COMPORTAMIENTO PSICOLÓGICO DEL MEXICANO, DESDE LA ÓPTICA DEL MARKETING.

Adolfo Rafael Rodríguez Santoyo
Germán Rodríguez Frías
Eduardo Barrera Arias

PROBLEMAS DE UN MUNDO EN TRANSICIÓN 1966

Los problemas que acontecen en un mundo de transición tienen  una característica un tanto independiente del problema mismo, por simple o complejo que éste sea. Dicha característica deriva del escenario en que dichos problemas se dan. Un mundo en transición; la transitoriedad del mundo nos está hablando de un proceso cambiante notoriamente dinámico. Por tanto, no se trata tan sólo de afrontar la conducta en todas sus dimensiones, a las cuales después aludiremos, sino también, y esto importa mucho, nos tenemos que referir a ellas en una situación de cambio. El psicoanálisis es experto en conducta y la psicología es la ciencia de la conducta. A toda conducta le podemos imputar, desde diferentes ángulos, ciertas características: siempre está motivada, tanto en el hombre como en el animal; claro está que los troquelados que van a motivar la conducta son más estereotipados, rígidos y fijos en el animal. El cambio conductual en el animal no se modifica, o si se modifica lo hace tan lentamente que no percibimos mutación. Las pautas de comportamiento en el animal no cambian; lo que es más: si en cautiverio sometemos a un animal a una situación dada, digamos la agresión por parte de un rival, y al mismo tiempo impedimos que la pauta de comportamiento se lleve a cabo, nos encontramos con que el animal muere y su muerte es la consecuencia no de las heridas de las que ha sido víctima, sino de la tensión derivada del bloqueo de la pauta de comportamiento. Los troqueles generadores de conducta, por un lado, o si se quiere las pautas de comportamiento, por otro, se encuentran cerrados en el animal a diferencia de lo que sucede en el hombre.

La praxis del animal, su hacer, no va a afectar su devenir. Más aún, no podemos hablar en rigor de un hacer y un devenir dialéctico en el animal.

En cambio los troqueles y las pautas de comportamiento del hombre se encuentran abiertos. Lo que el hombre haga o lo que con él se haga van a forjar su devenir, su suceder, su destino. Es equivalente decir: la praxis es el devenir y decir infancia es destino.

El hombre está haciendo su futuro y el animal lo trae hecho. El hombre nace en proceso de hacerse, el animal está hecho. El animal tiene escrito su destino en su filogenia y el hombre, en tanto tal, va a inscribir las características de su destino en su particular y especialísima ontogenia.

El troquel de una historia incompleta es entregado a una pareja parental, a una familia o a una generación. Son funciones de esta pareja, esta familia y esta generación completar para un hijo o para la siguiente generación el resto de la historia, hasta hacerlo devenir con un nuevo jalón.

La familia y la pareja y también la generación tienen, en general y en una cultura dada, intenciones similares. Cuando las intenciones de la generación con todas sus instituciones lingüísticas, sociales, religiosas, valorativas, etc., están en discrepancia con las  intenciones de la pareja parental encargada de transmitir el troquel  cultural, a poco, la discordancia se manifestará y entrará en escena  revelándose en la conflictiva del hijo de la figura parental, pues ha  recibido pautas de comportamiento de naturaleza privada, cerrada, las que entrarán en conflicto con la pauta de comportamiento y  los troqueles que la generación esperaría de ese sujeto. Es decir,  y sintetizando, las instituciones esperan que la familia rectora del  troquel cultural aporte al individuo las características que, probabilísticamente, van a ser las más adecuadas para el logro de los  propósitos del grupo cultural.

En otras ocasiones las instituciones culturales sufren un proceso de cambio, a una velocidad para la cual la familia no preparó a  su progenie; entonces nos enfrentamos con un sujeto perplejo ante el cambio; sujeto que carece de praxis para enfrentarse a un devenir que le resulta ajeno. El control de la natalidad y la planeación de la familia es un suceder cultural que se ha vuelto realidad y para el cual frecuentemente los individuos, nacidos y formados en un mundo de varías décadas atrás, no estaban preparados.

El cambio individual, normal o patológico y el cambio social, también normal o patológico, al no adecuarse o no llevar la misma impronta entran en conflicto dentro de la estructura individual o dentro de la estructura social.

La conflictiva puede ser creadora o aniquilante. Cuando el juego dialéctico no plantea una exagerada lucha de contrarios el suceder histórico tendrá características dinámicas integradoras. Cuando el juego dialéctico es abrumador por una intensificación desmesurada de los contrarios, nos encontramos con una incapacidad de éstos para el logro de una síntesis integrativa. Por el contrario cuando el juego de contrarios es nulo, el estatismo y la inercia son las características del proceso cultural.

En síntesis la cultura, supraestructural, con todas sus instituciones entrega a la familia el troquel con el cual espera que la misma modele las pautas de comportamiento del hijo.

Un sujeto, niño, a punto de hacerse o en vías de hacerse, es particularmente sensible a la praxis o al hacer que sus padres, con su conducta, tratan de imprimirle. Este hacer de los padres se volverá un devenir del sujeto en cuestión. Una vez más la infancia será destino.

En el proceso de la mestización del siglo XVI las características de la praxis determinaron devenires que explican la característica del mestizo y su conducta. El encuentro fue violento como se señala en el Manuscrito anónimo de TIatelolco.

 

En los caminos yacen dardos rotos;
 los cabellos están esparcidos.
                      Destechadas están las casas,
 enrojecidos tienen sus muros.
Gusanos pululan por calles y plazas,
       y están las paredes manchadas de sesos.
                     Rojas están las aguas, cual sí las hubieren teñido,
 y si las bebíamos, eran agua de salitre.
              Golpeábamos los muros de adobe en nuestra ansiedad
        y nos quedaba por herencia una red de agujeros.
En los escudos estuvo nuestro resguardo,
   pero los escudos no detienen la desolación.
Hemos comido panes de colorín,
hemos masticado grama salitrosa.
Pedazos de adobe, lagartijas, ratones,
 y tierra hecha polvo y aun los gusanos.

 

Cardozo y Aragón lo decía:

El corte de la tizona española no nos ha separado del mundo antiguo de la poesía primigenia y original, de nuestra carga explosiva y mágica. El mito se hizo carne. Al partir la tizona a la serpiente emplumada, los trozos cobraron nueva y vieja existencia. Y se internaron en las selvas y se escondieron por todas partes. Hoy reptan y vuelan en palabras, sangres y sueños, tan vivos como en códices, leyendas, frescos y monolitos.*

Toda conducta tiene dimensiones múltiples, una de ellas es su  génesis. La hemos analizado someramente en las líneas precedentes, en las cuales también indicamos el mayor o menor estatismo de  la pauta conductual, del troquel o de los modos de comportamiento. En la síntesis del cambio, en el siglo XVI, la lucha de los contrarios fue tan intensa que sus resultados tuvieron características  desintegradoras. Al hablar en estos o en parecidos términos, le  estamos dando a la conducta una nueva dimensión, su dinamismo.

También la conducta tiene una dimensión estructural; cuando  el hacer, génesis, praxis, infancia, se vuelve devenir tan sólo lo logra mediante el instrumento estructuralizado en la interioridad del  sujeto. Lo que estuvo afuera, lo que hizo o se hizo con el sujeto, se  internaliza y adquiere estructura con toda la riqueza dinámica inicial y con todas las variables presentes desde el principio.

También la conducta tiene una dimensión heurística, con ello connotamos la naturaleza propositivamente económica, homeostática de la misma. El propósito heurístico de la conducta la hace que mida y acote, que diga del beneficio o perjuicio que han de tener tal o cual movimiento, tanto para el propio sujeto como para el mundo en el cual habita y en el cual se mueve.

Es necesario señalar que si bien es cierto que la lucha de contrarios entre la praxis y el devenir o la infancia y el destino cobra características de un determinado dinamismo, no menos cierto es que a lo largo del tiempo y de las generaciones un sujeto con adecuada identidad va a tener una línea de continuidad consistente e ininterrumpida. Lo que es más, cuando en ocasiones la lucha de contrarios tiende a interrumpir la continuidad, la identidad, en forma soslayada, trata de volver a sus fueros restituyendo la oque-dad que dejara la desolación. De allí que la serpiente emplumada busque reaparecer en nuevos moldes formales que a la vez que la encubran la conserven. El poeta León Felipe claramente lo intuye:

...Llegan los españoles y te proponen adores a un dios muerto, hecho un     coágulo, con el costado herido, clavado en una cruz. Sacrificado, ofrenda-    do. ¿Qué cosa más natural que aceptar un sentimiento tan cercano a todo     tu ceremonial, a toda tu vida?... Pero a un dios al que no le basta que se     sacrifique por él, sino que incluso va a que le arranquen el corazón.
¡Caramba, jaque mate a Huitzilopochtli
En el sentimiento trágico de la vida, Unamuno lo dijo:
“Ni a un hombre ni a un pueblo, que es en cierto sentido un hombre también, se le puede exigir un cambio que rompa la unidad y la continuidad de su persona”.

    * Luis Cardozo y Aragón, Guatemala, las líneas de su mano, México, FCE, 1965.

Hasta ahora cuatro dimensiones: génesis, dinámica, estructura  y economía. Una última, pero no por ello menos importante, la  dimensión adaptativa de la conducta, con lo cual queremos expresar que las pautas de comportamiento se adecúan y establecen un  nexo, el más logrado posible entre una necesidad, con su fuerza y  presión, y el objeto.

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