El siglo XXI pone al hombre ante el desafío de  tomar  drásticas decisiones respecto del  cambio de los paradigmas sociales vigentes, so pena de hacer peligrar la  sobrevivencia de la especie, aunque esta posibilidad suene improbable para  algunos.
  Los elementos  que tomamos del planeta y utilizamos para resolver nuestra vida, se agotan, y  la respuesta que damos es profundizar con el auxilio de la tecnología las  estrategias extractivas, en vez de atender   lo más importante: la regeneración de estos recursos, empleándolos  sustentablemente.
  La  interacción de todos los elementos que conforman nuestro planeta a través de  millones de años, tuvo como resultado el universo que conocimos, donde se  desarrolló nuestra especie hasta hoy.
  Al  principio con un abordaje limitado a la naturaleza, por el número de miembros y  la tecnología de que disponían.
  Poco  a poco fueron sus tribus distribuyéndose por los cinco continentes y luego  avanzando por el interior de los mares en busca de las cosas que por necesidad  o cultura establecían como valiosas para su vida.
  La  enorme capacidad de reproducción del mundo natural alcanzaba y sobraba para  restablecer los retiros y alteraciones que los humanos producían.
  De  hecho, podemos imaginar que los individuos originarios eran parte de esa  interacción equilibrada, que permitió a nuestro planeta la diversidad natural y  la recreación de las especies.
  Pero  finalmente llegaron los desbalances cuando por la evolución de la civilización  humana, el número de individuos aumentó dramáticamente, y simultáneamente el  paradigma de la ganancia, establecido como eje motor de la organización  social, se instaló con el advenimiento de la sociedad industrial, a fines del  siglo XVIII.
  A  partir de ese momento se disparan fenómenos que modificaron radicalmente la  civilización y el planeta.
  El  desarrollo de la tecnología en primer lugar, permitió exacerbar las técnicas de  extracción de elementos del medio natural.
  Ya  no se trata de pescar artesanalmente en mínimas embarcaciones movidas por la  fuerza del viento en mares infinitos, plenos de vida, pequeñas raciones de  peces con que alimentarse.
  En  solo dos siglos llegamos al estremecedor panorama de hoy, donde enormes flotas  pesqueras que detectan cardúmenes hasta lo más remoto de las profundidades, con  el auxilio del sonar y satélites, se agrupan en un número inimaginable de  grandes embarcaciones barriendo el interior de los mares y literalmente,  exterminando especies enteras que van desapareciendo cotidianamente, agotando  de este modo la vida natural.
  La  respuesta que ha diseñado la actual civilización a este agotamiento, es la de  construir mayor cantidad de buques, mas grandes y veloces, equipados con redes  más finas y sistemas de detección de cardúmenes más sofisticados y eficaces.
  Lo  mismo ocurre con otros  elementos que  utiliza la civilización, como por ejemplo, el petróleo, que es un recurso  escaso y no regenerable, utilizado a discreción por la humanidad, actualmente  se va agotando, y la respuesta de los hombres a esto es adentrarse cada vez más  profundo en el mar y en los suelos en la búsqueda de lo que va quedando.
  No  hemos actuado con la misma eficacia en el desarrollo de las tecnologías  alternativas que permitan utilizar elementos que sean renovables.
  Nuestro país  dispone de miles de kilómetros de costas donde aprovechar la energía del mar,  vastos territorios barridos por el viento donde captar la energía eólica,  infinitas posibilidades de aprovechar la energía geotérmica y regiones donde el  sol brilla intensamente la mayoría de los días del año.
  El desarrollo de estas tecnologías para  utilizar energías renovables e inocuas para el ambiente, a su vez serían una  oportunidad para científicos e industria que podrían encontrar en estos desarrollos,  oportunidades de avance y ocupación.
  En  el uso de la fertilidad de los suelos se da el mismo fenómeno: las técnicas  productivas son cada vez más eficaces en su capacidad de tomar elementos y  nutrientes, transformando la agricultura en una especie de minería moderna  donde en lugar de picos y palas para extraer los elementos de la tierra, se  usan plantas que hacen la tarea.
  Pero  al igual que en los mares y en la profundidad de los suelos, los recursos  extraídos no son repuestos ni tampoco restituidos los equilibrios naturales que  permitieron su existencia.
  Los  desiertos avanzan sobre las tierras productivas, el petróleo se acaba, el agua  dulce es cada vez más escasa, los individuos y las especies marinas desaparecen  y los hombres, mientras tanto, viven en un espejismo en el que se han instalado  donde pareciera que el nuevo Dios que reverencian: la tecnología, todo  lo resolverá.
  Por  supuesto que a nadie le gusta aceptar esta visión porque significa barajar y  dar de nuevo en toda la organización social actual y asumir la incertidumbre y  los desafíos que permanecen ocultos detrás de las preguntas que no nos queremos  hacer.
  A  pesar de esto, seguimos acelerando el motor de la civilización como si el  combustible fuese inagotable y siempre podremos seguir avanzando.
  Pero  la realidad es otra, el carburante se agota rápidamente y nadie puede  con certeza decirnos si todavía estamos a tiempo de cambiar la historia.
  Seguramente  en esta generación y la que viene estarán las respuestas a estos interrogantes,  quizás los seres humanos podamos asumir los desafíos en su correcta magnitud y  cambiar el rumbo.
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