REAL COMO LA ECONOMÍA MISMA

REAL COMO LA ECONOMÍA MISMA

Armando Roselló

Volver al índice

CAPÍTULO 10

HOY. ¿MAÑANA...?



Germán

«Bzzz.»

Una mano, saliendo de entre las sábanas, tanteó la mesilla hasta que encontró el aparato que buscaba. Deslizándose hacia arriba, pulsó un enorme botón. El sonido cesó. Desplazándose ligeramente, volvió a pulsar otro botón bastante más pequeño. Alguien empezó a hablar. La mano se retiró velozmente para volverse a colocar dentro del calor de las sábanas.

La conciencia de Germán se puso en modo de «espera». Estaba programada para no atender los anuncios, las malas noticias de todos los días ni las viejas noticias habituales. Sólo salía de este estado de semi–hibernación cuando algo gordo ocurría.

Fueron pasando los minutos y Germán cada vez más consciente, se aferraba a los momentos finales de deleite dentro de la cama. Le encantaba haraganear hasta el último instante.

«... y ahora la actualidad deportiva por...»

Esa era la señal. Lentamente empezó a levantarse, mientras escuchaba. Al notar el primer ramalazo de frío, se puso rápidamente el albornoz y se dirigió al cuarto de baño contiguo, dejando la puerta entreabierta para seguir escuchando la radio. La parte izquierda de la cama, hacía rato que estaba vacía. Su mujer saltaba al primer sonido del despertador, del de ella.

«Es curioso —pensó Germán mientras se enjabonaba la cara—, nunca oigo su despertador, ni tampoco el mío durante los fines de semana». Curioso en efecto. Su programación interior para despertarse se había ido perfeccionando con el paso de los años.

No había acabado de afeitarse cuando terminó el mini–espacio deportivo dando paso a la interminable serie de anuncios acostumbrada. Al fin, cuando ya casi Germán estaba dispuesto a abandonar el aseo, volvió a empezar el noticiario: «Siempre que pasa igual, sucede lo mismo», pensó que se podría haber subtitulado el habitual resumen.

«La espectacular baja de la Bolsa de Tokio va a suponer...

»El acuerdo patronal sindicatos se encuentra lejos de cuajar. La amenaza de huelga, pues, planea sobre el sector...

»El Gobierno se plantea atrasar la edad de jubilación, como paliativo a la negra perspectiva de la insuficiencia de fondos.

»El Sr. Xson, experto en cuestiones económico-financieras, vaticina una fuerte alza de los tipos de interés a corto plazo.

»El Sr. Zson, experto asimismo ..., pronostica que la Economía Nacional no se recuperará en tanto no se flexibilice la política de contratación y se frenen los salarios.

»El déficit público, ha sobrepasado con creces los límites razonables.

»Cinco muertos en accidente de tráfico. Un joven conductor adelantó en un cambio de rasante, provocando...

»Las tropas rebeldes han rodeado el palacio...

»Se sigue sin noticias sobre la niña ... secuestrada hace ahora dos semanas.

»La Unión Europea presiona a nuestro país para que amplíe las cuotas de importación. Por otro lado, los estados miembros escandinavos pretenden reducir las capturas de pescado del resto de la Comunidad.

»La caída en picado de las ventas de automóviles, va a suponer un reajuste de plantillas de la industria. Los sindicatos...

Germán había acabado de vestirse. Estaba de un humor de perros. Todos los días lo mismo. Ya de por sí se levantaba de mal aire, y desde luego en nada contribuía a mejorarlo la insidiosa voz del locutor. Éste era un especialista en hurgar en las llagas, y Germán empezaba a no tragarle.

La misma mano volvió a pulsar otro botón del aparato y la voz quedó cortada en medio de una de sus tradicionales filípicas. Abrió la puerta del cuarto y se dirigió a la cocina donde le aguardaba el café con leche que constituía su desayuno. Pasó por el comedor donde se produjo el acostumbrando intercambio de gruñidos matutinos con sus hijos, que siguieron absortos en la contemplación de los dibujos de la tele.

—Buenos días. Es tarde. Que se preparen los niños. Acuérdate de...— se dirigió a su mujer y sin acabar la frase se puso a beber su vaso, que caliente como estaba, le tocó cambiar de recipiente. Aún así, tuvo que beberlo desastrosamente lento en comparación con su plusmarca mundial de «beberse el desayuno».

Su mujer que había salido un instante a urgir a los niños, volvió y dijo algo así como: «Ya están listos». A continuación enchufó la radio de la cocina...

«Después del récord de visitantes del año pasado, la cifra prevista de turistas para este año es francamente inmejorable.

»La recuperación económica es un hecho según afirmó Yson, que explicó que la cifra de parados había disminuido por tercera vez consecutiva...

»Los beneficios del sector de la... han crecido en un 7’5% sobre el ejercicio anterior, incluyéndose las empresas nacionalizadas del mismo, que han conseguido eliminar prácticamente sus pérdidas...

»Se prevé que en las próximas horas las temperaturas...

—¡Vamos!, ¡vamos! —dijo mientras pensaba: «Con cambiar de emisora parece que vivamos en un país diferente.»

Se metieron en el ascensor y permanecieron en silencio, con la vista dirigida a ninguna parte, hasta que llegaron al sótano, destinado a garaje. Subieron al coche, y lo primero que hizo Germán, fue encender la radio. La filípica apocalíptica continuaba, quizá un poco más vehemente de lo habitual, pues, un par de expertos acababan de machacar una futura medida económica. Durante todo el trayecto al «cole», el locutor siguió dale que te pego.

Al mirar por el retrovisor, antes de efectuar una maniobra, vio a los niños que permanecían atrás callados, sin muchas ganas de pelearse entre ellos. Le vino de repente una pregunta sobre lo que podrían estar pensando de lo que estaban oyendo. Pero en sus caras no aparecía el menor atisbo de preocupación ni de interés. Pasaban bastante.

«Mejor así —pensó—, porque ya me estoy poniendo de los nervios. Oyendo a esta gente, uno acaba convencido de que el país se va a la porra, si es que no lo está ya.»

Llegaron a las inmediaciones del «cole», y detuvo el coche en el lugar habitual, se abrió la puerta de la derecha y los niños bajaron, gruñendo una especie de adiós, que fue contestado por otro sonido de la misma especie, al que añadió un «tened cuidado al cruzar... »

En el momento que arrancaba, el locutor se puso a rematar la faena, pero Germán no le dejó. Pulsó un botón y una melódica música de los años 60 inundó el interior del automóvil.

—No tienen ni idea —medio chilló—, ni los unos, ni los otros.

«¡Ni estamos tan mal, ni tan bien, sino todo lo contrario! — siguió pensando a grito pelado para sus adentros—. ¡Ojalá, por lo menos supieran de qué están hablando!»

Luego, ya más relajado, se puso a pensar en lo que tendría que hacer una vez que llegara al despacho. Le quedaba por perfilar los últimos flecos al proyecto que llevaba entre manos desde hacía un par de meses. Antes de una semana, dentro del plazo señalado, podría presentarlo. Estaba convencido de que iba a causar sensación. Aceleró el vehículo, pues le entraron ganas de llegar cuanto antes para ponerse manos a la obra.

Los agoreros de cada mañana habían vaticinado todos los males que se les venían encima, pero, ahora, Germán no estaba dispuesto a que le amargaran el día. ¡Qué narices! ¿Qué iba a hacer si no? ¿Meterse entre las sábanas y no salir de la cama? ¿Vivir permanentemente con la angustia de la certidumbre de lo inevitable?

No, él no era de ésos. No bajaba los brazos en señal de rendición de buenas a primeras. «Entonces —reflexionó—, ¿por qué presto oídos a toda esa retahíla cada día?»


De lo que hemos expuesto a lo largo del presente libro, poco va a poder aplicarse para solucionar los males que nuestro buen Germán escucha cada mañana.

Supongo que Uds. ya se lo iban recelando, pues, ninguna receta mágica, infalible y universal he descubierto en estas páginas. Porque, y de ello estoy seguro, no la hay.

Y a poco que reflexionen, Uds. mismos caerán en la cuenta de que así es. Si alguien les asegura un futuro maravilloso en el que su supervivencia económica estará garantizada, no le crean. Estamos, aún, muy lejos de ello.

De esta última afirmación, se desprende implícitamente que creo que tal posibilidad, si bien lejana, es factible. Sin embargo, la búsqueda de nuestra piedra filosofal debe ir en dirección opuesta al modo de pensar contenido en las noticias económicas que Germán oye en la radio, lee en los periódicos o ve en la tele.

De hecho, está un poco harto, ya que él no lo ve como se lo pintan. Ni los problemas ni sus soluciones están en las fluctuaciones de la bolsa, ni en la subida de los precios o de los tipos de interés, ni que existan sectores en apuros. Ni tan siquiera en la tasa de paro. Tampoco piensa que la situación esté como para tirar cohetes, porque aunque en su pequeño mundo las cosas le ruedan bien, es consciente de que penden de un hilo. (Más adelante, espero, comprenderemos mejor las inquietudes de nuestro personaje.)

Germán, pues, se cabrea porque piensa que lo intentan manipular. Según qué medio, las noticias tendrán un color u otro en función de a quién puedan beneficiar, y quizá más destacable, a quién puedan perjudicar.

Pero, por encima de todo, lo que le irrita especialmente, es la «alegría» y poco rigor con el que se enfocan problemas, análisis, opiniones y soluciones. Está firmemente convencido de la ignorancia de estos «expertos». A él no le convencen con sus voces seguras, sus argumentos elaborados ni su porte y presencia ante las cámaras.

Uche Ikpeba

Uche aguardaba en la acera, junto con tres de sus compatriotas, a que llegara la furgoneta que pasaría a recogerles. Mientras esperaba, miró distraídamente el coche que había parado cerca de él. Bajaron dos niñas y un niño, que rápidamente se dirigieron hacia los portalones de un colegio. Sus ojos se fijaron en el edificio, desviándose del coche de Germán, que ahora arrancaba al cambiar el semáforo. Permaneció mirándolo durante un tiempo, hasta que el sonido de unos neumáticos al parar le sacaron de su ensimismamiento.

—¡Pepe y los demás, venga, subid!— les llamaron desde la desvencijada furgoneta antes que ésta se detuviera. Y es que cuando uno se llama Uche Ikpeba rebautizarse comoPepe era obligado en un país como éste. Fue cuestión de su capataz, quien cortando por lo sano cuando los nombres se le atravesaban, asignaba pepes, juanes, pacos o similares con graciosa generosidad.

Ya subidos en el vehículo, Uche cayó en la cuenta de que hoy precisamente hacía tres años que había llegado a esta chocante ciudad habitada por gente desconcertante.

Allá en su tierra, también había una ciudad como ésta. Bueno, para no decir mentiras, sólo una pequeña parte del centro, se le parecía. Del resto, mejor no hablar. Chabolas y chamizos, algunas construcciones de adobe, calles sin asfaltar, sin alcantarillas ni agua corriente, y ni mucho menos electricidad. Las más humildes casas de aquí eran palacios comparados con las de allí. Es verdad que Pepe había visto también chabolas aquí, y eso le desconcertaba profundamente. ¿Cómo era posible?

Uche no entendía en absoluto que las hubiera en aquella ciudad, máxime cuando él mismo disfrutaba, junto con sus otros tres paisanos, de un piso que, destartalado y todo, era infinitamente mejor que cualquiera de las viviendas en las que nunca había habitado.

Y es que precisamente la certeza de que aquella gente blanca del Norte era muy rica —según se decía en su tierra comían tres veces al día—, le había impulsado a emigrar desde su país del África Negra a la búsqueda de unas mejores condiciones de vida.

Bueno, eso es lo que todos pensaban y decían. Aunque él esperaba encontrar algo más. En ello estaba meditando cuando llegaron a su destino, una obra de ampliación de una carretera comarcal no muy lejana de la ciudad, y por tanto muy concurrida.

—Hoy te toca la parte norte de la carretera —le dijo el capataz. La verdad es que a Pepe no le importaba la pinta que hacía con su chaquetilla amarillo-fosforito, debajo de un casco verde-marchito y la señal de STOP en rojo que portaba en la mano. A esto habría que añadir su rostro definitivamente negro.

Tampoco le importaba su trabajo de levantar todo el día la dichosa señal y darle la vuelta coordinadamente con su compañero de la parte sur.

—¡Hala vete «pa’llá» y no olvides ponerte crema para el sol! — le bromeó el capataz con una amable sonrisa. (¡Otra frase políticamente incorrecta! Pero lo que Uds. no saben es que aquel capataz era «buena gente». Nunca ofendía a sus trabajadores pese a las animaladas que era capaz de decirles.)

La jornada era larga y el trabajo monótono, pero tenía la ventaja de que le dejaba tiempo para recordar y meditar. Y ahora era el turno de cavilar sobre su otro trabajo, al que se dedicaba durante los fines de semana. Cargado con un par de enormes bolsas y una mochila, recorría la zona de la ciudad que tenía asignada, y disfrutaba de lo lindo vendiendo, charlando, regateando, haciendo clientes y conociendo gente. Top-manta, gafas y relojes de «marca », ropa pija con logos de pega y baratijas eran el género de mayor demanda. Y por supuesto, admitía pedidos para la próxima semana, tomando nota en un libretilla, en la que con mucha dificultad anotaba, más mal que bien, lo que le pedían. Con los caracteres que había aprendido en su infancia hacía lo que podía. El resto lo fiaba a la memoria.

Hacía pocos meses que había encontrado el trabajo en la obra. Y había sido una suerte, pues la empresa falta de mano de obra, le había facilitado la tramitación de los tan deseados «papeles». El cambio de trabajo supuso una bendición. La faena a destajo en el campo y el miedo a que le pillaran sin documentos, quedaron atrás. Incluso tenía buena parte de las tardes libres. Pero esto acabó cuando se enteró de que en la parroquia de su barrio, el cura junto a un grupo de jóvenes voluntarios, había montado unas clases para inmigrantes.

El sacerdote le cayó bien. Hablaron y se enteró que había estado unos años en Sudamérica donde, siempre dentro de sus creencias, había tomado conciencia de las injusticias que veía. Ahora de vuelta, en un barrio obrero cada día más poblado de inmigrantes, seguía su labor pastoral y no dudaba en denunciar cuanto abuso se cometía. Explicaba a sus feligreses lo que sabía de las mafias que exprimían a los que introducían en el país, el cicatero pago por el trabajo de los ilegales, o las ocasiones en que incluso se negaban a pagarles. Y aquello iba calando entre los que lo escuchaban. También procuraba integrar a los extranjeros dentro de la comunidad parroquial, y no sólo en las celebraciones religiosas. En verdad era reconfortante verlos reunidos junto a los nativos en torno a una mesa, sea compartiendo la tradicional cena de «sobaquillo », sea hablando de cualquier tema o proyecto.

Uche también le contó su vida. Había nacido en un poblado, que de muy joven tuvo que abandonar, junto a su familia, porque guerrilleros y soldados se dejaban caer con regular alternancia. Mediante amenazas y cuando no surtían efecto, brutalidades, les esquilmaban lo poco que poseían, no siendo raro tampoco que desfogaran sus ánimos encendidos con las mujeres.

Si la vida en la aldea era dura, en la ciudad donde llegaron, no fue mejor. Había caciques para casi cada cosa, y era de rigor mostrarse respetuoso con ellos a la par que contribuir con las «propinas » establecidas por la casucha, por los trabajos que su padre podía conseguir, por el puesto de venta de tubérculos de su madre, por la fuente de agua… Aquellos vampiros los sangraban gota a gota, día a día. ¡Ay de aquél que se negara a ser su cliente! En el negocio de extorsión y expoliación, toda la clientela es forzosa.

Afortunadamente, la escuela a la que iba era gratis. Aunque decir escuela era mucho suponer. Una O.N.G. enviaba jóvenes idealistas, a quienes dotaba con un billete de ida, otro de vuelta y unos pocos dólares, para que permanecieran durante seis meses enseñando en un antiguo almacén a los niños de aquel barrio.

Y a fe mía que no lo tenían fácil: la pertinaz falta de medios, las dificultades con el idioma y dialectos, las distintas edades y conocimientos y la falta de continuidad en la asistencia a las lecciones, dificultaban un aprovechamiento adecuado de las clases.

Éste fue el caso de Uche, quien pese a estar dotado de una aguda inteligencia, no pudo sacar todo el provecho a los casi dos años y medio en los que logró asistir a la escuela. Uno de sus maestros, barbudo, melenudo y con gafas redondas —o sea, la viva imagen del «progre»— no se cansaba de machacarles con una frase que le caló hondo:

—Se es más hombre por saber más, no por tener más músculos —deduzcan Uds. que muchas niñas no iban a aquellas aulas.

Abandonó con pena sus estudios, pues tuvo que ponerse a trabajar para ayudar a su familia. Pero permaneció en él un gusanillo, que se fue convirtiendo en sana obsesión por aprender. Su natural optimismo desde siempre, le decía que él también estudiaría algún día. Y ahora, ese día ya había llegado.

«Bueno, he dado el primer paso. Yo también iré a un colegio como el de esta mañana —se dijo mientras daba la vuelta a la señal de STOP—. ¿En qué estaba pensando? ¡Ah, sí!, le contaba mi vida al cura.»

El resto de su infancia fue dura y no tuvo que detallarla, porque el sacerdote ya la conocía. Era la misma asquerosa y vieja historia de la explotación infantil de siempre.

Ya hecho un mozo, tomó la decisión de salir de allí como lo estaban haciendo un buen número de sus conocidos. Cuando se reunían entre ellos no había otro tema de conversación: de la difícilmente asequible tierra del Norte, de las conversaciones telefónicas con los afortunados que habían logrado alcanzarlas, de los que no lo habían conseguido, de los peligros, de lo que había que hacer y con quien hablar para llegar… Y así un día tras otro.

Un buen día, pues, se vio atravesando el desierto, metido en un camión descubierto, repleto de hombres jóvenes como él y con sus bultos y garrafas de agua colgando de los laterales del vehículo. Lo que había tenido que pagar, una barbaridad que toda su familia había ido reuniendo, era la mitad. El resto ya lo pagaría en no muy cómodos plazos cuando llegara a la tierra de promisión.

Pepe no sabría decir cuándo pasó más miedo, si en aquel camión estropeándose cada dos por tres en medio de la nada o en la oscuridad de la noche en el mar mientras la patera avanzaba a duras penas ola arriba, ola abajo.

Poco más le quedaba que contar al cura como no fuera sus dos largos años trabajando en el campo, en los que una buena parte de sus ganancias iban a parar a manos del contacto encargado cobrar su deuda. Otro poco lo enviaba a los suyos, allá en África, quienes empezaron a tener la vida algo más fácil, no mucho, pero sí que les reportaba un cierto respiro.

«Por cierto —se acordó—, esta noche tengo que llamarles desde el locutorio. Mi hermano tiene prisas por venirse, pero voy a seguir intentando convencerlo de que espere un poco, pues estoy viendo la posibilidad de traerlo más o menos legalmente. Espero que no tenga que pasar lo que yo.»

»No quiero ni pensar que sus huesos puedan quedarse tirados en el desierto o que se ahogue en el mar. Con uno de los dos que se juegue la piel es suficiente. Quizá el otro no tenga tanta suerte.


Pepe es la típica persona que cae bien a todo el mundo, racistas al margen: jovial, optimista, buena gente, currante… que desde unas condiciones de vida de escaso porvenir, se lo juega todo a una carta.

Muchos como Pepe se han arriesgado, y los vemos cómo poco a poco van ganando terreno. Otros se han dejado la vida por el camino. Imagínense en qué condiciones deben estar viviendo como para exponerse de ese modo, incluso vendiéndose a mafias para que les fíen los dineros de un pasaje.

Como es habitual, la historia de Uche está inventada, aunque no es falsa en absoluto, a partir de rasgos simples que buscan mostrar la constante de la supervivencia una vez más. Pero, junto con la narración de Germán, pretendo dar pie a la última conclusión de este libro. Para ello, cambiaremos el método un tanto: vamos a imaginar la vida de Pepe dentro de unos años. Confío en no caer en el error de hacer Economía-Ficción. Sigamos, pues, adelante.

Años después

Uche cumplía años. Cuarenta. Ninguno de sus abuelos los había alcanzado, aunque aquello empezaba a cambiar. Su padre de casi sesenta, seguía vivo, algo achacoso, pero muy vivo.

Sentado a la mesa de su despacho, consultaba la agenda del día, más por placer que porque necesitara recordar las principales tareas de la jornada. A lápiz y en rojo, destacando del resto de anotaciones de grafito, había dos apuntes sobre el papel autorecicableCumpleaños y Recoger Licenciatura de Económicas.

Aquella hoja, no pensaba reciclarla. Iba a plastificarla y conservarla. La separó de la agenda y la guardó en un sobre. Luego, mecánicamente, como hacía cada mañana, cogió la página del día de ayer y la pasó por la ranura borradora del ordenador. Así, quedaría limpia para volver a imprimir otro día o escribir a lápiz las notas y citas imprevistas.

Por el visor de teleconf, su secretaria le pasó aviso que tenía un solicita desde el extranjero. Era de sus padres. Sonriendo y lleno de gozo, pulsó la tecla verde de imagen y sonido.

—Hola papá. Hola mamá —dijo al verlos—. ¿Cómo vais?

—Vetustos, arcaicos y caducos, pero aguantando —le contestaron de buen humor.

Uche se quedó un instante desconcertado. Siempre le ocurría cuando sus padres le hablaban utilizando un lenguaje tan diferente al que él conocía de su infancia. Pero es que ellos también habían progresado. A poco que, gracias a las aportaciones de sus hijos, las cosas les fueron yendo bien, se propusieron estar a la altura de Uche y sus hermanos. Con grandes esfuerzos se pusieron a aprender. En vez de dedicar sus ratos de descanso a holgazanear, se conjuraron para estudiar, leer libros y seguir todos los días, al menos durante una hora el canal internacional de «Aburrida Enseñanza ».

«Es increíble el éxito del canal pese al nombre que le endilgó el chungón de su ---- y aún es peor el de sus programas de más audiencia: «La letra con sangre entra», «Matemáticas diabólicas», «Idioma para masoquistas»…

—…mos felicitarte por tu cumpleaños, hijo —oyó decir a sus padres, cortando sus erráticos pensamientos justo en el momento en el que cavilaba que aquellos programas debían ser realmente un disfrute para enganchar así a tanta gente—. También nos hemos enterado que te dan hoy el diploma de tu licenciatura. No sabes lo orgullosos que nos sentimos.

—Gracias, es una alegría escucharos. Supongo que mi secretaria es el pajarito que os ha contado lo del diploma. Tengo ganas de poder enseñároslo. Os enviaré una digimagenen cuanto lo tenga. Os lo merecéis pues sois casi tan culpables como yo de que me vayan endilgar ese trozo de papiro.

»Y… ¿Cómo os van las cosas por ahí? —preguntó como de un modo casual haciendo una significativa pausa. La pregunta no era inocente en absoluto: había acordado con sus padres un sistema de claves basadas en metáforas y mucha imaginación, con las que se enteraría de la salud pormenorizada de sus progenitores, lo que habían hecho o dicho sus vecinos, las trastadas del perro, recuerdos de un amigo… Uche las iría traduciendo mentalmente. Luego, grabada la conversación las repasaría.

Habían preferido este sistema, pues pese a que existía la posibilidad de blindar la transmisión, esto habría mosqueado a los escuchas del Gobierno, quienes habrían ido a husmear a casa de sus padres por si pudiera estar cociéndose algo por allí. Y es que Uche había empezado a juguetear discretamente con paisanos suyos que hacían política de oposición en el exilio.

Así pues, era mucho mejor que sus comunicaciones fueran aburridamente iguales a las miles que se producían entre los emigrantes y sus familias.

No vamos a transcribir las palabras textuales, sino únicamente el texto descodificado de los que le dijeron sus padres: «Poco a poco las cosas van mejorando, aunque no con la rapidez que nos gustaría. El Gobierno cada día que pasa tiene que transigir y hacer pequeñas concesiones para cambiar su imagen ante el mundo.»

»Si este Gobierno tiene miedo a alguien es, precisamente, a estas O.N.G. que luego influyen en la opinión mundial. No es que una dictadura sea muy popular entre estas organizaciones, pero lo que les resulta intolerable es que se salten a la torera los principales derechos humanos.

»Y es que, si se monta algo gordo, los países importantes y los grandes grupos de interés que apoyan discretamente a estos gobiernos antidemocráticos, los muy hipócritas, dejan de respaldarlos, al menos durante un tiempo hasta que se calman las aguas y se corrigen los desmanes.

»Nos dejamos para el final la mejor noticia: Nduka Embe ha vuelto al país con una autorización gubernamental que la «Organización Libertad de Expresión» consiguió arrancarles después de duras presiones. Si consintieron fue, quizás, porque Nduka es uno de los menos famosos opositores, pero lo que no saben es que es el más preparado de ellos.

»Desde luego, no está confirmada oficialmente su presencia, ni mucho menos han dicho nada sobre su llegada, pero está en boca de todo el mundo y muchos ya lo han visto. Aunque aparenta no hablar con nadie, corren rumores que en unas pocas ocasiones ha logrado engañar a los polis y mantener conversaciones secretas con algunas personas. No se ha filtrado ni quiénes son ni de qué hablan.

Después de aquella última nueva, empezaron a despedirse. Proceso que les llevó varios minutos como era de rigor entre su gente. Una vez se hubo apagado el monitor, Uche meditó sobre lo que habían hablado.

Desde luego, conocía el objetivo que buscaban aquellas conversaciones, y aunque no le habían facilitado por razones obvias el nombre de las personas con las que Nduka se entrevistaba, no había que ser muy liso para adivinarlas.

Nduka había ido a tender los primeros hilos de la telaraña de la oposición dentro del país. Buscaba afiliar e iniciar a los cabecillas que mandarían la futura quinta columna. Ésta tendría un planteamiento alejado de toda violencia, centrado sobre todo en crear círculos de poder y situar poquito a poco, a las personas adecuadas en puntos cada vez más influyentes.

Lógicamente al Gobierno no se le había dicho nada de esto, sino que al señor Embe, además de visitar a sus padres después de una ausencia de casi seis años, le gustaría hablar extraoficialmente con el Ministro de Educación para trasmitirle una serie de propuestas de varias organizaciones en las que se «sugería» la conveniencia de cambiar algunos textos en los manuales de Enseñanza Infantil. Lo de hablar extraoficialmente era un eufemismo cortés y lo de «sugerir» cambios en los manuales de texto, nos da idea del peso de tales organizaciones.

La petición era lo suficientemente molesta y humillante para el Gobierno como para pensar que hubiera, además, otras intenciones. Así pues, la vigilancia era discreta, no todo lo obsesiva que podría haber sido de esgrimir otros motivos.

«La partida de ajedrez ha empezado con una sutil jugada que a medio plazo —se admiró Uche—, le va a hacer mucho daño al Gobierno.»

Hizo una breve pausa y se puso seguidamente a atacar la pila de papeles de su derecha, mientras empezaban a entrarle las llamadas, telefónicas normales o de teleconf. Comenzaba habitualmente la jornada despachando las tareas corrientes de aquella empresa dedicada a comercializar «Productos de alta calidad a precios más que atractivos», como rezaba la frase en letras de oro debajo del logo, también en oro, de la compañía. Quedaban lejos los tiempos de las baratijas de baja calidad y el pirateo. Lo que sí que continuaba era la política de precios económicos, que, a medida que la clientela fue haciéndose más consciente de que la calidad no tenía nada que ver con la tontería del «pijismo», fue ganando terreno a la prepotencia de las marcas.

Hábiles campañas de empresas similares a aquélla en la que trabajaba Uche, utilizaban el llamado marketing barato destinado a demostrar que no se derrochaba en lujos superfluos y explicaban la filosofía de este tipo de productos. La más famosa era:

«No vendemos apariencia al precio más alto que Ud. pueda pagar, sino firme calidad al más bajo que somos capaces de dar.»

Aquella campaña iba justo por debajo de la línea de flotación de la política comercial de las marcas más encumbradas.

-----

Varios días después de su cumpleaños, Uche recibía una llamada anónima en su móvil particular. Extrañado pulsó el botón de descolgar.

—¿Diga?

—¡Hola Uche! Soy Nduka, ¿cómo te va? —escuchó desconcertado. Y como quiera que tardase unos instantes en responder, la voz al otro lado del teléfono continuó—. No te extrañes, ya he vuelto. Tu número me lo ha facilitado un amigo común.

—¿? —Emitió Uche como aclarándose la garganta—. Perdona, me has sorprendido. ¿Cómo te va?

—¡Bien, gracias! Oye, te llamaba porque me gustaría invitarte a comer o a cenar y hablar de los viejos tiempos. ¿Cómo tienes tu agenda?

—Este jueves por la noche me iría bien —respondió mientras comprobaba sus citas.

—¡Perfecto! ¿Qué te parece si vamos al Aleixandre? ¿A las ocho y media?—, propuso, enzarzándose a continuación a una corta despedida protocoloria.

Uche no salía de su asombro. Si bien conocía personalmente a Nduka, apenas había habido relación entre ellos. Aquella familiaridad con la que se le dirigió yendo directamente al grano, sin los habituales rodeos y sin una explicación más amplia de los motivos de la reunión, le intrigaron. Era verdad que el teléfono no era lo más adecuado para explayarse, y el modo campechano de hablarle tendía a indicar que se trataba de una cena de viejos amigos. Lo de «los viejos tiempos», era evidentemente para desorientar. Pero, ¿a quién?, y además, ¿qué sentido tenía ponerse a despistar en este país?

«Bien —se dijo—, veremos que nos depara la cena.»

Uche llegó al Aleixandre unos minutos antes de la hora y se pidió una cerveza para hacer tiempo mientras esperaba. No tuvo que aguardar mucho, apenas había acabado de dar el segundo trago cuando lo vio llegar.

—¡Hola Uche! Perdona el tono tan informal del otro día — empezó a decir con una cálida sonrisa mientras le estrechaba la mano con energía—, pero hay que ser un poco neurótico para establecer contacto con la gente. Aunque es escasamente probable que alguien nos «copie» por el móvil.

»Al final —continuó—, no he conseguido mesa aquí. Tengo el coche aparcado cerca. Vamos a otro restaurante.

—De acuerdo —le dijo Uche mirándole a los ojos. El local estaba bastante vacío como era habitual durante los días de entre semana. La manía por la seguridad seguía, y Uche empezó a sentir un cosquilleo de preocupación.

—Sé lo que piensas, pero no tienes motivo para asustarte. Es mi modo normal de hacer las cosas —se anticipó a sus objeciones, aunque sabía que la aprensión por todo este secretismo no le iba a desaparecer.

»Por tu cara veo que no acabas de creerte que no haya peligro alguno —le dijo una vez en el coche—. Pero es cierto, llevo moviéndome así desde hace años. De ese modo consigo que tan siquiera sospechen de mí.

»De hecho, el Gobierno de nuestro país me tiene catalogado como no activista. Por eso, cuando la «Organización Libertad de Expresión» fue proponiéndoles nombres para hacer de interlocutor, las fueron rechazando, hasta que obviamente, al dejar caer el mío, aceptaron no sin cierto alivio. Se habían tragado el anzuelo.

Callaron un tanto mientras Uche se quedaba a la expectativa meditando sobre lo que le había dicho Nduka. «Bien, veremos qué pretende —concluyó.»

Llegaron, al fin, a un discreto restaurante que Uche no conocía. Allí en un rincón reservado se sentaron para cenar. Nduka no esperó a que les sirvieran los entrantes para empezar a disparar.

—Supongo que te preguntarás por qué te he pedido que nos reuniéramos. No tardarás en saberlo. Por cierto, estuvo muy bien que me siguieras la corriente al teléfono y no me preguntaras nada al respecto.

—Me quedé tan sorprendido que apenas reaccioné —se justificó Uche sonriendo ante el halago—. De todos modos, la manera que tuviste de pedirlo tampoco me dio mucho pie.

—Bien —continuó Nduka—, pero antes te lo contaré todo desde el principio. Una parte ya la conoces, o al menos la sospechas. Fuimos nosotros los que provocamos que los de la «Organización Libertad de Expresión» hicieran la petición sobre la modificación de los textos. Ellos accedieron encantados. Buscábamos una excusa, como ya imaginas, para establecer contacto con personas afines en el interior, que actuaran como avanzadilla…

—En efecto. Lo sé —le interrumpió Uche sin ánimo de cortarle, sino para abreviar trámites y que se dirigiera a la parte interesante que desconocía.

—Pues bien —sonrió Nduka—, efectivamente ése era nuestro objetivo principal. Pero también teníamos esperanza de hablar de tapadillo con algunos otros miembros del Gobierno: queríamos saber qué pensaban ellos de lo que iba a ocurrir en el futuro.

»Allí me tienes, pues, ante el Sr. Ministro de Educación, que me había hecho esperar todo lo que quiso y más, esforzándome en darle una imagen de ser un simple mandado, hablándole con humildad y respeto, exponiéndole algunas cosas que me habían pedido le transmitiera, haciéndole preguntas inocentes y poco comprometedoras. En suma, la viva imagen del buen chico para ganarme su confianza como interlocutor.

»En la segunda entrevista, ya no me hizo esperar tanto. Después de negociar algunos términos oficialmente extraoficiales sobre los textos, el Sr. Ministro, fue dando rodeos para hacerme preguntas del tipo: ¿cómo nos ven en el extranjero?, ¿qué política iban a seguir las organizaciones progresistas en el futuro?, ¿qué puntos tendremos que readaptar en el país para ajustarnos al cambio de los tiempos?…

»Fíjate que sus preguntas se centraban curiosamente en el mismo tema que pretendíamos averiguar nosotros: qué pensaba nuestro oponente que iba a ocurrir en el futuro.

»Fui respondiendo con toda la honradez del mundo, con educación, sin exagerar, dándoles hechos que ya conocían, y cuando podía intercalaba opiniones suaves de futuro.

»Mi sorpresa fue que cuando me disponía a dirigirme hacia mi tercera entrevista, me preguntaron si tendría inconveniente en mantener una reunión con el Sr. Presidente.

—¡C…! —se le escapó el taco a Uche.

—Sí, ¿verdad? Pues así me lo pidieron, con toda la educación del mundo. Creo que puse cara de «panoli», pues al funcionario le faltó poco para soltar una risotada. No sé qué farfullé aceptando y, seguidamente nos dirigimos al Palacio Presidencial.

»Mi entrevista con el Gran Hombre y Héroe del Pueblo fue de lo más suave por fuera y tensa por dentro. Te lo resumiré en una frase. El viejo zorro buscaba que le dijera qué cosas habría que cambiar para que nada cambie. ¿Te suena? —Entonces no se trataba de un zorro sino de un gatopardo

—no pudo evitar Uche soltar un fácil juego de palabras.

—Le respondí —continuó Nduka sin hacer caso—, que podría darle mi opinión personal, pero que no tendría el más mínimo peso, además de que no dominaba todos los aspectos que habría que contemplar y que lo mejor sería transmitir esa pregunta a quienes tuvieran más importancia que yo.

»La respuesta pareció que fue la correcta, pues el Gran Señor no esperaba otra. Nos despedimos luego, y quedamos emplazados para una nueva cita dentro de unos seis o siete meses.

»Pues bien, aquí es donde entras tú, o al menos en una parte de la contestación —Nduka hizo en ese momento un alto, miró directamente a los ojos de Uche y continuó—. Como brillante economista y conocedor de tu Pueblo, ¿cómo plantearías las soluciones económicas necesarias?

—¿Quieres decir que debo indicar —repuso Uche escandalizándose—, qué cosas se deberían hacer desde el punto de vista económico para que el actual gobierno perdure?

—Has estado muy agudo —rió Nduka ampliamente—. Pues sí Uche, de eso se trata. Pensamos responder a todos los aspectos políticos, sociales, legales y por supuesto económicos, de la misma manera. No me disgusta que se planteen cambios desde arriba. Recuerda que no existe eso de «un poquito de libertad». Desde el momento que empieza a rodar la bola, ya no se puede parar.


Hagamos un pequeño alto para explicar por qué planteo así ese hipotético futuro. Pero antes, debo observar que no importa en absoluto si mis facultades de adivinación resultan desastrosas. Como ya saben, todas las historias anteriores son absolutamente falsas aunque dentro de un contexto todo lo aproximado a realidad que yo haya sido capaz de alcanzar. En la segunda parte de la de Uche, en cambio, hasta el trasfondo es imaginario. Las historias, pues, son fábulas, que actúan a modo de muletas para facilitar la comprensión de lo que pretendo exponer. Por eso mismo, repito, no me preocupa lo más mínimo que mis vaticinios fallen (cosa más que probable).

Y sin embargo, la proyección que he desarrollado no es descabellada. Se basa en hechos que están ocurriendo ante nuestros ojos: la lucha contra el Apartheid, la ayuda del 0’7% del Producto Interior Bruto de los países ricos, las manifestaciones anti- globalización, las denuncias contra la violación de Derechos Humanos, las campañas contra la pena de muerte, las batallas contra la lapidación de mujeres acusadas de adulterio, las ayudas humanitarias, la labor del voluntariado internacional, etc.

Todo esto va calando en nuestra conciencia. Lo único que he hecho ha sido suponer que se acentuará esta corriente y que de alguna manera gobiernos, sean los de los ricos o de los pobres, así como grandes empresas empezarán a tener en cuenta esta tendencia. (Si bien, sospecho que será más una cuestión de imagen hacia el exterior que de un cambio real de actitud. En otras palabras, los que detentan el poder seguirán más o menos igual pero procurando que no se note. Luego, si una determinada situación se volviera insostenible, no dudarían en cambiarse de chaqueta rápidamente.)

Nos habíamos detenido ante la pregunta que le hace Nduka a Uche. Recuerden que no me propongo dar recetas mágicas.


Los días siguientes a la cena, Uche se los pasó cavilando. Su cerebro iba a más megahercios que el más potente de los ordenadores. Empezaría por confeccionar una lista de puntos a tratar y de libros a consultar, miraría en Internet las novedades al respecto y hablaría con sus antiguos profesores y compañeros de más confianza, diciéndoles para disimular, que estaba buscando temas para su tesis doctoral.

En una de aquéllas, en una tarde de domingo, estando en el despacho de su casa, cansado de tanto darle vueltas al asunto, se levantó y se fue a la cocina donde cogió una cerveza. Se fue a su sillón del salón-comedor y se puso música dando la orden con la voz. Se la bebió pausadamente y se quedó adormilado pensando en las musarañas.

Media hora más tarde, salió de esa especie de duerme-vela que es la siesta, completamente descansado y relajado. Aunque le duró poco.

«¡Y todo ello en menos de seis meses! ¡Con mi poco tiempo libre! —se abrumó una vez más—. Si me pongo a desarrollar los puntos de la lista se va a convertir un «tocho» monumental.»

»Además, ¿quién c... lo va leer? ¡No se trata de que escribas el modelo de desarrollo económico de tu país! ¡Libros y manuales hay todos los que quieras!

»¡Pues claro! —se le iluminó una pequeña vela en su cabeza—. ¡Es mucho más sencillo que eso!

Se levantó del sillón con una idea medio formada en la cabeza y llegando al escritorio se puso a redactarla con su bolígrafo amuleto de la facultad (el que había usado para todos sus exámenes). Tres folios más tarde, llenos de enmiendas, tachaduras, flechas y anotaciones, encendió el ordenador y los pasó a limpio. Al acabar, imprimió el texto, lo leyó varias veces e hizo más correcciones. Apagó el ordenador, salió a cenar y se fue al cine.

Cada uno de los días siguientes retocó y simplificó el escrito. Hasta que después de la siesta del domingo siguiente, ya fue incapaz de mejorarlo. Marcó el móvil de Nduka.

—¿Qué hay Uche? ¿Dime? —oyó por el auricular.

—¡Hola Nduka! Me gustaría devolverte la invitación para cenar y así, de paso, te dejaré el disco que me pediste con las canciones de nuestra tierra —no pudo resistirse a parodiar la manera de conspirar de Nduka.

—¡Muy bien! —entendió inmediatamente el mensaje sin dejar de captar la ironía de su compatriota—. Lo has conseguido mucho antes de lo que esperaba. ¿Te iría bien mañana a la misma hora en el Aleixandre?

Quedaron emplazados, pues, y al día siguiente después de repetir la excusa de la falta de reserva, cambiaron de restaurante. Una vez se hubieron sentado en el mismo reservado, Uche, sonriendo ampliamente, se dispuso a desconcertar a su paisano.

—Creo que empiezo a conocerte, Nduka. Te veo receloso. No has parado de mirarme con desconfianza desde el Aleixandre, pues no encuentras por ningún lado dónde puede estar el dossier que esperas que te entregue.

»No hay ningún dossier. Y a fe mía que he estado a punto de escribirlo. Y, ten por seguro que habría acabado al final en la basura. Quizá con suerte, hubierais entresacado algún párrafo de aquí y otro de allí. Pero lo normal es que lo hubierais desechado. Y aún en la remota posibilidad que hubierais decido entregarlo al Presidente, tal cual o con retoques, ni vosotros mismos os creéis que fuera a hacerle mucho caso. Lo más normal es que os dijera, aunque quizá con palabras más corteses, algo parecido a:

«Basura teórica. Las soluciones que planteáis no sirven un c… para nuestro país.»

—El contrasentido es que tiene toda la razón —Uche, calló unos instantes esperando la reacción de Nduka, que ahora lo miraba fijamente sin abrir la boca. Aquello era una invitación a que continuara.

»Pues bien, he estado reflexionado, y no sólo sobre la respuesta que me pediste, sino sobre cuál va a ser el planteamiento que tenéis pensado presentar al Presidente. Y creo que habéis planeado mostrarle un amplio abanico de propuestas con la esperanza de que admita unas pocas, especialmente las de tipo político.

—¡Hum! —se le escapó a un Nduka cada vez más pendiente de lo decía Uche—. Tengo que admitir que has captado nuestra estrategia general. Quizá no debería haber sido tan explícito en la anterior reunión. Aunque, si bien se piensa, es mejor así, porque imagino que lo que vas proponerme va a ir en esa línea.

—En efecto, y pierde cuidado porque no voy a ir por ahí contando vuestra maniobra. Soy tan patriota como vosotros.

»Empecemos pues —continuó Uche después de una breve risa que no pudo evitar cuando miró directamente a los ojos de Nduka buscando en ellos el efecto de su última afirmación. Pero éste debía ser un jugador de póker fenomenal—. Lo que he estado meditando también podría beneficiarme, así que deja de lado tu habitual suspicacia.

»Todo gira en torno a algo que me dijiste en la anterior cena, que una vez que la bola se echa a rodar pendiente abajo, ya no se puede parar. Por tanto sólo se trata de que seamos capaces de hacer que empiece a vencer su inercia y moverse, por despacio que sea al principio. Y eso en nuestro país va a ser difícil puesto que hay demasiada gente en el poder, o en línea directa con éste, chupando del bote. A ellos no les interesa que cambien sus prebendas.

»Y evidentemente, las corrupciones, corruptelas, burocracia e ineficacia estatal, abusos de poder y sangrías que practican, son las piedras que impedirán que la bola se mueva. Esto ya ha pasado muchas veces. Es como una infección de parásitos. Mientras no los venzas, el cuerpo no puede mejorar. Y además no podemos enfrentamos directamente con ellos si queremos evitar un derramamiento de sangre inocente.

»Por tanto hay que proponer una alternativa viable. Algo que no ataque sus intereses, pero a lo que no puedan meter mano. Ese sería el primer movimiento de la bola, todo lo minúsculo que quieras, pero que sirva de embrión a un nuevo modelo económico, que con el tiempo acabe por desplazar totalmente al actual.

»El primer paso sería explicar a nuestro Presidente que las O.N.G. estarían terriblemente interesadas en que en nuestro país se desarrollara una nueva actividad de tipo económico, que según los cánones occidentales fuera «limpia». Esto supondría para dichas organizaciones todo un logro, a la par que un aumento de su prestigio e influencia. Y así habría que demostrárselo al mundo. Por lo tanto insistirían en supervisar el juego limpio en dicha actividad. De los beneficios que se generaran, por descontado, el Estado recibiría su parte mediante unos impuestos equitativos. En resumen, y muy importante, sin trampas por parte de nadie.

A Nduka le cambió la mirada. Estaba cada vez más absorto en la exposición. La idea tenía grandes visos de ser factible. Podrían meter una cuña blindada en las estructuras de su país. Uche, por su parte, saboreaba el momento. Dejó que Nduka, asimilara lo que le había dicho y se dispuso a darle el siguiente puyazo.

—Luego habría que dar el segundo paso: una vez establecida la actividad a desarrollar, habría que planear su distribución concertándola con la empresa para la que trabajo. En un futuro, si la cosa cuaja, cabría la posibilidad de plantearse aumentar la concesión a más empresas.

Nduka se dio cuenta que su interlocutor estaba matando varios pájaros de un solo tiro. Era una muy buena idea utilizar la empresa de Uche ya que contaba con una amplia y eficaz red comercial. Si bien esto ayudaría a Uche en su carrera dentro de la compañía, no creía que esta fuera su intención. Nduka estaba convenido que Uche no buscaba medrar ni aprovecharse de las circunstancias. Entonces, como si Uche hubiera estado leyendo sus pensamientos, le oyó decir:

—Es una solución que va a favorecer a muchos, yo mismo incluido. Y éste es un motor básico de toda actividad económica. Es un egoísmo altruista o un altruismo egoísta, eso no lo tengo claro. Pero lo que sí que sé es que el mero altruismo no basta. La caridad no ha sido el remedio para sacarnos de la miseria, porque… bueno, no me hagas repetir lo del pescado y la caña de pescar. El pescado te soluciona un día. Y ahí es donde voy, lo que vayamos a montar debe ayudar, gustar o facilitar la vida al resto del mundo. No al contrario. Les venderemos porque lo nuestro será bueno, bonito y barato, no porque nos tengan lástima.

»Soy consciente que he ido muy deprisa y mezclando conceptos en el fragor de la charla-conferencia que te estoy endilgando. Pero creo estoy haciéndome entender…

—Sí, perfectamente —asintió Nduka—. Además tiene sentido lo que dices.

—Perfecto, pues. Ataquemos el tercer paso. Sin él, el proyecto se quedaría en agua de borrajas. Hemos de solucionar el último detalle, precisamente el de elegir qué vamos a ofrecer, cuál será el producto por el que vamos a apostar. Bueno esto es incorrecto, hemos de apostar por una idea.

»Imagino que no conoces la diferencia en el matiz: no se venden productos sino la satisfacción que dichos productos producen. Lo que cuenta de la cerveza que nos estamos tomando no radica en que sea cerveza, sino que con ella apagamos nuestra sed, y si vamos más allá, ni siquiera eso, sino que es un medio que hace que nos sintamos cómodos mientras conversamos esperando la cena.

»Por ese mismo motivo, además de bueno, lo que vayamos a lanzar debe estar arropado con toda una serie de condiciones, adornos, atavíos y perifollos si quieres.

»Tengo la solución, o eso creo. He pensado en una línea de productos que dejaron de fabricarse hace casi sesenta años. Tendrán una carga de connaturalidad y nostalgia, no exenta de encanto: serán un bálsamo a la recargada y vulgar artificialidad que impera en la moda actual del producto.

»Estoy pensando en niños, en cómo juegan, y especialmente, con qué lo hacen. Juguetes, pues. Estoy hablando de juguetes. Podríamos fabricarlos a la antigua, con materiales nobles, de una manera artesanal. ¡Piensa! Coches, aviones, barcos, muñecos… de madera, cuero y bronce de nuestro país. Sin sofisticación, para potenciar la creatividad de los críos. Fiables, aplicando la normativa internacional sobre seguridad infantil. Bonitos, usando pinturas naturales absolutamente inocuas. Pero sobre todo, niños jugando con la imaginación con juguetes tradicionales. Fíjate que no estoy incidiendo demasiado en los trozos de madera que vayamos a producir…

—… sino en lo que van a representar para quienes lo compren —concluyó Nduka demostrando así que había comprendido plenamente la explicación de Uche—. Voy a necesitar un tiempo para que me baje el aceite y asimilar todo lo que me has dicho. Pero te puedo asegurar que me has dejado de plástico...

»Voy a meditármelo —dijo después de una breve pausa—. Pero es más que evidente que es una buena propuesta...

»¡Vamos a hacer una cosa! —cambió de idea animándose Nduka, después de hacer una segunda pausa, esta vez algo más larga—. Voy a proponer una mini–reunión de nuestro consejo ejecutivo para presentarles tu proyecto. Si prospera, te llamaré para que hagas de ponente. Conque estés la mitad de convincente que has estado hoy conmigo, la aprobarán de carrerilla. A la salida de restaurante, mientras se despedían, Nduka pensó que debería integrar a Uche como un miembro de su equipo.

Además, si el proyecto tenía éxito, su paisano desempeñaría un cargo de responsabilidad en el país que estaban construyendo para el futuro. Definitivamente le gustaba esta persona.

Uche por su lado, mientras se alejaba, se sentía radiante, al borde de la euforia. «No tenía ni idea —se dijo— que yo pudiera llegar a ser tan maquiavélico vendiendo ideas. Pero la verdad es que puede funcionar.»


Lamentablemente, y en mi línea de no dar fórmulas magistrales, nos vamos a quedar sin conocer si el montaje de Uche logrará llegar a buen término. A pesar de que no importa a efectos de este libro, personalmente apuesto a que sí.

Por increíble que parezca, me encontraba acabando de escribir la historia de Uche cuando llegó mi turno de quedarme a cuadros. Estaba dándole los últimos retoques, cuando escuché en la tele la noticia que un grupo de diseñadores de moda africanos habían expuesto sus colecciones en Europa patrocinados por una O.N.G.

Oportunas casualidades al margen, la de Uche es la historia de una transición. Hoy, ante nuestros ojos, millones de seres humanos del Tercer Mundo están escapando de un presente caracterizado por el hambre, la ignorancia, la corrupción, la injusticia, los intereses creados, pero más que nada, por la falta de futuro. Eso es lo que he pretendido reflejar con la primera parte del relato de Uche.

Esta situación es inestable, como la nitroglicerina, y acabará por cambiar. Puede que estalle de un modo traumático. La sangre de los desventurados es barata, y desgraciadamente ya está corriendo en su mundo desde hace mucho tiempo. Junto a lo anterior, los más de dos tercios de la Humanidad que pasan hambre empiezan a conocer que al otro tercio les sobra comida y la tiran. Su cabreo va ser progresivo y van exigir cuentas. Y que conste que no estoy enarbolando ninguna bandera revolucionaria, aunque lo parezca. Simplemente estoy señalando un peligro. Máxime cuando pienso existen soluciones.

La segunda parte de Uche, muy de Economía-Ficción, pretende precisamente aventurar la posibilidad de otra forma de transición. Y aunque sea todo lo imaginaria que se quiera, en realidad se han dado casos. España sin ir más lejos. Hace cuarenta años exportábamos mano de obra al resto de Europa y ahora la importamos de Sudamérica y África.

Con toda honradez, he de decir que no he pormenorizado los detalles que deberían constituir el cambio. Cada país tendrá su propia problemática, que desconozco. Las recetas que podría dar, serían terriblemente teóricas y de laboratorio. Además, estoy convencido que los que deben diseñar su futuro, deben ser los mismos ciudadanos de esos países. Me conformo, pues, con apuntar que existe una alternativa de desarrollo.

Por otro lado, en la primera narración, Germán, pese a los oropeles de su próspero mundo, tiene la vaga sensación de que la estructura del edificio económico en el que vive, se asienta sobre un suelo arenoso. De ahí los desconchados en la fachada, las vibraciones en el ascensor y los males olores en la escalera.

Ambos, Germán y Pepe (el de la primera parte), están padeciendo los males de unas Economías mal diseñadas. Por supuesto, cada uno de ellos los sufre con un grado muy diferente de intensidad —para sí quisiera Pepe los problemas de Germán—, pero la raíz es la misma. Se llama desconocimiento.

Desconocimiento que nos lleva a cometer errores de diseño, actitudes ventajistas y conductas codiciosas.

Uche hablaba de egoísmo altruista o altruismo egoísta, es decir, de una solidaridad interesada, que se oponía tanto a la mera caridad como a las actitudes y comportamientos puramente egoístas del párrafo anterior.

Se trata, pues, de satisfacer recíprocamente cuantas más necesidades mejor, y no de ser más «ricos». Capítulos antes ya lo mencionábamos. Es momento de recalcarlo: la persona más rica del reino más poderoso de la Baja Edad Media no podía tener cubiertas ni la décima parte de las necesidades que tiene hoy satisfechas un trabajador especializado.

Imaginemos una vez más una hipótesis absurda. Si nos dieran la oportunidad de ser Rey durante esa época, pocos de nosotros la rechazaríamos, lo que demuestra lo contradictorios e incoherentes que llegamos a ser. Para demostrarlo, basta pensar que estando en tal situación y con cientos de cofres en nuestro poder repletos de monedas de oro, sufrimos un buen dolor de muelas o, algo más prosaico, que nos apetezca cualquiera de los caprichos con los que nos gusta recrearnos. Supongo que no tardaríamos mucho en cambiar de opinión.

Pero no. Preferimos ser cabeza de ratón que cola de león, ¿verdad? Anteponemos, pues, mantener nuestros privilegios, fortuna y nivel de vida, defendiéndolos con uñas y dientes, pese a que con otra mentalidad podríamos estar mejor. Todos.

No estoy elucubrando sobre la Utopía. En absoluto. Se trata de algo muy real, como el título de este libro. Es tan de cajón, que pasa desapercibido, quizá porque no nos hagamos la pregunta correcta. Personal y profesionalmente, me he encontrado muchas veces ante situaciones en las que gentes con una determinada necesidad o problemática acudían a mí para que les desarrollara o elaborara la solución que habían pensado de antemano —es como ir al médico para que te recete las pastillas azules que te han comentado que son ideales—. Esto me llevó muchas veces a callejones sin salida, así que cambié de táctica. Les preguntaba, antes que nada, cuál era su problema, que luego ya buscaríamos la mejor solución.

Como homo oeconomicus nos pasa igual. Buscamos la riqueza y el poder porque creemos que esa es la solución a nuestros problemas. Pero si hacemos una pregunta tan simple como: ¿Ud. dónde preferiría vivir?

  • En un pueblo sin gente especializada, sin mucho suministro en las tiendas, sin alcantarillado ni agua corriente, con un alcalde vago y corrupto, pero donde Ud. fuera el más rico, poderoso y guapo.

  • En el pueblo de al lado, con un nivel apropiado de ingresos, pero con un buen médico, fontanero, peluquero, alcalde eficaz y honrado, un mercado bien surtido y buen «rollito» entre los vecinos.

Entonces, la respuesta sería evidente. Nos interesa que haya mucha gente preparada a nuestro alrededor que pueda echarnos una mano en cuanto nos haga falta. Y esto es válido tanto a escala individual como mundial. Y si seguimos en desacuerdo, veamos un ejemplo real, y además, otra vez, oportunamente reciente:

Este principio de milenio no está siendo especialmente bueno para una de las naciones más poderosas del mundo, Alemania. Pues bien, y también es casualidad, el canciller alemán se ha quejado de que España esté creciendo gracias a las ayudas comunitarias que ellos financian en buena parte. La respuesta española — comentaristas de prensa, nada oficial por supuesto— ha sido que con esos fondos, estamos comprando maquinaria alemana.

De nuevo hemos de hacernos una pregunta clave: ¿Estaría Alemania dónde está, si no hubiera ayudado, generosamente además, a los países menos privilegiados de la Unión Europea?

¿Comprenden a dónde quiero ir a parar? Luis Racionero, escribió «Del paro al ocio», un libro bastante más heterodoxo que el mío. Permítanme, precisamente ahora que está acabándose este ejemplar, que rompa una costumbre. Voy a citar textualmente dos párrafos de su volumen:

«En vez de suponer que el hombre es egoísta e individualista, como supone el actual sistema económico, se puede suponer que el hombre es altruista y cooperativo, y montar la economía en la cooperación en vez de la competencia... En vez de suponer que los demás países son un grupo de seres peligrosos, perpetuamente al acecho de la oportunidad para invadir y arrebatar lo ajeno, o, si son pobres, verlos como presa apetecible a la que despojar en provecho propio; en vez de eso, se puede ver a los otros países como miembros de igual clase en la astronave espacial Tierra; gentes con las que hay que cooperar y a las que se debe ayudar.»

«... volvemos a encontrarnos con un defecto básico de la microeconomía: el suponer que las funciones de utilidad de las personas son independientes unas de otras.»

La única discrepancia radica en que yo abogo por un amor interesado —comparen mi altruismo egoísta, o viceversa, con su visión del ser humano altruista y cooperativo—. Pero ambos planteamos la misma idea: el error que supone un sistema económico que predica que el bien común se alcanza mediante la codicia, el interés y la avidez de los seres humanos.

Luis Racionero, cuyo libro leí hace ya bastante tiempo, hizo una proposición que me causó un cierto impacto. No puedo resistirme a mencionarla porque pone de manifiesto que existen alternativas al modo de enfocar la vida económica. Una de las preocupaciones mayores de nuestros gobernantes, y también de nosotros mismos, lo constituye el paro. La tasa de paro es una de las espadas de Damocles que pende sobre nuestras cabezas. En cambio, él opina que en una Sociedad superdesarrollada, en la que el trabajo está enormemente automatizado, el indicador debe verse al revés: cuanto más trabajo sea necesario para satisfacer las necesidades de una colectividad, peor.

Parte de la concepción humanística griega, en la que el hombre es la medida de todas las cosas. Los romanos, mediterráneos como ellos, y en cierta medida herederos suyos, nos proporcionan las palabras trabajo y negocio, de un claro matiz peyorativo. La primera proviene de tripalium, «instrumento de tortura —cito textualmente— utilizado para obligar a los esclavos». La segunda de nec-otium, no-ocio. (Por el contrario, los anglosajones utilizan la palabra business, que viene de busy, ocupado, atareado. ¡Existe una buena diferencia de matiz! ¿No?)

Así pues, Luis Racionero, propone un cambio de mentalidad, desde la stajanovista, maniática del trabajo y de la producción, por otra en la que el ser humano pueda dedicarse a otros valores, y en especial al disfrute del ocio. Trabajar lo imprescindible, y cada vez menos, para producir lo necesario.

Estoy en buena parte de acuerdo con él. Creo que hemos de trabajar para vivir que no vivir para trabajar, o lo que es lo mismo y parafraseando las Escrituras: «No se hizo el Hombre para la Economía, sino la Economía para el Hombre». Discrepo en que pienso que no estamos ni de lejos cerca de esa Economía Mundial del Bienestar. Eso que es evidente si pensamos en la gente subdesarrollada, es igualmente aplicable al Primer Mundo en dos puntos: es un sistema imperfecto, con Parkinson —recuerdan—, y además no tenemos ni idea de cuál puede ser en el futuro el grado de necesidades que podemos tener cubiertas si toda la Humanidad se pone a satisfacerlas eficaz y recíprocamente. Y no estoy pensando en un mundo lleno de fábricas y de cachivaches, con sucorrespondiente polución. El negocio del ocio, perdonen el juego de palabras, abre enormes perspectivas, así como el de educación —aprender por el placer de aprender—, el del turismo —aunque muy diferente del vacuo y disparatado de nuestros días— y el de otros muchos que sin duda, si dejan volar su imaginación se les ocurrirán.

Con estas premisas, es de cajón que el modelo de desarrollo del Tercer Mundo no tiene porqué copiar los errores del nuestro. Y, de igual modo, el nuestro debería evolucionar —si es que no lo está haciendo ya sin que nos demos cuenta—, hacia otro más humanista y estable.

Pienso que puede estar cambiando porque basta abrir un poco los ojos y mirar a la gente para encontrarnos con colectivos que están valorando apreciablemente su tiempo de ocio. (También es cierto su contrario, adictos al trabajo y gente obligada a bregar mientras otros disfrutan). La demostración de esta última afirmación es fácil: intente llamar a su fontanero un sábado o dése una vuelta ese mismo fin de semana por las carreteras más pintorescas próximas a su ciudad. Podrá ver ciclistas a cientos disfrutando de su potro de tortura particular. Puede citar todos los ejemplos que le parezcan. (No vale hacer mención a las horas dedicadas a ver programas alienantes ante el televisor).

-----

Pese a la importancia que le estoy dando al tema del ocio, no es ése el objeto de este capítulo. Lo he mencionado como un ejemplo de alternativa, indudablemente muy deseable. Pero antes hemos de dar solución a ese edificio, que decíamos, está construido sobre arena.

Una de las palabras que más he repetido en este libro es la de «conocimiento», siempre ligada al progreso de las actividades humanas, sean o no económicas. Es innegable que cuanto mejor conocemos lo que son y cómo funcionan las cosas, más competentes somos en su manejo y se nos ocurren más y mejores ideas para de perfeccionarlas.

Esto es completamente válido para la Economía. De igual modo, la ignorancia, el conocimiento equivocado y parcial, nos aboca a situaciones contrarias e indeseables. Por tanto y conectando con el capítulo anterior en el que mencionaba la revolución del conocimiento, estoy firmemente convencido que un mejor futuro pasa por que exista mucha gente muy preparada y con fundamentos más sólidos.

Revolución del Conocimiento, ahora con mayúsculas, en el que la Economía se vea como la Ciencia que posibilite la vida al género humano, satisfaciéndose reciproca e interesadamente, las necesidades que éste tenga o pueda llegar a tener.

Nos alejamos de esa forma de los conceptos de riqueza (y pobreza) como motores del pensamiento económico.


¡No puedo creerme que esté acabando el libro! Más de once años me ha llevado escribirlo, si bien con nueve sabáticos por medio.

Si algo me gustaría destacar, es que en él he procurado mostrar a gente viviendo. No he partido de modelos abstractos y teóricos, sino que he intentado pintar a gente muy real —por muy ficticios que sean los personajes—, subsistiendo o dándose una buena vida, padeciendo o gozando, deprimiéndose o siendo optimista, haciendo trampas o actuando honradamente, en suma, bajo muchas de las circunstancias que nos puede haber tocado vivir. Luego, he tratado de explicar los porqués y los cómos, es decir, la teoría. Y debo confesar que, en algunos puntos, es bastante heterodoxa, pues está separada de la doctrina tradicional. (Ojo con exponerla en algún examen, se corre el riesgo de ser suspendido inflexiblemente.)

Sin embargo la definición que dábamos en el Capítulo O, no ha seguido este modelo, por eso quizá haya que mejorarla. Pero antes, debo decir dos cosas. La primera es insistir en que no busco ningún tipo de revolución fundamentalista, creando un sistema cerrado en el que todo tenga su explicación y en el que los seres humanos deban seguir el modelo de comportamiento prediseñado para alcanzar los nobles fines que el ideario oficial proclama. Es más, no quiero ninguna revolución.

Creo, por contra, en un sistema abierto y cambiante en concordancia con nuestro avance en el grado de conocimiento de la Economía Real, en unas leyes y normas justas emanadas de ese conocimiento, en la detección eficaz de los tramposos que se aprovechan de sus semejantes impidiéndoles crecer, pero sobre todas las cosas, creo en gente trabajando —por lo de satisfacer mutuamente necesidades— y progresando poco a poco, pero día a día, tanto exterior como interiormente. Espero que este libro ayude a conseguirlo.

Habría, pues, que modificar la definición de Economía para que se adaptara mejor a este objetivo final:

La Economía es la actividad humana tendente a la supervivencia alcanzar una vida plena mediante la generación, reparto e intercambio del excedente.

-----

No me gustaría dar la sensación de final feliz de cuento de hadas que, por demás, es muy light (perdón por el barbarismo, se puede traducir por simplón). Y es que, al explicar lo que creemos que es, o debe ser, la Economía, es muy fácil caer en muchos errores. No sé a cuál peor, ser fundamentalista, ideólogo, pesimista, optimista o, en fin, pongan el adjetivo que quieran.

Cualquiera de estas actitudes actúan como un velo puesto delante de nuestros ojos que distorsiona la realidad. En la medida de lo posible he pretendido evitarlo —sé que es materialmente imposible ser aséptico al cien por cien—, de ahí ese modo atípico de escribir el libro, partiendo del ser humano y su evolución. Porque, si bien la Economía es algo muy real, no deja de ser un invento humano, y como tal, mejorable. Mejoras que se han venido produciendo ciertamente. Las repasaremos rápidamente, capítulo por capítulo. Les recomendaría que fueran haciendo el ejercicio de imaginar de un modo visual, y desde la perspectiva de la generación, reparto e intercambio, lo que suponía en la vida de aquellas personas cada uno de los cambios que se iban produciendo. Incluso pueden ir más allá, e imaginar dónde estaríamos si no hubiesen ocurrido.

Con esa idea en mente, empezaba exponiendo la definición «dura» de lo que es la Economía con el fin de tener un punto de arranque común.

Veíamos seguidamente como el hombre prehistórico, realizando tareas de cazador y recolector, no conocía la Economía, aunque sí desarrollaba algunas actividades que podían ser consideradas como embriones de la misma: fabricación de armas y utensilios, construcción de chozas y una pequeñísima división del trabajo. Aprovechándome de ellas, me he permitido la licencia de situar el nacimiento de la Economía en esa época, meramente con fines didácticos.

Luego, el ser humano, descubría que es posible dominar el cultivo de algunas plantas y animales, dando paso a la Gran Revolución, en la que una persona era capaz de producir por encima de lo que necesitaba para ella misma. Ahí es donde nace efectivamente la Economía, puesto que se liberaba a gente de la producción directa de alimentos, permitiendo desarrollar otras actividades.

Inevitablemente, las pequeñas aldeas situadas en zonas cultivables, crecieron convirtiéndose en ciudades donde se produjo una mayor diversificación y especialización de la actividad: más y mejores productos, materiales e inmateriales; más intercambio (de necesidades). Nace la escritura que, a efectos prácticos, hace posible la administración de los negocios, pero que, sobre todo, permite la conservación y transmisión del conocimiento.

Una cosa lleva a la otra, y la dificultad de aclararse con el intercambio de mercancías nos llevó al invento del dinero. Un buen invento, si se piensa que el dinero no es otra cosa que un instrumento conceptual, que todos aceptamos para movernos por el mundo real. Dinero, promesas en metal, papel o plástico haciéndonos correr detrás de él. ¿No les sugiere nada? Piénsenlo unos momentos y seguimos.

Los siguientes temas que pulsábamos, nos llevaban a los principios de la Roma monárquica y republicana. La construcción de una cosa tan simple como un puente trajo beneficios considerables a la colectividad. Nos ha servido de muestra para comprender lo que significaron las infraestructuras romanas, un hito difícil de superar que contribuyeron a su alto grado de prosperidad e hicieron posible un mundo más amplio. El otro punto era de orden inmaterial —lo calificábamos de superestructural—: el Derecho Romano, ciertamente de carácter económico por entero. De nuevo, un factor intangible influyendo en el modo de actuar de la gente y su estructura. Pero no por intangible menos «real», entre comillas, que el propio puente. ¿Se va perfilando la respuesta a la pregunta del párrafo anterior?

Con el transcurso de los años, aquel imperio, se fue viniendo abajo y no precisamente por culpa de los hados, sino por la suya. Tampoco era inevitable que ocurriera. Fíjense, porque las dos preguntas anteriores casi se contestan solas. De la escritura, el conocimiento, los espacios urbanos y comerciales, la confianza, la honradez, el optimismo, el derecho y el ancho mundo (w.w.w. world-wide, aún sin la telaraña, la web), se pasa a su contrario. Con ello puentes y carreteras se destruyen, las ciudades se vacían, aparece el hambre y la gente acaba por morirse con más facilidad.

En medio del caos, otro pueblo, el árabe, recupera lo mejor del pensamiento y conocimiento de la Antigüedad, erigiéndose en primera potencia mundial. He situado en ese contexto una inverosímil tertulia en la que se debatía la cuestión de lo que valen las cosas. Para sorpresa nuestra, descubrimos que en sí mismas, no tienen ningún valor. Es el propio ser humano el que se lo proporciona de un modo subjetivo y, además, muy aproximado e impreciso. Esto lo aprovecha una de las partes para ir subiendo los precios, con lo que se genera la inflación, que no es otra cosa que la lucha por la apropiación del excedente, abusando de la falta de claridad de ideas de la otra parte.

La Edad Media constituye un ejemplo vivo de una situación no deseada y para más inri perfectamente evitable. Otros pueblos de la época no la padecieron. En ella se comprueba palpablemente que cuantas menos necesidades se satisfacen, menor es la esperanza de sobrevivir —funciona igual que una espiral—. Es también un ejemplo de fe, pero sin dejar de arrimar el hombro, en la reconstrucción de un mundo. Lentamente al principio, y con recaídas, pero cada vez más firmemente. Este capítulo es la continuación, pero con el signo cambiado, al de la crisis. Y una pequeñita aclaración, no siempre después de una crisis viene la recuperación. La Historia está plagada de sociedades que nunca se recuperaron o simplemente desaparecieron. Por eso, quizá, tenga más mérito lo que hizo aquella gente, aunque le costara mil años.

Y dando un salto, llegamos a la época del Parkinson. Los ingleses alcanzaron ser el número uno mundial gracias a toda una serie de factores, y entre ellos su industrialización. Se pusieron a pensar que la Economía era así, una ciencia exacta que funcionaba fielmente como ellos la tenían. E hicieron correr la voz por todo el mundo, que les creyó. Aún estamos sufriendo las secuelas de un pensamiento equivocado que no tenía en cuenta para nada al hombre.

Germán lo notaba, y Uche se las ingeniaba para salir adelante. Ambos tenían claro que la solución para el futuro pasaba, además de por el trabajo, en un cambio de mentalidad que tuviera en cuenta un conocimiento más profundo de lo que el ser humano precisa. Sería, así, más sencillo dar con las respuestas correctas.

El futuro, indudablemente está en nuestras manos, pero previamente debe pasar por nuestras cabezas.

Valencia, de octubre de 1.992 a septiembre de 2.003