COMPORTAMIENTO PSICOLÓGICO DEL MEXICANO, DESDE LA ÓPTICA DEL MARKETING.

Adolfo Rafael Rodríguez Santoyo
Germán Rodríguez Frías
Eduardo Barrera Arias

PSICOLOGÍA DEL MEXICANO EN EL TRABAJO. 

 Mauro Rodríguez.

 


Capacitación, productividad y psicología nacional.

A) La psicología del mexicano, clave para interpretar nuestro subdesarrollo.

Atendiendo a su posición geográfica y a sus recursos naturales, México es un país que podría ser rico y poderoso. De hecho  es un país subdesarrollado, tercermundista. Ni produce lo suficiente, ni administra bien lo que tiene, y muchísimos de sus  habitantes gimen en la miseria.

Los hombres más dinámicos y de más  visión (funcionarios del gobierno, capitanes  de las empresas, educadores, directores de personal, gerentes de capacitación…) se preocupan al ver  que al paso del tiempo nuestro país se rezaga y que nuestro subdesarrollo se acentúa. Los más conscientes analizan la situación y se ponen a estudiar:
•       ¿Cómo hacer que nuestra gente se desarrolle?
•       ¿Cómo administrar mejor?
•       ¿Cómo producir más?
•       ¿Cómo motivar al personal a ser solidario con la empresa?
•       ¿Cómo lograr  la calidad y la excelencia?
En algunos medios empresariales y gubernamentales se maneja con  abundancia la literatura sobre finanzas, sobre administración  y sobre productividad.  Para todos estos temas pululan entre nosotros obras escritas en Japón, Estados Unidos, Canadá, Inglaterra…

Por  otra parte, los profesionales que salen de las universidades comprueban a poco andar que no les bastan los conocimientos y habilidades técnicas; muchos problemas en el desempeño laboral surgen en torno al manejo del elemento humano. Y cualquier ejecutivo, gerente, director o jefe de departamento va aprendiendo, a veces con tropiezos y fracasos,  que la productividad, la eficiencia, la calidad son resultado  de más de la gente que de los sistemas y de los recursos técnicos y  materiales. Si representemos con un triángulo los tres elementos clave de la empresa  productiva, la base –ancha, sólida y confiable- no puede ser otra que  el  factor  humano.

Toda persona que ocupa un  puesto directivo, y todo profesionista, están  abocados a buscar y a encontrar una orientación dentro de la esfera humanan en la que se desenvuelven.

La gente no es igual en los diferentes países. Aunque todos participamos de la naturaleza  humana y de  la misma  especie homo sapiens, los mexicanos, los alemanes, los japoneses y los canadienses no somos  iguales en cuanto a seres humanos y  no somos iguales en cuanto a trabajadores.  Y las razones  están a  la vista. Una observación elemental enseña que cada uno somos producto: 1) de la herencia biológica que nos dieron nuestros padres, 2) del medio ambiente y  3) de nuestras reacciones y decisiones.

PERSONALIDAD

 

Ya la Herencia Biológica, es decir, los 46 cromosomas con sus miles de genes, determina grupos humanos característicos y deferentes unos de otros. Los genes que reciben los esquimales no son iguales a los de los cubanos, ni los de éstos a los de los rusos.

Pero el impacto del Medio es tal vez más evidente aún. El clima, los paisajes, la alimentación, el folklore local, la región, la estructura familiar; y luego las experiencias de cada uno (contactos humanos durante la infancia, aprendizajes, enfermedades, accidentes, sustos…)  van conformando  personalidades muy peculiares; de modo que si ya de por si un bebé mexicano es diferente de un bebé japonés, un mexicano de 40 años que ha vivido en México es aún más diferente, mucho  más, de un japonés de la misma edad que ha vivido siempre en Japón.

Las raíces últimas de las  conductas laborales hay que buscarlas  en las psicologías e idiosincrasias nacionales. La cultura es una enorme fuerza determinante de los comportamientos. Es muy estrecha la relación que existe entre la cultura mexicana y la personalidad de los mexicanos. Y si muy a menudo el mexicano aparece poco trabajador, poco  colaborador y poco efectivo, quien pretende comprometerlo con la productividad y con la calidad  a base de discursos políticos, de reglamentos, de reestructuraciones organizacionales, de cursos administrativos,  y de talleres de control de calidad, se queda a nivel de los síntomas, sin llegar al fondo  del problema. Es como quien pretende curar un herpes con pomadas,  o como quien pinta y repinta una pared que se  estropea por una humedad que se filtra desde afuera.

Los dirigentes con más  visión y los  capacitadotes más sólidos se vuelven ahora hacia los pliegues y las entretelas de las idiosincrasias e identidades nacionales.

Si nuestro reto es comprender al mexicano y orientarlo, necesitamos con urgencia conocer la psicología  del mexicano; a su vez, esta psicología, este modo de ser peculiar, se  explica a través de las  vicisitudes históricas. No se puede construir una psicología del mexicano si se ignora la historia de México. Ni tampoco es posible comprender al trabajador mexicano (o al mexicano en el trabajo) sin comprender la cultura mexicana en sus aspectos más fundamentales, no olvidemos que el trabajo es una función de la personalidad, y que el hombre se proyecta en su oficio o profesión.

Es preciso y urgente organizar conferencias, seminarios y  cursos de psicología del mexicano; hacerlo en el contexto empresarial y no sólo en el ámbito académico, en eventos diseñados para los profesionistas y los dirigentes de todos los niveles; y también para los obreros. A todos  nos incumbe la tarea de conocernos mejor. Y deben acudir a ellos sobre todo quienes ocupan los más elevados niveles jerárquicos y las más complejas responsabilidades directivas.

B) La mexicanidad, objeto de estudio Filosófico y Psicológico

 

Existe México por que existe lo mexicano. Ahora podemos decir que la mexicanidad es una vocación y un estilo de vida. Pero no siempre fue así: durante la dominación española  hubo muy poco interés en definir lo mexicano como tal (en aquel entonces sería en rigor lo novohispano). La conciencia nacional se desarrollo a partir de 1821; pero  en las primeras décadas de la  vida independiente otras urgencias y otras prioridades acapararon la atención de los estudiosos y de los pensadores.

Hubo  que esperar hasta principios del siglo XX para ver florecer investigaciones y reflexiones sobre la esencia de la mexicanidad. Uno de los logros más  apreciables y duraderos de la  Revolución de 1910 fue activar el proceso del autoconocimiento nacional: en ella los mexicanos empezamos a encontrarnos con nosotros mismos, y a realizar, como comunidad, el sabio principio socrático: Conócete a ti mismo. Los pioneros fueron José Vasconcelos (1881-1959), Antonio Caso (1883-1946) y Samuel Ramos (1897-1959); y algunos otros integrantes del Ateneo de la Juventud, de feliz memoria.

Vasconcelos: Filósofo  y educador. Fue secretario de Educación  Pública, rector de la UNAM, creador del lema universitario  “Por mi raza hablará el espíritu”; gran  creyente en la intelectualidad  mexicana frente a la anglosajona, ponderó las cualidades y el destino  no los latinoamericanos (“la raza cósmica”), e invitó  con pasión a los mexicanos  adentrarse con profundidad  en sus propias raíces y en su proyección futura. En su época y a su sombra, creadores de la talla de Diego Rivera y Clemente Orozco demostraron  que lo típicamente mexicano puede interesar y conmover al mundo.

Caso: Filósofo y sociólogo. Fue rector de la UNAM y embajador de México en  varios países de América del Sur.

Ramos: Filósofo y educador. Fue director de la Facultad de Filosofía y Letras en la UNAM y pionero de la discusión pública del tema mexicano con su obra El perfil del hombre y la cultura en México (1934), que ha permanecido como un clásico en la materia.
Los tres pioneros fueron, además  de investigadores y maestros, escritores lúcidos y fecundos.

Más cerca de nosotros tenemos estudiosos y  otros centros de estudios. Pensemos en Octavio Paz, en Santiago Ramírez, en Pablo  González Casanova y en tantos otros. Por los años cincuenta se formó el grupo llamado  “Hiperion”, con el propósito de estudiar la filosofía de los mexicanos, y con personalidades tan destacadas como José Gaos y de Leopoldo Zea. De este último son El Positivismo en México, Ciencia y posibilidad del Mexicano, El occidente  y la conciencia de México, entre otras obras.

 

Los traumas a lo largo de los siglos.

Al término de la conquista, que fue destrucción y saqueo de tragedias sin cuento, todo  fue alterado, violentado y sometido a un implacable proceso de desintegración.

La conquista militar y religiosa “fue un cataclismo que dislocó las bases de la relación de la relación a los dioses, al cosmos, al acontecer temporal”*. Como símbolo de afirmación sádica de los europeos podemos tomar la habitual edificación de los templos cristianos sobre las ruinas del respectivo cu: lo nuevo y extraño aplastado, desacralizando y aniquilando a lo más sagrado de los autóctonos: sus dioses.

La doble  conquista expulsó al indio  como protagonista de la historia; lo borró y lo anuló. Muchos de aquellos hombres, desconectados del hilo de su fuerza vital, desmembrados, desarticulados, siguieron existiendo, pero como sombras, como fantasmas. En adelante su lenguaje será el silencio. El desarraigo causó un repliegue y un desgano vital.

La secuencia mas común de acontecimientos garantizaba la total desculturización, según  nos lo ilustra abundantemente Enrique Florescano: “Conquista – frailes -  persecución de hechiceros -  extirpación de la idolatría -  encomienda - esclavitud”.

Los dioses de los vencidos se convirtieron en los demonios de los vencedores, y así  la hazaña de los  europeos redundó en la destrucción de todos los valores de los naturales.
Situación particularmente  espinosa  fu la de la mujer: al unirse al español traicionaba su raza y a su cultura. Pero era forzada a ello. Y los  hijos crecían  a la sombra de la madre y  lejos del padre. Y desde entonces la familia mexicana sufre de exceso de madre y falta de padre.

El mestizo era entonces  un  auténtico “hijo de su madre“: no aceptado ni en el mundo criollo al que aspiraba ni integrado en el mundo indio que podía ofrecerle seguridad y calor. Pero conviene notar que ya en la época precortesiana la mujer era poco más que una cosa. Los caciques  del sureste, con la mayor naturalidad, regalaron  veinte doncellas a Cortés. Cortés tomó  para sí a Malinche, con quien procreó  a Martín Cortés el bastardo, y más adelante la regaló  a  uno de sus amigos. En una curiosa tensión que parece nuestro sino y fatalidad, Cortés y Cuauhtémoc perpetúan en nosotros su lucha secular.

Y observamos que si durante la conquista emerge el indio como protagonista del choque con los europeos, durante la Colonia es la india quien toma el papel protagónico.

Traumáticas fueron las pavorosas epidemias que diezmaron a la población y traumáticos fueron los trabajos forzados en las minas y en la construcción de palacios, de templos y sobre todo de los  enormes conventos que adornaron todos los ámbitos del territorio nacional y que eran, además, fortaleza y refugio para los españoles y símbolo del poderío  de cada una de las órdenes evangelizadoras.

Las tres órdenes (franciscanos, dominicos y agustinos), rivalizaron entre sí  en fundar pueblos de indios, donde los naturales se mantenían separados de los españoles; los indios les sirvieron  de materia prima para un proyecto que habían fabricado muchos misioneros ya desde antes de partir para América, una especie de ciudad celestial como réplica a la ciudad terrena.

Para realizar un eficaz control político, un eficiente cobro de tributos y una mejor evangelización de los indios, el gobierno virreinal tuvo la ocurrencia de juntar a los autóctonos en poblaciones de traza europea que poco o nada tenían que  ver con las actividades de los indígenas.

Por otra parte Richard confirma: “Todos estos pueblos se hallaban enteramente en manos de los religiosos aun en asuntos temporales”.

El renacimiento significaba primero la crítica y luego el colapso de la cultura de la Edad Media. Se pensaba en una nueva sociedad, pero aún no se encontraba el modelo  para  la posible reorganización. Tomás Moro soñaba  y hacia soñar con la utopía… El nuevo mundo pareció a  muchos descubridores el paraíso terrenal aun existente, y muchos misioneros creyeron que su misión providencial era instituir en estas tierras vírgenes la sociedad paradisíaca que en la Europa sofisticada y corrupta ya nos se podía realizar.

No podemos extendernos aquí sobre el particular, pero  cualquiera entiende que a causa de  esta drástica separación y encierro de los indígenas y casi 500 años después, aún muchas comunidades no se acaban de integrar a la sociedad nacional y siguen siendo en el sentido más literal, “marginados”.

Los españoles no supieron colonizar y la única “defensa” que se les da es que hubo  otros  conquistadores peores que ellos.
La sociedad del virreinato –sociedad de castas, sociedad desintegrada, no comunidad sino yuxtaposición de grupos- dio  origen al tipo popular cínico, pícaro, corrupto, destructor. El pelado se colocaba frente al gachupín, sinónimo éste de privilegio, proteccionismo, y monopolio, y se oponía al criollo, sinónimo de libre comercio y de lucha por medrar.

Sociedad piramidal como la que más; dogmática, opresiva, ritual, explotadora; sociedad donde “las ejecuciones de los reos… se hacían con la solemnidad de un oficio religioso”.

No sólo en los rudos inicios del siglo XVI, también en los siglos XVII y XVIII los trabajadores gemían devaluados: eran “mano de obra”, en el peor  sentido de la cosificación del hombre. Alejandro von Humboldt habría de señalar que en los obrajes –embriones o anticipos de la fábrica- los obreros laboraban y malcomían en un ambiente infrahumano, casi como animales.

Y en cuanto a los indios, el repartimiento, a diferencia del cuatequitl precolonial, no reconoce ni hace uso de la especialización de trabajo que tenían las comunidades. En principio todos hacen lo mismo, o más  bien lo que se requiera… En el trabajo obligatorio  los indios son sólo fuerza mecánica, que se aplica indistintamente a tareas cuyos objetivos los determinan los  españoles y cuya razón responde exclusivamente a los intereses de aquellos.

En 1753 por orden real de Carlos III se llevó a cabo la gran secularización de las doctrinas, retirando a los misioneros franciscanos, dominicos y agustinos del cuidado de los indígenas, y a raíz  de esto muchos quedaron como huérfanos, desamparados. No habían madurado como adultos; no podían haberlo hecho ante un paternalismo dogmático y opresivo.

Hacia fines del siglo  XVIII toman cuerpo los movimientos pro independencia; los protagonizan los criollos para sus propios intereses, no  los mestizos ni los indios; pero  los primeros hábilmente alborotan a los segundos y a los terceros, y así tienen carne de cañón a precio de regalo.

Para cohesionar una población  escindida por mil desigualdades, los criollos utilizan un símbolo religioso-patriótico: la Virgen de Guadalupe.

En su momento Hidalgo llamará a la “Virgen mexicana” a declarar la guerra contra la Virgen española: la Guadalupana avanzará luchando y matando realistas, contra la Virgen de los Remedios que aplasta insurgentes.

Ya en los primeros años de la Colonia se satanizaba cualquier conato de insurrección contra la corona española. “el demonio, como perdidoso  de  esta tierra, que tenía por suya, ha de poner toda diligencia que pueda para restituirla, si pudiere”.
Si así se presentaban las cosas  al día siguiente de la Conquista, ahora, tras tantos años y siglos  de  “orden establecido”, a priori era más fácil desacreditar a los rebeldes. Y observaremos que mientras el bajo clero,  pobre y sometido, se convirtió en un venero de liberales, el alto clero, el de los privilegios, enarboló con firmeza y dureza la bandera conservadora, y lo vemos empeñado en presentar  y en hacer presentar en púlpitos y confesionarios a los insurgentes como blasfemos, herejes, sacrílegos y traidores y en intimar la fidelidad al rey de España como un fundamentalísimo dogma de fe cristiana.

Para amedrentar a los mexicanos que demostraban tendencias  más  o menos ostensibles a favor  de la libertad, se recurrió a las armas que sobre las conciencias podía esgrimir  todo sacerdote adicto a la dominación española. El confesionario mismo se puso a disposición del poder civil para denunciar como reos de traición a la patria a aquellos que cometían la debilidad de decir a los sacerdotes  que eran adictos ala causa de la independencia.

El desenlace  fue como de novela tragicómica; al darse en España en 1820 una revolución liberal que restringía los privilegios de la nobleza y del clero, la nobleza y el alto clero novohispanos hicieron un viraje de 180 grados y adoptaron con pasión la causa de la independencia que con tanta saña habían combatido. Encomendaron a  un activo realista, Agustín de Iturbide, que encarnara la insurgencia y consumara la independencia, y  le dieron todas las  facilidades ad hoc  ellos tenían  la sartén por el mango.

Iturbide recompensó con ascensos a quienes  lo apoyaron en su fulminante campaña y en su fácil victoria, y -¡paradoja hiriente!- todos cuantos recibieron el grado de general en la nueva república habían sido realistas, excepto Guerrero. Así al cabo de once años (de 1810 a 1821), la independencia se había consumado; pero sus términos son muy diferentes a los que la revolución popular había planteado. La rebelión no propugna ninguna transformación importante de antiguo régimen. Ate las innovaciones del liberalismo reivindica ideas conservadoras. Sobre todo se trata de defender a la iglesia  de las reformas que amenazan y  a las ideas católicas de su  “contaminación” con los filosofemas liberales. De allí el apoyo  entusiasta, incondicional que presta  la Iglesia  al movimiento; lo presta  como una cruzada para salvar a la “Santa Religión amenazada” y a Iturbide como un “Nuevo Moises” enviado por Dios… Desde el punto de vista social es claro que el movimiento de Iturbide no  tuvo nada en compón tonel Hidalgo y Morelos.
¿Paradoja? ¿Ironía? ¿Acertijo y enigma social?
En cierto modo, los indígenas (tlaxcaltecas) consumaron la conquista y  los españoles (hijos de españoles) consumaron la independencia.

¡El mundo al revés!

¡De veras que somos un país peculiar!

Pero los traumas no habían terminado. Apenas a los 26  años de la independencia, en 1847, cuando podríamos decir que México  vivía su adolescencia, sufrió la bárbara mutilación demás de la mitad de su territorio. Mutilación que en la psicología del pueblo  se ha vivido como una castración. Los causantes fueron los vecinos del norte, los mismos que hoy se muestran tan solícitos  de nuestro bienestar…

En 1854-1857 fue la Reforma; empeñada en fundar  un México moderno negando su pasado, con aspiraciones a una  nueva liberación nacional, esta vez sí de verdad.
El mexicano no quiere ser indio ni español. Tampoco quiere descender de ellos. Los niega… la reforma es la gran ruptura con la Madre.

La Reforma culmina con la Constitución de Febrero de 1857, condenada a más no poder por la Iglesia, que prohíbe (marzo de 1857) se absuelva en la confesión a cualquier católico que haya jurado a la Constitución si no presenta una retractación pública. Nuevo trauma para la conciencia religiosa del pueblo, que se ve  ante la disyuntiva: ¿enemigo de mi religión o enemigo de mi Estado?

Y sigue la aventura de Maximiliano de Habsburgo, que llega con todas las bendiciones papales.

Y el conflicto de fidelidades se  extrema hasta el paroxismo.

Luego viene el Porfiriato con su nuevo feudalismo y con su paz sepulcral: hay orden cívico, pero con su deslumbrante riqueza para una aristocracia soberbia, y cruel miseria para las muchedumbres de camisa y calzón blanco, para los peones acasillados explotados vilmente en las tiendas de raya.

La Revolución  de 1910 fue un cataclismo que desquició el orden social del porfiriato con el señuelo de la justicia, la democracia y la libertad; convulsión popular que habría de costar al país un millón de muertos. Pero con resultados muy diferentes de los esperados y planeados. Madero quedó  atrapado en las garras del régimen vencido, y al cabo de  diez años ya había emergido un nuevo statu quo, también resultado del privilegio y de la injusticia social.

Al ir corriendo los decenios del siglo XX  México  ha sufrido otra conquista: el neocolonialismo del poderoso vecino del Norte, que nos ha invadido con su diplomacia, con sus transnacionales, con sus productos, consumistas, con sus espectáculos, con sus modas, su lenguaje, su american way of life, creándonos actitudes ambivalentes: de admiración y de coraje, de envidia y de rechazo. Sabemos que  el coloso imperialista nos domina, nos controla; que manipula nuestra economía y nuestra política; que la misma gesta nacionalista que  tanto nos enorgullece – la  expropiación petrolera- fue promovida por los norteamericanos  para expulsar a sus competidores (europeos) de México, provocar una disminución  de las exportaciones de petróleo y lograr  una dependencia tecnológica petrolera de México hacia Estados Unidos.

Al final de los años setenta, y todavía ante la euforia de nuestra recién descubierta riqueza petrolera (“tenemos que aprender a administrar la abundancia”, advertía el presidente de la República), nos esperaba otro trauma: el de las devaluaciones que pulverizaron el peso mexicano y el de la inflación galopante  con el consiguiente  empequeñecimiento implacable de los salarios.

Y para rematar la cadena de experiencias traumáticas a nivel colectivo, ahora el problema del control de la natalidad, exigido por la sociedad y reprobado tajantemente por la Iglesia Católica, y  el del aborto, reprobado  por ella misma y por  otros grupos e instituciones, en tanto que apoyado por  otros mexicanos como arena de modernidad y prenda de la necesaria emancipación femenina.

 

La sociedad mexicana actual.

La sociedad mexicana no es una unidad  bien integrada, sino en cierto  sentido, un mosaico. No  hemos superado las castas. Pero existe un común denominador: un medio cultural que hace que todos, incluidos los indios y criollos, seamos culturalmente mestizos.

Somos dos naciones en una: la nación moderna, la de la minoría privilegiada que  acapara  ciencia, riqueza, poder, y la de  la mayoría oprimida y marginada: polarización de explotadores y explotados. El mexicano de la clase “alta” sigue buscando un privilegio por encima de la ley, y nuestra política no es la representación ni la expresión del pueblo, sino  una esfera separada de la sociedad; madeja de manejos turbios detrás de los bastidores del escenario  nacional. Si buscamos definir un perfil, encontramos que la tendencia  y la tónica es la inhibición y repliegue, junto con  una apertura sumisa y afectiva: Si tomamos  en cuenta a toda la república, el mexicano más frecuente es el obediente afiliativo.

Por vivir en una época de cambio acelerado, observamos un tenaz conflicto de fuerzas culturales (la tradición) y de fuerzas contraculturales (la modernidad); siendo las más significativas de este segundo tipo la ciencia, el avance de la tecnología, el cosmopolitismo, las migraciones, los modelos extranjeros, y la movilidad social en general.

En este capítulo destacaremos los siguientes aspectos de la sociedad mexicana: la familia, la mujer, los jóvenes, las clases sociales.

A) La familia

En  las clases populares el padre sigue siendo una especie de dueño de la mujer y de los hijos. Por eso éstos se refieren a  él como “mi jefe”, “el jefe”. Con frecuencia  priva un ambiente de miedo, desconfianza, simulación, agresividad reprimida, chantajes sentimentales, resentimiento y odio. Muchos matrimonios se mantienen sólo por el miedo de la mujer a separarse, o por una moral mitológica y dogmática, lo que viene a redundar en lo mismo: miedo religioso y sacral.

Los problemas de identidad y de sumisión, los conflictos con la autoridad, la dificultad en superar la etapa maternal (edípica) son tales que se puede concluir con facilidad que la constelación resultante  es favorable  al desarrollo de la neurosis.

Un estudio célebre de Luis Leñero Otero, presidente del IMES arrojó que en las familias tradicionalistas (75% al momento del estudio) la mujer protegida, dependiente, aceptaba  de buen grado su minoría de  edad; en tanto que en las  “modernas”, 25% pugnaba por abrirse paso  la tendencia igualitaria, y que estas familias sufrían diversos  tipos de desajustes, connaturales al cambio.
En la relación laboral muchos obreros, sometidos al autoritarismo del patrón, interiorizan el papel de opresor y sin darse cuenta están expuestos a reproducirlo en su relación de pareja.
Análogamente, el burócrata, frustrado por mil experiencias de servilismo, llega a su casa y se desquita mangoneando sobre su mujer y sus hijos.
Pero no priva la misma norma en el mundo de los afectos (familiares o amigables) y en el de la productividad  laboral.

 

Sondeos sobre filosofía de la vida en dos culturas, la norteamericana  y la mexicana, nos revelan el grado de importancia y de compromiso que supone la defensa de los derechos de la familia y de las personas en uno y otro medio. Dan prioridad y entregan su energía:

                                       En Estados Unidos           En México
A los derechos de la familia      22%                                  68%
A los derechos personales                 78%                                  32%

Los mexicanos se muestran más cooperativos (cultura colectivista); los gringos, más competitivos.

 

B) La mujer.

En la cultura azteca   lo mejor que  podía sucederle a  una mujer era morir al dar a luz; las que así morían adquirían el rango de diosas. Se trasluce aquí la poca importancia que se les concedía como individuos. Y podemos inferir que la racionalización servía para quitarles    el miedo a la muerte, que de seguro estaba a  la orden del día  para las parturientas.

Los precortesianos  habían dado una dimensión cósmica a la inferioridad de la mujer al equipararla a la Tierra (frente al cielo, masculino), a la Luna (perdedora frente al Sol Vencedor) y a la oscuridad (polo negativo frente a la luz). No solo durante la  colonia sino también después  del mestizaje, la historia azarosa del hombre se vive como una culpa cuya primera responsable fue la mujer, y se sobrepone el refuerzo de la idea judeo-cristiana de que el pecado entró al mundo a través de la mujer (Eva), provocada por la serpiente del paraíso.

La india que da cabida en su vientre al semen extranjero es  la nueva Eva, o la nueva Pandora. Y así vemos a lo largo de los 300 años de la Colonia  a la española altiva, a la criolla  orgullosa y agresiva, a la mestiza confusa y a la india devaluada y sumisa.
A diferencia de lo que sucede en las culturas anglosajonas, la mujer mexicana es más madre que esposa, se define más como protectora de los hijos que como compañera del hombre.

Entre nosotros apenas en 1953 se le otorgó el voto a la mujer, es decir, se le dejó salir de la minoría de edad política. Compárese esta fecha con la de Nueva Zelanda (1893), Finlandia (1906), Noruega (1913), la de la tradicionalista Inglaterra (1918), etc.

Al trazar un perfil psicológico de la mujer mejicana, la encontramos:
•       Abnegada: se deja nulificar como persona; no vive para sí sino para otros; no exige ni protesta. Proyecta así, a su pesar, un fondo de masoquismo.
•       Disimulada, fingida: por que repliega celosamente un mundo de vivencias; la cultura la h obligado a buscar máscaras para manifestarse a medias.
•       Sometida: de niña al padre y a la madre; de adulta a su hombre, tal vez  al hermano mayor; se le orilla a vivir el sexo más como posesión ajena que como íntima relación interpersonal. La posesión por parte del hombre es económica, psíquica y física.
•       Religiosa: con esa religiosidad hecha de resignación, pasividad y espera, que no es la  esperanza proclamada por el cristianismo genuino.
•       Tradicionalista: la mujer tiende a simbolizar el pasado; el hombre el presente.

Muy recientemente, y por influjo del cine extranjero, se ha ido perfilando otro tipo de mujer: la mujer moderna, liberada; de modo que coexisten dos estereotipos muy contrastantes: el primero, la dulce, fiel, amorosa, abnegada, dependiente, no responsable de sí fuera del hogar; el segundo la ambiciosa, manipuladora, traidora, prostituta, cómplice.
De esta situación de tesis y antítesis  tendrá que irse madurando la síntesis del justo medio y del equilibrio.

C) Los jóvenes

 

Su psicología es diversa según la clase social y otros muchos factores. No podemos ir a detalles para cada caso. Aquí nos limitamos a un panorama general, tomando   como base  a la clase media y advirtiendo que los  más autoafirmativos son  los jóvenes ricos y de ciudad grande y los menos autoafirmativos  son los pobres y de campo o de poblado pequeño.

Características sobresalientes de su autoimágen:
•       Tienen conciencia de ser una clase o estrato dentro de la sociedad.
•       Tienen conciencia de  vivir en el país de  la corrupción, y que de esto afectará pesadamente su trabajo y su desempeño profesional.
•       Por causa del diluvio de estímulos que reciben de los medios masivos, viven en función de la simulación y de un hedonismo superficial.
•       Suelen ser madejas de contradicciones y de frustraciones por ejemplo:
o      Quieren ser dueños del  mundo (de este mundo) y quieren transformarlo hacia una sociedad más justa y más limpia (la utopía).
o      Critican la sociedad de consumo, pero la asimilan y viven en ella y de ella.
o      Son izquierdistas: defienden los postulados del socialismo, pero se acomodan en los espacios facilones del capitalismo.
o      Desafían a los intelectuales, pero en la universidad quieren asumir el papel de intelectuales.
o      Critican y cuestionan el mundo moral de sus padres,  pero sienten culpa por alejarse de él y transgredir sus normas.
o      Ven la universidad como instrumento político, como una palestra de combate, más que como una casa de  estudios;  como si fueran un partido.
o      Ven el matrimonio como conformismo, tedio, imposición social, estancamiento, pero sienten que tendrán que encauzar su erotismo hacia el matrimonio.
o      Se interesan mucho en el deporte, pero lo ven como  huída, agresión, violencia, revancha, palestra de prestigio; no tanto como ejercicio físico, afirmación de vitalidad y expansión de la persona.
o      Sueñan en un coche (los ricos, en un coche de superlujo) que no es en primer lugar medio de transporte, sino seguridad, independencia, libertad, aventura, riesgo, prestigio, medio de ser diferente de de autoafirmarse; y se enamoran de su coche: del real o del imaginario.
o      No saben  divertirse; no saben distinguir entre el ocio positivo, es liberación y que es diversión, y la ociosidad que es vacío y enajenación.

Hay una dificultad  específica  para los jóvenes del sexo masculino: tienen que superar fuertes presiones hacia conductas antisociales: Al  mexicano medio se le enseña, desde niño, que la fuerza, no el espíritu, es el factor primordial del triunfo. ¡No te rajes si te buscan pleito! ¡Hazte respetar!, es decir, imponte físicamente a los  otros. En una selva de chingones, en la que todos quieren chingar, el trabajo cuenta poco. Las ideas  menos. Lo único que  vale es el valor personal y en última instancia la capacidad de imponerse.

 

D) Las clases sociales y castas.

Oficialmente en la retórica de los funcionarios, México es un país  democrático, donde la igualdad es uno de los valores axiales. De hecho  presenta una acentuada y muy heterogénea estratificación, donde las  mayorías quedan ubicadas en la "cultura de la pobreza". En efecto, son  dramáticas las diferencias entre los pocos ricos-ricos y los muchos pobres- pobres.  a) Los de abajo.

Son los marginados, desnutridos, humillados. Algunos con conciencia de explotados y otros sin ella.

Su mejor símbolo: el indio triste, sin voz y sin rostro. Un estudio de  Dumont-Motin nos da un cuadro desolador: 27% de la población padece  hambre, y 50% están mal alimentados.

Se sigue devaluando al indio, se le tiene por mañoso e indigno de   confianza. Se sigue repitiendo el antiguo dicho, que tanto fondo de agresión tiene: "no tiene la culpa el indio sino el que lo hace compadre".

Una masa de parias sin energías y sin entusiasmo de vivir; como rasgo psíquico más saliente tenemos la resignación; como quien dice, la   psicología de la impotencia y de la derrota. 

 

 E) La clase media.

Los clasemedieros suelen ser gente dinámica, pero, centrados en su  propia promoción, poco se interesan en entender al país y de resolver  los problemas nacionales. Alimentan sueños de riqueza y de poder  muestran mucho espíritu de competencia; tienden a aparentar y presumir'  Viven de la simulación, la mistificación, el autoengaño; se mueren por  usar productos importados de Estados Unidos. Este clasemediero empieza  por engañar a los demás y acaba engañándose a sí mismo. En suma, una   estructura de enajenación y simulación", como dice el sociólogo Careaga.

Si actúa en política es por prestigio personal y desahogo de sus tensiones y por esperanza de medrar, no por el servicio al bien común que  teóricamente define a la política.
En las mujeres de esta clase se está haciendo bastante común el segundo estereotipo femenino de los dos que señalamos anteriormente en  este capítulo.  c) La clase poderosa.

Es la que encama la auténtica contrarrevolución, o la revolución congelada; si bien acude retóricamente al tema de la Revolución mexicana,  previamente mitificada. Es la aristocracia económica que controla los medios de comunicación y que controla la empresa y los obreros; capaz de anular cualquier insurgencia obrera desde su embrión.

La que ejerce control sobre el campesinado; y control sobre la ciencia y sobre los espectáculos.

Detrás de las bambalinas existe un diálogo íntimo entre el Estado y el gran capital, los únicos superpoderes en México. La autollamada "familia revolucionaria" es una cúpula, un verdadero clan o una mafia bien organizada.

La sucesión presidencial es el acto por el que el rey en tumo premia al más adicto de sus cortesanos.

Parece escrito para la sociedad mexicana y para la política mexicana el viejo proverbio, que adaptamos: "Nada es verdad, nada es mentira. Todo es del color del sexenio en que se mira".

Se ha borrado la distinción entre el alto funcionario y la alta burguesía.

Estos poderes, convertidos en cotos cerrados, todo lo tienen controlado y previsto. Ya desde los años en que se van formando sus retoños, disponen de escuelas y universidades superelitistas, verdaderos baluartes del poder capitalista, que los aislan del pueblo real y verdadero; fortalezas ubicadas en el polo opuesto a la integración nacional de los mexicanos, y más aún de la igualdad y de la lucha por la justicia social. Dice el investigador Pablo Latapí, aludiendo al hecho de que muchas de estas instituciones se anuncian como católicas: "Pagan el precio de existir re-forzando lo que dicen rechazar... la Iglesia en su presencia universitaria da la espalda a su opción preferencial por los pobres, pese a todas las Pueblas".

Cuatro de las siete universidades más caras del país son manejadas por institutos de la Iglesia Católica, y en todos los ámbitos del territorio nacional, estudiar en un colegio religioso elitista implica, no un alto grado de fe cristiana, ni especial devoción a los valores ético-religiosos.  Equivale a no revolverse con los hijos de los proletarios, a disfrutar un  ambiente de gente de buen ver y buen vivir y a anudar promisorias relaciones con los poderosos. Así el clasismo queda disfrazado de "familia  muy cristiana", "buena educación", "formación en los sanos principios  morales", y cosas por el estilo.

De este modo, al igual que en la Colonia, también hoy la Iglesia viene a ser la legitimadora del nuevo sistema de castas. Lo que ahora, a través de la racionalización sutil de "educar a las clases dirigentes y ricas". 

 El individualismo  De un país que ha sido siempre manejado como "el proyecto de una  minoría", difícilmente se puede esperar otra cosa que poco sentido social y mucho personalismo individualista. El mexicano no es muy institucional. Algunos de los síntomas de ello son: Un país de héroes y de caudillos; pero entendiendo al caudillismo      como una deformación social, opuesta a la democracia.

 — Muchos comportamientos desorganizados, indisciplinados, en todas      las esferas de la vida laboral y social. — Poco sentido social y de cooperación; por esto, y sin negar las honrosas excepciones, en México las cooperativas fracasan o languidecen.

 —Poca responsabilidad social. Los puestos políticos son feudos personales, graciosamente llamados "huesos"; y para nadie es un misterio que la corrupción es la regla entre los funcionarios. Cada      sexenio, en "año de Hidalgo", barren con todo lo que pueden. — Hay muchos llaneros solitarios y muchos hombres-orquestas. El  mexicano prefiere trabajar solo: no cree en el equipo. Muy diferentes son en esto los anglosajones. Cuatro norteamericanos juntos valen más y pueden más que cuatro norteamericanos separados. Por fortuna las presiones de la competencia y la capacitación en las empresas  ya apuntan a un cambio sustancial en este renglón. — Por ello mismo, los mexicanos han florecido más como artesanos     que como industriales, porque la industria moderna exige equipos  bien integrados y la artesanía no. — Como deportistas sobresalen, no en los deportes, de equipo, sino en los individuales: natación, clavados, caminata, boxeo, equitación. —Como científicos nos ofrecen éxitos aislados, genialidades curiosas     de Fulano o de Zutano.     — Como seres religiosos acusan una religión personalista, sentimental, utilitarista, contractual, de "doy para que me des".

Ya vimos de qué polvos resultan todos estos lodos: polvos lejanos de iominación colonial, polvos cercanos de familias que no son equipos y w proveen buenos modelos de organización social.
Y resulta y resalta una paradoja: el mexicano tiene sentido de clan y 10 tiene sentido de equipo. Las connotaciones psicológicas de uno / otro son diversas: en este último, eficiencia, colaboración, mientras que en el clan, afectos, aceptación y seguridad.
 
 

El trabajador mexicano

 

OBJETIVOS
    1. Analizar las actitudes y motivaciones más comunes del trabajador mexicano a fin de comprender sus comportamientos en el medio laboral.
   2. Asimismo, enfocarse en la relación humana, incluyendo a la contraparte del trabajador, que es el dirigente, y estudiar cómo éste suele fomentar algunas actitudes y comportamientos negativos.

 

F) Sus actitudes

Femando Benítez describe pintorescamente a los nietos de los conquistadores yendo durante años de oficina en oficina de la burocracia virreinal, pretendiendo "mercedes" que les resuelvan todas sus necesidades económicas sobre el alegato de ser nietos de sus abuelos, "defendiendo con uñas y dientes el sagrado derecho de no trabajar que para ellos habían conquistado sus antecesores". Y como contra parte, durante los siglos coloniales "prevalecía el criterio de que a la población nativa sólo se le podía inducir a trabajar por medio de la coacción y el látigo".

"Todos quieren ser señores para vivir en la ociosidad", decía Miguel José Sanz, abogado de la Real Audiencia y fundador del Colegio de Abogados de Valladolid (hoy Morelia) (1756-1814). Por otra parte, Indalecio Liévano Aguirre en su libro Bolívar nos da la clave de algunas actitudes laborales que prevalecen en las ex colonias españolas: "Millares de aventureros formados en las guerras de Italia y de Flandes y acostumbrados a la rapiña y al saqueo trajeron al Nuevo Mundo el clásico concepto español sobre la economía: desprecio por las artes manuales e intelectuales que crean la fuente de producción, y el deseo de apoderarse  simplemente de la riqueza para gozar del esplendor que proporciona".
Encontramos que en el siglo XVII, la Corona vende muchos puestos  públicos (alcaldes, corregidores, etcétera); lógico es que tengan acceso  a ellos sólo los ricos que concentran y acaparan el poder, estableciéndose  el cargo público como instrumento de beneficios, riqueza y patrimonio  personal y no como deber público y servicio a la comunidad.

A diferencia de lo que es hoy Estados Unidos, México no surgió como país de inmigrantes que llegaban a trabajar, luchar y competir más o  menos en plan de igualdad. Aquí toda la estructura sociopolítica y religiosa era piramidal y estratificada; una sociedad de privilegios, no de  méritos. El camino para adquirir dinero, poder y prestigio no era el trabajo  esmerado y productivo, sino los nexos con Madrid, de donde llegaban  los títulos nobiliarios, las cédulas reales y los puestos jugosos de poco  trabajo y copiosas rentas. Al irse extinguiendo la encomienda (prohibida  ya en el siglo XVI, pero defendida a capa y espada por los hijos y nietos  de los conquistadores) fue surgiendo el repartimiento, y luego, poco a  poco, la hacienda.

Notemos que el común denominador de estas tres formas de manejo  laboral es uno solo: el trabajo como servidumbre. Y deduzcamos lo que  esta situación implicó en la formación. Y ya en los albores de la época  industrial, muchas empresas nacieron como extensiones o derivaciones  de las haciendas. La mentalidad del hacendado se resumía en este principio: "Yo soy el dueño; yo soy el que sabe; yo tengo el poder. A ustedes   les toca obedecerme en todo. Si lo hacen, me encargo de ustedes, pero,
¡cuidado con oponerse y rebelarse!" De aquí la cultura de tratar siempre   de quedar bien con el de arriba. Y en el ámbito político la tradición del partido dominante ha reforzado este servilismo. La escuela, por su parte   crea un clima autoritario en el que no coincidir con el profesor es estar   contra él y atraerse su mala voluntad. Y para rematar, la legislación laboral mexicana es tan protectora del trabajador que propicia el infantilismo.

Mucho nos queda a los mexicanos del 2000 del prejuicio novohispano de que el trabajo manual es servil y de que el hombre de clase elevada no trabaja sino que vive de sus rentas, si no es que legisla manda y guerrea.

Para comprender al mexicano en el ámbito laboral, hay que distinguir   entre el empresario o directivo y el personal que labora bajo la dirección   de estas personas. La perspectiva del trabajo y los logros que obtienen  son diferentes, pero desde luego se da una interacción entre unos y otros.
El análisis previo de este libro nos da un perfil característico del mexicano, que por supuesto se refleja en el trabajo. La dependencia en algunos  casos, el individualismo en otros y la autodevaluación de muchos son  elementos presentes en las relaciones laborales. Explican la escasa motivación para el trabajo de grupo y el excesivo deseo de conquistar poder  y estatus a través del influyentismo y del recurso económico. "Mantener  la propia estima es, según creo, la más poderosa necesidad del trabajador  mexicano. Dada su intensidad, puede no ser sólo buscada directamente  sino bajo máscaras distintas: sexualidad, dinero, etcétera."

Muchos mexicanos ven en el trabajo sólo un medio para subsistir  Solicitar empleo "de lo que sea" es la petición más escuchada; se busca  trabajo, es decir dinero. Por otra parte, muchas organizaciones en México tienen los mismos conflictos: competencia interna excesiva que se  traduce en entorpecimiento de labores, envidias y actos desleales a la  empresa.

En las organizaciones mexicanas —dice Horacio Andrade en un análisis de la cultura organizacional de nuestro país— "hay una fuerte lucha por el poder y las áreas suelen convertirse en feudos que compiten entre sí, por lo que la colaboración y los trabajos interdepartamentales son poco frecuentes. El trabajo en equipo es prácticamente inexistente e incluso se llega a dar muchas veces una competencia por sobresalir y obtener logros individuales aunque para ello se tenga que recurrir al boicot de los demás”.

También encontramos exceso de parloteo del personal y exceso de celebraciones que se realizan no trabajando y que obviamente repercuten en baja productividad. Unido a esto hallamos el alcoholismo que encuentra un campo propicio en los festejos.

En México existen oficialmente un número considerable de días no  laborales. Además, en muchas empresas se otorgan días de descanso  obligatorio como "conquistas sindicales": se festeja o se le da el día al  trabajador en su onomástico, se festeja el día del santo del jefe, el día del compadre, el día de la madre, el aniversario del sindicato, de la empresa, etcétera: el trabajador mexicano festeja hasta el día de pago (quincenal o semanal) y todos estos "acontecimientos" se celebran brindando.

Pareciera que estamos demasiado necesitados de compañía. A este respecto, en una encuesta realizada por el Centro de Estudios Educativos, A.C., en 1982,5 se encontró que el estado anímico emocional de más de la mitad de los mexicanos es negativo o muy negativo (53%) y sólo en el 13.4% es positivo.
Este estado anímico se compone, según los autores de la encuesta, Narro Rodríguez y Hernández Medina, del estado físico y psicológico que logra el equilibrio de la persona y que la hace sentirse tranquila, satisfecha de sus logros, valorada por los demás, interesada en las cosas, como si marcharan viento en popa y a total satisfacción.

Este estado anímico poco positivo, refleja o confirma la percepción devaluativa que ya se ha mencionado. Entonces pareciera que estar con amigos le permite al mexicano "ser alguien".

Por otra parte se registran altos índices de ausentismo, de impuntualidad y de accidentes y de enfermedades de trabajo; así como una alta rotación de empleos. Todo ello síntomas de la misma enfermedad.

Si el mexicano desprecia a la muerte porque es "muy macho" y porque  al fin y al cabo se tiene que morir, ¿por qué respetar las normas de seguridad e higiene y de protección a la salud?

Su actitud resignada y fatalista ante la vida, su percepción distorsionada del tiempo, unida a su sentido mágico-religioso de los acontecimientos, le hace aceptar cualquier eventualidad de esta naturaleza, incluso el  desempleo temporal o permanente a causa de incapacidades físicas,  parciales o totales.

La poca estimación de sí mismo también contribuye a su desprecio  por la muerte, al igual que sus frecuentes inasistencias. Falta porque no  se siente útil o valioso; llega tarde por lo mismo. Este desprecio a sí mismo se revierte en desprecio a los demás.

Pese a que los mexicanos somos tan amigables y buscamos la compañía de otros, la actitud desconfiada, insegura y dependiente impide la participación colaboradora en los grupos de trabajo. Muchos mexicanos   se mantienen con reserva y a la expectativa, posiblemente por haber   sido engañados y manipulados por siglos; pues se ha abusado de su   actitud servicial. Por otra parte, se muestran cautelosos hacia el dirigente   y hacia los compañeros. 82.3% de los encuestados por el CREA, cuando se les preguntó si se puede confiar o no en la gente, dijo que es mejor   proceder con cautela; 52.4% siente que ahora la gente está menos dispuesta a ayudar a otros; 58.14% no pertenece a asociación o grupo alguno.
Eso significa que pese a la necesidad de compañía no hay participación   grupal, difícilmente se logra integrar buenos equipos de trabajo; por la   falta de compromiso, uno nunca puede estar seguro de lograr algo en   grupo o con la participación de todos.
El concepto de lealtad al grupo se limita a la protección mutua en caso de cometerse indisciplinas, errores o incumplimiento del trabajo y en   ocasiones se ha llegado al extremo de convertirlo en una norma explícita   donde ningún trabajador puede atestiguar en contra de un compañero   aun cuando haya incurrido en una grave falta. De lo contrario el trabajador   es rechazado, sancionado y hasta expulsado por el grupo. Éste no es  sino reflejo de una cultura sobreprotectora; no es lealtad sino encubrimiento y complicidad.

Por otra parte, rehusa asumir el liderazgo por temor a ser rechazado  (alta necesidad de ser aceptado), por considerar que no está suficientemente capacitado (escasa estimación de sí mismo), porque representa  mayor responsabilidad (dependencia) y porque tal vez termine siendo el  único que trabaja (desconfianza). Seguramente a esto se debe la escasez  de liderazgos auténticos, democráticos, participativos.

A veces se busca el liderazgo formal porque da estatus y esto satisface  la búsqueda de prestigio y reconocimiento.

Cuando obtiene el liderazgo, el antiguo súbdito se muestra autoritario; surge su deseo de poder más que de logro.

El trabajador sometido a la autoridad y a la fuerza del directivo interioriza el papel de la autoridad e inconscientemente se dispone a repetirlo.

Es una actitud ambivalente porque rechaza la autocracia aunque se  somete a ella. Pero cuando tiene oportunidad él mismo ejerce ese estilo directivo, ya sea en su familia, o como profesor, o en los sindicatos o en la empresa. No hay más que ver la prepotencia típica y clásica de los judiciales, de los soldados del ejército y de muchos funcionarios que no son capaces de asimilar el hecho de sentirse con un poco de autoridad-oscuros y rancios complejos se apoderan de ellos.
 

G) Sus motivaciones laborales

 Las necesidades son los motores de la conducta, son los dinamismos que mueven al individuo a buscar su satisfacción. Una necesidad satisfecha ya no es una motivadora y cuando las expectativas de lograr lo que se desea son escasas, pierde fuerza motivadora esa necesidad.
Se ha visto que se pueden encontrar sustitutos para la satisfacción de las necesidades. De tal forma que la intensidad de la motivación de una persona para actuar depende de la fuerza con que cree que puede alcanzar lo que desea o necesita y de la intensidad del deseo.

Otra variable capaz de desmotivar es la de desproporción entre el esfuerzo realizado y los logros obtenidos.

Estas consideraciones son premisas importantes para explicamos por qué el mexicano se siente desmotivado para el trabajo. Inventa frases como "la ociosidad es la madre de una vida padre"; "el trabajo es tan malo que pagan por hacerlo"; "los listos viven de los tontos y los tontos  de su trabajo"; "los patrones hacen como que me pagan y yo hago como  que trabajo"; "el trabajo honrado hace al hombre jorobado"; "el trabajo  embrutece" (en parodia al refrán castellano: "el trabajo ennoblece").  Por eso, al mexicano se le ha representado durmiendo bajo un gran sombrero.

Lo que sucede en realidad es que sus expectativas de obtener logros,  reconocimiento y autoestima son escasas, su sentimiento de minusvalía  le hace suponer que difícilmente puede lograr algo, y menos por sí solo.  Preferiría unirse a otros pero como desconfía de sí y de los demás, no se  arriesga; el camino más seguro es buscar una mejoría económica que le  lleve a subir en la escala social y poder ser importante a través de sus  bienes materiales o de sus conquistas amorosas. De ahí su actitud fanfarrona.

Encuestas realizadas por el doctor Rogelio Díaz-Guerrero demuestran  que a la mayoría (68%) les gusta su trabajo.6 El Centro de Estudios Educativos antes citado encontró en 1982 que 83% de las personas se encontraban entre bastante y muy orgullosos de su trabajo. El problema en  general no es, pues, el trabajo en sí, sino las relaciones humanas y las  actitudes de las personas.

Abraham Maslow, teórico de la corriente humanista de la conducta  humana, nos dice que de acuerdo con la intensidad de la necesidad, el  hombre pugnará para encontrar satisfacción en el orden siguiente:
     lo. Necesidades fisiológicas.
     2o. Necesidades de seguridad.
     3o. Necesidades sociales.
     4o. Necesidades de estima, reconocimiento y autoestima.
     5o. Necesidades de autorrealización (producción, creatividad).

Mientras una necesidad de orden primario no esté satisfecha, no se  buscará satisfacer la de orden superior.

En rigor de términos, las necesidades nunca están plenamente satisfechas ya que se presentan en forma recurrente. Sin embargo, uno debe  sentir que han sido satisfechas y que podrán seguir siéndolo.

Si consideramos que muchos de nuestros compatriotas tienen fuertes  carencias en su alimentación, es comprensible que poco les importe su  seguridad, el amor, la dignidad o su propia estima. Particularmente se  observa esto entre el personal de salario mínimo o inferior.

En otros niveles donde los salarios y las prestaciones ofrecen además  seguridad física y estabilidad económica encontramos al personal con  demasiada necesidad de contacto social y búsqueda continua de relaciones interpersonales. Son muy dados a festejos y a la comunicación  excesiva.

Cabe señalar en este renglón una variante de la teoría de Maslow: el  llamado modelo E-R-G, que establece tres tipos de necesidades: las de  existencia (E, Existence en inglés), las de relación (R, Relation en inglés)  y las de crecimiento (G, Growth en inglés); cuando alguna de ellas no  logra ser satisfecha se exagera la satisfacción de la necesidad inferior.

En este caso el mexicano, al no poder satisfacer sus necesidades de  crecimiento que incluye la autoestima, sobrevalúa las de relación o necesidades sociales: si al menos alguien lo escucha es porque es digno de  ser escuchado, además puede liberar su angustia por medio del verbalismo.

En tales circunstancias ¿quién se preocupa por ser creativo, por llegar a la cima de la pirámide y obtener logros significativos que le ayuden a crecer y a desarrollarse y contribuyan a su vez a la estimación de sí mismo? Sólo un pequeño sector parece motivado a obtenerlos; son los mexicanos de este sector quienes mejor han contribuido al desarrollo social y al progreso del país.

Las necesidades primarias son conscientes, las secundarias, a menudo inconscientes; y se cae en la falacia de creer que la única vía para satisfacerlas es el dinero.

Cuando en su relación con la empresa los sindicatos abogan por sus representados, siempre exigen mayores sueldos, más prestaciones, reducción de actividades y hasta de responsabilidades. Están mucho muy  lejos de la necesaria sinergia "sindicato-consejo administrativo" de la  empresa.

Manifiestan creer que el único recurso para satisfacer sus necesidades, inclusive la de estima-autoestima y autorrealización, es a través del dinero; por cierto muy difícil de obtener y retener en una época de inflación y con patrones de conducta consumistas. El resultado no puede ser más que una insatisfacción generalizada.

Por otra parte la satisfacción completa difícilmente la puede alcanzar una persona dependiente, insegura de sí misma, que por ello no se ha puesto a prueba y no sabe de lo que es capaz, ni cómo puede obtener re-conocimiento y mejorar el concepto que tiene de sí misma; mucho menos enfrentar nuevos retos o crear grandes empresas. Prefiere atenerse al viejo refrán de que "más vale malo por conocido que bueno por conocer".

H) Diferencias geográficas

 

Dentro de este contexto característico de nuestro país, conviene resaltar el hecho de que existen algunas diferencias entre el trabajador mexicano de la zona fronteriza con los Estados Unidos, con respecto al del sur y sureste, de la zona central y del área metropolitana de la ciudad de México.

Estas diferencias surgen por un lado, debido al clima geográfico que los afecta. Pese a que todos conservamos nuestra idiosincrasia, cabe mencionar que nuestros compatriotas norteños necesitan esforzarse más para lograr su supervivencia a causa de sus climas extremosos; excesivo calor en el verano y temperaturas muy bajas en el invierno. Se ha observado que los habitantes de climas extremosos fríos son más industriosos y trabajadores que aquellos de climas templados o permanentemente cálidos. En los climas fríos la gente tiene que estar activa para generar calor, y además debe ser previsora y ahorrativa para las épocas de escasez de recursos porque en tales fechas no puede sembrar ni menos cosechar. En consecuencia en estas regiones se manifiestan, aun dentro de la misma psicología nacional, ciertas diferencias que conforma hombres más austeros, disciplinados, previsores y activos.

Por otra parte, en el sur y sureste de la República nos encontramos con mexicanos menos activos, a causa de su clima cálido, más despilfarradores con sus abundantes recursos naturales y con más inclinaciones hacia las diversiones y fiestas populares, más alegres y jocosos.

Por lo que respecta a la Meseta Central donde el clima es más benigno,   la gente es tranquila, servicial, afectuosa. Se podría incluir aquí a la ciudad de México de no ser una gran metrópoli, sobrepoblada, que por este  hecho se gesta en ella el cada vez más común estrés; producto de presiones  de tiempo y económicas que son causadas por la competencia, a su vez  derivada de los escasos recursos. Encontramos diferencias socioeconómicas y culturales muy marcadas a más de que en ella se encuentran  habitantes provenientes de todas las regiones del país. Estos hechos  generan también diferencias notorias.

Otro aspecto de considerable interés, cuando se trata de patrones culturales reflejados en el trabajo, es que muchos campesinos han tenido  que incorporarse a las industrias, no siempre con una buena adaptación  a sus normas y formas de vida diferentes. El campesino se convierte en  obrero y este cambio provoca conflictos en su estilo de vida, más apacible, contemplativa y resignada ante las adversidades naturales. Quien  siembre tiene que esperar pacientemente la cosecha. La producción fabril es mucho más activa y con horarios preestablecidos de trabajo, requiere  más disciplina, precisión y esfuerzo.

 

La mujer en el trabajo 

La situación de la mujer en nuestro país, al igual que en otras culturas,  difiere de la del hombre.

En México "la mujer vive una situación asimétrica y desigual respecto  al hombre de generaciones atrás, aunque últimamente muestra un deseo  de cambio y liberación, todavía débil, desarticulado y sólo en algunos  sectores".

Tradicionalmente se le ha inculcado a la mujer que su papel principal en la vida es ser madre. Más que compañera o esposa, debe ser buena madre, lo que significa tener hijos, amarlos, alimentarlos, cuidar de su salud, preocuparse por ellos y hacerles la vida fácil. Así, se pasa toda su vida trabajando para ellos o para los hijos de sus hijos, porque de lo contrario pierde su razón de ser y de vivir.

Parte de la actitud dependiente de muchos mexicanos es debida a la exageración en los cuidados y atenciones de la madre hacia los hijos que, guiada por el afán de prodigarles afecto y ternura, les impide desarrollar sus propias capacidades, porque no les permite aprender a valorarse por sí mismos, ni separarse de ella, ya que siempre la necesitan.

El doctor Santiago Ramírez, psicoanalista mexicano, decía al respecto que la mujer mexicana es la madre perfecta, pero sólo durante el primer año de vida de niño.

A pesar de que se ha registrado un cambio en la concepción de la mujer en nuestra sociedad, aún se sigue considerando que su papel está en torno al hogar y a la familia. La encuesta realizada por Enrique Alduncín Abitia concluye que existe un ligero cambio en el concepto de la mujer como compañera del hombre e igual a él, en especial en los ni-veles de escolaridad e ingreso medio y superior, pero se le sigue juzgando centro de la familia. En los niveles más bajos de escolaridad e ingresos, se le ve como la responsable del cuidado familiar, hecha para el hogar y para tener hijos. Al parecer su destino y ámbito de acción en cualquier caso es el mismo.

Existen diferencias importantes en la participación empresarial de la mujer en un lapso de 50 años. En 1930, 60.5% de los hombres y sólo 2.8% de las mujeres pertenecía a la población económicamente activa. Pues bien, para 1980, 76% de los hombres y 23% de las mujeres participaban de modo directo en la economía. Esto representa que la mujer ha incrementado su participación en más de ocho veces en dicho periodo.

También se ha incrementado su nivel de escolaridad y la sociedad en general tiene una actitud más abierta y flexible respecto al papel de la mujer, se adiciona el atributo de inteligente como deseable en ella pero aún se le requiere que en primer lugar sea limpia, hogareña, femenina, trabajadora, honesta y sencilla, al igual que discreta, dulce, hermosa, atenta, casta y abnegada.

Dentro de este contexto, la mujer mexicana enfrenta en la actualidad cambios drásticos en su entorno, que repercuten en su vida de una u otra forma.

Se encuentra con oportunidades de estudiar, trabajar y tener una vida social más activa que en años atrás. Su madre, incansable, veló por ella y tal vez lo siga haciendo, pero ella disfruta más la vida, tiene menos hijos y se siente útil no sólo para ser madre sino para participar activamente en el desarrollo científico, comercial e industrial del país.

Esta dualidad de oportunidades, por un lado, y de valores que tradicionalmente se le atribuyen, por otro, crea en la mujer mexicana sentimientos de culpa. Si se dedica al hogar exclusivamente, se siente frustrada e inútil. Si trabaja y es madre, siente culpa por descuidar a sus hijos y a su hogar.

El cambio aún no ha sido asimilado completamente, ni por el hombre  ni por la mujer. La situación se agrava cuando por las circunstancias se  ve obligada a dejar a sus hijos al cuidado ajeno por tener que trabajar,  bien sea porque fue abandonada, está divorciada o porque su esposo no  aporta lo suficiente para el sostenimiento de su familia.

Esto hace a la mujer mucho más preocupada por su familia que por  su trabajo, pero también mucho más necesitada de reconocimiento y  estímulo y de comprensión hacia su doble papel de madre y trabajadora.

Por otra parte, desde pequeña se refuerza su papel de servidora, se le  asignan responsabilidades de ayuda y cuidado de otros. Tal vez por ello  se ha destacado en labores de servicio como enfermera, maestra, secretaria, etcétera; su actitud en general es la de asumir sus labores con  responsabilidad y mayor dedicación, pero también más necesitada de  afecto y apoyo. De por sí es más propensa a reacciones emotivas y a juicios subjetivos e inevitablemente se encuentra ligada a la maternidad. 

 

J) La contraparte:

Los directivos  Como ya dijimos, en nuestra tradición laboral el hacendado, dueño y  señor de todo, albergaba en sí mismo todo el poder y todo el saber. Los trabajadores debían obedecer y cumplir las órdenes; a cambio recibían protección, casa y hasta podían utilizar un pedazo de tierra para cultivar y tener sus propios animales. Esta forma de relación dueño-trabajador conformó la cultura del poderoso-generoso y del poderoso-explotador, al cual había que respetar so pena de ser expulsado de la hacienda el trabajador y su familia, lo que equivalía a quedar en el desamparo. De aquí la conducta de quedar bien con el de arriba (gobernante, empresario, jefe, político, profesor y maestro) y la de éste de manipular, aprovechar y mantener la relación de dependencia. El que no está con el patrón está contra él. No se aceptan las divergencias. Se le considera rebelde y merece ser castigado.
Con estos antecedentes, unidos al bajo concepto que tenemos los mexicanos de lo nuestro, se dificulta que los patrones, empresarios o directivos valoren a quienes dedican sus esfuerzos para el logro de los objetivos de la empresa: "para eso se les paga", dicen, reforzando la creencia de que lo único que una persona puede obtener por su trabajo es dinero.

El liderazgo que se ejerce es de tipo autoritario o paternalista, que mantiene al personal en actitud de dependencia y de inferioridad y menosprecia sus aportes o habilidades. Este liderazgo lo hemos aprendido muy bien desde épocas prehispánicas.

Se abusa del poder económico, de los patrones culturales de obediencia, de la necesidad de ser aceptado, del concepto de respeto a la autoridad y del sometimiento. Existe la idea equivocada de que para lograr que las personas trabajen bien, hay que manipularlas, hacerla creer en promesas falsas, como el arriero que usa una vara con una zanahoria en un extremo y que la coloca frente al animal para que camine.

En muchas empresas mexicanas existe un alto grado de centralización del poder, de la información y de la toma de decisiones, ya que se des-confía de la capacidad de los niveles inferiores para actuar por sí mismos.
   La supervisión y el control son estrechos y la participación del trabajador se limita a cumplir órdenes a menudo carentes de significado de objetivos para él.

En estas empresas existe gran cantidad de normas, políticas, reglas y procedimientos, a lo que se les da demasiada importancia, convirtiéndose, muchas veces, en los objetivos mismos de la empresa, desplazando lo fundamental, que es el cumplimiento de metas, el mejoramiento de la calidad, el aumento de la productividad y el valor mismo de los productos o servicios que resultan del trabajo.

Las comunicaciones son descendentes y verticales, lo que incrementa la dificultad de la integración de equipos, de la percepción completa de los objetivos y el involucramiento de los trabajadores en los procesos productivos. El resultado es la competencia interna y el trabajo poco  significativo, monótono, descuidado.

Asimismo, cantidad de sanciones y castigos para los que violen las  normas y reglas; en contraste muy pocas formas de reconocimiento al  esfuerzo.
Lo que es peor, a veces se otorgan premios y recompensas de manera  irracional; en algunos casos es el mismo sindicato quien propone a los  candidatos, basando la decisión en el amiguismo y en apreciaciones muy  subjetivas que deprimen a los buenos trabajadores.

Tanto directivos como sindicatos se olvidan de buscar caminos para  otorgar el reconocimiento objetivo al esfuerzo y a la dedicación al trabajo,  desde la simple observación del trabajo bien hecho, hasta el otorgamiento de recompensas económicas y de reforzadores sociales.

La queja frecuente de los trabajadores es que cuando cometen errores  hay sanciones y cuando el trabajo está bien hecho nadie lo nota. Se  olvida que los verdaderos factores motivadores son, como lo ha comprobado el doctor Frederick Herzberg, el reconocimiento, el logro, el progre- so, el crecimiento y, en general, los factores intrínsecos al trabajo. Éstos son los elementos que contribuyen a la satisfacción en el trabajo, a la  autoestima y a la autorrealización. No las condiciones de trabajo, ni las prestaciones, las buenas relaciones con los compañeros o el jefe; ni tampoco la seguridad en el empleo, ni siquiera el sueldo, porque casi siempre    iguala a los trabajadores, lo hagan bien o lo hagan mal. Éstos son los    factores necesarios para una organización sana, pero no son, motivadores intrínsecos.

El comportamiento para consolidarse requiere de un refuerzo que es    la respuesta o reacción de la otra parte. La actitud mexicana de fiarse   más del amigo es reforzada por los empresarios o directivos al contratar   a persona que son amigas, y no a quienes tienen conocimientos y experiencia, porque despierta desconfianza quien no es conocido o amigo   nuestro, o recomendado de una tercera persona.

Salvo raras excepciones se recluta al personal entre los conocidos del   personal de la empresa o entre amigos. La selección técnica se ha visto   como poco confiable y además costosa, sin percatarse que a la larga   resulta rentable.

Esto, decimos, refuerza el hecho de que la gente busque en sus amigos la recomendación, la influencia o "la palanca" que le ayude a conseguir  "chamba", o incluso hay que quedar bien con el jefe o superior para ser  ascendido o recibir un aumento de sueldo; hay que hacerse su amigo.

En este contexto el amigo adquiere un gran valor; además conviene  ser simpático. La simpatía en México tiene tanto valor como el amigo.

Entonces muchas decisiones se toman con base en la amistad y simpatía, grave hecho cuando se trata de contratar personal, evaluar el  desempeño y dar promociones y ascensos.

Por otra parte encontramos que la empresa privada y la pública, se han caracterizado, una por su liderazgo autoritario y la otra por el del tipo laissez faire, sin que esto signifique una regla. En consecuencia las acciones y reacciones de los trabajadores en uno y otro casos son distintas En el primero se da mayor productividad pero más insatisfacción personal por la presión que ejerce el líder autoritario; a la larga también disminuye el rendimiento y crece el resentimiento y la oposición, mientras que en el segundo se propicia la apatía, la indiferencia hacia el trabajo y una organización informal cohesiva y muy dañina porque resulta en improductividad, ineficiencia y poco interés en el trabajo.

 

DESARROLLO DE ACTITUDES LABORALES  POSITIVAS.

A) Construcción y reconstrucción de la  autoestima.

Los mexicanos  hemos tomado conciencia de ser una sociedad en proceso de cambio, y un gran laboratorio de transformación  psicosocial. Ahora  muchos profesionistas y ejecutivos sentimos la necesidad de crear las  actitudes que nos permitan llegar a  se lo que virtualmente somos. Nos motiva considerar las amplias perspectivas que tenemos  de maduración  y de desarrollo intelectual técnico, social, político y emocional: sabemos que podemos pasar de la mentalidad de siervos y empleados a la mentalidad de empresarios; de ser una población pasiva, manipulada y sometida a ciudadanía consciente y participativa. El reto es arduo pero atractivo. Señalamos aquí adelante dos columnas para este edificio: el desarrollo de la autoestima y el de la creatividad.

La base del desarrollo humano está en el conocimiento de uno mismo; saber cuáles son nuestras cualidades y cuáles nuestras debilidades nos permite aprovechar las primeras y esforzamos por superar las segundas.

La táctica del avestruz —tan común, por desgracia— a nada bueno conduce. Si en vez de tratar de negar la realidad mexicana, la aceptamos, pero no para deprimimos o sentimos aún más inferiores, sino para superar estas limitaciones, mucho habremos logrado.

Algunos autores niegan que el mexicano se sienta devaluado.

Sin embargo, estudios tan rigurosos como los del doctor Rogelio Díaz-Guerrero confirman rotundamente nuestra exposición.

No es lo mismo sentirse inferior que ser inferior. Los mexicanos no somos inferiores, pero no hemos alcanzado el pleno desarrollo porque no nos sentimos capaces de lograrlo.

Es tiempo de deshacemos de nuestras autoimágenes negativas y que nos demostremos a nosotros mismos que sí podemos lograr nuestras me-tas y alcanzar objetivos de crecimiento y desarrollo. Pero para eso es necesario partir de donde estamos, y reconocer que no podemos vivir como un país rico. Nuestros recursos —tanto materiales como humanos— son tales que nos pueden convertir en un país rico y poderoso. Muchos los hemos desperdiciado, pero el momento actual nos urge a reencontrar nuestros valores y encontrar el camino para aprovecharlos. Si todas las empresas mexicanas y todos los mexicanos pensáramos en términos de valores, nuestro camino hacia la superación sería fácil y agradable.

El proceso consiste en dejar atrás el estado de dependencia con respecto a la familia, al patrón, al gobierno, a los países extranjeros; lograr la verdadera independencia, que significa saber valemos por nosotros mismos y sentimos seguros de lograrlo. Pero no quedamos aquí; el éxito está en saber formar parte de los grupos, en la interdependencia que sólo se logra si se ha superado la actitud colonial y ávida de sobreprotección. Ser independiente e interdependiente significa ser responsable y para aportar lo que me corresponde, disciplinado para trabajar y acatar normas, y dispuesto a dar y ceder algo en aras del cumplimiento de los objetivos comunes.

Para todo esto existe el potencial pero hay que desarrollarlo.
     
Los mexicanos necesitamos que se reconozca nuestro esfuerzo y dedicación al trabajo de manera individual, lo cual los aumentos generales de sueldo no hacen, por el contrario equiparan a los que cumplen con los que no cumplen o que trabajan mal.

Dejemos de ver hacia afuera para encontrar modelos a imitar y des-cubramos nuestras riquezas: valores humanos, recursos naturales y capacidad de trabajo. Así podremos eliminar el sentimiento de poca estima, la desconfianza en nosotros mismos y en los demás, la apatía y la dependencia.

La forma de expresarse y de hablar refleja la cultura. La nuestra, rica en eufemismos, demuestra la necesidad de ocultar verdades que nos lastiman y la tendencia a eludir la responsabilidad y a minimizamos.

Señalamos a continuación algunos ejemplos de ello, y mencionamos las correspondientes expresiones autoafirmativas y responsables:

 

           Se dice                          Se debe decir

      "Quisiera decirle"                "Quiero decirle"
      "Se rompió"                         "Lo rompí"
      "Venía a solicitar"               "Vengo a solicitar"
      "Me gustaría"                      "Deseo o quiero que"
      "Se descompuso"                "Lo descompuse"
      "Me chocaron el coche"       "Choqué el auto"
      "Ni modo"                          "Evitaré que vuelva a suceder"
      "Dios dirá"                         "Haré todo lo que pueda"

 

Son estas formas más directas de expresar nuestros deseos y reflejan la asunción de la responsabilidad de nuestros actos; demuestran control y valor en vez de temor e inseguridad.

De hecho nos encontramos en un proceso de cambio entre la tradición y la modernidad, como lo plantean los resultados de la encuesta Los valores de los mexicanos (Banamex, 1989). Más de la mitad de la población no desea que nuestro país se parezca a ningún otro. El 70% de la gente busca influir en su entorno en vez de adaptarse a él (30%). Hay consenso respecto a que los factores de triunfo son la buena educación, la inteligencia y el trabajo duro.

Existe una revaluación de la mujer, tanto por el hombre como por ella misma, aun cuando todavía hay mucho por hacer.
 
Enrique Alduncín nos dice: "México se encuentra en dos planos superpuestos, entre la tradición y la modernidad, aspirando a encontrar    su identidad y buscando ubicarse como país desarrollado entre las    naciones del mundo".
A este respecto podemos decir que México tiene potencial de cambio    debido más que nada al alto porcentaje de población joven; los jóvenes    encuentran siempre el ímpetu y las energías para lograr sus objetivos el68% de la población "no están dispuestos a conformarse con la manera    en que las cosas se dan o se dieran, saben que el porvenir será mejor que    el presente o el pasado, desean crecer y mejorar y hacerse más grandes v   poderosos".

Conviene transcribir el siguiente párrafo del doctor Rogelio Díaz-
Guerrero: "nuestra sociedad y cultura son en muchos aspectos, saludables, pero lo serían todavía más si se cultivase un poco más lo que algunos   psicólogos sociales consideran de extraordinaria importancia para la verdadera madurez de una cultura, a saber: la llamada doble lealtad". Es decir, resulta saludable ser leal a las propias maneras de ser, pero también   a las maneras de ser de los demás.

Es bien sabido que en ciertos sectores de la población se rechaza lo   extranjero, pero no se trata de negar los valores de otros como recurso   para apreciar lo nuestro; mucho menos lo contrario, sino ser capaces de  •valorar tanto lo propio como lo ajeno.

La capacitación humanística puede hacer mucho; el solo adiestramiento técnico mejora las habilidades del trabajador pero a menudo lo  robotiza; en cambio la formación humana es favorecedora del crecimiento  y del desarrollo integral del ser humano porque va a la raíz: impulsa el  esfuerzo y la dedicación para el aprendizaje.

 B) Educación del mexicano creativo 

 

Crear implica producir cosas nuevas y valiosas. Para poder crear se necesita haber desarrollado un buen nivel de autoestima para sentirse capaz  de dejar los caminos trillados y enfrentar el riesgo del posible fracaso, superar el temor del cambio y resistir la reacción, no siempre positiva,' de los demás. Si los mexicanos superamos el sentimiento de minusvalía estaremos en posibilidades de desarrollar nuestro potencial creativo. De hecho tenemos ingenio, imaginación, flexibilidad, sentido del humor y emotividad, todas ellas cualidades para ser creativos, que no sólo deben aplicarse a las artesanías, folklore o chistes, sino utilizarse para lograr el desarrollo tecnológico y social de nuestro país. La creatividad, a más de proporcionar beneficios a la humanidad, puede proveer grandes satisfacciones personales a quienes la desarrollan.

Para ser creativo, el mexicano debe ser más disciplinado, constante, y sobre todo adquirir confianza en sí mismo y en los demás.

Es sabido que la creatividad es un potencial humano que tempranamente suele ser reprimido por una educación escolar y familiar rígida, dogmática, que provoca el conformismo. Esa educación da como resultado sujetos moldeados, adaptados en extremo a los hábitos y costumbres de la cultura donde se desenvuelven. Empero el proceso puede modificarse. Dentro de la cultura mexicana encontramos en forma poco frecuente un tipo de compatriotas que Díaz-Guerrero, en su libro de Psicología del mexicano denomina "sujetos con control activo interno"; es decir, mexicanos íntegros que albergan en sí mismos todas las características positivas de nuestra cultura. Son obedientes cuando se requiere, o rebeldes si se necesita, tan afectivos y complacientes como la mayoría, pero más disciplinados, metódicos, reflexivos y optimistas. Se oponen a la corrupción y al compadrazgo y están convencidos de que los logros se obtienen con esfuerzo y dedicación. Se les encuentra en todos los niveles socioeconómicos, en la ciudad y en el medio rural; entre los hombres y entre las mujeres.

Los estudios revelan que este tipo de mexicanos son inteligentes, con buena capacidad de comprensión y sobre todo responsables. De tal suerte que en ellos no están presentes los aspectos negativos de baja autoestima, inseguridad, dependencia y desconfianza y sí en cambio los aspectos positivos como facilidad para relacionarse, amabilidad, cortesía, respeto, interdependencia y suficientes recursos internos como para enfrentar los problemas cotidianos. Encontramos en ellos muchas cualidades para ser creativos.

Si nuestras familias educan jóvenes con estas cualidades, puede transformarse la orientación de nuestra cultura. En vez de ser el tipo más es-caso podría ser el más común. Por no ser el tipo más usual, a veces son absorbidos por los grupos dominantes o bien actúan de manera aislada y  sin mucho reconocimiento. Conviene descubrirlos, apoyarlos e impulsarlos como líderes positivos, creativos y constructivos que a su vez sean  promotores de los cambios tan necesarios y convenientes para nuestras  instituciones y nuestro país.

En la publicación México-Asia, el grupo de consultores del Colegio  de Graduados en Alta Dirección que fue a Oriente a estudiar modelos de  producción, nos recomienda que, para lograr el éxito y ser excelentes,  México ante todo valore y aproveche sus recursos naturales y los cuide; enaltezca el valor del trabajo; incremente la dedicación e interés de los  padres en la educación de sus hijos. El gobierno, asimismo, debe mantener  la política de diversificación de las exportaciones.

Finalmente, trabajar unidos empresa y gobierno en actitud de cooperación en torno a la calidad total de nuestros productos para lograr el fin  común: crecimiento y desarrollo.

Si todos nos proponemos aprender de otros, si las empresas encuentran el valor del factor humano y lo recompensan por sus esfuerzos y en  función de su productividad, motivan a través de los valores e invierten  en capacitación y en tecnología, buscando la excelencia individual y organizacional, se garantizarán los logros, la autorrealización y la creatividad de los mexicanos. Podemos hacerlo.

México no tiene gran poder económico, político y militar, pero ha sabido conservar valores espirituales que otros nos envidian. El mexicano es un pueblo humano, cálido, afectuoso, sentimental y emotivo; tiende a ser amable, generoso y cortés, con sentido del humor, adaptable e inclinado a la belleza y a lo estético.

A sus discípulos que le preguntaban cuáles eran los tres elementos más importantes para mantener y alentar a un pueblo, Confucio respondía: "las armas, el alimento y la fe, pero si sólo se puede contar con dos, las armas no son tan necesarias; y si de los dos restantes hubiera que elegir uno solo, entonces lo imprescindible es conservar la fe del pueblo"

COMENTARIO FINAL

La lectura de estos connotados escritores permite formarse una idea clara del comportamiento psicológico del mexicano, por lo menos en cuanto a lo que al siglo pasado corresponde; desde luego que se puede tomar como tendencia y extrapolar a los inicios de este nuevo milenio y probablemente ahí radique la riqueza de estos escritos. Para los estudiantes de mercadotecnia considero que es una obra obligada que indudablemente puede apoyar a sentar las bases en el estudio del comportamiento del consumidor, no solo basado en lo que los clásicos proponen: Schiffman y Kannuk, Michael R. Solomon, Rolando Arellano Cueva, Hugo Schnake Ayechu y demás estudiosos, que desde luego, enfocan el estudio del comportamiento del consumidor desde la óptica de sociedades como la estadounidense o la europea, y es difícil para el estudiante mexicano  aterrizar los conceptos al caso del comportamiento del consumidor mexicano; desde esta óptica, lo realmente importante es que el estudiante, previa lectura del presente documento, podrá formarse un criterio claro y con antecedentes, de las diferencias entre el cliente extranjero y el consumidor mexicano.

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