EL DESARROLLO LOCAL COMPLEMENTARIO

Mario Blacutt Mendoza

El Modelo Harrod-Domar

Ambos trabajaron independientemente uno del otro pero llegaron a las mismas conclu-siones a través del modelo que hoy lleva sus apellidos: el modelo Harrod-Domar. El resultado de la investigación, con el conjuro de símbolos, coeficientes, proporciones, definiciones… fue el siguiente: el crecimiento de una economía dependía de la acumulación de capital, es decir, de las inversiones, pero el cambio tecnológico se supone constante. La inversión significa una intensificación del capital por trabajador, es decir de la densidad de capital (Capital/Trabajo = K/L), que los marxistas habían denominado la composición orgánica del capital entre capital constante (máquinas, equipo) y capital variable (el dedicado al pago de salarios) En el modelo de Harrod-Domar, la densidad de capital elevaba la productividad del trabajo, pues con mejores máquinas y herramientas el trabajador produce más; también se elevaría “la productividad del capital”, aumentando los beneficios. El modelo se basa en la tasa de ahorro, la que debe subir para que se incremente las inversiones; por supuesto hay una interacción recíproca entre ambas variables, mediante la cual el cambio de una procura el cambio de la otra. Otro determinante del modelo es la relación capital/producto = K/Y; finalmente, la tasa de incremento de la fuerza de trabajo. La “tasa natural de crecimiento” dependería del aumento de la mano de obra, mientras que “la tasa garantizada de crecimiento” dependería del ahorro y de la inversión. En estas circunstancia, dice Solow, otro teórico del crecimiento, cuyo modelo analizaremos también, la producción se realizaría bajo proporcione fijas, dado que no podría sustituirse trabajo por capital. Por otra parte, el proceso productivo, según el modelo, se realizaría en condiciones de rendimientos constantes.

Como ya se dijo, el modelo Harrod-Domar relaciona el crecimiento con el ahorro, pues a mayor ahorro habrá mayor inversión, más ingreso y, completando el ciclo, más ahorro. Según sus fundamentos teóricos, para alcanzar el pleno empleo, la tasa de crecimiento del ingreso tendrá que ser igual a la multiplicación de la propensión marginal al ahorro (la proporción del ingreso que se destina al ahorro) por la relación capital/producto = K/Y. De este postulado se infiere que la relación K/Y mide la productividad media del capital. Esas sería las condiciones para el pleno empleo, pero, si se trata del crecimiento de la economía como un todo, entonces la productividad del capital, K/Y debe aumentar como también el ahorro. De allí viene la afirmación de los autores del  modelo en sentido de que “la inversión de hoy tiene que ser siempre superior al ahorro de ayer”, para ello se necesita inyectar, continuamente, flujos de dinero a la economía. La economía tiene que expandirse continuamente. Cuando lleguemos al tema del medio ambiente, veremos que estos modelos conspiran en contra de la supervivencia misma de la especie.

El modelo implica que a largo plazo hay rendimientos decrecientes del capital, por ende, del beneficio, y se llega a un estado estacionario. El “estado estacionario” ya había sido anunciado por A. Smith y Ricardo, pero por razones diferentes. También había sido previsto por Marx, bajo el argumento de que el incremento de maquinaria desplaza gradualmente el trabajo vivo, por lo que la composición orgánica del capital aumenta, hay menos trabajo vivo del cual extraer plus valía y por consiguiente la “Ley de la reducción de la tasa de ganancia” entra en vigencia, produciendo la crisis final del sistema capitalista. En el modelo Harrod-Domar esta situación se tipifica como “el filo de la navaja”, es decir, en el largo plazo la economía se orientaría a un estado de creciente desempleo o de creciente inflación.

Por otra parte, el capital y el producto tenían que crecer a la misma tasa; si el capital crecía a una tasa superior a la del producto, habrá capacidad no utilizada, por lo tanto, habrá también desempleo. Si el producto crecía a una tasa mayor que el capital, habría dese-quilibrios. Pero el progreso técnico era lo esencial. El nombre de Joseph Schumpeter empezó a ser escuchado en muchos de los ambientes académicos, pues este economista checo dijo que la principal tarea del empresario era la innovación, la apertura de nuevos mercados, la capacidad de combinar recursos de capital y mano de obra de acuerdo a las circunstancias del momento. También dijo que el socialismo reemplazaría al capitalismo como sistema, pero no por alguna revolución proletaria, sino por lo que denominó la destrucción creativa, es decir el  proceso por el cual lo nuevo reemplazaba a lo viejo. Estaba de acuerdo con los keynesianos en el hecho de que el dinero podía activar la economía, aunque, liberal de vocación, se declaró antikeynesiano.

Entre las fallas de la tesis schumpeteriana en relación a los países subdesarrollados estriban en que “las empresas con alta tecnología disputan la mano de obra con las de menor tecnología” debido a que al haber más tecnología el trabajador es más productivo y tendrá un salario mayor. Esta afirmación toma por sentado que la economía se encuentra en pleno empleo, algo que Keynes nunca habría aceptado. Por otra parte, cree, al igual que los neoclásicos, que un incremento de la productividad del trabajador significa un salario mayor, supuesto contra el cual nos enfrentaremos a lo largo de esta obra.

Síntesis

En resumen, el keynesianismo, con todas sus variantes, dio una gran importancia a la demanda agregada, a la existencia de equilibrios macroeconómicos con desempleo, criticando de este modo al modelo al que denominó “clásico”. Hizo temblar de ira vindicativa a todos los neoclásicos, al develar ante el mundo que el capitalismo era un sistema inestable, debido a la inestabilidad mental de los inversionistas del sector privado y afirmando la necesidad de que el Estado participara en la economía. Esa intervención debía realizarse por medio de medidas políticas y fiscales para reactivar el proceso económico y para aumentar el empleo. También instó a que se intensificaran los esfuerzos orientados a la investigación. Posteriormente, los neokeynesianos como Harrod y Domar, entre otros, formularon modelos de crecimiento basados, principalmente, en el papel de las inversiones y la relación producto-capital. La influencia del keynesianismo fue tan grande, que a principios de la década de los ’60 un gran economista llegó a afirmar “todos eran keyne-sianos”. Sin embargo el entusiasmo no duraría mucho. El advenimiento de la Guerra de Vietnam traería un fenómeno, la estanflación, que postergaría la receta keynesiana a segundo plano, tal como veremos después.

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