EL DESARROLLO LOCAL COMPLEMENTARIO

Mario Blacutt Mendoza

La Globalización Cultural

No es necesario acudir a una  teoría tipológica para afirmar que, en general, se puede distinguir un modo de ser típicamente francés, de uno inglés, o de un estadounidense con relación a un etíope. En mayor o menor grado, los diferentes países desarrollados han logrado plasmar un arquetipo de lo que es un ciudadano nacido y criado en sus respectivos territorios y ámbitos culturales. Sin embargo, no es posible identificar al “tipo boliviano”, es decir al que tiene una idiosincrasia boliviana. La imagen de lo que sería “un boliviano tipo”, ha sido interpretada por los otros países como la del habitante de las zonas del altiplano, que representa menos de un tercio del territorio nacional y de ninguna manera es el arquetipo del “modo de ser” del “boliviano tipo”, en cuya estructura se incluye el camba o el chapaco-chaqueño, por ejemplo. Esto es motivo de legítimo y eiterado descontento, especialmente por parte de los habitantes de los llanos bolivianos, quienes sienten que su sentido de pertenencia al país se ve continuamente puesto a prueba por esta clase de discriminación, continuamente renovada, por parte de las autoridades que tienen a su cargo los programas de promoción cultural del país en el extranjero.

Por otra parte, los estratos medios también se sienten continuamente desplazada de la promoción cultural de las instancias estatales respectivas. Así, quienes detentan el derecho de concebir y de ejecutar planes de promoción cultural, centran sus preferencias en las costumbres de los pueblos originarios, ya sean quechuas, aimaras, tupa-guaraníes y cuantos otros puedan existir en los lugares más recónditos de la nación. Cada vez que canal televisivo nacional anuncia la difusión de un programa supuestamente cultural, ya sabemos lo que vamos a ver: danzas, bailes, danzas, bailes y, casi siempre, alcohol, como si ambos, en conjunto, constituyeran la única expresión cultural de los grupos humanos. Nunca, o casi nunca, sabemos cuales son sus percepciones con relación a la familia, a la comunidad, al Estado. Casi nunca sabemos que opinan del matrimonio, cuáles son sus relaciones de trabajo y de producción; cómo distribuyen el producto creado y cuales son los puntos de referencia para hacerlo así y no de otro modo. Casi nada se sabe de los lazos afectivos con sus respectivos ámbitos territoriales, en comparación con el ámbito nacional; y, sobre todo, del grado, si es que hay alguno, del sentido de pertenencia a una nación llamada Bolivia. Cuál su conocimiento de los emblemas, la historia y el devenir de la nación boliviana. No señor, sólo nos quedamos con danzas y alcohol en recordación a lo que se supone que son sus fiestas tradicionales.

Lo mismo podemos decir de la gran mayoría de los productores de películas bolivianas. Por lo general el tema se refiere al aimara o al quechua o a algún otro pueblo originario, en una especie de repetición monótona y cansina, mientras que los valores de la clase media nacional quedan minimizados con alarmante persistencia, por lo que a nadie debe sorprender que las salas donde las exhiben estén, por lo general, solas y desamparadas.

En cuanto a las obras de teatro, la cosa es peor aún. Bajo el rótulo de “teatro popular”, han quedado relegados a la esposa de pollera, al marido y al cura, todos enfocados en una atmósfera de cantina. Pero lo más extraño de todo esto, es que las personas que supuestamente promueven la cul-tura nacional desde los escritorios burocráticos, en una especie de testarudez asombrosa, tratan de exaltar la imagen del indio, el que menos quiere que lo relacionen con la nación boliviana, y excluyen a la clase media, precisamente la que más desea ser identificada como la objetivación de la bolivianidad. Con imágenes tan distorsionadas de la idiosincrasia nacional, no es extraño que los capitalistas extranjeros duden de la capacidad de nuestro pueblo para conformar grupos de trabajo capacitados y productivos. Por eso es que cuando vienen a invertir algunos cuántos miles de dólares al país, lo hacen con aires de gran suficiencia y de un paternalismo extremo, ambos antipáticos e inaguantables. Por otro lado, los que sí aprovechan el peso creciente de la clase media en la estructura social del país, son los que hacen spots publicitarios, tanto televisivos y radiales, como impresos. Entonces vemos al representante de los estratos medios sirviéndose King Burguers o pizzas, como señal de buen gusto y de gran experiencia mundana. La Mcdonaldización es una de las muestras más adecuadas de la fabricación de símbolos uniformadores de la cultura por parte del proceso de globalización, especialmente destinadas a conformar un mundo de individualidades cada vez más preocupadas, en grados patológicos, por sus propios bienestares y con la formación paulatina de una indiferencia creciente por los demás. Una sociedad conformada por individuos aislados e indiferentes a todo, excepto a consumir más, es el sueño más ferviente de la Supertransnacional, porque así puede negociar con seres solitarios y no con grupos dispuestos a defender sus intereses comunes. Estas aspiraciones no coinciden con nuestro espíritu gregario, donde las palabras “nuestro” y “nosotros” siempre han sido mucho más importantes que “mío” y “yo”.

Los países subdesarrollados en general, deben preocuparse por consolidar las identidades culturales de sus grupos sociales para tratar de sintetizar la Cultura Nacional sobre la interacción de todos y cada uno de esos grupos, de lo contrario nadie va a tomarnos en cuenta como ciudadanos de una nación que busca el reconocimiento y el respeto de las demás, en igualdad de condiciones. Es preciso recordar a las autoridades que promueven la cultura nacional y que la exhiben a otras latitudes, que Bolivia tiene estratos medios crecientes, organizados y productivos y que espera dialogar de igual a igual con sus homólogos de todas las naciones del mundo. El quechua y el aimara, por su parte, aún esperan que la sociedad boliviana les otorgue el reconocimiento y el respeto a sus propias identidades, para entonces integrarse activa y definitivamente al proceso integrador boliviano y a los mecanismos de integración regional en Latinoamérica.

Ya habrá oportunidad de discutir sobre la forma de ser de los estratos sociales en nuestro país; por el momento sólo voy a adelantar la síntesis total de mi percepción al respecto. En mi opinión y, hablando en sentido general, los estratos sociales económicamente altos del país, son más bien cosmopolitas, en el sentido de que sus preferencias patrióticas están en el país donde circulan sus inversiones, actitud que se hace cada vez más patente, a medida que avanza el proceso de globalización; los trabajadores asociados en la COB pretenden mezclar un internacionalismo abstracto a un nacionalismo no muy bien digerido; nuestros pueblos originarios, entre ellos, los quechuas y aimaras, todavía no tienen sentido de pertenencia a la Nación Boliviana, aunque el proceso de reconocimiento parece haber compenzado. Los estratos medios son los únicos que verdaderamente tienen muy sólidos los conceptos de Patria, Escarapela, Himno Nacional, Mártires de la Independencia... en fin, de todo aquello que conforma el espíritu de bolivianidad en nuestra historia.

Veremos en esas discusiones, cómo la verdadera cultura de una nación, es la que expresa los valores de sus estratos medios, puesto que son los únicos que produce la unidad dentro de la pluralidad. Una nación sin una cultura de estratos medios, es una hacienda digna de ser expoliada por todo y por todos y, naturalmente, por la Supertransnacional.

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