EL DESARROLLO LOCAL COMPLEMENTARIO

Mario Blacutt Mendoza

Crecimiento Regional y Convergencia

Opino que es necesario apoyar decididamente a Krugman en su tesis sobre la pertinencia de los modelo de desarrollo con rendimientos crecientes. Esta percepción es una noble reacción en contra del modelo neoclásico, el que insiste en lo que la el buen sentido ya ha desechado hace tiempo, esto es, en promocionar modelo basados en la libre competencia, la movilidad perfecta de factores de producción y la existencia de retornos constantes o decrecientes de escala. Bajo el microscopio neoclásico, que mira la subjetividad del teórico más que la objetividad de la realidad, se supone que si en el proceso productivo el capital es más caro, entonces, ipso facto, se desechará capital para contratar más mano de obra y viceversa. Esto supone que la máquina industrial puede dividirse en rallitas infinitesimales para que cada “partecita” sea reemplazada por la mano de obra, la que, al parecer, existiría no en la forma de hombres concretos e integrales, sino como una especie de masa homogénea que puede ser anexada a la maquinaria como una parte constitutiva de su estructura. Así, los capitalistas se preocuparán de identificar las áreas donde haya escasez de capital para transferirlo desde las regiones donde el capital sea abundante. Lo mismo sucederá con la mano de obra. De esta manera, dicen los neoclásicos, habrá la movilidad perfecta de factores que harán posible que en el largo plazo todas las regiones crezcan a la misma tasa.

Lo más intrigante del modelo así planteado es que nos asegura que bajo este proceso, los ingresos per cápita de los habitantes de todas las regiones involucradas serán iguales. En el manto místico de esta intrigante fantasía, no pasará mucho tiempo antes de que el ingreso per cápita de Bolivia ¡se iguale al de los EE.UU! A esta maravilla hecha carne es que los neoclásicos llaman  “Convergencia” (Esta afirmación corresponde a Robert Barro y Xaviel Sala- i-Martin en la obra conjunta “Crecimiento Económico”) La realidad muestra que la pobreza absoluta y relativa del  mundo aumenta progresivamente y que la brecha entre países desarrollados y subdesarrollados crece exponencialmente. Pero la realidad, como de costumbre, no es algo que preocupe a los neoclásicos, ocupados como están en extasiarse con sus  modelo en defensa de las corporaciones transnacionales. A pesar de ello, la brecha económica no sólo se produce entre países, también lo hace entre regiones, tal como se puede constatar en cualquier país de Latinoamérica, como es el caso de Bolivia. Al respecto, Moncayo dice que inclusive Romer y Lucas, los que plantearon la formalización primera del modelo de desarrollo endógeno cuestionan la validez de la supuesta convergencia entre naciones y entre regiones, convergencia supuestamente originada en la aplicación de la hipótesis neoclásica.

Las cosas marchaban de ese  modo y cuando creímos que Krugman había recobrado su carnet de neoclásico (en el fondo es neoclásico, pero no tanto) he aquí que reaparece para afirmar que el efecto acumulativo de las externalidades puede conducir a un escenario en el que el atraso del Sur no se habría gestado aisladamente, sino que es un resultado necesario del mismo proceso que hizo posible la industrialización del norte. Esta es una teoría de origen cepalino, denominada “de la dependencia” duramente criticada por los neoclásicos, pero que ahora cobra vigencia nuevamente en la percepción de Krugman, lo que no deja de ser un motivo de satisfacción debido a que permite analizar las relaciones entre la apertura comercial, la aglomeración y la localización de las poblaciones-territorio. Pero en este punto cabe hacer notar la importancia de una palabra en la formulación de una tesis: si Krugman, en vez de la palabra puede, tan débil y concesionaria, hubiera usado directamente el vocablo conduce, lo contaríamos como uno de los nuestros; pero no, eso no es posible; Krugman no puede liberarse de su  origen neoclásico; de otra manera, nunca habría recibido un Premio Nóbel. El neoclasicismo es una especie de dinastía que, al igual que los reyes y duques y marqueses antiguos, se desarrolla a través de la entrada y salida de sus miembros: los que se van dejan la herencia a los que quedan. Sólo una revolución económica, al estilo de la Revolución Francesa en lo políticos y social, hará que la dinastía termine.

Es cierto que algunos países, como Corea del Sur, por ejemplo, han podido crecer a ritmos más apresurados. ¿Se debería esto a un caprichoso designio del azar, tal como lo afirma Krugman o a la bondad del modelo de “la convergencia”? En todo caso, no es posible negar  que “La teoría General de la Aglomeración” es un cuento de duendes en un bosque encantado, como sucede con todos los modelo neoclásicos, modelo formulados sólo para preservar los intereses de las corporacio-nes transnacionales, por sobre todo. Pero, tal como lo plantea el Desarrollo Local Complementario (del) cada país, cada región, deben ser analizados de acuerdo con su propia evolución y sus relaciones con el entorno externo, caso por caso.

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