MULTICULTURALISMO Y MERCADOS. Pásele Marchanta.

Carmen Castrejón Mata
Alejandra López Salazar

SHOPPING URBANIZACIÓN.LAS NUEVAS INDUSTRIAS CULTURALES Y SU COMPLEJO ORDEN URBANO.

Ricardo Antonio Tena Núñez
rtena@ipn.mx
Instituto Politécnico Nacional

Resumen

Elementos para el estudio del actual proceso de urbanización que encabeza un nuevo tipo de industria cultural: el Shopping. Se trata de las pautas de urbanización que impone la emergencia y desarrollo de la última generación de centros comerciales (shopping centers): son nuevos espacios urbano-arquitectónicos que revaloran las dicotomías público/privado y comercio/entretenimiento, desplazan su carácter principal de la esfera económica a la cultural, donde se intensifica la generación masiva de impresiones “fantasmagóricas”, se promueven prácticas sociales que responden a formas hiperreales de entretenimiento y a un actor prototipo (gente light), logrando una nueva forma de organización y experiencia urbana: la Shopping Urbanización. Este complejo proceso, sustituye referentes urbanos “reales” por otros “hiperreales” y despliega un amplio cuestionamiento sobre la forma, el contenido y los efectos (urbanos y socioculturales) que genera; también muestra cómo los objetivos de la Arquitectura y el Urbanismo modernos: “negar la historia y matar la calle”, encuentran un amplio margen de posibilidad en manos de su heredero y principal adversario: la posmodernidad; además la urbanización sociocultural contemporánea, cada vez más, tiene lugar en los fragmentos de ciudad que arroja la globalización, desafiando a la emergencia de espacios urbanos alternativos, propios de las culturas populares.

Palabras clave: ciudad, cultura, urbanización sociocultural, shopping urbanización.

Los estudios de la dimensión cultural de la ciudad.

Este trabajo se ubica en el campo del Urbanismo y se enfoca al estudio de la dimensión cultural de la ciudad; como tal, es parte de un proceso de investigación transdiciplinaria que se realiza desde hace ya más de una década por parte de un creciente grupo de académicos del Instituto Politécnico Nacional de México, cuyo antecedente son los estudios realizados en materia de cultura urbana por diversos investigadores del IPN y otras instituciones nacionales y extranjeras; además, en este proceso –sin duda formativo- han participado varias generaciones de estudiantes, que no sólo han nutrido esta línea de trabajo, sino que la han enriquecido con nuevos tópicos y mejorado en diferentes aspectos.
Estos estudios se basan en el concepto “urbanización sociocultural” (Tena, 2007) y en cuatro vertientes teóricas fundamentales: la Teoría de la Historia inscrita en la tradición marxista; la teoría de la cultura, basada en la concepción simbólica e interpretativa o hermenéutica (Giménez, 2005 y Thompson, 1993); la teoría urbana con el enfoque de proyecto urbano (Tomas, 1998 y Borja, 2003) y la etnografía urbana (Magnani, 1998). En esta trama interpretativa se incorporan otras vertientes teóricas y conceptos clave, como: cultura popular (Cirese), hábitus (Bourdieu), pedazo y mancha cultural (Magnani), imaginarios urbanos (Silva), lugar de alta significación (García Ayala), entre otros. Cabe señalar que este conjunto transdisciplinario se aproxima a las propuestas de análisis urbano basado en la teoría de los sistemas complejos expuesta por López Rangel (2008).
Es conveniente observar que en los últimos años esta línea de investigación se ha nutrido con el estudio del tiempo libre y diversas formas urbanas de recreación, donde han surgido hipótesis innovadoras sobre el proceso de urbanización sociocultural y cuyos resultados muestran cómo el entretenimiento –ya sea desde la cultura popular o desde las industrias culturales, o de la articulación de ambas-, genera efectos y configura pautas que marcan el ritmo, la forma y el sentido de la urbanización contemporánea.
Así, inicialmente estudiamos machas culturales, corredores y circuitos urbanos que corresponden a diferentes prácticas recreativas y de entretenimiento en diversos espacios públicos y barrios representativos de la ciudad de México (Zócalo, Alameda Central, Plaza de la República, Santo Domingo, Zona Rosa, Santa María La Rivera); luego tomamos como referencia escenarios de entretenimiento de carácter masivo, como la lucha libre, el futbol, las carreras de caballos, el automovilismo deportivo y el “shopping” en los centros comerciales. Posteriormente se analizaron diversas configuraciones urbanas que generan las prácticas recreativas vinculadas con las artes escénicas: teatro, ópera, cine y circo. Y más recientemente –como parte de la Red Interinstitucional de Investigación Urbana y Arquitectónica (IPN-UAM)-, se han estudiado casos específicos que documentan nuevas formas de modernización, basados en procesos de reestructuración de espacios urbanos, donde destaca la formación de nodos, circuitos y ejes que siguen pautas globales y posmodernas, tendencias que generan nuevos efectos en la organización social y la vida urbana, que cuestionan la posibilidad de una política pública homogénea y coherente con las aspiraciones ciudadanas de un proyecto urbano democrático que privilegie la calidad de vida, la habitabilidad, la identidad y sus expresiones culturales.
Los resultados obtenidos dan cuenta de los impactos socioculturales que han tenido los diferentes proyectos de modernización urbana en los entornos donde se enclavan y desencadenan nuevas dinámicas culturales, que algunas veces las desincentivan y otras tantas las revitalizan hasta la hiperactividad, pero que, sin lugar a dudas, son proyectos que van a determinar el devenir de la vida cotidiana de los ciudadanos de las grandes metrópolis y en adelante en todos los ámbitos sociales, desde el cultural hasta el económico.
En este contexto teórico y de investigación se ubica el estudio más reciente sobre el shopping, no sólo porque representan un caso significativo por el crecimiento que han tenido los centros comerciales en México y América Latina, sino porque éste se atribuye a la capacidad que han desarrollado para: integrar nuevas formas de entretenimiento masivo, reciclar grandes espacios urbanos, sembrar mega-arquitecturas -ajenas al contexto urbano, histórico, social y cultural-, y resignificar espacios, procesos y condiciones de alta complejidad -como las visiones de género, las formas tradicionales del gusto y las formas de comunicación, entre otras-. Situación que debe responder a diversos cuestionamientos sobre el nuevo proceso de urbanización sociocultural que está emergiendo en las ciudades latinoamericanas y que requiere de nuevos paradigmas para su interpretación.

La urbanización contemporánea.

Hoy las ciudades experimentan un complejo proceso de urbanización que responde de manera singular a los impulsos de la globalización económica y las formas culturales posmodernas; este proceso se aprecia como un torbellino que transforma acelerada y selectivamente la estructura, morfología, tejido y dinámica urbana, a tal grado que suprime a la ciudad (Choay, 1994), borra gradualmente las huellas de la urbe que le dio origen y se opone a toda forma de regeneración, rehabilitación o restauración urbana y arquitectónica; es decir, se trata de un proceso que desprecia la continuidad histórica, la identidad y la vida en sociedad; aboga por “ciudades genéricas”, masificadas, con “habitantes de puente y túnel”, dotadas de arquitecturas similares, desechables e inexpresivas (Junkespace) (Koolhaas, 1997, 2002); ciudades acordes con los modelos que hoy impone el capital inmobiliario, sector económico que ha encontrado como eje de su iniciativa urbanizadora la instauración de espacios comerciales de entretenimiento para el shopping (Tena, 2007, 2009) y cuyo actor-arquetipo es el hombre light (Rojas, 1992).
Estas categorías problematizan la relación ciudad-ciudadano en diferentes escalas del territorio y la territorialidad, pero básicamente refieren la proliferación de espacios privados y prácticas sociales que hoy reclaman legitimidad como formas de sociabilidad dominante y exaltan a un tipo ideal de actor que las deifica, mostrando como rasgo principal de la ciudad posmoderna la dotación de escenarios hiperreales que se nutren con actores convocados a experimentar una vida simulada (hiperreal) y sin valores; proceso que extingue a la ciudad y al ciudadano, al que denominamos: Shopping urbanización.
Además, hoy las tensiones entre lo local y lo global encuentran expresiones similares en cada ciudad, perdiendo su principal significado y sentido al ser disociadas de las condiciones históricas, aquellas que muestran los cambios socioculturales que tienen lugar en las ciudades y las modelan; es decir, la forma cómo se experimenta la relación espacio-tiempo en y entre ciudades, aparece más como ruptura que como correspondencia. Hecho que sin duda tiene consecuencias socioespaciales que aun falta conocer; y para ello, es útil aproximarse al pensamiento complejo de las ciudades (López Rangel, 2008).

Sistema histórico-espacial del comercio-entretenimiento.

Valorar el proceso histórico que han seguido las ciudades, implica documentar la forma en que la modernidad transformó los espacios urbanos y modeló las prácticas sociales (las urbanizó y modernizó), para descubrir cómo en el desarrollo histórico de esa interacción socioespacial, surge, se instaura y despliega un proceso que desplaza el carácter predominantemente económico del mercado –como espacio urbano-arquitectónico y como práctica de compra-venta de mercancías- y le asigna un carácter cultural (simbólico: ritual, estético, sexual, del gusto, la moda y el ocio); instaurando una de las industrias culturales (Adorno, 1977) más importantes y exitosas, que logró superar las crisis del modelo fordista de acumulación, abrirse paso en la globalización y transitar con éxito en la posmodernidad.
Se trata de un complejo proceso de urbanización cuyas condiciones históricas ilustran los cambios ocurridos entre la premodernidad y la posmodernidad; transcurso entre dos épocas que gestan y sepultan “la vida moderna”, donde al tiempo que se transformó y liberó el espacio público (para la ciudadanía y el ocio), revaloró, reestructuró y resignificó el espacio privado utilitario (para el poder y el negocio), haciéndolo selectivamente colectivo (socializado) y cultural (significativo): visual, diverso, emblemático, seductor, excitante y fantasmagórico.
La ciudad cambió: primero se hizo moderna y civilizada: urbana (citadina), ordenada (racional), tentadora (estético, sexual), liberal y elitista; luego modernista: suburbana (metropolitana), planificada (ordenadora), moral, abierta, flexible, funcional, excitante y tolerante, dispuesta para los crecientes sectores automovilizados; y finalmente posmoderna: desurbanizada (difusa, fragmentada), desordenada, policéntrica, conectada, dual (glocal), selectivamente incluyente y excluyente, individualista, agresiva, anestésica, temática, imaginaria, inmoral, masificada, virtualmente feliz y culturalmente hegemónica.
El proceso de urbanización sociocultural que transformó el mercado en espacio comercial “de lujo”, nació en el siglo XIX con la vida moderna que experimentan las principales ciudades de Europa, en el contexto de la Ilustración, el industrialismo, el cosmopolitanismo y las exposiciones universales, pero también del movimiento obrero internacional. Ahí surgen los grandes almacenes (ostentosas tiendas departamentales para al abasto minorista de las élites) con nuevos conceptos urbanos y arquitectónicos que combinan la tecnología más avanzada (acero, hormigón, vidrio, electricidad) y expresiones estéticas de vanguardia (en arquitectura, pintura, escultura, música, literatura, fotografía), mismos que imponen rasgos dominantes a las ciudades (funciones, formas, estilos, ritmos) y a sus habitantes (gustos, modas, prácticas y hábitus), adquiriendo, unos y otros, un carácter cultural que resignificó el mercado, el ocio, la recreación y la sexualidad.
Se trata de un escenario de grandes debates y tensiones de alcance internacional, no sólo en materia de Arquitectura y Urbanismo -por ejemplo, en Francia entre la Escuela de Bellas Artes y la Escuela Politécnica (Benjamín, 1928), donde no únicamente se prefigura la integración de dos tendencias dominantes: culturalistas y progresistas (Choay, 1966), sino que al tiempo que se profundiza la brecha entre los diferentes actores sociales (en cada esfera: económica, política, ideológica y cultural), se configura un proceso de urbanización donde los actores –aun estratificados- tienden a homologarse: se ciudadanizan y urbanizan.
Inicialmente el espacio urbano-arquitectónico que acogió la forma del comercio-recreación fue creado para las élites europeas y las europeizadas de otros continentes, pero paulatina y deliberadamente se transformó y extendió a las “masas” (cfr. Baudrillard, 1978; Adorno, 1977), siendo procesada y caracterizada con expresiones urbanas que corresponden a tres momentos históricos distintos: 1) la ciudad moderna, neoclásica y liberal del siglo XIX; 2) la ciudad modernista, planificada y estatizada del siglo XX; y 3) la ciudad posmoderna, globalizada y desurbanizada de fines del siglo XX hasta nuestros días.
La ciudad moderna –es la ciudad vieja renovada (hecha neoclásica)- del siglo XIX, es la ciudad que se hace mirando al pasado y caminando hacia delante, al futuro; la sociedad es otra, propiamente nueva, moderna y liberal, pero mantiene la ancestral forma de tenencia de la tierra, cuyos poseedores asociados con los gobernantes, promueven un cambio radical en la morfología urbana: por un lado, se ajusta y transforma la esfera pública, que incluye lo público urbano: el equipamiento (edificios de gobierno de los poderes civiles, militares y religiosos), la infraestructura (drenaje, agua, carreteras, vías férreas), los servicios (correos, transporte, iluminación) y el espacio abierto: la calle, el boulevard, el jardín-paseo (alameda, bosque urbano, plaza) (cfr. Berman); y por el otro, cambia también lo privado: la residencia (lo íntimo, doméstico), la fábrica de la producción capitalista (manufactura, industria), el comercio (tiendas y almacenes); y los espacios de la “alta cultura” que incluyen el saber, el gusto y la recreación (educación, profesionalización, juegos, teatro, opera, bares, clubes, cafés); es en este contexto moderno donde emerge el pasaje comercial (galería o arcada) que incorpora la nueva arquitectura –diseños, materiales y tecnologías-, nuevas expresiones estéticas y prácticas socioculturales en la ciudad, conformada aun en un contexto urbano integrado y polifuncional. (Imagen 1)
En el siglo XX la ciudad moderna se transforma, camina firmemente hacia el futuro y mira al frente, lo imagina y lo idealiza, el poder, la paz y el progreso están garantizados por la tecnología, y se exige un nuevo orden urbano basado principalmente en la dicotomía estructura-función, en las comunicaciones y los medios de transporte; con ello, la ciudad se industrializa, se desborda y es procesada tecnológicamente; es sometida a una intensa y extensa modernización de todas sus infraestructuras, equipamientos y sistemas urbanos (transporte, comunicación, servicios públicos), dando lugar a la ciudad modernista, lo que favorece su crecimiento, se muestra redensificada y expandida: la ciudad originaria se hace centro –hoy, histórico-, su área urbana pasa rápidamente de gran ciudad a metrópoli y hasta megalópolis (Ward), se torna descentralizada y policéntrica, es sometida a la planificación para ordenarla y reordenarla, aspira a ser funcional y zonificada; se modifica la tenencia y uso del suelo: el contorno cambia de rural a urbano, se abandona la ciudad vieja y emerge un fuerte mercado inmobiliario activado por especuladores y promotores; el aumento de su talla y la dinámica de la ciudad alientan la automovilización y con ello, la reestructuración del espacio público: el despliegue de grandes avenidas y autopistas para ligar los crecientes e incontrolables suburbios residenciales (de clases altas, medias y bajas), con las grandes zonas industriales y de servicios -incluyendo los educativos y recreativos-, se hacen “ciudades en la gran ciudad” (jardín, universitaria, satélite, industrial); allí brilla el centro comercial bajo el patrón norteamericano del mall. (Imagen 2)
Finalmente, de la crisis de la ciudad modernista, de su inevitable “desorden” (Duhau y Giglia, ; Tena, 2005), de su creciente masificación, artificialidad y vulnerabilidad –agudizada con el fin del “Estado de bienestar”, la instauración de los modelos neoliberales, el cambio del orden mundial (bipolar) que prevaleció desde la posguerra y la incapacidad de contener las sucesivas crisis económicas-, al final del siglo XX, emerge la ciudad posmoderna propia de la globalización: la metápolis (cfr. Ascher), la ciudad de flujos y lugares (cfr. Borja y Castells), multifacética y dual: glocal, depauperada y rica, difusa, dispersa y parcialmente integrada (insular), desurbanizada y deconstruida, fragmentada y conectada, activada por las tecnologías de la comunicación y la información (TIC), francamente automovilizada, ligada cada vez más por ejes viales, autopistas, puentes, túneles y nodos, que redistribuyen los circuitos del transporte colectivo masificado; se asiste a una profunda mutación en la tenencia y uso del suelo (apropiación privada y selectiva del espacio público, desincorporación de bienes nacionales, concesión, renta), se exalta el individualismo, el espectáculo y la seducción (cfr. Lipovetsky), pero también se impone la exclusión social, el autoritarismo, el miedo y la violencia. Aquí, en este complejo y dinámico entorno urbano, destaca el shopping center transnacional, cuya forma y discurso reivindica el consumo masificado (González, 2011), coludido con el hiperespacio para crear prácticas culturales hiperreales (el shopping). (Imagen 3)
Para valorar la trama que tejen las tendencias dominantes que modelan el proceso de urbanización contemporáneo y sus arquitecturas, García Vázquez (2004) proporciona un rico modelo de análisis que contribuye a identificar y contrastar las posturas más representativas en el debate actual del Urbanismo; para efectos de este trabajo nos interesa destacar dos (de los 12) “modelos” de ciudades, que a su vez ubican en dos (de las cuatro) grandes visiones urbanas del siglo XXI (la culturalista y la sociológica), a las que el autor denomina: la ciudad poshistórica y la ciudad del espectáculo.
Para García Vázquez (2004), la ciudad poshistórica es la reacción posmoderna de la ciudad histórica -fincada en valores como la identidad, la cultura y la ética social (cfr. A. Rossi)-. Este modelo parte de la oposición a los principios de la modernidad urbana y arquitectónica (cfr. Le Corbusier) y de la crisis de los modelos de planificación urbana que dieron lugar a la “ciudad de los promotores” (inmobiliarios): así, para reivindicar a la ciudad histórica se propuso el “urbanismo neotradicional” (cfr. L. Krier), modelo que fue desvirtuado al crear escenarios teatrales codificados arquitectónicamente, los que anulan, reformulan y homogeneizan las identidades y tradiciones locales; así, los revivals urbanos muestran la mutación del concepto de historia en la cultura posmoderna; donde la “ruptura con el pasado convirtió a la historia en estereotipo contrapuesto a la memoria”, de tal manera que el recurso a la historia ha servido a los poderes económicos -sus principales promotores- para evitar totalidades, proyectos colectivos y éticas públicas. Además, la ciudad poshistórica se caracteriza por una fuerte manipulación de la historia, tanto en centros históricos -para fines turísticos-, como en los suburbios gracias al llamado new urbanism -modelo que apela al sentido de comunidad con la construcción ficticia de arquitectura tradicional, se basa en imágenes mundiales estereotipadas y promueve conjuntos cerrados que ofrecen un mundo ideal: generan la sensación de historia, identidad, cultura, estabilidad y seguridad.
La ciudad del espectáculo que expone García Vázquez (2004: 78 a 88), es otra cara de la ciudad global y de su correlato: la ciudad dual (bipolar) -donde se acentúa la desigualdad, la segregación y el conflicto-, y sirve para ocultar o atenuar su imagen desgarradora con un “deslumbrante universo de luces y colores”. Se basa en la tendencia a la simulación (“simulacro”, Cfr. J. Baudrillard) que caracteriza a la moderna sociedad de masas, y que en las ciudades -donde hay una creciente artificialidad- genera una inmensa nostalgia por lo real (ausente), lo que provoca la búsqueda de sensaciones fuertes, en vivo y en directo. Así, al ser simulado lo real y duplicado una y otra vez por los medios de comunicación, desaparece dejando una copia exacta del original: una imagen hiperreal, que enfatiza con artificios sus esencias materiales. La expansión de este fenómeno genera la ciudad del espectáculo, donde lo real ha dado paso a lo hiperreal, a la pura materialidad, a la fría superficialidad, cuyo resplandor genera la “euforia posmoderna” que nace del “hiperespacio” (cfr. Jameson): edificios “monadas” donde todo es táctil y visible, pero vaciado de todo significado profundo, son envolturas que protegen y aíslan del exterior, son indiferentes y ajenos a la ciudad que los rodea, por ello enfatizan el interior como ambiente fantástico y alucinatorio (fantasmagórico) que explota “la industria del ocio, la cultura y el consumo”. El proceso seguido a lo largo del siglo XX se documenta con el análisis de la disneylandización de la ciudad contemporánea y las actividades económicas que la promueven, la competencia que genera entre ciudades, la puesta en valor de la “cultura de la congestión” (cfr. R. Koolhaas) y los riesgos de la democracia bajo el predominio de expresiones estéticas hiperreales (cfr. N. Leach).

El sistema comercio-entretenimiento en la Ciudad de México.

La ciudad de México y su área metropolitana (AMCM) constituyen un excelente ejemplo de cómo se ha venido generando y propagando el actual proceso de urbanización bajo el liderazgo de la dicotomía comercio-entretenimiento, unido a un vigoroso proceso de reciclamiento metropolitanobasado en la reutilización de los despojos inmobiliarios de fases anteriores del proceso de urbanización, hoy más que nunca considerados como baldíos urbanos (basureros clausurados, minas, plantas, bodegas y edificios industriales en desuso, milpas, zonas de reserva, cines, estadios y plazas de toros, entre otros), que le dan el carácter de ciudad poshistórica y del espectáculo.
En general, se trata de predios baldíos que gozan de una condición privilegiada (y usualmente estratégica) para los proyectos de inversión inmobiliaria: están en desuso, “bien ubicados” (por ejemplo: en zonas con potencial de expansión sobre barrios pobres), abarcan grandes extensiones de terreno, cuentan con infraestructura, servicios urbanos, un bajo valor comercial y una imagen (positiva o negativa, es decir, un imaginario social construido históricamente) cuya intervención los reivindica y reinserta en el proceso de urbanización.
Esas condiciones hacen que determinados baldíos urbanos sean más atractivos para sembrar megaproyectos; como aquellos cuyos atributos permiten configurar nodos urbanos estratégicos, articuladores de los circuitos comerciales que hoy nutren los nuevos flujos de actividad económica (terciaria); este proceso de “puesta en valor” o revaloración de grandes extensiones urbanas, no sería posible sin la combinación de dos elementos: la figura astuta y convincente del promotor inmobiliario; y el principal dispositivo motivador de las inversiones inmobiliarias (el gancho y la hebra): la instauración de centros comerciales de entretenimiento, cada vez más modelados por las industrias culturales posmodernas, cuya gran oferta son los escenarios hiperreales masificados.
En este proceso general se ubican diversos casos, unos ya consolidados y en vías de transformación como el de Santa Fe (Cornejo, 2007) y otros en proceso de emergencia como el Toreo de Cuatro Caminos (Tena y Canino, 2009), mismos que de ninguna manera son casos aislados que atañen sólo al mercado inmobiliario, al comercio o la moda, dado que en principio revaloran el suelo y lo somete a una intensa transformación de la estructura y del tejido urbano del entorno inmediato, de la ciudad toda y de la ciudadanía, desatando una reacción en cadena que desborda las fronteras político-administrativas en un doble movimiento que las integra y las desintegra, poniéndolas selectivamente a su servicio, pero donde además detona los nuevos procesos de urbanización sociocultural.
Para comprender mejor esta perspectiva es necesario valorar –aunque sea brevemente- el proceso histórico que documenta la transformación de las actividades comerciales y de entretenimiento en su paulatina integración, para mostrar los cambios que han motivado la nueva organización del espacio urbano de la ciudad de México y su área metropolitana, desplazando a las actividades industriales como motor del proceso de urbanización, para configurar la tendencia dominante que se impone en el contexto de la globalización y la posmodernidad, la que denominamos: shopping urbanización.

La modernidad en la ciudad de México.

La manera en que surge y se desarrolla la modernidad en Europa, y particularmente en cada uno de los países que conforman ese continente, si bien presenta rasgos comunes (como el hecho de ser un fenómeno cultural propiamente urbano que toca las distintas expresiones estéticas y experiencias socioespaciales), encuentra rasgos que los caracterizan, mostrando formas, tiempos y espacios particulares, principalmente en lo que corresponde a los dos tópicos que ahora nos ocupan: el comercio y el entretenimiento, mismos que aparecen como ámbitos o esferas separadas, unidas sólo por los actores y sus prácticas; por ejemplo, la compra de ropa “adecuada” para el trabajo (oficina, taller, campo), pero también para el tiempo libre: asistir a la ópera, al teatro, el paseo cotidiano, el Jockey Club o ir de compras, propicia la creación de tiendas modernas, no sólo en su inventario de mercancías modernas, sino en la forma moderna de promoverlas, lo que incluye: ubicación, rasgos arquitectónicos de la tienda y formas de exhibición de los productos, entre otras. Situación que llega a América y particularmente a México desde finales del siglo XVIII, como parte de un rico proceso de circulación cultural que alentó la Revolución Francesa y procesó la Ilustración y el Romanticismo, siendo difundidos por viajeros, artistas, científicos, exploradores, industriales, comerciantes e inmigrantes –muchos asilados-; circulación cultural que se expresó como una mezcla “exótica” de nuevos gustos y formas culturales que acogieron los aristócratas y paulatinamente se difundieron a ultramar entre las élites de las colonias y ex colonias, entidades cada vez más autónomas y desafiantes.
En Europa las tiendas departamentales surgen y se desarrollan desde la primera mitad del siglo XIX gracias a la expansión del industrialismo, el auge del comercio y la comunicación, cuyo principal foro de difusión fueron los medios escritos y, sin duda, las “Exposiciones Universales” iniciadas en Paris 1798 y Nueva York en 1799 –realizándose periódicamente desde entonces en las principales ciudades del mundo-, donde se exhiben todo tipo de productos “modernos”: desde aparatos domésticos, materiales (textiles, acero, vidrio), maquinaria, armas, vehículos, hasta edificios y modelos urbanos; además, en ellas ocupa un lugar importante la indumentaria y el arreglo personal, marcando la nueva moda para las élites, actores principales de esos eventos, promotores del cosmopolitanismo y la mundialización. (Imagen 4)
En México, como en la mayor parte de los países de América Latina, el fin del siglo XVIII y el inicio del XIX, si bien está acotado por las guerras de independencia y los conflictos en Europa desatados por las Cortes de Cádiz, es importante señalar que la promoción del liberalismo va acompañada de los imaginarios que se construyen sobre la vida moderna -encarnada en las ciudades europeas-, a la que aspiraban principalmente los sectores liberales de las clases dominantes y aun los conservadores. En este contexto, también se produce una revaloración y socialización del tiempo libre, inicialmente basado en las actividades recreativas tradicionales que vistieron la época virreinal, algunas ligadas a las fiestas patronales, las celebraciones religiosas y cívicas, y otras como el teatro, el jaripeo, los gallos, los toros o la maroma; pero paulatinamente el tiempo libre encaró un importante proceso de transformación que se aprecia con la incorporación de prácticas y la creación de espacios para el paseo (Plateros, la Alameda, Chapultepec, el Canal de la Viga, Xochimilco, entre otros), juegos de Críquet, diversos espectáculos, clubes, bailes y deportes como equitación y carreras de caballos y más tarde natación, fútbol y automovilismo.
En todos los casos relacionados con la fabrilidad, pero más con el ocio: tiempo libre y recreación, destaca un proceso de modernización ligado al cuerpo y a la sexualidad que se experimenta en las ciudades y que se expresa de forma particular con la indumentaria y el arreglo personal, vinculándose con la moda, proceso que ha sido documentado por pocas investigaciones, pero de gran valor por sus aportes (Cfr. Entwistle, 2000; Pérez, 2005).
Por lo anterior, el impacto de la moda y la “belleza” de las élites en la ciudad de México, recibe como un claro signo de modernidad la apertura de la primera tienda departamental: Fábricas de Francia fundada en 1857, siguieron -durante el porfiriato- el Palacio de Hierro en 1897 (reconstruido en 1921), el Centro Mercantil construido en 1898 (desde 1966, Gran Hotel de la Ciudad de México), el Puerto de Veracruz (La Parisina) en 1909 (en 1924 el Edificio CIDOSA) y El Puerto de Liverpool en 1934. (Imagen 5)
En México, la construcción de pasajes comerciales fue tardía, y sólo quedan algunos construidos con una visión neoclásica en la primera década del siglo XX: el Pasaje Catedral (Guatemala 18) y El Pasaje Iturbide (entre Madero y 16 de septiembre), y años más tarde, con una concepción modernista, los pasajes Alameda y Savoy, donde algunos se ligaron al concepto de edificio multifuncional (cine, habitación, oficina, banco y hotel, entre otros), como el edificio Ermita (1927) en Tacubaya, en la Colonia Roma: el Edificio Balmori (1922) y El Parián (1920) en estilo Art Nouveau, y 40 años depuse el Pasaje Comercial Jacarandas en la Zona Rosa (Colonia Cuauhtémoc, 1960). Arquitecturas que debemos distinguir de los nuevos “pasajes comerciales” de carácter popular destinados al comercio mayorista de productos industrializados (computadoras, ropa, juguetes, etc.). (Imagen 6)

Modernización excéntrica

El centro comercial –ligado al concepto norteamericano de mall- fue incorporado a la ciudad de México al final de la década de 1960 y principios de los años 70, se ubicaron fuera del área central y en los suburbios de la naciente zona conurbada de la capital con el Estado de México, para ello, y siguiendo el modelo norteamericano, se integraron a este nuevo conjunto comercial las primeras tiendas ancla (departamentales) ya consolidadas en la capital y que para entonces gozaban de gran prestigio entre los capitalinos de las clases medias y altas, gracias a diversas promociones: desfiles de modas, ofertas y descuentos de temporada, el ajuste de las prendas por talla, la entrega a domicilio y sin duda, el poderoso sistema de crédito que comenzaban a promover entre el selecto grupo de compradores frecuentes, usualmente amas de casa y familias vecinas de zonas residenciales. Estos centros comerciales inicialmente usaron la denominación de plaza, pero marcando una diferencia con los tianguis, los mercados municipales y las “tiendas de autoservicio” o supermercados que surgieron desde la década de 1950.
De 1960 hasta la fecha se pueden identificar cuatro generaciones de centros comerciales, cada una con características particulares (históricas, en cuanto al proceso de emplazamiento urbano, morfológicas, programa arquitectónico -tipologías y escala-, perfil socioeconómico del usuario y por los efectos en el entorno urbano (vialidad, transporte, servicios, equipamiento, etc.), las cuales se identifican con los cambios socioespaciales que registra la ciudad de México y su área metropolitana.
Así, mientras la primera generación de centros comerciales construidos entre las décadas de 1960 y 1980, se caracterizaron por la producción de espacios monotemáticos, de mediano tamaño (entre 20mil y 25mil m2), con menos de 100 locales comerciales, dos o tres tiendas ancla, un gran cine, restaurantes, bancos, un corredor central (mall) y estacionamientos externos, dirigidos a las clases medias y altas, y que por su ubicación urbana creaban nodos (centros) de atracción de otras actividades comerciales y de servicios, induciendo la aglomeración focalizada. Los centros comerciales de cuarta generación (los Shopping Centers), construidos en la última década(2000-2010), son: multitemáticos, de gran tamaño (de 40mil a más de 160mil m2), tienen más de 100 locales comerciales, el diseño es una mezcla de actividades donde predomina la recreación (simulan una “pequeña ciudad”, contienen: restaurantes, multicinemas, bares, centros nocturnos -“antros”-, casas de juego y apuestas, deportivos, bancos, cafés, guarderías, papelerías, joyerías, agencias de autos, edificios para residencia, hoteles, oficinas, supermercados, escuelas, etcétera), las tiendas ancla no son indispensables y pueden incorporar grandes supermercados o “clubes de consumidores”, el corredor principal puede ser interno o externo, el estacionamiento es un servicio de paga -interno o externo-, su ubicación urbana trata de aprovechar los nodos existentes y tienden a la concentración (cercanía entre sí) para obtener ventajas de la aglomeración, están dirigidos selectiva y estratégicamente a todos los estratos sociales.
En el Área Metropolitana de la Ciudad de México (AMCM) la primera generación centros comerciales se ubicaron fuera de la ciudad central, fueron: Plaza Universidad en 1969 (Av. Universidad, Delegación Benito Juárez); Plaza Satélite en 1971 (Municipio de Naucalpan, Estado de México), Multiplaza Aragón en 1980 (Municipio de Ecatepec) Plaza Inn (San Ángel) y Plaza Galerías (Colonia Anáhuac, Tlaxpana). La segunda generación está representada por Perisur (Periférico Sur e Insurgentes, Pedregal de San Ángel) inaugurado en 1981, en esa década surgieron varios centros comerciales con distintas concepciones y modalidades, algunos pequeños que hasta la fecha subsisten y otros que enfrentaron un estrepitoso fracaso, entre los más exitosos destacan Plaza Lindavista e Interlomas.

Posmodernización difusa y fragmentada.

En la década de 1990 se inicia la proliferación de centros comerciales en el AMCM, llegando a contabilizar más de 95 para el año 2005 (Tena, 2007), los cuales reúnen una gran variedad de características por su porte e importancia que combina los rasgos de la primera generación con los de la segunda, incluso muchos son remodelados, pero en la mayoría se aprecia un proceso de promoción inmobiliaria basada en el reciclamiento urbano de gran impacto y con una localización desequilibrada, cargada al Nor-poniente de la capital y más en los municipios conurbados del Estado de México en esa zona.
En este periodo destaca el inicio de los “megaproyectos” que incluyen diversas actividades (residencia de lujo en conjuntos cerrados o en edificios de alta renta, complejos empresariales, universidades, hospitales, etc.), como es el caso de Plaza Santa Fe (1993, construido sobre un gran basurero y minas), Galerías Coapa (1995); Plaza Cuicuilco (desde 1998 en Tlalpan, fábrica de papel Peña Pobre), Plaza Loreto (San Ángel en el baldío de la vieja planta de luz de la Fábrica de Loreto y Peña Pobre), Plaza San Mateo (Naucalpan, en áreas de reserva) y Mundo E (Tlalnepantla, sobre minas de tepetate), Plaza Lindavista (en zonas residenciales), entre muchos otros.
En la última década, destacan los shopping centers de la cuarta generación donde se acentúan todos los elementos espaciales con alta tecnología, y que en México siguen el patrón de reciclamiento urbano, como son: Plaza Antara (lindante a Polanco, en un predio baldío de la fábrica GM), Plaza Parque Delta (Viaducto y Col. Narvarte y, en el predio del Estadio de Béisbol), Plaza Bicentenario (Nezahualcoyotl, en el ex basurero del Bordo Poniente y el Vaso de Texcoco), La Cúspide (Naucalpan, en terrenos baldíos de las empresas fraccionadoras de Lomas Verdes y la zona federal de la SARH), Reforma 222 (en predios residenciales y comerciales), entre otros. (Imagen 7)
En todos los casos destaca un diseño arquitectónico espectacular que permite la combinación de grandes tiendas departamentales (ancla) -cuya oferta es amplia y variada (ropa de moda por género y edad, perfumes y cosméticos, joyería, juguetes, línea blanca, muebles, electrodomésticos, jardinería, deportes, fotografía y computo, automóviles, comida y restaurante, entre otros)-, con una amplia gama de establecimientos más pequeños, donde destacan: ropa de marca y moda, joyerías, cafés, restaurantes (franquicias) de lujo y de comida rápida, pastelerías, galerías de arte, teléfonos, bancos, música, juegos, y sobre todo, cines.
Curiosamente, la explosión de centros comerciales en el AMCM se da a la par de la gran crisis de la industria cultural cinematográfica (cambio del modelo tecnológico de analógico a digital) y la operación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 1994, mismo que afectó al cine nacional y acabó con las grandes salas de exhibición, sustituyéndolas paulatinamente por pequeñas salas concentradas en conjuntos (multicinemas), lo que ocasionó cambios significativos en el formato y contenido cinematográfico, pero también en las audiencias y sus prácticas, las que experimentaron un incremento del precio, aun con una fuerte ampliación de la oferta y la reducción del costo (dada la reducción del tiempo de producción y reproducción –copias-), logrando la mayor simultaneidad de exhibición y paulatina concentración (monopolio) de las empresas promotoras y distribuidoras de filmes (usualmente atadas al mercado norteamericano).
Este proceso motivó el cierre de una gran cantidad de grandes salas de exhibición (como los cines: Latino, Chapultepec, Roble, Ópera, Cosmos, Marina, Apolo, Paseo, Mitla, Estadio, entre muchos otros, ahora convertidos en templos, bodegas, agencias de autos, etc.) y la paulatina transformación de algunos otros en multicinemas (Diana, Plaza, Palacio Chino, Mariscala, Las Américas, Lindavista, Las Torres, Hollywood Cinerama).
Pero fue en los grandes centros comerciales donde la transformación operó más rápidamente y con una importante diversificación de la oferta de servicios asociados (dulcerías, comida rápida -de cadena internacional-, neverías, cafés, revistas, música, libros, bares, autos, apuestas, gimnasios, estéticas y telefonía celular), emulando las manchas culturales que surgieron con los circuitos del cine en casi todas la grandes ciudades; sin embargo, la implantación del modelo del minicine impulsado por las empresas transnacionales norteamericanas –se decía, poco compatible con las formas culturales y las prácticas locales- ha dado lugar a una nueva dinámica del tiempo libre en espacios colectivos privados y confinados, que modela el tipo de experiencias hiperreales que hoy motivan los centros comerciales y se identifican con la práctica del shopping.
Por otra parte, la brutal expansión de los grandes centros comerciales en el AMCM (en el año 2010 se registraron 150), ha dado lugar a la conformación de una compleja red de articulación urbana que paulatinamente modifica su tejido, en ella se pueden apreciar circuitos que operan con dinámicas diversas, pero donde predominan los impulsos del shopping, convirtiendo gradualmente a cada centro comercial de entretenimiento en un nodo de aglomeración y distribución que capta (o captura) a los usuarios en los entornos inmediatos y mediatos, pero principalmente en los trayectos, sin constituir un destino, sino que más bien están “de paso” (es la idea del consumidor del “comercio ambulante” o del excitante desafío del hotel de paso), que reafirma la idea –sensación- de externalidad, de ser ajeno a un “mundo perfecto” (o casi) pero donde se puede tener acceso a él, estar, sin crear ningún vínculo o compromiso, no genera ninguna identidad, es virtual como el Chat: reino del anonimato y la ficción; es un espacio higiénico, ajeno, apolítico, sin protesta ciudadana, sin conflicto y sin negociación de intereses, es ideal para la “gente Light” (Cfr. Rojas).
Así, la conformación de nodos comerciales-multifuncionales está estrechamente vinculada a la vialidad, particularmente a la que mueve y canaliza los flujos del transporte particular, pero por la búsqueda de oferta masiva se articulan con los medios de transporte público para dar acceso a empleados y aun creciente número de usuarios de bajos ingresos. Esta condición los coloca en la base de los procesos de urbanización estratégica que promueve el capital inmobiliario con la anuencia de los distintos ordenes de gobierno, pero en mayor medida el capital que sustenta y promueve a la industria cultural articulada con el shopping: la moda y el entretenimiento, aspectos que hoy mantienen la hegemonía por su relación con el cuerpo, el gusto y el tiempo libre.
Ante este panorama general, hay que destacar el crecimiento e impacto que tienen los shopping centers en el proceso de urbanización sociocultural, cuyos datos ameritan una mayor reflexión. Destaca el hecho de que desde 1957 existe un organismo internacional que los agrupa: el International Council of Shopping Centres, donde México figura como el segundo país de América Latina que cuenta con más de ellos (después de Brasil), pasando de 250 en 2006 a 400 en 2008, de ellos más de 300 (el 75%) cuentan con más de 10 mil metros cuadrados cada uno. Otro aspecto relevante son los estudios que realizan los inversionistas sobre el número de visitantes y el gasto promedio que realizan en el fin de semana, lo que nos da una idea del tamaño del negocio y de la importancia de invertir en zonas populares:
(…) Según el International Council of Shopping Centers, estos centros reciben entre 10 mil y 100 mil personas al día, todo depende del tamaño de la plaza y su ubicación. Tan sólo Plaza Delta y Plaza Lindavista registran, cada una de ellas, millón y medio de visitantes al mes, de acuerdo con el arquitecto Jorge Gamboa de Buen, director general del Grupo Danhos, empresa constructora y arrendadora de centros comerciales, la cual ha concentrado su espacio de acción en el área metropolitana del valle de México.
El grupo Danhos ha realizado estudios sobre el gasto de los visitantes a sus centros comerciales. Los resultados indican que un adulto gasta de 200 a 300 pesos en promedio, cuando visita una plaza en fin de semana. Curiosamente, dice Gamboa de Buen, los visitantes al Centro Comercial Parque Tezontle, ubicado en una de las zonas más populares de Iztapalapa, gastan 30% más.
Según Efraín Israde, director de Nuevos Negocios de la firma consultora LatinPanel México, estudios realizados en el Distrito Federal muestran que tres de cada 10 personas acuden a un centro comercial, por lo menos, una vez al mes.
Además, una tercera parte de los hogares estaría dispuesta a pagar más si pudieran tener comercios donde puedan realizar sus compras de manera mucho más ágil. (…)
(Thelma Gómez y Ramiro Alonso. El Universal. Lunes 26/octubre/2009)

En ese contexto, otros estudios sobre centros comerciales, considerados como las nuevas “catedrales del consumo”, enfatizan dos aspectos relevantes, uno referido a las compras y su impacto en el consumo (y su culto: el consumismo), y otro, a las nuevas formas de socialidad, vinculadas por un lado a la inseguridad creciente del espacio público tradicional y su consecuente abandono, y por otro, a la dinámica de las negociaciones entre los sectores público y privado guiadas por la lógica del mercado inmobiliario, así como las condiciones que documentan el complejo proceso de transformación urbana que genera la emergencia de nuevas centralidades (Frúgoli, 2000; y Portal, 2001).
A esas concepciones se deben vincular aspectos relacionados con las motivaciones de los visitantes y su significado “fantasmagórico”, algunas asociadas con “el gusto” (Benjamín, 1928, 1936; Bourdieu, 1979), la moda, el cuerpo, la sexualidad (Entwistle, 2000) y con la búsqueda de experiencias urbanas hiperreales (García, 2004), temas que han sido poco explorados y que contribuyen a entender el proceso de transformación de las prácticas sociales asociadas con actividades recreativas o “recreacionales” (Müller, 2004) y su relación con el espacio urbano-arquitectónico que lo populariza y hace posible: el shopping center. Por ello, en nuestro caso, se trata de un análisis particular del proceso de urbanización sociocultural que considera escenarios, actores, prácticas y reglas, en condiciones propiamente posmodernas (Jameson, 1984), cuyo desarrollo ha logrado tal alcance, que ahora se muestra como el motor fundamental del nuevo sistema urbano: la shopping urbanización. (Imagen 8)

De la ciudad real a la ciudad posthistórica-hiperreal.

Los grandes cambios ocurridos en las últimas dos décadas (1990-2010), principalmente en las esferas de la economía y la cultura, han generado una profunda trasformación de las ciudades, donde se aprecia una gran desarticulación y fragmentación de áreas urbanas –asociada a la multi o policentralidad (Frúgoli, 2000)-; además de una fuerte degradación del espacio público y del capital edificado de las ciudades. Situación que impacta directamente el tejido social y la vida urbana, donde se combinan nuevas formas de exclusión e inclusión social, que a su vez generan distintas estrategias de resistencia ciudadana.
En la esfera económica, desde la década de 1990 el proceso de urbanización dejó de responder a los impulsos del capital industrial (dedicado a la producción de máquinas y bienes de consumo duradero), cuya expresión urbana eran las grandes zonas, corredores y plantas industriales, las cuales han sido paulatinamente desmontadas hasta adquirir una forma cada vez más fragmentada y desterritorializada –ligada a la globalización, bajo el modelo de acumulación flexible y las nuevas tecnologías de la información y comunicación (TIC)-, para asumir el carácter propio de la ciudad dual en su aspiración por ser global; ha desplazado el liderazgo del capital industrial para ser sustituido en forma acelerada por los capitales financiero y comercial, generando un fuerte impacto en el mercado inmobiliario y en las nuevas industrias culturales; hecho que ha dado lugar a una visión dominante del actual proceso de urbanización conocida como “la ciudad post-industrial” (post-fordista), vinculada al predominio del capital financiero y a la intensa actividad de los promotores inmobiliarios (García, 2004).
La crisis del capital industrial (usualmente ligada a la sobreproducción), generó el desmantelamiento paulatino de la planta productiva, que abarcaba amplias zonas urbanas con equipamientos industriales (fábricas, bodegas, empacadoras, etc.), infraestructura urbana y de servicios (sistemas de transporte terrestres, marinos y aéreos), puestos de trabajo de “cuello blanco” y mano de obra (con diferentes grados de especialización, organización y localización residencial), además de un sinnúmero de empresas dedicadas al abasto de insumos industriales (maquinaria, herramientas, materia prima, combustibles, etc.), por sólo mencionar algunos de los elementos de la cadena productiva, que permiten percibir el impacto en algunas variables económicas fundamentales: recesión, caída del PIB, aumento del desempleo y subempleo, caída del ingreso y del mercado interno.
Por otro lado, se intensifica la producción de un hábitat brutalmente degradado, excluido de la ciudad y saturado de habitación popular, ya sea por autoconstrucción (asentamientos precarios, invasiones, ventas ilegales), o derivado del creciente mercado inmobiliario centrado en la producción masiva de vivienda de interés social, mismos que constituyen los escenarios que soportan la nueva dinámica espacial de la desigualdad (Pasternak y Bógus, 2008), que acentúa la fragmentación, dispersión, segregación y exclusión que hoy caracterizan a las grandes ciudades (Gómez, 2011; Goulart Reis, 2006); además, en la práctica esta dualidad se traduce en un aumento de la brecha que separa y confronta a las culturas populares con las hegemónicas, forzando a la generación de nuevas formas de socialidad y de construcción de identidades urbanas que al tensarse e interactuar generan nuevas expresiones culturales polarizadas y eventualmente resemantizadas.
En este contexto, el crecimiento de las grandes ciudades latinoamericanas y en particular la de México -desbordadas a la periferia desde la década de 1960 hasta integrar lo que hoy es su área metropolitana-, pero ahora sin los impulsos del capital industrial, es desplazado por el nuevo capital financiero y el viejo capital inmobiliario, los cuales se ubican con determinantes distintas, una parte en la ciudad central, y otra dispersa en las zonas impactadas por la emergencia de nuevas centralidades -basadas en los núcleos comerciales y de servicios (algunos cada vez más especializados y principalmente de corte transnacional)-, las cuales cobran un importante impulso y han encontrado como áreas de inversión a los predios baldíos; unos abandonados por la actividad industrial y por la saturación de residuos municipales e industriales (basureros, minas), y otros por la caída y transformación de los espectáculos masivos (estadios, plazas de toros, cines, etcétera).
Por lo anterior, el complejo proceso de urbanización contemporáneo desdibuja la ciudad tradicional, la ciudad real, se le opone no sólo aquella que se perfiló como la moderna ciudad industrial del siglo XIX, sino también aquella que se impulsó con la modernización de las ciudades en el siglo XX, montada en la economía, sus certezas y sus promesas, siguiendo las pautas de ordenamiento territorial, pero también de la organización de la vida social, de la integración de la ciudadanía como expresión de civilidad y progreso. Frente al panorama desgarrador de la ciudad real, se desarrolla una máscara urbana sonriente, que apela a la felicidad y al entretenimiento, es la ciudad posmoderna hiperreal, la ciudad del simulacro que impulsa la shopping urbanización, destinada a borrar al ciudadano del espacio público, o al menos hacerlo virtualmente “light”. (Imagen 9)

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