BREVE HISTORIA DE LAS IDEAS ECONÓMICAS

Guillermo Luis Luciano

¿Que clase de ciencia es la economía?

Encontraremos muchas respuestas a esta pregunta, y probablemente sus variantes solo lograrán confundirnos más.
Si estuviésemos en la antigua Grecia veríamos a Aristóteles, acuñar el término Oekonomía (oiko-nomos), algo así como las normas de administración del hogar para referirse a los problemas de la administración de los bienes familiares.  
A fines del siglo XVIII, luego de leer Adam Smith, estaríamos hablando de los temas referidos a los beneficios de la competencia y el mercado, a la producción, comercialización y distribución de los bienes, a la división del trabajo, al origen del valor, etc.  
Si a mediados del siglo XIX hubiésemos consultado a Carlos Marx, nos hubiera dicho que la economía política es la ciencia  que justifica y explica el modo de producción capitalista.   
Si hiciéramos una encuesta hoy a gente no iniciada en el tema,  probablemente entre varias opciones triunfaría la idea que es la ciencia que analiza el arte de ganar dinero,           
y seguramente estas no son todas las respuestas posibles.  
También están los individuos de aquellas sociedades que han permanecido marginadas del modo de producción industrial, que no solo desconocen que es la economía, sino que seguramente tampoco piensan que necesitan una disciplina de esta naturaleza.  
Demasiadas personas toman el orden social como un dato más de su realidad, como una contingencia inmodificable, como si fuese el clima, y sienten que el orden social en el que viven es permanente y no susceptible de cambios, al menos durante su tiempo.
También existen muchas definiciones estructuradas y expuestas en un lenguaje encriptado, que mortifican la memoria de los alumnos que se ven obligados a recordarlas para superar instancias evaluatorias en su pasaje por instituciones educativas.
 Pero volvamos al inicio y pensemos ahora, cuál es la razón para qué el hombre organice su pensamiento en sistemas complejos, en saberes a los que denomina científicos,  lo hace por la necesidad de administrar los fenómenos ligados a cada conjunto de  intereses que no se le revelan como evidentes.  
Para mejorar o aprovecharse de lo que sea,  la condición  primordial es saber que y como es.
Nadie puede utilizar lo que no conoce, a riesgo de mal utilizarlo o cometer errores que pagará caro en el desarrollo de su intención.
En este convencimiento y ajustándonos a las generales de la ley, podemos decir que para apropiarse de algo es imprescindible conocerlo y la herramienta que han creado los hombres para este cometido es la organización del pensamiento en ciencia, y naturalmente a nadie se le ocurre utilizar esta herramienta, la ciencia, para resolver situaciones que son obvias.                   
Cuando las cosas son simples y evidentes,  o al menos lo parecen  (dicho esto en homenaje a la física cuántica), a nadie se le ocurriría generar un cuerpo de pensamiento sistemático y específico para ocuparse de ellas, pero viejas certezas pueden transformarse por fuerza del avance de la investigación en nuevos problemas.
Y esto es lo que ocurrió con la economía.
Si pensamos esta ciencia en términos de quantum de productos, complejidad de mercados, y relaciones productivas, nos resultará imposible entender porqué la Ciencia Económica aparece recién en 1776, como se acepta convencionalmente con la monumental obra de Adam Smith2 Inquiry Into The Nature And Causes Of The Wealth Of Nations.
Porque todos los fenómenos enunciados estaban presentes antes de esa fecha.
Lo que hace que recién allí aparezca lo que hoy universalmente aceptamos como la ciencia económica es precisamente  que hasta ese momento los problemas que integran su núcleo, o sea: quien produce y como se distribuye el excedente social, tenían resolución obvia.             
Pero cuando aparece este nuevo modo de generar el producto social: el modo de producción industrial, en combinación con la forma de asignar sus frutos a través del mercado de competencia, su resolución ya no puede ser considerada como sencilla y mucho menos evidente.
La concurrencia de factores productivos nuevos, apoyados en la continua incorporación de nueva tecnología provocan una gran movilidad para el ingreso y egreso a los procesos referidos, la novedosa  manera de asignarlos es decir ya no por una determinación autoritaria como había sido desde el inicio de los tiempos sino a través de la operación de una compleja red de fenómenos inéditos hasta entonces  básicamente “administrados” por el señor mercado con la incorporación de la nueva mercancía: la fuerza de trabajo..
Y aquí comienza una nueva historia donde los procesos sociales adquieren una complejidad que los oculta en su funcionamiento de las percepciones inmediatas de la mayoría de la gente.
Este fenómeno es deliberadamente acentuado como veremos más adelante.
En el detalle de la evolución del pensamiento de la ciencia que desarrollaremos, intentaremos ver que en el cuerpo de debate conocido como el discurso de los economistas clásicos que se inicia con Smith y culmina con Marx se desarrolla un universo completo, con principio y fin referido a la estructura del sistemas de producción inaugurado en las postrimerías del siglo XVIII.
La profecía de Marx acerca del colapso inevitable de este modo de organización social y sobre todo su análisis descarnado de las implicancias éticas que tiene la vieja teoría del valor/trabajo, en el esquema analítico marxista, que podríamos resumir en la idea: Si los bienes son producidos por los trabajadores y esta es la razón del valor de las cosas, entonces son ellos quienes tienen que decidir como se distribuyen y no el mercado.
 Este escollo es superado con el pragmatismo de los  economistas neoclásicos que lidera inicialmente Alfred Marshall3, el fundador de la Escuela Económica de Cambrigde, quien resuelve drásticamente que el núcleo de la ciencia económica no es la Teoría Del Valor sino el Dinero, instrumento que hace posible el mercado y es la constante omnipresente en todos los fenómenos económicos.
Cuando Marshall propone que la economía debe ocuparse de analizar los fenómenos ligados a lo que él afirma es su componente esencial: el dinero,  en su carácter de matemático y teniendo en cuenta que el dinero se expresa en cantidades instala definitivamente la herramienta matemática en el análisis económico.
El encanto que la economía tuvo siempre para las mentes matemáticas se expresaba en la historia de la ciencia periódicamente con planteos que no recogían mayores adeptos
Pero fue en este período donde  las teorías de Jeremías Bentham4 enunciadas en el siglo XIX, y a su vez basadas en los viejos planteos de los hedonistas griegos, que sostenían que el hombre es una maquina de placer, y que en su búsqueda esta la explicación de sus actos; encontraron el marco adecuado para su formulación.
Edgewoth5, en su libro Psicología Matemática  propuso la resolución del tema económico instalando el supuesto que cada hombre es una perfecta maquina en busca de placer, y desarrolla complejas ecuaciones matemáticas para explicar su afirmación. 
Muy lejos están estos planteos de los primigenios postulados de Adam Smith acerca de la naturaleza moral de la conducta de los hombres.
Quedan sentadas entonces las condiciones para la aparición de la Escuela Monetarista, en el comienzo del siglo XX.
Doctrina económica que planteó las bases de la economía global al diseñar la ingeniería de integración financiera de los mercados mundiales y reemplazar el modo de acumulación de riqueza, transformando el industrialismo en el financiarismo.
En la primera parte del siglo XX  los barones de la industria lograban su rol social preeminente a fuerza de innovación tecnológica y manipulación de los mercados, en la segunda mitad, por la especulación financiera que hizo posible los grandes agregados económicos, y los gerentes financieros  pasaron a ser los verdaderos gestores de las utilidades empresarias
    La teoría económica a partir de entonces ingresa en el universo de la hinchazón pero no de la gordura, construyéndose solamente con un objetivo primordial:

 

Encriptar el conocimiento de lo Económico y alejarlo lo más posible de la gente y por ende de su posibilidad de decisión.

Tan simple como esto y con un solo objetivo: impedir que las mayorías desentrañen los mecanismos del funcionamiento social al solo efecto de que no lo puedan modificar.
Aunque ya lo hemos dicho no nos cansaremos de reiterar que la única manera de modificar algo para mejor es partir de su conocimiento.    Nadie puede cambiar lo que no conoce.
En la intención de perpetuarse en el poder ocultando los mecanismos del funcionamiento social con el objeto de impedir su modificación, primero llevaron las investigaciones de la ciencia por caminos secundarios y luego resolvieron sus contenidos en un lenguaje tan cerrado que  bloquea su conocimiento y lo hace inabordable para los no iniciados, simultáneamente proponiendo  discusiones bizantinas sobre temas irrelevantes que a nadie significan nada, tan inútiles como los debates teológicos acerca del sexo de los ángeles.  Finalmente con la utilización de instrumentos sofisticados que en sí confieren prestigio académico a los análisis en los que son utilizados; como el matemático.           
Además esta circunstancia otorgó un carácter a la ciencia que halaga y complace a sus cultores: el de formalizar sus postulados siguiendo los modelos de las ciencias exactas, porque de este modo adquiere un aura de infalibilidad que obviamente le es ajena.
Desde el inicio de las ciencias sociales, sus estudiosos debieron asumir la imposibilidad de obtener teoremas del tipo de los matemáticos donde las formulaciones son seguidas de las conclusiones y por ende la disciplina no esta en condiciones de resolver los dilemas de la vida social con el grado de certeza con que las ciencias duras resuelven los suyos, y además, por obvias razones, de no poder experimentar como en las llamadas ciencias duras.
De hecho en su intento de representar la realidad económica con ecuaciones, y ante la imposibilidad de traducir en variables las infinitas aperturas que tiene el mundo socio–económico-político debieron inventar un elegante subterfugio analítico, que no por práctico deja de invalidar casi completamente la mayoría de las “funciones” económicas, el mayor auxiliar en las formulaciones algebraicas de los economistas: el ceteris paribus.
Expresión en latín que significa que: todo lo demás permanece constante, como si este atajo del análisis fuera suficiente para validar la función que queda y que no representa nada, en la medida que la realidad siempre es fluctuante, móvil y aleatoria y en su formulación intervienen un enorme número de variables, muchas de ellas incuantificables, cerrando el lenguaje y haciéndolo inabordable para el analista común.
La ciencia económica  ha sido y es una veterana en estas lides a partir sobre todo de la escuela económica de Chicago.
En la actualidad nada queda de la claridad conceptual y de expresión de muchos de los primeros economistas.
Si hacemos un inventario de los términos económicos habituales en las crónicas especializadas de los diarios, nos encontraremos con decenas y decenas de palabras y expresiones en ingles, latín, francés e incluso italiano que se utilizan habitualmente para designar hechos o fenómenos generalmente sencillos, que si fueran mencionados por sus apelativos y significados en castellano, todos entenderían pero de este modo la mayoría se queda afuera aunque muchas veces admirados por la erudición de los iniciados que los utilizan.
Deffault, ex ante, ex post, Libor, ceteris paribus, deffault,  crossover,  paper,  passing, Merval, Down - Jones etc., (para muestra basta un botón), aunque la lista podría llenar varias páginas.
Para mejorar o aprovecharse de lo que sea,  la condición  primordial es conocerlo.
No se puede utilizar lo que no se conoce, a riesgo de mal utilizarlo o cometer errores que pagará caro en el desarrollo de su intención.
O como dijo Aristóteles. “…nadie puede desatar un nudo sin saber como ha sido hecho”.

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