Hablar de  oscuridad y luz para referirse al medioevo tiene una inevitable carga de  agravio que asumen quienes adoptan la perspectiva iusnaturalista de la  historia, pero es una alegoría inevitable a vista de los sucesos considerados.
  Que el comercio  era una actividad execrada por las buenas mentes de la sociedad nos puede  parecer inverosímil a esta altura del desarrollo de la economía de mercado.
  En la era de  los shoppings y de los hipermercados; de los Ministerios de Comercio  y los tratados de comercio internacional  hablar de la falta de legitimidad de la actividad comercial, más que a un  anacronismo risueño nos suena a mentira.
  Es muy  interesante ver en forma sucinta la evolución de la actividad comercial y su  influencia en la evolución histórica del período que estamos considerando.
  Como decíamos  en el capitulo anterior, rotos los hilos conductores establecidos por los  romanos la interrelación entre los distantes territorios del ahora desaparecido  imperio había quedado en manos de quienes no tenían otro espacio social para  desarrollar su vida.
  En aquellos  años dedicarse al comercio era asumir la peor de las ocupaciones, era una  actividad que solo ejercían parias, desplazados, exiliados.
  Ya los griegos  sabían que peor que condenar a muerte a alguien era condenarlo al ostracismo,  no había peor destino que alejarse de su pueblo, de su cultura, de sus afectos  y de su consideración social.      
  Pero al menos  quienes sufrían esta condena tenían la remota esperanza de iniciar una nueva historia  y recuperar de algún modo los valores perdidos.
  Los  comerciantes en cambio no tenían esta posibilidad, al estar permanentemente en  territorios ajenos, expuestos a toda clase de avatares peligros, vejámenes y  humillaciones, ni siquiera cuando llegaban a las pequeñas ciudades medievales a  ejercer sus destrezas mercantiles eran aliviados de esa carga: tenían que  acampar extramuros, del otro lado de las defensas, condenados siempre a  vivir en peligro.
  Sin embargo en  el transcurso de los siglos, la propia naturaleza de su actividad los hizo ir  lentamente conformando y acumulando lo que finalmente sería el paradigma del  modelo social que sucedería al orden medieval: la riqueza.
  Los campesinos,  generación tras generación, solo eran estimulados a producir su subsistencia,  carentes de ningún incentivo para   acumular, porque inexorablemente eran expoliados por los señores a los  que servían.
  Mientras tanto  los señores feudales permanecían muy entretenidos en ejercer sus privilegios,  como los juegos cortesanos o el derecho de pernada y en explotar a sus siervos  para poder financiar sus ocios y los de sus cortes.     
  Los  comerciantes iban poco a poco generando los excedentes económicos básicamente  en forma de metales y piedras preciosas que finalmente le otorgarían el control  social.
  El vehículo de  esta dramática transformación en la consideración pública fue que el  sostenimiento de los privilegios cortesanos exigía a los señores feudales  contar con ejércitos que  les permitiesen  defenderse de  las pretensiones sobre sus  territorios de sus vecinos o avanzar ellos mismos sobre tierras y riquezas  aledañas a sus feudos,
  y para tener  ejércitos se necesitaba dinero destinado a pagar salarios a los soldados  mercenarios.
  Además  para entretenerlos en los interregnos de paz,  en la ejercitación de sus virtudes militares, practicando las vistosas artes de  la esgrima y la caballería en el ocio cortesano, y por supuesto para dotarlos  de pertrechos, armaduras, caballería etc.
  Entonces a la  hora de financiarse: ¿dónde concurrían los señores feudales a buscar  auxilio?  
  Acertó: a las  tiendas de los comerciantes que eran los únicos que se ocupaban de las  prosaicas y heréticas artes de acumular riquezas, las dos partes tenían algo  para dar y algo para recibir.
  Los señores  feudales otorgaban privilegios y exclusividades comerciales en los territorios  que poseían, y recibían el ansiado financiamiento, los mercaderes prestaban  recursos financieros y recibían privilegios comerciales (que significaban más  ganancias), en retribución por sus servicios.
  Las grandes  autopistas de la era medieval eran los ríos y los mares;  las unidades de transporte que permitían las  vías fluviales y marítimas eran significativamente más eficientes  que las que posibilitaban las maltrechas  carreteras medievales, además de permitir a través del mar Mediterráneo  alcanzar los objetos de supremo deseo de aquella época que eran las exóticas  mercaderías que venían de Oriente.
  Cuando mayor  era el porte de las embarcaciones y más eficaces sus sistemas de navegación  mayor era la ganancia obtenida por sus propietarios.
  Una pequeña  escuna capaz de transportar algunas pocas toneladas en un viaje que le llevaba  varias semanas hasta las costas del cercano oriente, rendía menos beneficios  que una gran carabela que podía llevar varias veces esa carga en el menor  tiempo, cuanto mas cantidad era la mercadería transportada, y más rápidos los  viajes: más ganancias.     
  Esta nueva  clase social no tenía prejuicios al respecto, y viendo algunas de sus  opiniones, que quedaron registradas, verificamos el cambio moral que iba  ocurriendo hacia el fin de la edad media.
  Es famosa la  alocución de Cristóbal Colón a los Reyes de España reclamándoles fondos para su  epopeya oceánica:
| 
 (.....)21 “Vosotros sabéis Vuestras    Majestades que las riquezas todo lo pueden, con ellas se compra la dignidad,    el poder, la felicidad e incluso hasta lugares en el cielo “ | 
Obviamente,  detrás del supremo objetivo de obtener riquezas, todas las facilidades que  permitían aumentar las cargas y disminuir los tiempos de cada travesía eran  bienvenidas.
  Mientras la Iglesia Católica,  a través del Santo Oficio obligaba a   Galileo a afirmar que la   Tierra era el centro del Universo,  congelando toda posibilidad de avance en el  conocimiento científico, a los mercaderes les importaba muy poco que la tierra  fuera cuadrada, redonda o alargada; lo único que les interesaba era adquirir  conocimientos que les permitiesen obtener más riquezas.
  La nueva clase  social en ascenso, se afanaba por adquirirlo aunque con más prosaicos fines.
  Los libros solo  podían replicarse manualmente en forma artesanal y los únicos que tenían  medios, cultura  y tiempo para hacer esta  tarea eran los monjes, entonces los monasterios se erigían en eficaces  administradores del conocimiento: aquellos libros que contenían información  contraria a lo que la iglesia consideraba el orden natural, eran bloqueados al  acceso público e incluidos en el Index de los libros prohibidos.
  Pero no eran  los únicos que se valían del conocimiento para acumular poder: un buen  cartógrafo capaz de confeccionar un mapa confiable, era más valioso para un  mercader que un Obispo que intermediara su acceso al reino de los  cielos01.             
  Y esta  apreciada posibilidad alcanzaba todos los conocimientos científicos que se  apartaran de los saberes ancestrales, en tanto y en cuanto pudieran ser útiles  en el desarrollo de las estrategias comerciales. 
  Un herrero  alemán, Johannes Gensfleisch zur Laden zum Gutenberg, hoy simplemente recordado  como Gutemberg para beneficio de los estudiantes actuales, inventó la imprenta  de tipos móviles y derribó de un mandoble, con la espada de su genio, el  monopolio que había tenido la   Iglesia sobre los libros, que hasta entonces solo podían ser  reproducidos en forma manuscrita por los monjes recluidos en monasterios y  avocados totalmente a ese menester.
  La imprenta,  puso rápidamente los libros al alcance de los laicos, que ansiosos, los  indagaban, terminando con el milenario monopolio del conocimiento, que había  administrado la   Iglesia Católica durante el largo período medieval.
  La avidez que  tenía la sociedad por el conocimiento, liquidó lo que quedaba del orden  moral medieval.
  Los barones del comercio, ahora liberados del estigma moral de la riqueza,  acumulaban inmensas fortunas que les permitían construir palacios, tener sus  propios ejércitos y multitudes de cortesanos sirviéndolos, y los artistas mas  notables de su tiempo decorándolos 
  Apropiándose  del poder sobre las cosas terrenales opacando  incluso los privilegios que conservaban algunos señores feudales.
  Las dinastías  comerciales italianas eran tan poderosas, que incluso no dudaban, si convenía a  sus designios, tomar por asalto instituciones como la Iglesia Católica. 
  Ubicando como Papas a miembros de su propia familia, caracterizados no precisamente por sus costumbres  virtuosas y austeras.
  De aquellos  modestos marginales que eran los primeros mercaderes a estos príncipes del comercio que eran capaces de costearse ejércitos y flotas y construir para  su disfrute ciudades maravillosas como Venecia habían transcurrido más de mil  años.      
  Pero  seguramente ellos consideraban que había valido la pena.  
  Max Weber22  en su monumental obra sobre la ética  protestante nos ilustra magistralmente sobre el ascenso y la consagración de  esta nueva clase social:
| 
 “… Esta entrega a la “profesión” con afán    de enriquecimiento es necesario al orden económico capitalista: él requiere de esta especie de    comportamiento para con los bienes externos | 
La ruptura de  la ética medieval  que condenaba la  acumulación de riquezas como móvil de la existencia no era suficiente para las  nuevas clases entronizadas en el control social.
  La historia de  la organización social humana nos muestra que cuando un nuevo grupo social se  encarama en su cúspide dos son los mandatos esenciales que debe cumplir: el  primero, legitimar su autoridad con una construcción filosófica que lo valide,  y el segundo el diseño de mecanismos que lo reproduzcan y perpetúen.
  Para los barones  del comercio instalados en el poder en esta Nueva Era se hizo  entonces necesaria la inauguración de un nuevo discurso social que legitimáse  sus instrumentos de ascenso social y de control político.
  Los límites de  la concepción católica de la riqueza establecida por los sabios Tomistas,  se hacen evidentes.
  Aseveraciones  como: Nummus non parit Nummus o sea El dinero no engendra dinero establecidas por el discurso Aristotélico – Tomista, son absolutamente incómodas  para los nuevos poderosos, y además  han  perdido consenso en general en la sociedad.
  La codicia se  ha instalado y vino para quedarse.      
  Ya nadie esta  dispuesto a aceptar una doctrina que condene la tasa de interés. 
  Una nueva  concepción se asoma en el horizonte: hacer dinero y acumular riquezas ahora no  es pecado.
  Muy por el  contrario, el progreso económico individual implica necesariamente el progreso  del conjunto, la prosperidad económica significa colaboración con el plan  divino, la ética individualista se instala en el discurso religioso  
  Salva tú Alma   es el nuevo imperativo del discurso religioso que reemplaza el  originario  Amaos los Unos a los otro  con un postulado individualista que  marca los nuevos tiempos y la nueva moral, instalando la ética del  individualismo a ultranza, aún en lo más íntimo del discurso religioso.                                
  Pero esta  reelaboración conceptual necesariamente implica una ruptura y también nuevos  profetas.     
  El Cisma  Protestante parte en dos el universo Cristiano y un nuevo pastor inicia el  camino de la  satisfacción ética a las  nuevas clases sociales: Lutero.
  Aunque es el  Calvinismo con su doctrina de la predestinación y  la consiguiente interpretación del éxito  económico como garantía de la gracia divina, la doctrina que termina de  instalar la nueva moral, que es rápidamente llevada a la cúspide por quienes  encaran los nuevos paradigmas.
  La nueva concepción de la ética es  dictada por los prototipos sociales que trae el recién inaugurado modo de  producción: Benjamín Franklin, que había nacido casi un siglo antes que A.Smith  publica su tratado sobre el origen de la prosperidad de los pueblos proponiendo  mucho antes que Alfred Marshall los valores que serían las verdades reveladas  del nuevo evangelio social:   el tiempo  es dinero, el crédito es dinero,  el  dinero es fértil y reproductivo. 
  ¡Cuanto había  cambiado el mundo!  La nueva moral social  se fundaba en los antivalores del mundo medieval, y Franklin no solo ya no  corría el riesgo de terminar sus días en una hoguera sino que era el modelo a  imitar por millones de   adoradores de  los nuevos becerros de oro.
| En eumed.net: | 
|  1647 - Investigaciones socioambientales, educativas y humanísticas para el medio rural Por: Miguel Ángel Sámano Rentería y Ramón Rivera Espinosa. (Coordinadores)  Este  libro  es  producto del  trabajo desarrollado por un grupo interdisciplinario de investigadores integrantes del Instituto de Investigaciones Socioambientales, Educativas y Humanísticas para el Medio Rural (IISEHMER).  Libro gratis | 
| 15 al 28 de febrero  | |
| Desafíos de las empresas del siglo XXI | |
| 15 al 29 de marzo  | |
| La Educación en el siglo XXI | |