BREVE HISTORIA DE LAS IDEAS ECONÓMICAS

Guillermo Luis Luciano

El mercantilismo como “doctrina”
Niccolo Machiavelli

Finalmente la ética del lucro y la riqueza se impone como paradigma social.
Los mercaderes al controlarlos, imponen sus criterios a toda la sociedad.   Su influencia pasa a ser tan determinante que sus valores, sin serlo, porque solo son intereses en movimiento, se imponen con la fuerza de una doctrina filosófica.
El mercantilismo adquiere un status que le queda grande, pasa a ser El Mercantilismo, a pesar de ser una cuasi-doctrina sin profetas ni propuestas filosóficas.
El pragmatismo materialista se instala en el criterio colectivo.                  
Lo útil y apreciado para la sociedad es lo útil y apreciado para el individuo; la posesión de riquezas es el objeto de la vida de las personas y por ende, el objeto del Estado es la promoción de las acciones que estimulen el incremento de su propia riqueza.
Acumular oro, plata y otros metales preciosos pasa a ser  la motivación de los individuos.                                                                                        
En primer lugar, a través  del mecanismo que hacía ricas a las personas en esos tiempos, o sea el comercio: el Estado tenía que auspiciar las exportaciones de bienes a cambio de monedas y metales preciosos, y debía restringir las compras en el extranjero que significaran su salida.
El proteccionismo pasó a ser la doctrina de aceptación general, y el sentido práctico, el método.
Quizás lo más interesante que nos ofrece Machiavello sea una nueva oportunidad de verificar el espíritu de una época.
Lo singular del período que estamos analizando es que los comerciantes se fueron haciendo del poder sin necesidad de desarrollar previamente una ideología.
La sociedad los había colocado inicialmente en el rincón de los desamparados, si bien el rol que desempeñaban era imprescindible para los habitantes de los feudos,  estos no se preocupaban en reconocerlo, ni siquiera en pensarlo, pero los mercaderes iban acumulando riquezas y su correlato político: poder, en el siglo XVI ya eran prácticamente los depositarios del poder real.
En el ínterin los privilegios que originalmente reclamaban los comerciantes, fronteras adentro, de los feudos primero y de los reinos después, habían bosquejado lo que serían los estados nacionales.
Aquellos mercaderes que habían iniciado el intercambio de mercedes con los señores feudales, (unos cedían monedas y metales preciosos para financiar las actividades feudales y los otros otorgaban privilegios aduaneros), no imaginaban las consecuencias para la historia de sus incipientes vínculos.
El cierre de los territorios, ya no solo de pequeños feudos sino de las unidades raciales, culturales e idiomáticas que finalmente conformarían los estados nacionales, se había logrado sin un atisbo de justificación ética ó filosófica.
Como decíamos páginas atrás, los mercaderes estaban habituados a basar sus actos en un crudo pragmatismo.
En el inicio poco les importaba si las cosas que servían a sus fines: obtener ganancias, se correspondían con los postulados del catolicismo ú algún otro credo.
Si eran útiles al objetivo, estaba todo bien. Por lo tanto el conocimiento y la innovación pasaron a ser considerados prioritarios por quienes en ellos veían una camino que facilitaba el enriquecimiento.
Los grandes mercaderes se transformaron en mecenas de inventores y artistas:  La creación floreció, la actividad artística también, la vida dispendiosa, la sensualidad en las costumbres, y la pérdida de respeto a los valores religiosos que durante un milenio habían gobernado la conducta social.
Nunca tan certera la observación de A. Smith, cuando afirmaba que la riqueza solo servia para comprar objetos que permitiesen demostrar que se la poseía, y nada más que eso.
Los estados nacionales, se fueron consolidando por las políticas de frontera cerrada y  se lanzaron a la caza de riquezas por todo el mundo, sin reparar en los medios.
El colonialismo y el saqueo de territorios ultramarinos se ratificaron una vez mas como practicas apropiadas y legitimas para las naciones.
Los estados europeos, competían para apropiarse de la riqueza de pueblos lejanos a los que expropiaban brutalmente, primero de sus stocks de riqueza y luego, esclavizando sus habitantes, poniéndolos a roer las entrañas del subsuelo para extraer los metales que todavía no habían sido explotados.
Incluso se robaban entre si, saqueándose mutuamente sin ningún escrúpulo las flotas que traían los tesoros de allende los mares.
Civilizaciones enteras fueron arrasadas, culturas destruidas, pueblos esclavizados y el tráfico de hombres se hizo una práctica corriente en nombre del objeto supremo de la acción del Estado, que es  la acumulación de riquezas a cualquier precio.
Las grandes naciones europeas se repartieron impúdicamente el mundo, estableciendo un tráfico marítimo intenso para llevar las riquezas expoliadas, compitiendo brutalmente entre sí y habilitando formalmente prácticas descarnadas de saqueo y exterminio.
Los Corsarios23 pasaron a ser agentes del Estado.                    
Esta actividad, que había estado presente desde muy antiguo en la historia florece explosivamente después del siglo XV, al amparo de las teorías mercantilistas y la avidez de los monarcas europeos por las riquezas extraídas por las naciones colonialistas de los pueblos sometidos.
La historia de América comenzó con esta acción expoliadora.   Civilizaciones milenarias y ejemplares fueron devastadas por la codicia brutal de los conquistadores, que destruyeron sociedades ancestrales, organizadas ejemplarmente, que cobijaban millones de personas al amparo de culturas decantadas y complejas.
La brutalidad de sus actos estaba amparada no solo por el pragmatismo, sino también por una pretendida acción civilizadora en nombre de los valores de la cultura europea.      
Encabezando las flotas coloniales venían sacerdotes encargados de difundir los valores de la doctrina Cristiana, y la religión ofrecía asi justificaciones oportunas para estas acciones de conquista.
Pero cuando estos mismos sacerdotes, en el ejercicio de su acción evangelizadora, dificultaban los planes económicos de los conquistadores, eran  impiadosamente sacados del medio, como lo ilustra la suerte de la Compañía de Jesús en Sudamérica que fue expulsada en el siglo XVIII, porque por su evangelización, los indígenas dejaban de ser presa fácil de los esclavistas portugueses que los trataban como una mercancía más.
Las doctrinas mercantilistas tuvieron importancia capital para nuestra región, el Virreinato del Río de la Plata.     
A su luz se escribieron los primeros capítulos de nuestra historia.
Si establecemos una correlación temporal entre las doctrinas económicas y los acontecimientos de las colonias, encontraremos un acople perfecto y una explicación clara a nuestros orígenes.
Si seguimos esta correspondencia hasta nuestros días veremos explicados un sinnúmero de los interrogantes que a veces nos desvelan cuando hacemos el inventario de nuestras penurias pasadas y presentes.
Es la era del Mercantilismo, la incubadora intelectual y moral en la que se inició el espíritu del capitalismo moderno, es la escuela donde se adiestraron los aventureros inescrupulosos del mundo de los negocios que varios siglos más tarde se harían cargo de la historia reciente.
Esto se consolidó en la segunda mitad del siglo XX, cuando la financiarización global reemplazó el espíritu emprendedor de los primeros industriales que hacían girar y reproducir la maquina de la producción, tras el objeto de la obtención de ganancias, por el de la especulación financiera estéril, que terminó por apropiarse de todos los activos, a través de las manipulaciones financieras, entronizadas por la doctrina monetarista.
Pareciera, como sostenía Marx, que en cada período histórico se gesta su sucesor basado en las antípodas de las concepciones vigentes en él.
A un mundo signado por la subordinación de lo económico a lo espiritual como se promueve en la edad media, le sucede un mundo de un materialismo descarnado y rapaz en la era moderna.
Al amparo de las nuevas fortunas acumuladas por los mercaderes, se construyen fabulosos palacios, donde excelsos artistas, al servicio de los nuevos poderosos, crean maravillosas obras de arte.    Es el período conocido como el Renacimiento.             
La Iglesia no fue ajena a esta exhibición dispendiosa y obscena de riqueza y poder terrenal, y los Papas competían en la exhibición de lujo poderío temporal, en el mecenazgo de artistas y cantidad de amantes, mal que le pesara a la doctrina.
La creación dejó de ser estigmatizada y florecieron los inventores, pensadores y científicos al amparo de los nuevos vientos de irreverencia y libertad.
En Francia los grandes señores feudales, los más ricos de Europa por ser propietarios de las tierras más fértiles del continente, tenían tanto poder económico que fueron convocados por los reyes a vivir en Versalles porque teniéndolos reunidos en un solo lugar era la única forma de controlarlos y evitar complots que pusieran en peligro sus dinastías.
Al amparo de estas intrigas palaciegas se desarrollaba la vida cortesana más abusiva y estéril de la historia de occidente, la de los Orleáns que finalmente en palacio exhibían un estilo de vida absurdamente fastuoso sostenido por crecientes y abusivos impuestos y exacciones que agobiaban a los ciudadanos y provocaron  la Revolución Francesa, cuando la sociedad entera estalla en rebeldía y termina drásticamente con el Absolutismo y la era feudal en Francia.
En Inglaterra, mientras tanto, otro proceso se viene desarrollando a partir de la declinación económica de los terratenientes que los obliga en el afán de conservar sus fundos, a permitir que sus descendientes contraigan enlace con la nueva clase: los mercaderes, produciendo finalmente una transición de la sociedad feudal a la mercantil e industrial, en forma mucho menos cruenta que le permitió a Inglaterra en el siglo siguiente liderar las potencias coloniales, al no sufrir los desgarros de guerras civiles.
En este contexto, las ideas propuestas por Machiavello en su obra más conocida; El Príncipe, no constituyen un ejercicio aislado sino una expresión cabal de su tiempo.
La frase que se le atribuye habitualmente para referir su pretendido cinismo: el fin justifica los medios, en realidad no figura en ninguno de sus escritos, aunque esto es irrelevante, porque no solo representa el tono en que está escrita la obra mencionada para un lector actual sino también el verdadero espíritu del Renacimiento.
Al escribirla, Machiavello, no se instala en la esquina de los sabios inescrupulosos, sino en el centro del espíritu de su época.
Sus recomendaciones al príncipe para lograr, mantener y consolidar el poder, de ninguna manera debemos verlas como cínicas ni tampoco cuestionadas desde la ética, simplemente eran como su tiempo era. 

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