana. Mis alumnos me pedían razones humanas y filosóficas y me  reclamaban aquello que pudiesen entender y no aquello sobre lo que no pudiesen  discernir. Decían que no servía de nada pronunciar muchas palabras, si no se  hacia con inteligencia; que no se podía creer nada que previamente no se  hubiese entendido; y que es ridículo que alguien predique nada que ni él ni sus  alumnos no puedan abarcar con el intelecto.
  (Pedro Abelardo, Historia calamitatum)
   A lo que Bernardo Claraval  –más conocido en el mundo católico como San Bernardo-, convencido que la  creencia en Dios está directamente fundada por la divinidad y luego es  incuestionable; le refuta ripostando a Abelardo y a los Racionalistas, y a la  vez comunicándole en una carta al papa Inocencio II, diciéndole al respecto  que:
Puesto que [Abelardo] estaba dispuesto a emplear la razón para  explicarlo todo, incluso aquellas cosas que están por encima de la razón, su  presunción estaba contra la razón y contra la fe. Porque, ¿hay algo más hostil  a la razón que tratar de trascender la razón por medio de la razón? y ¿qué hay  más hostil a la fe que negarse a creer lo que no puede alcanzarse con la razón?
  (Mundy John H, 1980: Contra quaedam capitula errorum Abaerlardi)
 Finalmente, San Bernardo hace  condenar a Abelardo como hereje y le  obligó a la retractación. Pedro Abelardo, sin duda alguna es un representante  de los nuevos tiempos, en el sentido de atreverse a cuestionar, aunque no con mucha  fuerza y con relativa tímidez, algunas verdades esenciales de la Teología  cristiana.
   Es importante resaltar como en el  pensamiento de Bernardo de Claraval y se  observa a uno de los más, sino el que más  destacado defensor del "status quo" medieval frente a la irrefrenable  magma de los cambios sociales de su tiempo. Gestor de la fundación de un gran  número de monasterios a lo largo de la primera mitad del siglo XII, y además de  participar activamente en política (incluyendo la prédica de la Segunda  Cruzada). Descendiente de familia aristocrática, y de radical reticencia a toda  innovación, incluyendo a la vida urbana y ciudadana. 
   Sus monasterios, y su valioso  aporte al desarrollo de la Orden del  Císter (Berlioz, 1994; Chélini 1991; Lhroux-Dhuys, 1999) se transformaron  en un referente ineludible para afianzar la unidad cristiana, en una época en  que los propios cristianos de los burgos empezaban a cuestionar vivamente a la  Iglesia, persiguiéndose por ellos la perfección espiritual. 
   Situación, que tuvo como  antecedente más cercano al denominado Renacimiento  del siglo XII, el retomarse a finales del siglo XI lo planteado por la Regula  Sancti Benedicti (Regla de San Benito la que data del siglo V de nuestra  era, conformada por 73 capítulos, siendo algunos de ellos añadidos por sus  seguidores ) y la que se hizo popular a  finales del siglo XI, constituyéndose en esa época en una formidable fuente de  inspiración para todos aquellos movimientos que perseguían la perfección  espiritual; recurriendo para tratar de llegar al logro de ello a la conjugación  del Ascetismo y el rigor litúrgico  rechazando la ociosidad en contraposición al trabajo manual (Pacaut, 1993).
   No obstante el haber sido La Orden  Del Cister, una gran impulsadora del desarrollo técnico desde los siglos XI al  XIII en la Europa Medieval (como por  ejemplo el incremento de la productividad gracias a la implementación de nuevas  técnicas de producción y los molinos impulsados por el agua; en la arquitectura; en  el arte; y en la producción de manuscritos y bibliotecas), El Císter no logró, detener y dar respuestas efectivas a los  cuestionamientos realizados por sus fieles sobre los aspectos ya mencionados en  líneas posteriores.
   Indagaciones que de una u otra  forma, fueron caldo de cultivo para el surgimiento de la aparición de un grupo  de herejías. Siendo las más peligrosas para  la Iglesia Católica de ese entonces, y proscritos por ella, las de los Valdenses (Molnar, 1980; De Lange,  2000) 1980; y los Cátaros (Ávila Granados,  2005; Bereslavsky, 2007; Lugio et al, 2004) que crecieron especialmente en el  sur de Francia, y que fueron reprimidas con la llamada Cruzada Albigense (1209-1244). El papa Celestino III fustigado por  el clero, a través del rey Alfonso II de Aragón (Ubieto Arteta, 1981, 1987),  dicta el siguiente decreto en contra de los valdenses: 
"Ordenamos a todo  valdense que, en vista de que están excomulgados de la Santa Iglesia, son  enemigos declarados de este reino y tienen que abandonarlo, e igualmente todos  los estados de nuestros dominios. En virtud de esta orden, cualquiera que desde  hoy se permita recibir en su casa a los susodichos valdenses, asistir a sus  perniciosos discursos o proporcionarles alimentos, atraerá por esto la  indignación de Dios Todopoderoso y la nuestra; sus bienes serán confiscados sin  apelación y será castigado como culpable del delito de lesa majestad; además  cualquier noble o plebeyo que encuentre dentro de nuestros estados a uno de  estos miserables sepa que si los ultraja, los maltrata o los persigue, no hará  con esto nada que no nos sea agradable".
   Sin embargo, pese a la anterior represión  uno de los elementos conducentes a la  fundación de la Inquisición (Caro Baroja, 2006; Menéndez Pelayo; 2001; Pérez  Villanueva et al, 1984-2000), establecida en 1184 gracias a la bula Ad Abolendam del papa Lucio III, como  instrumento para acabar con la herejía cátara-, los vientos renovadores en la  iglesia, se vio complementada por la apertura de ella hacia las nuevas  corrientes espirituales para las gentes de los burgos. Siendo el caso especial  de y por la obra de San Francisco de Asís llamado il poverello d'Assisi “el pobrecillo de Asís”. 
   A la par de la obra de Francisco de  Asís 2,  algunos de los sucesos mas importantes de la época fueron las innovaciones  propiciadas por el movimiento religioso de Pedro Valdo3 ,  quien tradujo los evangelios a la lengua vulgar y en el movimiento valdense la  mujer y los laicos tenían derecho a predicar. Lo que siguiendo a Manselli  (1981):
1 Término usado por primera vez por Platón (2003) en La República en referencia a la comprensión de la naturaleza divina por medio de la razón, en clara oposición a la comprensión literaria dada por los poetas coetáneos. Más tarde, Aristóteles hizo uso de este vocablo en muchas ocasiones con dos significados:
Inicialmente para denominar el pensamiento mitológico que antecedió al pensamiento emergente rotulado Filosofía, en un sentido peyorativo, y especialmente usado para llamar teólogos a los pensadores antiguos que no fueron filósofos, siendo el caso, entre otros de Hesíodo y Ferécides de Siros (Hesíodo; 2007, 1987, 1986).
Y el otro en la  que la erige como la rama fundamental y más importante de la Filosofía,  denominada inicialmente como filosofía primera o estudio de los primeros principios,  la que m.as adelante fue llamada Metafísica por sus seguidores y que para  distinguirla del estudio del ser creado por Dios, da nacimiento a la filosofía  teológica conocida también como Teodicea o teología filosófica.
      
      San Agustín abordó el concepto teología natural (theologia naturalis) de la magna obra «Antiquitates rerum divinatum», de Marco  Terencio Varrón, como la única teología verdadera de entre las presentadas por  Varrón: la mítica, la política y la natural. Sobre ésta, privilegió la teología  sobrenatural (theologia supernaturalis),  fundamentada en los datos de la revelación y por tanto considerada superior. La teología sobrenatural, situada fuera del  alcance del campo de acción de la Filosofía, no estaba por debajo, sino por el  contrario era hegemónica para con ésta,  y la consideraba su sierva, y la que según él ayudaría en la comprensión de  Dios (Lazcano; 2007; Przywara, 1984; Oroz Reta et al, 1998-2010). 
2  De la nutrida bibliografía existente  sobre la vida y obra de San Francisco de Asís véase a: Ellsberg, Robert (2000). All Saints.  The Crossroad Publishing Company: New York. ISBN 0-8245-1599-4; Englebert, Omer  (1979). St. Francis of Assisi, A  Biography. Servant  Books: Michigan. ISBN 0-89283-071-9; Florecillas de San Francisco de Asís. Editorial Porrúa: México D.F. 1977; Lehmann, Leonardo (1998). Francisco, Maestro de oración. Ed.  Franciscana Arantzazu: Guipúzcoa. ISBN 84-7240-161-8; Chesterton, G. K. (1923). San Francisco de Asís. Editorial Bibliotheca Homo Legens; Eloi Leclerc (1987). Exilio y ternura. Marova. 987-1204-23-X; Eloi Leclerc (1987). Sabiduría de un pobre. Marova. 84-269-0142-5; Ignacio Larrañaga (1993). El hermano de Asís. Lumen. ISBN 9974-43-001-1; Spoto, Donald (2004). Francisco de Asís, el santo que quiso ser hombre. Editorial  Vergara: Barcelona. ISBN 84-666-1390-0.
       
3 De la obra y vida de Pedro Valdo, se le sugiere al lector el estudio de las siguientes obras: Anonymous Chronicle (1218) "La conversión de Pedro Valdo"; en Lecturas en la historia europea: 381-383, Boston: Ginn, 1905; Manselli, Raoul (1981) Vida de San Francisco de Asís. Aránzazu: Ed. Franciscana, 1982; Nelson, Wilton M. ed. (1989) Diccionario histórico de la Iglesia, Una ventana a los primeros veinte siglos de la iglesia. Nashville: Editorial Caribe; Varetto, Juan Crisóstomo (1938) "Desde los Apóstoles hasta los Valdenses"; La Marcha del Cristianismo I: 116-130. Junta de Publicaciones de la Convención Evangélica Bautista.